Facultad de Medicina de México. ESTUDIO SOBRE LAS APLICACIONES DI LA HIGIENE CONTRA LA INVASION DEL CÓLERA EPIDÉMICO PRESENTADO EN EL EXAMEN DE MEDICINA Y CIRUGÍA por MANUEL DE LA FUENTE Alumno de la Escuela Nacional Preparatoria, de la Escuela Nacional de Medicina y de la Práctica Médico-Militar, miembro de la Sociedad de Geografía y Estadística, de la Asociación “Gabino Barreda,” de la Filoiátrica, y redactor de la “Escuela de Medicina.” MEXIC(¡) OFICINA TIP. DE LA SECRETARÍA DE FOMENTO, Calle de San Andrés número 15. 1885 Facultad de Medicina de México. ESTUDIO 80BRK LAS APLICACIONES DE IA HIGIENE CONTRA LA INVASION DKL CÓLERA EPIDÉMICO PRESENTADO EN EL EXAMEN DE MEDICINA X^CIDUGÍA POR / MANUEL DE LA FUENTE Alumno de la Escuela Nacional Preparatoria, de la Escuela Nacional de Medicina y de la Práctica Médico-Militar, miembro de la Sociedad de Geografía y Estadística, de la Asociación “Gabino Barreda,” de la Filoiátrica, y redactor de la “Escuela de Medicina.” MEXICO OFICINA TIP. DE LA SECIIETA Calle de San Andrés número 15. 1885 A L CONSEJO SUPERIOR DE SALUBRIDAD DE LA CIUDAD DE MÉXICO. INTRODUCCION. El estudio de las aplicaciones de la higiene contra la invasión del cólera asiático, comprende no sólo los me- dios profilácticos que se pudieran poner enjuego, cuan- do la infección amenace á un país, sino que también abarca el análisis cuidadoso de las condiciones ecoló- gicas de la enfermedad, á causa de la íntima relación que entre ambas cosas existe. Nuestra impotencia en semejante lucha seria completa, desde el momento en que careciéramos absolutamente de datos sobre los ele- mentos que, por su agrupación especial, vienen á cons- tituir un medio apropiado para la evolución del gérmen colerígeno. ¿Cómo podríamos contrarestar un mal, si además de no conocer la causa que lo produce, ignora- mos también las circunstancias que le son favorables ó contrarias? Aquí, como en todos los fenómenos del dominio de la higiene ó de la patología, hay que in- vestigar el origen de las perturbaciones morbosas, ya sea para prevenirlas, ya para curarlas cuando el orga- nismo es víctima de sus ataques. Así el médico, aun VI cuando no se trate de enfermedades epidémicas, siem- pre procura desentrañar la etiología, para poseer un hilo conductor que pueda servirle de guía al instituir el tratamiento. Esta circunstancia resalta de notable manera, cuando los recursos del arte médico son soli- citados, no ya para aliviar los padecimientos de un in- dividuo, sino para preservarlo de una enfermedad in- minente. Y cuando este riesgo es general, cuando se trata de una epidemia en la que el peligro amenaza de muerte á un pueblo entero, y se encarga al médico la difícil misión de salvarlo, ¿quién podrá medir su abne- gación y estimar convenientemente la serie incalcula- ble de obstáculos que haya de vencer, si no para llenar su cometido como fuera de desearse, sí para luchar y sostenerse inflexible hasta haber agotado los recursos del saber humano? Y si á pesar de todo, la invasión no se detiene, aun queda el médico para acudir al nue- vo campo en que se le cita, á disputar una por una las víctimas al terrible enemigo. ¡Él no tiene el derecho de ocuparse de su propia vida miéntras haya otras que salvar!.... Entonces es cuando aparece á la altura de su noble sacerdocio; allí, donde la única voz que se escucha es la del egoísmo; donde la indiferencia por el bien de los demas es absoluta, al grado de romper los lazos del mayor y más puro afecto; en esos momentos de prueba ■en que todos huyen aterrados en presencia de la muer- te, é impera con todo su salvaje despotismo el instinto de la propia conservación, allí el médico, sereno y ab- negado, despreciando el valor de su propia existencia, lleva el consuelo que su filantropía le dicta, cuando ya el arte, impotente, permanece mudo. VII Pero es necesario tener en cuenta que tales esfuerzos sólo serán ventajosos cuando nos coloquemos en con- diciones de prever el resultado de nuestros actos; y para ello hay que dirigir las investigaciones hácia las cau- sas del fenómeno, para atacarlo en su raíz, ó cuando ménos, observar cuidadosamente las circunstancias que con él coexisten, siempre que se presenta, para ver si es posible, modificándolas, llegar á un resultado favo- rable. A primera vista parece que todas esas ¡prevenciones han disminuido en importancia desde el descubrimien- to de Ivoch, y más todavía con los experimentos del Dr. Ferran: si ya el primero determinó la naturaleza parasitaria de la enfermedad, y el segundo el medio de prevenirla, poco queda por hacer, se dirá, puesto que se conoce la causa y está á punto de determinarse la manera de atacarla. Pero si se considera que ni lo uno ni lo otro son ver- dades adquiridas para la ciencia, que todavía la auten- ticidad de esos hechos se halla en tela de juicio, conven- drémos en que, por ahora, poco podemos basar en ellos. En efecto, el mismo Dr. Koch decia en el Consejo Imperial de Sanidad de Berlin, que era necesario bus- car la relación que existe entre el proceso colérico y el bacillus-coma, así como también asegurarse de que sólo en el cólera asiático existe; posteriormente Straus y sus colaboradores no lo pudieron encontrar en muchos casos perfectamente característicos. En lo que se refiere á las inoculaciones preventivas del Dr. Ferran, hay gran divergencia de opiniones en- tre los sabios extranjeros que han procurado ponerse al tanto de la cuestión. VIII Ahora bien; supongamos que no quedara la menor sombra de duda sobre la veracidad de los dos descu- brimientos, que ambos hubieran adquirido la sanción científica, para entrar en la categoría de sus maravi- llosas conquistas; ¿nos hemos puesto en condiciones de valernos de ellas para nulificar la acción de la epide- mia? Si en estos momentos llegara á uno de nuestros puertos un buque infestado, ¿podríamos escapar del azote, únicamente con la inoculación preventiva del bacillus-coma? La falta de organización para poner en planta ese medio, nos pondría en situación muy pare- cida á la que guardaríamos sin poseer el descubri- miento. Por eso hay que estar alerta, y sin abandonar la enérgica actitud que la higiene aconseja, esperar pa- cientemente que del laboratorio del Dr. Ferran salga nuestra salvación futura. Por ahora sólo debemos atenernos á la eficacia de las medidas restrictivas, para evitar hasta donde sea posible, la importación del germen morboso, sin dejar de trabajar activamente en la organización de la pro- filaxia por la vacuna colérica. En tal concepto, nos ocuparémos primero de la Etio- logía del Cólera Asiático, á fin de apreciar mejor las previsiones de la Profilaxia. PRIMERA PARTE. ETIOLOGÍA. En las enfermedades pestilenciales, cuyas causas nos son to- talmente desconocidas y escapan por completo á nuestros me- dios de investigación, lo único que conocemos son las condicio- nes que, con más ó menos frecuencia, acompañan ó preceden á la aparición de una epidemia. En nuestro caso particular sabemos algo más; se ha podido arrancar su secreto al Ganges; la luz nos lo ha revelado en el campo del microscopio haciéndonos presenciar la génesis del micro-organismo, que por tantos años había desafiado el talento y sagacidad de los hombres, y que á la fecha debe ya á la hu- manidad más de veinte millones de seres que ha sacrificado. Pero como este género de investigaciones apénas se ha iniciado en estos últimos tiempos, nos conformarémos con señalar la altura á que han llegado; que miéntras no se diga la última pa- labra en el asunto, nada perderán de su importancia los fenó- menos de un orden enteramente empírico, que los observadores han estudiado en las epidemias de Cólera. En tal virtud, examinarémos primero los fenómenos telúrico- atmosf¿ricos, aunque sea someramente; porque si bien es cierto que los datos acumulados son numerosos y han puesto á prue- 10 ba la penetración de los sabios, no lo es menos que algunos son contradictorios, otros mal observados, y gran parte de ellos poco fecundos en resultados prácticos. Hoy que ya conocemos la na- turaleza de la afección colérica, podremos obtener con esos elementos el material necesario para llegar á determinar la fór- mula biológica que nos indique las circunstancias que favorecen el desarrollo del fito-parásito. Veremos después las influencias zymóticas, es decir, depen- dientes del individuo y que, con las del medio exterior, vienen á constituir un terreno perfectamente adecuado, provisto de to- das aquellas condiciones que harán poderosa y exuberante la vegetación de los gérmenes de Koch; pero como esa magnífica tierra de cultivo, sin la semilla quedaría infecunda, estudiaremos, al fin, las propiedades de ésta y su manera de importación. I INFLUENCIAS CÓSMICAS. Condiciones telúricas.—Sin ocuparnos absolutamente de la re- lación que con las grandes epidemias de cólera puedan tener ciertos fenómenos geológicos, base de ilusorias conjeturas, nos detendremos en las generalizaciones establecidas por Boubée y Pettenkofer, acerca de la naturaleza física del suelo. Por una larga serie de observaciones se pudo averiguar que la profunda diferencia que existe en las epidemias de cólera no sólo dependía de la diversa virulencia del gérmen, en cada invasión, sino que además algo había que favoreciera su acli- matación en un lugar; esto indujo á los observadores á fijarse en las condiciones topográficas de las localidades, hasta que Pet- tenkofer pudo formular sus leyes. Se había visto que los estragos eran tanto más grandes, cuan- to más bajo y húmedo era el lugar; mientras que las partes elevadas y rocallosas con frecuencia quedaban exentas. 11 Las poblaciones situadas al pié del Elbours, en Persia, fueron libertadas en tres epidemias consecutivas, cuando por orden su- perior fueron trasportados sus habitantes, en número de 10,000, al valle del Aar, situado á 7,500 pies de altura. A pesar de constantes comunicaciones, no se dio un solo caso en el cam- pamento. Sin embargo, la enfermedad lia causado numerosas víctimas en alturas de 7,000 y más pies, como ha sucedido en el Cáucaso, y aquí en la Mesa central. Los médicos indios han observado también que el cólera reina con más intensidad y por más tiempo en las partes bajas que en las altas. Fourcault en Francia, Farr en Inglaterra y Pet- tenkofer en Munich, han llegado á la misma conclusión. En 1854 Pettenkofer se fijó en que estas diferencias no sólo dependían del nivel, sino también de la humedad del suelo, y de la presencia de materias orgánicas en putrefacción, sobre to- do si eran de origen excrementicia]. Fourcault ha deducido de sus investigaciones, que en las ciu- dades situadas en anfiteatro se podían distinguir tres zonas. Una inferior enteramente favorable á la instalación de la epide- mia; una média poco afectada, y la superior sin participio en la infección. En Londres, los diez y nueve distritos inferiores sufrieron una mortalidad tres veces más considerable que los diez y nueve de la zona superior. Estas observaciones han dado márgen á la teoría de Petten- kofer. Boubée, Vial y Fourcault habían emitido ideas semejan- tes; pero lo que caracteriza, sobre todo, las investigaciones de aquel, es la gran importancia que da á la constitución física del suelo: densidad, porosidad, etc.: la naturaleza del subsuelo des- empeña también un papel notable en la propagación del cólera en una misma localidad. Los terrenos rocallosos, muy compactos, impermeables, cual- quiera que sea su composición química, son desfavorables; en tanto que un suelo poroso, susceptible de impregnarse de líqui- dos y gases, las tierras vegetales, arenosas, arcillosas, se pres- tan maravillosamente á la difusión del elemento patógeno. Hay, pues, en la teoría dos factores principales: uno perma- 12 nente y el otro variable. Es el primero la naturaleza física del suelo; el nivel de las aguas subterráneas constituye el segundo. Una y otro nos pueden dar cuenta de las diferencias observadas en el carácter de la invasión en un lugar. Que el nivel de las aguas subterráneas sea muy elevado, no habrá descomposición de las materias orgánicas que contenga, ni desprendimiento de miasmas; que aquel decrezca, dando ac- ceso al oxígeno del aire, y la putrefacción tendrá lugar, acom- pañada de considerable desprendimiento de miasmas. Si á esto agregamos un suelo poroso, de fácil impregnación y permeabi- lidad, tendremos realizadas las condiciones que Pettenkofer se- ñala, para favorecer la extinción de la enfermedad. Si á México aplicamos las leyes del sabio epidemologista, tendremos que convenir en que la epidemia será mortal, como ha sucedido an- teriormente, una vez que el germen sea importado. Sin embargo, esta teoría no puede admitirse aún como ver- dad científica, aunque ya sea crecido el número de hechos que parecen confirmarla. De todas maneras, se debe atender á ella para las previsiones profilácticas. Citaremos algunos de los casos más notables que la apoyan. De 1831 á 1835 ha habido en Berlín diez epidemias de cólera, con una mortalidad de doce mil quinientos veintiocho indivi- duos. La ciudad está construida sobre terreno arenoso. En la epidemia de Praga, en 1866, Pritzbam y Robitschenk han ob- servado que el ascenso y decrecimiento de la enfermedad, ha- bían estado en relación con el abatimiento y la elevación de las aguas del rio que atraviesa la ciudad. En el curso de la epide- mia de Tlalle, de 1866 á 1868, Delbrück notó que habían que- dado exentos de ella los cuarteles secos de la ciudad. Acaso podríamos explicar la impunidad de que han gozado Pachuca, Toluca y otras poblaciones en las diversas epidemias de cólera, por la teoría de Pettenkofer. Condiciones atmosféricas.—El análisis cuidadoso del aire, en cuanto á su composición química y propiedades físicas, ha reve- 13 lado ciertas particularidades, que frecuentemente han coexistido con la aparición del cólera epidémico: como el aumento en la cantidad de ozono, las modificaciones en la densidad del aire y en la presión barométrica, etc. Respecto á la temperatura ambiente, la observación ha sido más constante; en un gran número de casos se ha visto que el calor es más favorable á la propagación de las epidemias; otras veces el invierno les ha sido propicio; pero de todas maneras, corre como más admitida la idea de que, si el cólera llega á in- festar un punto en invierno, el número y gravedad de los casos que se den, disminuirá para tomar incremento cuando la tem- peratura se eleve. La epidemia que en estos momentos nos amenaza ha nacido in situ; pero siempre originada de los gér- menes coléricos, importados anteriormente, y que han podido hacer eclosión á favor de la elevación de la temperatura. También se han observado con cierta frecuencia fenómenos eléctricos en la atmósfera, tales como un aumento considerable en la tensión eléctrica del aire, tempestades, auroras boreales, desviaciones de la aguja magnética, diminución en la fuerza de los imanes, modificaciones en la electricidad animal, etc., etc.; pero que por ahora quedarán como hechos aislados, ó cuando más con el carácter de fenómenos coexistentes. En cuanto al estado higrométrico del aire, se ha demostrado que con notable frecuencia es mayor en tiempo de epidemia. El Pr. August, de Berlín, que ha recogido curiosos datos sobre este punto, dice haber encontrado marcada relación entre el aumento y diminución de la epidemia y la mayor ó menor hu- medad del aire. Creemos que este aserto podría admitirse como un corolario de la teoría de Pettenkofer, puesto que dada la permeabilidad del suelo, el nivel del agua subterránea podrá disminuir por filtración hácia abajo y por evaporación; ahora bien, esta agua que se haya evaporado á través de la capa po- rosa de tierra, se mezclará al aire, aumentando, por consiguien- te, su estado higrométrico. Así, esta circunstancia tendrá que coexistir generalmente con las condiciones señaladas por el au- tor de la teoría. 14 La dirección de las corrientes atmosféricas influye poco en la propagación de la epidemia; se ha comprobado perfectamente que la marcha invasora que ésta sigue, no está subordinada á la dirección de los vientos dominantes en un lugar; lo que sí parece averiguado es que, si los elementos patógenos son dise- minados por las corrientes de aire, siempre es á corta distancia del foco de infección. Todos estos hechos que hemos consignado y que hasta ahora permanecen aislados, acaso de aquí á mañana sean enlazados por una generalización, en que se determinen las condiciones del medio favorable al desarrollo del bacillus-coma, como ele- mento generador del cólera asiático. Sea que la epidemia de- termine la constitución médica, como quieren algunos, sea que ésta produzca aquella, como aseguran otros, de todos modos nos será útil conocer la fórmula meteorológica que se relacione con la invasión de la enfermedad. II INFLUENCIAS ZYMÓTICAS. Hemos estudiado, hasta aquí, el medio que nos rodea, si- guiendo todas las modificaciones que, al parecer, dan impulso y vida á los pequeños organismos, con detrimento, es verdad, del más perfecto y elevado de la serie animal; porque si son propicias para esos séres y favorecen su desarrollo, dejan de serlo para el hombre, que accidentalmente se halla colocado en condiciones de sucumbir en la lucha, víctima de la evolución de aquellos. Ahora vamos á ocuparnos del individuo mismo; á examinar las causas que en él favorecen la infección, y que por lo tanto podemos considerar como adyuvantes: unas que lo predisponen, que lo colocan, según la expresión consagrada por los patolo- gistas, en oportunidad morbosa; y otras que, previa cierta re- ceptividad del organismo, obran determinando la invasión de la enfermedad infecciosa. 15 Condiciones predisponentes.—La edad no parece tener influen- cia, si bien se ha observado que los niños muy pequeños gozan de cierta inmunidad, el sexo, la constitución, la profesión, no ponen al abrigo del mal. Últimamente se ha creído por algunos, que los individuos empleados en las explotaciones del cobre gozaban de cierta inmunidad, pero hechos posteriores han ve- nido á infirmar este concepto. En época de epidemia la receptividad del individuo aumenta según que el estado de su salud tiende á favorecer, digamos, la patogenia de la enfermedad; porque no basta que el organismo esté debilitado y enfermizo, por más que esto sea magnífica oportunidad morbosa para contraer la enfermedad; es necesario, ó por lo ménos confiere mayor riesgo, la circunstancia de que haya cierta analogía entre los padecimientos de que adolece una persona y los que principalmente produce el cólera. Nada, por ejemplo, más funesto que padecer del tubo diges- tivo en tiempo de epidemia, aun cuando no se trate más que de diarreas ligeras, indigestiones, cólicos intestinales, etc.; en tanto que las estadísticas de los hospitales europeos nos han hecho conocer que, en las epidemias de cólera, ha sido muy in- significante el número de tuberculosos que ha sucumbido. Aho- ra bien; si estas afecciones, la tuberculosis y el cólera morbo asiático, son de origen parasitario, ¿no se podría explicar aquel fenómeno, diciendo que el desarrollo de los micro-organismos que las producen es incompatible en el mismo terreno? Influyen también, para el incremento y propagación del mal, el desaseo, la descomposición pútrida de materias animales, el mal estado de las letrinas, la falta de ventilación; en fin, todo aquello que contribuya de manera más ó menos directa á colo- car al individuo en un medio poco higiénico. El estado moral también se ha señalado entre las causas pre- disponentes: pero la observación en los manicomios nos auto- riza á poner en duda esta idea tan extendida, porque la morta- lidad ha seguido la curva general, sin modificarse, como debiera haber sucedido á ser cierto el fenómeno; puesto que en igual- dad de circunstancias, para los desgraciados locos no habría esa 16 causa adyuvante, por razón de que, si para ellos apénas existe el mundo exterior, ménos aún les había de preocupar el riesgo de contraer una enfermedad mortal. Condiciones determinantes.—En este grupo pueden figurar en primera línea, los desarreglos del régimen alimenticio, sea en cantidad, sea en calidad; el abuso de las bebidas alcohólicas, en virtud del catarro gastrointestinal que determinan; la ingestión de grandes cantidades de toda clase de líquidos; en una pala- hra, todo aquello que altere de una manera desfavorable el equilibrio funcional del aparato digestivo. Los cambios bruscos de temperatura, las fatigas, los excesos de cualquier género que sean, obran también eficazmente para el desarrollo de la enfermedad. Pero nada tan poderosamente como la circunstancia de po- nerse en contacto, directo ó mediato, con el enfermo. Porque si todas las influencias enumeradas ántes contribuyen á prepa- rar el terreno, á formar un medio capaz de favorecer la evolu- ción del microbio de la misma manera que el líquido de cultivo, bastará únicamente la presencia del gérmen para que se des- arrolle y multiplique, produciendo la enfermedad y la muerte en el organismo humano. III CONTAGIO Y GÉRMEN. Contagio.—Tan grandes y de tal importancia son las dificul- tades que se presentan, en el capítulo que estudia la manera có- mo se propaga el Cólera, que muy bien podríamos señalarlo como el punto más espinoso del camino que tenemos que re- correr. Pero si procedemos con método en la investigación, acaso podamos llevar á término feliz nuestro propósito. Le se- 17 guirémos en sus asoladoras peregrinaciones para averiguar dón- de nace, cómo se extiende salvando los bordes de su mortífera cima; de qué vehículos se vale para propagarse; qué camino sigue, y en su primera jornada, procuraremos ver cómo se al- berga y de qué medios se vale para relacionarse con los habi- tantes del lugar; indagaremos, cuando de allí salga, por qué lo hizo y hácia dónde se dirige de nuevo; que si halla dificultades para entrar á una población, ya sabremos cómo las vence, y las venganzas que por ello ejerza En el país de los misterios y las tradiciones tuvo su cuna el fatídico viajero que tantas veces ha recorrido el mundo, dejan- do en todas partes la huella de su paso marcada con la deses- peración y la muerte. De las bocas del Ganges han partido siempre las epidemias de cólera contaminando á la humanidad entera. La manera especial como se propagan las enfermedades de cierta naturaleza, han hecho, sin duda, que desde la más remo- ta antigüedad se les atribuyera un carácter contagioso, de tal suerte que, desde que los progresos de la civilización han per- mitido organizar más regularmente las sociedades modernas, siempre se ha intentado poner en práctica los datos suminis- trados por la ciencia para detener la invasión de las epidemias. Pero desde fines del siglo pasado, ya vemos eminentes observa- dores declararse en contra del contagio, y producir esto la supre- sión de las medidas restrictivas que ántes se habían empleado. No obstante, en la actualidad es mayor y más respetable el nú- mero de sabios que sostienen la idea de que el cólera siempre es importado en una localidad donde estalla una epidemia, aun cuando algunas veces no haya sido posible encontrar todos los eslabones de la cadena conductora. Como se ve, la solución de este problema es de importancia capital para la práctica, puesto que de no admitir el contagio, y suponer que el origen de la enfermedad se refiere á causas cós- micas ó zymóticas imposibles de conocer, nuestro papel se re- duciría á sufrir pacientemente los efectos de un mal que no podíamos conjurar. 18 En este asunto, que actualmente se ventila entre los sabios europeos, ya se han dilucidado algunos puntos que permanecían en la oscuridad, y aun cuando todavía no se haya dicho la últi- ma palabra, se han presentado hechos que hablan elocuente- mente en pro del contagio. Ya en 1830 Telesius señalaba las deyecciones de los enfer- mos como el principal vehículo del agente colérico. En 1854 Aclamad llegaba á la misma conclusión. Para explicar la forma- ción de focos de infección, dice que el elemento patógeno parece reproducirse con suma rapidez por su mezcla con otras mate- rias fecales, como si se desarrollara un fermento particular, ca- paz de trasformar el contenido de una letrina en manantial de gérmenes coléricos. En la prisión de Ebrach casi todos los presos fueron atacados por el cólera, sin que ninguno de los soldados que los custodia- ban sufrieran tal desgracia. Estos se servian de letrinas que no tenían ninguna relación con las de los prisioneros. Niemeyer observó en Greifswal, que cada caso nuevo tenia por origen el haber hecho uso de letrinas que ya habían servi- do á algún colérico. Delbrück refiere observaciones semejantes. No sólo las evacuaciones de un individuo en plena enferme- dad la pueden propagar, sino que también poseen igual viru- lencia las materias que provienen de la diarrea premonitor a. Es- tos casos son muy numerosos; pero como enteramente verídicos citarémos los de Griesinger, de Millinger, de Studgard, de Die- buhr, así como las observaciones citadas por Pettenkofer, IIuv- man, Kortum, etc., etc. La Conferencia Internacional de Constantinopla de 1866, des- pués de luminosas polémicas, llega á estas conclusiones: El Cólera Asiático; siempre es importado; se propaga por focos sucesivos; en todas partes donde estalla una epidemia, es llevada por el hombre, cuya marcha sigue sin precederlo nunca. Las de- yecciones coléricas son el receptáculo del germen morboso, etc. La influencia poderosa del hombre enfermo ó de objetos im- pregnados de sus deyecciones es evidente. Ya es una mujer que parte de Odessa, donde reina una epidemia de cólera, atraviesa 19 toda ]a Alemania y se detiene en Altembourgo; ahí cae enferma y contamina á su familia, luego la casa, la ciudad y hasta sus inmediaciones. Ya es un soldado de la guardia republicana de Paris que parte para Ghambly, donde permanece cerca del rio Lesche. Este hombre es atacado de cólera, y sus deyecciones, arrojadas al suelo, son arrastradas por la lluvia hasta el rio. Cien metros más abajo vivía una familia que se servia del agua del rio para todas sus necesidades. Dos niños son infecta- dos y uno de ellos sucumbe en treinta horas. Un trabajador de Moor-Mokton, á seis millas de la ciudad de York, donde asola- ba el cólera en esos momentos, cae enfermo y muere con todos los síntomas del cólera. Pero este individuo nada habia tenido que ver con el lugar contaminado, y sin duda se habría incri- minado al aire, si una cuidadosa pesquisa, favorecida por el azar, no hubiese venido á revelar el contacto y sus agentes. El hijo del difunto vivía en Leeds, en la casa de su tia. Esta mujer aca- baba de morir de cólera, y toda su ropa, sin lavar, habia sido enviada al trabajador de Moor-Mokton. En cambio, en 1865, la Sicilia y la Grecia escapan á la terri- ble epidemia, por sus rigurosas medidas de aislamiento, á pesar del incesante paso, cerca de sus costas, de buques contamina- dos. (Grancher.) Proust refiere el hecho siguiente, que prueba que en una sa- la de hospital se verifica lo que en una casa. En la epidemia de 1865 un colérico es admitido en la Caridad, en la sala de San Cárlos núm. 5. La misma tarde se le traslada á la sala destinada á los coléricos. Al otro dia de su partida, su vecino inmediato de cama, el núm. 6, se ve atacado de cólera y se le tiene que llevar al departamento respectivo. Al dia siguiente le toca su turno al núm. 7, y de cama en cama, sin saltarse una sola, siguiéndolas en su colocación ordinal recorre hasta el núm. 16, haciendo otras tantas víctimas. Después de una investigación cuidadosa, se pudo notar que la dirección del contagio ha seguido un orden determinado, que era precisamente el mismo que se observaba al hacer el servicio de ropa y comida. Pero pocos hechos ha de haber tan elocuentes, tan bien com- 20 probados, tan exactamente referidos como la invasión de Argel en la terrible epidemia de 1865. Viendo el Mariscal Mac-Mahon, gobernador de Argelia, el grandísimo riesgo que la ciudad corría por sus relaciones con Marsella, se propuso tomar todas las medidas necesarias para evitar la contaminación. La primera providencia fué instalar á tres leguas de Argel, en el fuerte y en la isla Sicli-Ferruch, un lazareto y un campo de observación para los pasajeros civiles y militares, teniendo en cuenta multitud de requisitos y preceptos de higiene para su instalación. La duración de las cuarentenas, después de algunas variaciones, se fijó en quince dias completos. A fin de evitar, en caso de interrupción ó descuido en el cordon sanitario, la im- portación de la enfermedad en el interior de los hospitales de Argel, que siempre habían sido magnífico terreno para la ex- pansión en las epidemias precedentes, el Mariscal, aconsejado por la Sociedad de Medicina, hizo instalar dos hospitales para coléricos, fuera de la línea de defensa Muy largo seria se- ñalar todas las precauciones que se tomaron; pero baste decir que todas fueron tan bien discurridas como ejecutadas, y que su observancia rigurosa debia haber preservado á la ciudad de la invasión, si no se hubiera omitido un detalle importantísimo. La prisión militar quedaba en el interior olvidada, y á ella te- nían que ir los deportados. Todo marchaba perfectamente hasta el dia 17 de Agosto, cuando un militar condenado que venia de Marsella, desembar- có en el vapor “l’Aunis” presentando los síntomas del cólera. Esta no fué más que la primera manifestación de la epidemia que atacó á veintiocho individuos, produciendo diez y seis muer- tos hasta el 8 de Setiembre. La ciudad de Argel habia quedado enteramente inmune; pero el dia 9 de Setiembre, un deportado que habia quedado en ob- servación en Sidi-Terruch, á causa de ciertos accidentes gastro- intestinales que padecía, es enviado á la prisión militar, y ese mismo dia cae atacado por el cólera. Este único descuido in- trodujo al temido elemento dentro de la ciudad, y desde ese 21 momento la invasión de la epidemia fue ya un hecho, que des- truyó enteramente el buen resultado que hasta allí habían pro- ducido las medidas restrictivas. Pero hay algo de mayor importancia todavía en la historia de esta epidemia, que con tanta exactitud y abundancia de de- talles refiere el Dr. Vincent. El hospital Dey, que había recibido al enfermo introductor del germen morboso, se había convertido en foco de infección; pero una explosión de las más graves ataca cinco lugares á la vez, sin que cuatro de ellos hubieran tenido relación directa con el hospital. No había más punto de contacto que el agua de que se servían, la que, por una torpeza imperdonable, había sido contaminada por la ropa sucia de los coléricos. Este desgracia- do accidente se conoció cuando se hubieron fijado los médicos en que la distribución de casos de cólera, coincidía perfecta- mente con la del agua que venia del depósito contaminado; tanto más, cuanto que nada semejante acontecía fuera de los límites de distribución de aquella agua. La causa del mal pareció evi- dente sobre todo, cuando los culpables confesaron su imprevi- sión. En cuanto á los demas focos que se formaron en lugares muy distantes del hospital Dey, y que favorecieron admirable- mente la propagación, habían sido originados por personas que, por cualquier motivo, se acercaron á los enfermos de aquel es- tablecimiento, llevando así los gérmenes á sus respectivos do- micilios. Haríamos interminable la lista de casos auténticos que com- prueban el contagio, si quisiéramos referirlos todos; pero cree- mos que los ya citados son suficientemente demostrativos, sobre todo, si atendemos á la respetabilidad científica de los nombres que los suscriben. En efecto, en todos encontramos el contacto directo ó media- to de los individuos sanos, sea con los enfermos, sea con sus deyecciones ó con objetos impregnados de ellas. Siempre que se ha tenido cuidado de hacer una investigación escrupulosa para hallar el punto de partida de una epidemia, se ha podido encontrar el vehículo del contagio. 22 Las razones que invocan los partidarios de la trasmisión del cólera por el aire, son las siguientes: 1? Diseminación rápida en un lugar atacado. 2? Simultaneidad en el ataque, cuando un contacto mediato ó inmediato no ha sido posible. 3? La constitución médica que reina, en tiempo de epidemia, so- bre los individuos que habitan un lugar infestado. Las dos primeras, no son más que el producto de observa- ciones superficiales; porque en los mismos casos que hemos ci- tado se habría llegado á conclusiones parecidas, si una investi- gación más cuidadosa no hubiera desentrañado la verdad de las cosas. En cuanto á la última, diremos, que si la estadística nos hiciera conocer la constitución médica ántes de la invasión, y durante la epidemia, podría ser admitida, siempre que los da- tos le fueran favorables; pero como le falta esa base, nos vemos obligados á desecharla. El contagio por las cosas contaminadas basta para explicar la invasión con todos los caracteres que pueda tener. Basta sólo reflexionar en el infinito número de vehículos que pueden lle- var el germen colérico, para convencerse de que no es necesa- rio el aire para su difusión. Que se piense en todas las causas de infección á que está expuesto cualquier alimento que tome- mos, y nada nos admirará. Sin embargo, hay casos en que todo esfuerzo es insuficiente para encontrar el origen de una epidemia. Cuando se dieron los primeros casos de cólera en Toulon, el año pasado, inme- diatamente partió de París una Comisión para averiguar la na- turaleza de la enfermedad y dictar las medidas convenientes para sofocarla. A pesar de la competencia científica de sus miembros, entre los que se encontraban Proust, Brouardel y Rochard, no se ha podido demostrar la importación del gérmen morboso, sin que esto fuera obstáculo para que calificaran de cólera asiático la enfermedad reinante. Idénticas circunstancias mediaron en la epidemia de Chiapas, en 1882; y entonces vi- mos á la Comisión de médicos militares enviada á ese Estado, proceder con la misma habilidad y tacto que mostró dos años 23 después la de Toulon, y declarar que se trataba del Cólera Morbo-asiático, según consta en el informe rendido al Consejo Superior de Salubridad. Para explicar estos fenómenos, habrá que convenir en que el elemento patógeno, importado á esos lugares en epidemias anteriores, yacía como en estado latente, por serle el medio des- favorable; pero una vez que las condiciones se tornaron en pro- picias, adquirió suficiente vigor para determinar una epidemia. Todos los datos que hemos consignado, no han tenido más fuente que la observación; pero si ahora dirigimos nuestra vista del lado de la experimentación, nos convenceremos de que los partidarios del contagio avanzan más cada dia. Desde las primeras experiencias sobre colerizacion en los ani- males, emprendidas por Robín, Legros y Goujon, hasta el des- cubrimiento de Koch y los estudios posteriores del bacillus-coma, todo tiende á probar que el cólera se adquiere por contagio, en virtud de la introducción de un virus en la economía. Julio Guerin sostiene en la Academia de Medicina, que es necesario desechar completamente la teoría de la importación del cólera; no es al contacto de los enfermos, á la presencia de las deyecciones ó de objetos contaminados, á lo que se debe atri- buir la propagación de la enfermedad; según él, las epidemias de cólera están sujetas á las mismas leyes que rigen la evolu- ción y propagación de las demas enfermedades infecciosas; son el producto de ciertas constituciones médicas, que resultan de modificaciones en la atmósfera y en el organismo. Y en el afan de sostener tal tésis, ha llegado á atacar la dualidad del cólera, diciendo que el cólera nostms y el morbo-asiático son una sola entidad nosológica. Con datos estadísticos perfectamente auténticos, el profesor Proust ha demostrado que, las ideas emitidas, en lo relativo á la constitución médica, eran enteramente falsas; y con no ménos talento y erudición, le ha hecho ver, secundado por J. Besnier, que desde el punto de vista clínico y epidemológico era impo- sible sostener la unidad del cólera. Pouchet, por el contrario, ha reducido la cuestión á términos 24 precisos, diciendo que el estudio del contagio debo reducirse á la investigación de las condiciones de vida del microbio pató- geno. Un individuo, una familia, una casa, una ciudad, serán iuvadidos por el cólera, cuando sean un terreno de cultivo favo- rable; en el caso contrario, poseerán la inmunidad. En resúmen, podemos decir que el cólera no se trasmite, sino en las condiciones siguientes: l?1 Por el agua. 2? Por los coléricos y los individuos que estén atacados de diar- rea premonitora. 3? Por los lienzos y toda clase de objetos impregnados por las deyecciones. 4? Por los individuos que, estando en la incubación del cólera, puedan trasmitirlo cuando se manifieste en ellos. Germen.—De tiempo atrás se sabia que los individuos que han sufrido los ataques de una enfermedad virulenta, aun en su forma benigna, quedaban exentos de un nuevo ataque; es decir, que estas enfermedades no reincidían. De allí á intentar la ino- culación de la forma benigna para preservar de la forma grave, no había sino un paso, que fue bien pronto dado. Pero este procedimiento tenia el gravísimo defecto de colocar al individuo inoculado en el riesgo de encontrar una enfermedad mortal, aun cuando el mismo virus hubiera producido en otro la enfer- medad completamente benigna. Así es que era necesario tener con anticipación, la seguridad de que la inoculación preventiva surtiría este efecto, sin poner en peligro la vida del individuo. El talento observador de Jenner realizó ese ideal, mereciendo así el título de benefactor de la humanidad. Este hecho había quedado aislado, á pesar de su trascenden- cia, hasta que las investigaciones del eminente Pasteur trazaron el camino que se debia seguir para encontrar el origen de las enfermedades infecciosas. Si el escalpelo había sido impotente para arrancar á los cadáveres su secreto, el microscopio nos lo reveló, abriéndonos las puertas de un mundo enteramente des- 25 nocido. Con ese medio de exploración tan poderoso, lia nacido una revolución en la nosología y la terapéutica, que tendrá que mcdificar nuestras ideas en punto á etiología y profilaxia. Pasteur y sus inteligentes colaboradores, Chamberland y Roux, han colocado la piedra angular del pedestal en que se levantará, imponente, la medicina del porvenir. Podemos decir, sin temor de equivocarnos, que á los sabios especialistas de nuestro tiem- po corresponde el honor de haber llevado á su verdadero ter- reno el dificilísimo arte del médico. Se han remontado á la causa de las enfermedades, para ver si de esa manera nuestros medios de defensa son más eficaces, sea preservándonos de sus ataques, sea combatiéndolas en el organismo contaminado. Los magníficos resultados obtenidos hasta este momento, pueden fundar la opinión que aventuramos. Porque en los casos en que se ha descubierto un micro-orga- nismo patógeno, y el análisis cuidadoso de sus condiciones de vida nos ha hecho conocer su evolución, ha sido posible evitar los inmensos perjuicios que producía. Por desgracia no estamos á esa altura respecto del bacillus- coma, que según Koch es el gérmen patógeno del Cólera Morbo asiático; pero miéntras tal desiderátum se realiza, veamos en qué estado se encuentran los trabajos de los sabios que lo es- tudian. Antes de su expedición á Egipto, Koch no había confirmado nunca la anatomía patológica del cólera, y admitia, según las descripciones de los autores, las leves lesiones del intestino y la presencia en él del líquido riziforme. Después, en sus investi- gaciones, pudo convencerse de que las lesiones intestinales son, por el contrario, profundas y muy manifiestas, sin que la ob- servación más minuciosa le hubiera revelado, en la sangre ó en algún órgano que no fuera el intestino, la presencia de un prin- cipio infeccioso. Desde ese momento consagró toda su atención á las lesiones intestinales. Unas veces la porción del intestino situada arriba de la válbula ileo-cecal era el sitio de una rube- facción oscura sembrada de hemorragias superficiales ó de pía- 26 eas esfaceladas, diftéricas, y conteniendo serosidad sanguinolenta y fétida; otras, las lesiones eran ménos aparentes; pero presen- taban como carácter nuevo su proximidad á las placas de Pe- yer, cuyos bordes aparecían con un tinte rojo, especial á los coléricos. En un pequeño número de autopsias, casi no liabia más datos necroscópicos que un ligero relieve de las placas. El microscopio reveló que, en las placas de Peyer de contor- nos rojizos, había notable cantidad de bacterias hasta cierta pro- fundidad, y su aspecto era tan particular, que se les podía dis- tinguir perfectamente de las otras bacterias y bacillus que las rodeaban. Koch sospechó cierta relación de causalidad entre el desarrollo de las bacterias del primer grupo y el procesus colé- rico; así es que en éstas fijó especialmente su atención para ver si se confirmaba su hipótesis. Con el objeto de diferenciarlas de todas las demas, designó la especie con el nombre de Kom- mabacillen; es decir, bacillus en vírgula, á causa de su forma arqueada. El mismo describe este organismo, diciendo que es un pequeño filamento más grueso y ménos largo que el bacillus de la tuberculosis; siempre en arco, pero la curvatura más ó ménos pronunciada; ya presenta el aspecto de una coma, ya el de una semicircunferencia, ó bien, cuando se yustaponen dos por una de sus extremidades, quedando las curvas en sentido contrario, afectan la forma de una S; y por último, cuando por el crecimiento se alargan, se ven como fibrillas onduladas. El bacillus-coma se cultiva en caldo de carne; ese medio ar- tificial le es tan propicio, que en un momento se multiplica y adquiere gran vigor, á juzgar por la rapidez de sus movimien- tos; es tal, dice Koch, que en el campo del microscopio se des- alojan á manera de moscas volantes. El cultivo puede hacerse también en leche, en el suero san- guíneo y en la gelatina esterilizada; en esta sustancia se distri- buyen en colonias, que tienen el aspecto de gotitas no re- dondeadas, de bordes irregulares y desgarrados. Cuando estas esterillas adquieren mayores dimensiones, aparecen distinta- mente granulosas y con notable poder refringente. La gelatina se liquida en torno á la pequeña esferita, y ésta cae al fondo de 27 un embudo muy alargado, que por la liquidación se forma, con la particularidad de quedar aquella envuelta en una especie de burbuja gaseosa. Para Koch, estos dos fenómenos son característicos, porque en ningún cultivo ha encontrado algo semejante. Los cultivos requieren una temperatura de 30 á 40° C.; el desarrollo se suspende á 16°; el microbio no es destruido por las bajas temperaturas, pues se ha podido ver que un frió de 10° no ha impedido su reproducción ulterior; y por último, son bacterias aerobias, tan rápidas en su desarrollo, que al cabo de tres dias está terminado. Con estos datos, se puede decir que ya hemos hecho cono- cimiento con el temido enemigo; por ahora está en nuestro po- der y activamente se le instruye su causa; pero mientras se dicta su sentencia de muerte, verémos las pruebas á que se le ha so- metido para averiguar su resistencia vital. En la serie de experiencias que tomamos á Nicati y Rietsch, resaltan admirablemente los métodos de investigación científica, y el vigor con que se han aplicado, acredita la exactitud en las conclusiones: verémos aplicado el método más particularmente empleado á la experimentación, el de Diferencia, que tan mara- villosos servicios presta, siempre que se puede reproducir con integridad el fenómeno en cuestión, y se desea averiguar la re- lación de causalidad que le liga con los demas fenómenos que le acompañan. En efecto; en estas investigaciones se ha procedido aumentan- do á 10 c. c. de líquido desinfectante, 4 ó 5 gotas de gelatina li- quidada, muy rica en bacillus-comas; luego, cuando ya habían trascurrido 5,10,15, 20 minutos, etc., se tomaban de la mezcla 6 á 8 gotas para sembrarlas en gelatina nutritiva, sea en lámi- nas de vidrio, ó bien en frascos provistos de opérculo. Estas preparaciones quedaban sometidas por espacio de 6 dias á una temperatura de 15°, y cuando después de este tiempo no había ningún desarrollo de vírgulas, era cuando se concluía que todas las sembradas estaban muertas. Con frecuencia la experimen- tación se prorogaba por más de seis dias. 28 Al lado de estas láminas y frascos, habia otros en los que to- das las circunstancias eran idénticas á las de los anteriores, excepto la presencia del cuerpo cuya acción se deseaba conocer. Ahora bien, si estos dos grupos de fenómenos diferian única- mente por una circunstancia, y ésta existia en aquel en el que la muerte del microbio se presentaba, era forzoso admitirla co- mo causa ó parte de la causa de la muerte de este organismo. De esta manera se ha podido notar, que el agua saturada de ácido sulfuroso, después diluida en 9 volúmenes de agua destila- da, destruye el bacillus-coma al cabo de 15 minutos; el agua que contiene su volúmen de ácido sulfuroso obra incompletamente. El ácido sulfúrico, á 66° Baumé, diluido á con agua des- tilada, produce la muerte en 10 minutos. El ácido clorhídrico humeante á produce el mismo efecto en ménos de 5 minutos; diluido á conserva todavía su acción, pero obra con lentitud. El ácido nítrico monohidratado, es comparable en sus efectos al ácido sulfúrico. El ácido acético á Joo de dilución, lo mismo que el tártrico, lo destruyen en 10 minutos; este último obra en ménos de una hora si se le diluye á El fenol á oü¡, esteriliza en un cuarto de hora; á o¡¡ó en 10 mi- nutos. El ácido salicílico á en 10 minutos obra; es mucho más lento á ego- Las sales que siguen son activas al cabo de 10 minutos: El sulfato de zinc á El cloruro de zinc á El sulfato de cobre á g~ El bicloruro de mercurio á El alcohol no mata al microbio sino á 25° centg. El vino, de riqueza alcohólica notable, es activo en 10 minu- tos; diluido en 3 volúmenes de agua, en menos de media hora; con cerveza rica en alcohol, en un cuarto de hora esteriliza. 29 El bacillus-coma conserva su facultad de reproducirse hasta 50 y 55°; á 60 grados se muere. Koch también ha emprendido este género de investigaciones, pero no sabemos cuál habrá sido la base de su experimenta- ción, ni el tiempo que trascurría para producirse el efecto bus- cado; únicamente indica en sus conclusiones el grado de dilución de la sustancia, capaz de detener el desarrollo del bacillus en los cultivos. Y así dice, que es necesario de yodo y de sulfato de fierro para alcanzar ese resultado. De alumbre j-Jg-, de alcan- for -J5J, de ácido fénico , de quinina -j¿-, y de esencia de men- ta no para esterilizar, sino para suspender el desarrollo de los microbios colerígenos; en tanto que Nicati y Rietsch lle- vaban sus experimentos hasta la destrucción de los gér- menes. Los bacillus perecen rápidamente en la sequedad. Koch ha extendido, sobre tela húmeda, deyecciones de coléricos en mag- níficas condiciones para el desarrollo; y luego que pasó un tiempo suficiente para que esto se verificara, sometió las telas á la desecación, sin que después de esto se hubiera podido en- contrar un solo microbio con vida. Por manera que, á ser cierta esta observación de Koch, para que las deyecciones de los coléricos conserven toda su virulen- cia, necesitan de la humedad; cosa que en nada contradice lo que dejamos establecido, sobre todo, si se piensa en la peque- ñísima cantidad de agua que semejantes organismos requieren para vivir, y que han de hallar en todas partes, á no ser que determinada circunstancia influya para producir una desecación completa. Falta determinar las relaciones que hay entre el bacillus ca- racterístico del cólera asiático y el procesus morboso; es decir, analizar si entre el microbio y la enfermedad simplemente hay relación de coexistencia, ó bien de causalidad; y en caso de ser esta última, aún queda por averiguar cuál es causa y cuál efecto. La observación es impotente para resolver este problema, si no solicita el poderoso auxilio de la experimentación. Veamos lo que la ciencia debe hasta ahora á los eminentes 30 observadores que estudian el complicadísimo asunto de la pa- togenia microbiótica. Desde luego podemos admitir la coexistencia del bacillus-co- ma y el Cólera Morbus, al grado de ser un fenómeno señal del otro, en virtud del gran número de observaciones en que des- cansa. Para establecer relación de causalidad entre ellos, es necesa- rio esperar los casos que espontáneamente se presenten, y en los que las circunstancias que los rodeen sean tales, que llegue- mos á esa conclusión, ó bien, improvisar el fenómeno por la experimentación. Con ambos medios se obtienen cada dia resultados más y más satisfactorios. Así Koch descubrió el mico-organismo en cuestión en esos estanques de la India, cuya agua emplean in- diferentemente los habitantes del lugar en los alimentos ó en el aseo de la ropa. A la sazón reinaba allí una epidemia de cóle- ra, que llegó á su máximun precisamente cuando las bacterias virgulóides figuraban en mayor número en las aguas del estan- que infeccioso. En el terreno puramenle experimental, que es el que nos ha de conducir á la verdad, se registran algunos hechos que poco dejan que desear para confirmar plenamente el valor patogéni- co del bacillus. Koch ha inoculado directamente el líquido de cultivo en la cavidad abdominal de conejos y ratones; los cone- jos, después de largos padecimientos, han resistido, en tanto que los ratones sucumbieron en uno ó dos dias, encontrándose en la sangre el bacillus característico. Pasteur, en sus brillantes experiencias sobre el carbón, recur- rió áun procedimiento ingeniosísimo, para purificar sus cultivos: el que hasta allí había seguido se reducía á sembrar el germen en un medio apropiado, y tomar de éste un individuo de la nue- va generación y trasportarlo á un líquido de cultivo, esterilizado, para tener otra generación; y esta operación la repetía cuantas veces creía necesario para obtener un producto enteramente puro, que seria el que sometiera á la atenuación. Pues bien, en obvio de todas estas dificultades, imaginó un medio perfecta- 31 mente seguro para llegar al mismo resultado. El organismo de un animal le servia de filtro para su purificación. Inyectaba el virus carbonoso, tomado directamente del animal enfermo, en otro de la misma especie que moría á causa de la enfermedad producida artificialmente, y de su sangre extraía las bacterias ya puras. En las últimas experiencias sobre colerizacion esto es lo que se ha hecho, y el bacillus tomado de la sangre de un animal contaminado artificialmente, es decir, perfectamente puro, ha originado un grupo de síntomas análogos á los del cólera en el hombre. Por ahora este hecho nos parece concluyente, y mientras nuevos experimentos vienen en su apoyo, en él podemos basar la propiedad patógena del bacillus-ooma. SEGUNDA PARTE. PROFILAXIA. En el dominio de la práctica, generalmente se desdeñan las teorías patogénicas de las enfermedades miasmáticas, por más que una buena profilaxia tenga que estar basada en el conoci- miento profundo, si no de la verdadera causa morbosa, cuando menos de todas las condiciones que influyan en la aparición, desarrollo y gravedad de una epidemia. Penetrados de esta verdad, quisimos, ántes que todo, apun- tar lo referente á la etiología del cólera asiático, y si hemos con- seguido llevar á término feliz este propósito, podrémos abrigar la convicción de que los preceptos de higiene que vamos á tra- zar, aparecerán ménos empíricos, y tal vez se acrediten de más eficaces, por el hecho de quedar así muy bien marcado el fun- damento que pudieran tener. Pero como las medidas sanitarias difieren considerablemente según su radio de defensa, podrémos agruparlas en relación con este punto de vista, que, por otro lado, tiene la ventaja de pro- porcionarnos la manera de clasificarlas en la exposición que vamos á hacer. En tal virtud, estudiarémos primero la esfera de acción en que el Estado puede intervenir para libertar al país, en lo que 34 sea posible, de la importación de una epidemia; luego examina- rémos la conducta que deba seguir el Municipio, tanto para pro- veer á las urgentes necesidades de una ciudad contaminada como para preservarla si hubiere inminente peligro de contagio y por último, penetrarémos, en nombre de la higiene, hasta el discreto recinto del hogar doméstico, para llevar en forma de consejo familiar, los principios fundamentales que la ciencia nos ofrece para conjurar un mal que amenaza de muerte la exis- tencia. I ESTADO. El perímetro de una nación marca los límites de acción de su gobierno y establece los puntos donde debe levantar la in- franqueable barrera que oponga al enemigo. Las fronteras y las costas son, para el Estado, la línea de defensa en que lia de concentrar toda su actividad y talentos estratégicos, si desea al- canzar el triunfo en tan gigantesco como desigual combate. Analizando las condiciones en que se presenta el conflicto, forzosamente hay que convenir en que sólo la terrible necesi- dad en que se encuentra un pueblo, en un momento dado, pue- de obligarle á sostener una lucha en la que todo favorece al enemigo, á pesar de no ser éste más que un simple elemento protoplásmico, y el blanco de sus tiros el tipo más perfecto de la escala animal. Pero el ingenio humano ensancha cada dia los límites de su poderoso imperio, y arranca á la ciencia nuevas armas para do- minar el medio destructor que le rodea; así es que se debe con- fiar en ellas, conocerlas perfectamente y saber su manejo, para esgrimirlas con ventaja en favor de la propia conservación, y no entregarnos á la inacción y al fatalismo como los desdicha- dos egipcios, que con la vida han pagado su incuria y la igno- rancia y apatía de sus gobiernos. 35 Fronteras terrestres.—Esta es la parte de más difícil defensa para el Estado. El viejo recurso de los cordones sanitarios, aho- ra es tachado de inútil y combatido rudamente; sin embargo, cuando la zona limítrofe es muy accidentada y hay pocas vias de comunicación entre las naciones colindantes, situando con habilidad los puntos de observación, se puede vigilar con bas- tante eficacia. Cuando, por el contrario, la línea divisoria ocu- pa grandes llanuras, la vigilancia es más difícil; pero de todas maneras, se podrá evitar la importación de la epidemia con mayor número de probabilidades, que si se deja puerta franca á todo género de objetosé individuos que pudieran propagarla enfermedad. Gordon sanitario.—Para establecerlo, hay que poner en prác- tica el mismo recurso que se emplea normalmente para evitar la introducción fraudulenta de mercancías; pero como la tras- cendencia de una infracción, y la responsabilidad de los vigi- lantes crece en proporción al daño que se causa, es indispensa- ble aumentar las precauciones, para obtener el resultado que se busca. Así, la línea de soldados que, bajo severísima consigna, se si- túe en la zona de observación elegida, deberá establecerse de manera que aproveche todos los accidentes del terreno para la mejor vigilancia; que su aislamiento sea completo, á fin de que no se trasforme en hilo conductor de la enfermedad; que la ca- lidad del servicio y su duración ordinaria sean prudentemente calculados y distribuidos, con el objeto de que se cumpla debi- damente; que la fatiga sea menor y la susceptibilidad para las enfermedades disminuye. Además, la sección médica agregada, deberá asumir la direc- ción en todo lo relativo al servicio sanitario, y poseer cuanto necesite para llenar satisfactoriamente su cometido. En general, bastará someter á los viajeros al exámen de un medico, ántes de llegar á las estaciones, aduanas y demas pun- tos de tránsito en las fronteras, y exigirles un certificado de los 36 médicos del lugar de partida, que acredite su estado de salud. Y sólo se podrá impedir el libre tráfico, cuando de la pesquisa surjan vehementes sospechas contra algún individuo, y rehúse sujetarse á la cuarentena de observación. Todo género de mer- cancías y equipajes sospechosos se desinfectarán por la venti- lación prolongada, ó por cualquier otro medio eficaz. Este recurso, lo mismo que todas las medidas restrictivas, exigen la oportunidad en su ejecución. En Rusia y Prusia, du- rante las epidemias de 1830 y 1831, han sido ineficaces, por haberse establecido ya que el cólera estaba causando estragos en el interior. Por el contrario, la bondad de esta medida se ha comprobado en la estadística presentada por el Dr. Rosember- ger al ministro del Interior, en Rusia, sobre las epidemias de cólera,.desde 1847 á 1849; en ella se ve que el número de muer- tes sobrepasa en más de un millón, á las causadas por las epi- demias de 1829 y 1835. En el primer caso, la propagación fué favorecida por la supresión de medidas restrictivas, miéntras que en el segundo se observaron con todo rigor. En 1866 la vi- lla de Tiberiades, en Palestina, perdió más de cien individuos coléricos, sobre tres mil habitantes que contaba, poco más ó ménos; fué cercada por un cordon sanitario, y la epidemia se extinguió allí sin haber podido propagarse á los lugares vecinos. Uno de los fuertes que en el desierto arábigo están destinados á contener las excursiones de los beduinos, es invadido por el cólera; acto continuo se le aísla, y la temida enfermedad queda confinada allí, sin haberse trasmitido á ninguna de las otras for- talezas, que sólo distan unas tres millas á lo sumo. Por estos hechos y otros muchos de igual valor, se puede es- timar la eficacia de este medio, cuando se pone en práctica si- guiendo al pié de la letra los requisitos que exige. A su debido tiempo verémos si son tan ventajosos en el inte- rior de un país como para guardar sus fronteras; por ahora, pa- sarémos á examinar la manera de establecer la vigilancia en las costas, en donde el peligro es inmenso, á causa de la comuni- cación que, por intermedio de las embarcaciones, se puede es- tablecer con los lugares infestados. 37 Fronteras marítimas.—Esta línea todo el mundo está de acuer- do en la necesidad de guardarla, no sólo porque la vigilancia puede ser más rigurosa, dado el número reducido de lugares accesibles, en virtud de su disposición topográfica, sino que los individuos y objetos de todo género, que por los puertos pudie- ran introducir la enfermedad, se encuentran en un medio, di- gamos, absolutamente independiente del nuestro, en el que podemos aislarlos para investigar su estado sanitario, ántes de permitir el libre tráfico en el país. La Sección médica, activamente secundada por los empleados ordinarios del puerto, tendrá que concentrar su atención en las embarcaciones peligrosas que, según la probabilidad que haya de que trasporten el gérmen colérico, podemos agrupar de la manera siguiente: 1? Las embarcaciones que parten de un lugar sospechoso 6 lo lian tocado en su travesía, y cuya patente de sanidad é interrogatorio sanitario indican que ningún caso de cólera se ha dado á bordo. 2? Embarcaciones que se hallan en el mismo caso que las ante- riores, en cuanto á su procedencia, pero cuya patente ó interroga- torio atestiguan los casos que han tenido á bordo. 3? Las que han partido de un lugar invadido por la epidemia, ó que lo han tocado en el trayecto, pero sin que la patente de sani- dad ni el interrogatorio revelen que algún caso se desarrollara en el trascurso. 4? Los buques verdaderamente peligrosos, que son los que no sólo han partido de un punto infestado, sino que también han tenido al- guna víctima entre los individuos que conducen. 5? Las embarcaciones que, sin venir de un lugar sospechoso ni contaminado, pudieran importar mercancías infestadas. Ahora vamos á ver la conducta que debemos seguir en cada caso. Para los viajeros y efectos comprendidos en el primer grupo, y en los que sólo hay posibilidad de contagio, bastará con so- meter á los primeros á la cuarentena de observación, en su mis- mo buque ó en lazareto construido ad hoc; pero para ello hay que tomar en cuenta el tiempo trascurrido desde que tocó el ul- 38 timo punto sospechoso, hasta el momento de arribo. Y si es menor que 10 dias, la cuarentena tendrá que durar el tiempo que falte para cumplir ese plazo; si es mayor, entonces sólo 48 horas quedará en observación. En el segundo de nuestros grupos ya vemos convertido en un hecho evidente, lo que para el primero no era más que una prudente conjetura; así es que deben aumentar proporcional- mente los cuidados y restricciones. Aquí se debe colocar la embarcación en aislamiento absoluto mientras se evacúa para desinfectarla; trasladar los enfermos que haya á bordo, al hospital de coléricos que de antemano se haya dispuesto; conducir á los demas pasajeros al lazareto des- tinado á las cuarentenas de rigor; desinfectar el barco con exa- gerado esmero, lo mismo que todos los demas útiles y efectos que se hallasen á bordo, empleando para los que se pueda el vapor de agua y el ácido sulfuroso, y exponiendo los ciernas á la acción purificante del aire. En estas circunstancias, si bien la contaminación se produjo en el lugar de donde partió la embarcación, no es menos cierto que á su vez ésta se ha convertido en un foco morbígeno, y por consiguiente habrá que empezar d contar la cuarentena desde el instante en que los viajeros pisen el lazareto de observación ri- gurosa. La duración de esta cuarentena será de 10 dias completos, dejando expuestos al aire libre, por un tiempo suficiente, los ob- jetos que no se hayan podido someter á la desinfección hecha por el calor húmedo ó por el poderoso reductor sulfuroso. Para el tercer caso que hemos supuesto, las probabilidades de inocuidad son mayores que en el primero, por cuyo motivo nos vemos en la obligación de seguir otra conducta. Sin embargo, la secuestración de los pasajeros podrá arreglarse de idéntica manera que en aquel, y sólo para el cargamento será conve- niente practicar la desinfección con mayor cuidado, así como para el buque. Las condiciones que concurren en el cuarto grupo de embar- caciones nocivas, vienen á reducirse, en el fondo, á las del se- 39 gundo, puesto que en ambos casos se han convertido en foco de infección; debemos, pues, poner en juego los mismos medios y el mayor cuidado posible para escapar del peligro de una in- vasión. Por último, las circunstancias que señalamos en quinto lugar pueden existir, desde el momento en que alguna nación próxi- ma á las invadidas por el cólera, ó en contacto con ellas por sus puertos, no establezca medidas restrictivas de ninguna especie, como ha hecho la Inglaterra, dando al mundo un ejemplo tan poco humanitario, y guiada únicamente por la desenfrenada co- dicia é insaciable apetido que siempre la han caracterizado en sus transacciones mercantiles. Pero España le acaba de dar una lección enérgica, sujetando á rigorosa cuarentena sus embarcaciones, por temor, sin duda, de que se realizara el caso que nos ocupa. Si las demas nacio- nes la hubieran secundado, la Gran Bretaña se habría visto en la necesidad de amparar la vida de sus súbditos, puesto que su comercio nada ganaba aun exponiéndolos á la epidemia, ó cuan- do ménos se la habría obligado á estrellarse en sus mezquinas pretensiones, y á estimar en algo más la salud de su pueblo. Pero volvamos á nuestra embarcación para indicar las res- tricciones que se le deben imponer, sobre todo si el pabellón británico la empavesa. Para fijar la duración de la cuarentena, es conveniente con- tar desde el dia que recibió á bordo los efectos nocivos; y si el número de dias de navegación es mayor que diez, sólo quedará sujeta á la cuarentena de observación por espacio de cuarenta y ocho horas; si es menor, se le secuestrará rigurosamente por todo el tiempo que le falte para cumplir ese plazo. El carga- mento será desinfectado cuidadosamente, empleando particular esmero con los efectos que traigan ó pudieran traer elementos colerígenos. Ahora vamos á examinar los diferentes medios que tanto ayu- dan á la vigilancia sanitaria, y que, por la necesidad de unos, ó por la utilidad y eficacia de los otros, conviene conocer con al- gún detalle, ya que en las prescripciones hechas sólo los hemos 40 mencionado; pero para ello hablaremos primero de los recursos especiales á la vigilancia de los puertos, y después, de aquellos que son comunes á la defensa de las fronteras marítimas y ter- restres. En la primera categoría sólo hay dos: la patente de sanidad y el interrogatorio sanitario. Patente de sanidad.—Consiste ésta en un documento oficial en que se anota por las autoridades respectivas, el estado sani- tario del punto de partida de las embarcaciones, el de los luga- res que han tocado en la travesía, así como la naturaleza de los fenómenos morbosos que se hayan presentado á bordo. Pero como es este un requisito que no se ha generalizado á toda la marina, porque el establecimiento definitivo implica ne- cesariamente su autorización por medio de un convenio inter- nacional, y en este género de negociaciones tendrían que mez- clarse intereses tan extraños á la higiene, como inherentes á la política, nos hemos de conformar con lo que hasta aquí se haya podido hacer sobre el particular; y miéntras se arregla en la forma deseada, procuraremos llenar ese vacío con el Interroga- torio Sanitario. En la Conferencia de Constantinopla se convino en que se formaran dos clases de patentes, según la naturaleza de los in- formes que consignaran. La patente limpia [netté], es aquella en que se certifica que ningún caso de la enfermedad epidémica se ha presentado en el lugar en que preside el funcionario que ex- tiende oficialmente el documento. La patente sospechosa,1 por el contrario, expresa los casos ocurridos. Interrogatorio sanitario.—Para poner en vigor este medio, basta con las facultades que al capitán de puerto se conceden 1 Los franceses llaman pat. brute; pero la traducción literal de este califi- cativo daría un adjetivo poco adecuado al objeto. 41 sobre las embarcaciones que arriban, sin ocuparse absoluta- mente de las medidas restrictivas que otras naciones pongan en práctica. Este recurso no es más que una serie de preguntas, en extremo útiles y previsivas, que pueden servir para infor- marnos del estado sanitario de los puntos tocados, del de par- tida y del observado durante el viaje. Este cuestionario debe ser contestado con toda la lealtad caballeresca, por el capitán del barco, por algunos de la tripulación y de los pasajeros, para poder deducir la conducta que se ha de observar con la embar- cación y su equipo. Pero como alguna vez la perfidia podría presentarse ataviada con el ropaje de la verdad, habrá que pro- ceder siempre con cautela, para descubrir el engaño y castigarlo con rigor, puesto que en acción tan egoísta iría envuelta la rui- na de un país. Los recursos comunes á las fronteras de mar y tierra, son la cuarentena y el lazareto, que se hacen indispensables desde el momento en que se pongan en vigor las medidas restrictivas para tratar de impedir la importación de la epidemia colérica. Cuarentena.—Es sabido que este nombre fue aplicado en un principio, al secuestro de cuarenta dias á que se sujetaba á los viajeros en época de epidemia; después, el conocimiento más profundo que se ha ido teniendo de la naturaleza de las enfer- medades epidémicas, ha hecho que se vaya disminuyendo el número de dias hasta fijarlo para cada enfermedad trasmisible, en un tiempo igual ó un poco mayor al de la incubación; por manera que por ahí debe empezar nuestro estudio de esta par- te de la higiene internacional. Según la respetable opinión de dos eminentes epidemologis- tas, Proust y Brouardel, se pueden fijar dos y cinco dias como límites extremos del período de incubación del cólera asiático. De suerte que, para poder evitar su importación, es forzoso que el secuestro cuarentenario dure todo este tiempo, para pre- senciar el instante en que la enfermedad aparece con su cortejo habitual de síntomas; que no de otra manera podemos saberlo, 42 cuando el individuo ya lleva el germen destructor en las entra- ñas, cuando ya está herido de muerte, pero sin que exterior- mente haya un signo siquiera que lo revele, como desgraciada- mente sucede en la incubación del cólera. Sin embargo, no es unánimemente aceptado ese tiempo para fijar ese importantísimo período; hay observaciones que lo dejan comprendido entre algunas horas y un crecido número de dias. El Dr#Vincent, que tan minuciosamente refiere la historia de las epidemias de cólera en Argel, dice que en la de 1866, el pe- ríodo de incubación se puede estimar en diez y seis dias, con un mínimum de cinco y un máximum de veintisiete dias.1 Baly habla de un navio cargado de emigrantes que, habiendo partido del Havre el 9 de Noviembre, no tuvo el primer caso á bordo hasta el decimosexto dia. En la misma época, 3 de No- viembre de 1848, en otro navio igualmente del Havre, con dos- cientos ochenta emigrantes, el cólera estalló á bordo hasta el vigésimoquinto dia.2 El 21 de Agosto de 1865 parte de un batallón del ejército de Gibraltar se embarcó en el Renovm, buque enteramente nuevo y en buenas condiciones higiénicas. Al dia siguiente, un indivi- duo cae atacado de cólera fulminante, sin que se volviera á pre- sentar otro caso hasta después de trece dias de navegación. A éste siguieron otros, y en el espacio de catorce dias murieron nueve hombres, una mujer, varios niños y el médico de la em- barcación. 3 Pero los higienistas explican estos hechos suponiendo que los pasajeros habían llevado á bordo objetos contaminados, pero que por cualquiera circunstancia no habian podido propagar la enfermedad; ó bien que algunos individuos podrían haberse em- barcado víctimas ya de la diarrea premonitora que, desconocida al principio, más tarde fué el manantial del contagio. Por eso, en medio de estas fluctuaciones, nos atenemos á la 1 Le Coléra d’Alger, por Vincent y Gollardot. 2 Baly, Eeport on cholera, 1854. 3 Confer. de Constantinopla. 43 opinión de la Conferencia Sanitaria Internacional, que en parte hemos modificado por la de Brouardel y Proust. Convencidos de la debilidad de sus fuerzas para luchar con esa terrible enfermedad en el campo de la terapéutica, los sa- bios han recurrido á la higiene para poner en juego todos los medios que pueda suministrar, á fin de prevenir las invasiones epidémicas. Los principales y más dignos representantes de la ciencia y del arte médicos han concurrido á prestar su valioso contingen- te en la resolución del importantísimo problema, que atacara ese memorable Congreso verificado en Roma el año próximo pasado. A él asistieron comisiones de Alemania, Austria, Brasil, Di- namarca, Estados Unidos, España, Francia, Gran Bretaña y Go- bierno de las Indias, Hungría, Italia, México, Noruega, Países Bajos, Portugal, Rusia, Rumania, Suecia, Servia, Suiza y Tur- quía, y después de luminosas discusiones, adoptaron las medi- das sanitarias internacionales que se deben poner en vigor para evitar la propagación del cólera asiático. De ellas tomamos las principales disposiciones que siguen: “Los gobiernos tienen la obligación de dar aviso oportuno de la infección epidémica de sus puertos; y los cónsules deben ad- vertir á sus respectivos gobiernos de la partida de buques sos- pechosos.” “Al partir las embarcaciones, en particular de la India, no se podrán cargar sino después de haberlas limpiado; se rechazará todo pasajero sospechoso; se vigilará á los que fueren atacados de cólera, aislándolos cuidadosamente; el cargamento y equipo del barco se sujetarán á la desinfección; los navios que vengan de lugares contaminados deberán tener á bordo una estufa de vapor para la desinfección; se podrá conceder el libre tráfico in- mediatamente, si el médico de á bordo atestigua que la desinfec- ción ha sido hecha ántes y durante el viaje, si ningún caso de cólera se ha presentado, y si el médico del puerto nota que no existe ningún individuo atacado ó sospechoso. En el caso en que las embarcaciones sean infestadas, los viajeros serán des- 44 embarcados, aislados y sometidos á una observación de cinco dias. En fin, en el caso en que, según el certificado del médico, no haya habido ningún caso de cólera, después de diez dias, la observación podrá ser reducida á veinticuatro horas.” Hay algunas otras prescripciones, que no trascribimos, por no tener importancia para nosotros. Ahora vamos á señalar la diferencia que existe entre la cua- rentena de rigor y la de observación. La primera sólo se impone cuando hay contagio ó vehemen- tes sospechas de que pueda existir en la embarcación. Entonces, se comprende que habrá necesidad de desinfectarla, y para ello que desocupar todo; los enfermos serán trasladados al hospital respectivo; los demas pasajeros, al lazareto destinado para la cuarentena de rigor, y el cargamento conducido á tierra para su desinfección especial. Gomo en esto se supone que el barco es un foco de infección, será conveniente, para la práctica, po- nernos en el caso de que alguno se contagiara en el momento de abandonar su embarcación. Esto no lo podemos saber des- de luego; pero si pasa en el lazareto, á nuestra vista, todo el tiempo de incubación del cólera, necesariamente veremos esta- llar la enfermedad, cuando todavía esté al alcance de nuestra mano impedir la propagación. De otra manera, aquel individuo seria el inconsciente vehículo de una desgracia inmensa é incal- culable por sus resultados. Su duración debe ser de diez dias. En la cuarentena de observación sólo se establecerá un secues- tro de cuarenta y ocho horas, más bien para dar tiempo á la exploración detallada del estado sanitario del buque, que para imponer una medida restrictiva cuando no hay necesidad. Como se ve, hemos duplicado el plazo cuarentenario de rigor y el de observación, tomando como punto de partida, para la primera, el tiempo máximum que pueda durar el período de in- cubación colérico, y para la segunda, el que fija la Conferencia Sanitaria de Roma. Para obrar así hemos tenido presente que, no habiendo todavía una base enteramente exacta y segura en que fundar esas determinaciones, es mejor y más prudente pe- car por exceso de cuidado, que no por reprensible defecto; pero 45 sin perder de vista que, por necesarias que sean las medidas restrictivas, siempre envuelven considerables perjuicios que es fuerza tratar de disminuir, limitando su duración cuanto fuere posible. Lazaretos.—Con este nombre, de antiquísimo origen, se ha designado esa especie de hospitales, de construcción provisional, que se sitúan en las inmediaciones de los puertos de mar, sea para desinfectar y asistir á los viajeros que vienen de un país donde reina una enfermedad contagiosa de carácter epidémico, sea para sujetarles á una observación que, por sus resultados, confirme ó haga desechar las sospechas de contaminación que sobre ellos hubieran podido recaer. El aislamiento, sobre todo, es un requisito que se debe tener presente para su instalación, porque sin él seguramente pro- ducirían graves perjuicios, como ha sucedido siempre que se ha burlado 6 infringido la vigilancia, para ponerse en comunicación con los secuestrados. Una isla desierta seria el lugar á propó- sito, sobre todo si, de acuerdo con las condiciones que señala la teoría de Pettenkofer, su suelo es de naturaleza granítica, provisto de agua potable, y á mayor abundamiento, con una ensenada que pudiera prestar algún abrigo á las embarcaciones sujetas á cuarentena. Inútil parece insistir en que el plan general para la construc- ción del edificio, debe obedecer á todos los preceptos que para el caso aconseja la higiene; en que los individuos sometidos á la cuarentena de rigor, deben estar absolutamente separados de los demas emigrantes que hayan caido atacados de cólera. Estos últimos deberán ocupar un lazareto diferente, y serán servidos por un personal de médicos, enfermeros, mozos, lavan- deras, etc., etc., también distintos. Además, cada lazareto deberá estar dotado, indispensable- mente, de los útiles y aparatos necesarios para la desinfección, y destrucción por el fuego de las deyecciones coléricas. En fin, un horno de cremación para incinerar los cadáveres, completa- rá el arsenal desinfectante. 46 Si no se puede disponer de una isla que llene las condiciones deseadas, y hay necesidad de instalar los lazaretos en tierra fir- me á inmediaciones del puerto, habrá que orientarlos conve- nientemente respecto de la población, y aislarlos por medio de un cordon sanitario que haga efectivas las restricciones. Hay otra clase de lazaretos llamados/ofrmfes, constituidos por grandes barcos adaptados al objeto y que puedan servir de lu- gar de observación cuarentenaria. Si la ventilación está bien arreglada y se evita la acumulación, satisfacen por su aislamien- to los requisitos de un buen lazareto. Es cierto que este recurso sólo se emplea en puertos de gran movimiento, como New York, donde existen normalmen- te; sin embargo, cuando por causa de las condiciones topográ- ficas del lugar ó por falta de alguna isla cercana no se pudieran instalar bien, se podría echar mano de una embarcación para habilitarla de hospital. Los puertos en que el tráfico es mucho menor serian resguardados con el sólo hecho de obligar á los viajeros á sufrir estrictas cuarentenas, sirviéndoles de lazareto su misma embarcación desinfectada. Si con todas las precauciones que hemos indicado, se pudiera formar una barrera inaccesible á las epidemias de cólera; si ob- servando con el mayor escrúpulo todas las medidas sanitarias, pudiéramos contar con su infalible resultado, estaría por demas tocar otros resortes; pero como desgraciadamente no es así, sino que á pesar de toda nuestra previsión puede quedar algún res- quicio por donde se nos filtre el impalpable enemigo, debemos estar en guardia contra este incidente para sostener la lucha hasta los últimos reductos; que si por este camino se llega á po- seer la fuerza que la teoría supone, al fin podremos ver domi- nado é inerme al fatídico enemigo. Vacunación preventiva.—Consecuentes con el orden de expo- sición que desde un principio nos hemos trazado, colocamos aquí este importante asunto por ser de la exclusiva competen- cia del Estado. A él toca proveer y conservar la dirección de 47 este importante recurso profiláctico, cuando la atenuación del microbio patógeno sea un hecho adquirido ya para la ciencia. Como dijimos en la primera parte de nuestro estudio, ni la idea, ni el medio elegido para la preparación del líquido preven- tivo pertenecen al inteligente médico español; con el descubri- miento del inmortal Jenner se puso en práctica por primera vez esta idea, pues no tiende á otra cosa la inoculación del virus vacuno, y al eminente Pasteur pertenece el procedimiento de atenuación microbiótica, que con éxito tan brillante ha emplea- do en la profilaxia del carbón. Sin embargo, el empeño y labo- riosidad, el ingenio y abnegación que el Dr. Ferran ha desplega- do en su humanitaria empresa, son títulos más que suficientes para hacerle acreedor, desde ahora, al reconocimienro uni- versal. Ahora vamos á examinar el estado de nuestros conocimien- tos en este punto, ya que ántes hemos procurado describir, aunque someramente, el micro-organismo colerígeno. La Comisión nombrada por el gobierno español para analizar los trabajos del Dr. Ferran, refiere en su informe el procedi- miento más sencillo y eficaz para descubrir el bacillus-vírgula. “Una gota del líquido deyectivo, dice, tomada con la aguja de platino esterilizada, fué extendida sobre el cubre-objeto, en don- de se le desecó, activando dicho fenómeno por la moderada ac- ción de la flama de una lámpara de alcohol; después se vertió sobre la preparación una cantidad proporcionada de solución acuosa de violeta de París (metilo), núm. 170; se esperó su ac- ción colorante sobre las bacteriáceas, y luego que fué lavada oportunamente con agua destilada y esterilizada, y desecada después, se colocó el referido cubre-objeto sobre una gota de bálsamo de Canadá disuelto en la bencina, que previamente se había situado en un porta-objeto, y asociados que fueron am- bos cristales, resultó la preparación definitiva; la observamos -en los microscopios Zeiss y Saiber, con un aumento de 900 á 1,300 diámetros (lentes secos), y otros de inmersión en aceite, é ilu- minador Abbé, y pudo apreciarse con perfecta claridad la pre- sencia de las bacteriáceas indicadas en el análisis directo prac- 48 ticado anteriormente, pero con la particularidad de la coloración violeta del bacillus-vírgula, ó la roja por la fuschina, que parecen tener predilección para teñirse con estas sustancias colorantes. También fueron examinadas las preparaciones con lentes de inmersión homogéneas.” Straus y Roux, bajo las indicaciones de Koch, han procedido en Toulon para descubrir el bacillus-vírgula, extendiendo y de- secando sobre un cubre-objeto una partícula délas deyecciones coléricas ó del moco intestinal; después las calentaban ligera- mente para teñirlas luego con una solución de azul de methy- lena. Otros observadores han logrado encontrar bacillus encor- vados y casi idénticos al de Koch en otros productos que nada tienen que ver con la afección epidémica. El Dr. Maddox, de Londres, ha fotografiado un microbio del mismo aspecto, halla- do en una fuente; M. Malassez lo ha encontrado, perfectamente característico, en las deyecciones disentéricas; M. Straus lo ha visto en el moco vaginal de mujeres atacadas de leucorrea, en la secreción uterina de una mujer con epitelioma del cuello; pero sin que se haya podido observar en ningún caso, que se- pamos, la propiedad que Koch señala como enteramente espe- cial al bacillus-vírgula en los cultivos en gelatina. Para favorecer el desarrollo y multiplicación del microbio, es de todo punto indispensable colocarlo en un medio apropiado, y en el que pueda tomar los elementos de su nutrición. Esto es lo que constituye el cultivo. “Un trozo de lienzo empapado en las deyecciones se colocó en la cámara húmeda de Koch, extendido sobre una placa este- rilizada, y al que se le adicionó una corta cantidad de agua destilada, esterilizada también, por encontrarse en algunos pun- tos poco húmedo. El líquido de las deyecciones también fué recogido en tubos aplanados é inclinados oportunamente para obtener el contacto con el aire, por ser el bacillus-vírgula ávido de oxígeno. En 24 horas el microbio se había reproducido en gran número. “Para la separación del gérmen, se tomó con el hilo del pla- tino esterilizado una pequeña cantidad del cultivo, la que lie- 49 vada á una cápsula de vidrio, y mezclada con algunas gotas de agua destilada y esterilizada á su vez, fue trasportada con el hi- lo de platino, en mínima cantidad, á un tubo con gelatina nu- tritiva esterilizada y licuada con suave calor (mét. de Koch), agitando levemente el referido tubo para que pudieran espar- cirse los gérmenes tomados. Entonces se extendió en capa igual la gelatina, sobre una placa de cristal esterilizada y puesta sobre hielo para solidificar rápidamente la gelatina. “Formadas por este procedimiento las placas necesarias, se colocaron en cultivo en las cámaras de Koch á 22° de tempe- ratura constante, pudiéndose observar á las 48 horas, colonias de schizophitos, y entre éstos algunas características de bacillus- vírgulas que fueron reconocidas microscópicamente por formar un hoyo circular limpio y cóncavo, y con un aumento de 80 á 400 diámetros, por los bordes brillantes de dicho hoyo, com- parable á una burbuja de aire, y en el centro del mismo la co- lonia de aspecto granuloso, brillante y bordes dentados. De esta colonia se tomó material para otras preparaciones de bacil- lus-vírgulas con gelatina en tubos. A los 2 dias se notó en ellos la formación de embudos ó conos que ofrecían en la parte superior una depresión en forma de segmento esférico, como una burbuja de aire, la cual sefué acentuando, así como el embudo, con un depósi- to en el vértice del cono, formado de vírgulas.'1'1 A esta propiedad se refiere Koch cuando dice que en ningún cultivo la ha encontrado, y que por tanto la juzga característica del bacillus-coma. Del análisis de la Comisión resulta, que el líquido que el Dr. Ferran emplea para las inoculaciones, contiene, además del ba- cillus-vírgula perfectamente comprobado, agua, sustancia orgá- nica extractiva, en condiciones químicas semejantes á la del caldo ordinario, cloruro de sodio y algunas otras sales alcalinas en medianas proporciones, careciendo de compuestos metálicos del último grupo y de alcaloides ordinarios. Parece que la Comisión se empeñó en este análisis, porque creía encontrar en alguno de los componentes, que no en el microbio, la explicación de los síntomas que aparecen en el 50 inoculado, puesto que al terminar esta parte de su informe di- ce: “Acaso la ptomaína que el bacillus-vírgula elabore, explique los síntomas que se presentan en los vacunados.” Después de la inyección de este líquido, se han podido ob- servar los fenómenos siguientes: “en el lugar de la inoculación (cara posterior de los brazos), dolor y rubicundez; como sínto- mas generales, cefalalgia, quebrantamiento, y al cabo de 4 ó 6 horas calosfrío seguido de calentura por 6 ú 8 horas, que des- aparece con sudor. En algunos náuseas, falta de apetito, y en pocos diarrea, vómitos y calambres.” En los experimentos que se hicieron en animales, se notó que se entristecen, se abaten, se ponen perezosos y comen pocp; luego se acentúa más la postración, y cuando se les toca se que- jan; más tarde aparecen convulsiones, conatos de vómito, y co- mienza á dibujarse la cianosis, bien manifiesta en las partes desprovistas de pelo, orejas, hocico, etc., hasta que llega la muerte. En la autopsia se han podido encontrar en la sangre, multitud de espirilos y bacillus-coma. En un conejo de la India, muerto á consecuencia de una in- yección de 0,06 centigramos de la solución preventiva, se pudo tomar sangre de una de sus orejas, y sembrada en caldo dió es- pirilos iguales á los inoculados. En una nota dirigida á la Academia de Paris, dice el mismo Dr. Ferran: “La vacuna no es otra cosa que el microbio vírgula del cólera asiático en cultivo puro en caldo muy nutritivo; el grado de virulencia está en razón directa de la riqueza ó densi- dad del cultivo en gérmenes. La aereacion, entre otras cosas, favorece la intensidad del cultivo.” Entretanto, la Academia de Medicina de Paris, así como la de Barcelona, de cuyo Informe hemos tomado los anteriores da- tos, se han limitado á esperar el fallo de la experimentación, or- ganizando cuidadosamente la estadística. Se ha acordado que el Dr. Ferran sea el que personalmente haga las inyecciones pre- ventivas, ó bajo su inmediata responsabilidad y vigilancia, al- guno otro; que un delegado del Gobierno español le acompañe constantemente, y asiente en su registro respectivo los casos de 51 inoculación que se practiquen, con expresión de los demás sig- nos que se ha creído conveniente incluir para obtener una es- tadística capaz de proporcionar los suficientes elementos, que infirmen ó autoricen el procedimiento del Dr. Ferran. Porque si es respetable la opinión de los académicos españo- les que formaron la Comisión, entre los que figuran los docto- res Alonso, Castellote y García de Sola, no es menos digna de crédito la de los profesores que, en sus investigaciones, no han podido realizar ninguna de las principales conclusiones de Fe- rran; entre éstos descuellan en primera línea Nicati y Rietsch, Van-Ermengen, Doyen y D. Antonio Mendoza que, habiendo sido miembro de la Comisión revisora, presentó su voto parti- cular. A esta altura se halla la cuestión que tanto ha ocupado la atención del mundo sabio, sin que se tenga todavía ninguna so- lución práctica. Y miéntras ésta se presenta, continuaremos es- tudiando los recursos que se deben emplear, para el caso en que no se haya podido evitar la invasión epidémica en el país, y se trate de salvar el mayor número de poblaciones amenaza- das, ó de evitar la propagación y disminuir la mortalidad en las invadidas. Pero como semejante empresa atañe en gran parte al Municipio, daremos aquí punto á las medidas sanitarias que competen al Estado. II MUNICIPIO. Para que el empeño y solicitud de las municipalidades pueda ser eficaz, debe contarse con la obediencia y cooperación de los particulares, puesto que los esfuerzos de esas corporaciones al- canzarán muy poco, si el individuo, si la familia, si la socie- dad no coadyuvan para obtener el resultado que se desea, tanto 52 más, cuanto que el beneficio que se consiga interesa á la comu- nidad. Por medio de la prensa, se deben poner en conocimiento de los habitantes todas las instrucciones que el caso requiera, é insistir sobre la necesidad de sujetarse á ellas, puesto que sólo pueden ejercer coacción puramente moral, desde el momento en que se quiera invadir otro dominio que no sea el de la via pública. En tres grupos podemos dividir los recursos del Municipio para afrontar la invasión de una epidemia de cólera, é impedir hasta donde fuere posible su propagación. 1? El saneamiento de la ciudad. 2? Asistencia pública. 3? Instrucciones destinadas á esparcir entre los habitantes de la ciudad las reglas higiénieas y medidas profilácticas que en tiempo de epidemia deben observarse. Pero ántes de entrar en el estudio de cada uno de estos me- dios defensivos, será bueno que nos detengamos un instante en el exámen del aislamiento de las ciudades por cordones sani- tarios. De dos maneras se pueden emplear: para evitar la contami- nación de una ciudad todavía inmune, ó bien para circunscribir el foco en una infestada. En el primer caso, convenientemente situado el cordon, sólo se permitirá la salida de los habitantes y mercancías, sin con- ceder la introducción de nada que no se sujete á todas las pes- quisas sanitarias. En el segundo, por el contrario, se considerará como infrac- ción punible la salida de cualquier individuo ú objeto que no se haya sometido previamente á la desinfección y exámen pericial respectivo. Como dijimos en su oportunidad, una de las principales con- diciones á que se debe atender para situar un cordon, es su ais- lamiento, para evitar que se trasforme en hilo conductor; por manera que, si á una legua distante del perímetro de la ciudad infestada se establece el acordonamiento, se puede conceder, sin riesgo, que las gentes acampen fuera de ella, pero siempre marcándoles un límite para separarlas media legua, cuando me- nos, del cordon. De esta manera, creemos que se obviarán en gran parte los inconvenientes prácticos que presenta esta restricción. En Europa la han desechado á causa de la situación tan in- mediata de las poblaciones, que no permite el aislamiento que hemos indicado para la línea de defensa; pero aquí en la Repú- blica, donde las circunstancias son diferentes, seguramente po- drá ser eficaz este recurso. Ahora volvamos al primero de los tres puntos que señala- mos como capitales á la atención del Municipio: El saneamiento de la ciudad. El Consejo de Salubridad deberá proceder desde luego á or- ganizar una Comisión de Focos Insalubres, como se ha hecho en París, y cuya misión exclusiva sea visitar todos los lugares que por cualquier motivo se hallen en malas circunstancias, especialmente aquellos en que la acumulación de gente sea con- siderable, como en los cuarteles, cárceles, colegios, hospitales, grandes fábricas y talleres, etc.; ó bien los que, sin esta condi- ción, pueden convertirse en focos insalubres por incuria y aban- dono, ó por el género de industria á que sus habitantes se de- diquen, con el objeto de hacer desaparecer activamente los inconvenientes que hallen. Tan necesarios é importantes juzgamos los trabajos del Con- sejo Superior de Higiene en ese sentido, que no creemos ir muy lejos al indicar su inmediata organización, á ejemplo de los fran- ceses, independientemente de una invasión epidémica. Prime- ro, porque en muchos casos el remedio que se aconsejara, aun cuando las formalidades y tramitación respectivas corrieran vio- lentamente, tal vez necesitaría para su ejecución más tiempo del que empleara la epidemia en su evolución; y luego, porque aun en circunstancias normales, todos esos focos seguramente han de contribuir para aumentar el elemento morboso y agra- var la constitución médica. Muy extenso seria, y acaso fuera de propósito, entrar en el 53 54 exámen de las numerosas atenciones y concienzudos trabajos que requiere una ciudad, para mantenerla siquiera sea en re- gulares condiciones higiénicas; pero sí dirémos que sin esa base muy escaso será el fruto que se recoja, á pesar de la empeñosa solicitud de las autoridades, si desgraciadamente nos invade la temida enfermedad asiática, que desde el año pasado está aso- lando los puertos del Mediterráneo, ántes de haber mejorado la higiene de la ciudad. Bastará señalar el sistema de canalización subterránea para el desecho de la ciudad, y el de letrinas en general, para convencerse, según lo que llevamos dicho, de que con dificultud se hallará un lugar más propicio para el desarro- llo de una epidemia colérica, que la ciudad de México. Y como se ve, estos inconvenientes que señalamos son de tal naturaleza, que sólo se pueden remediar con lentitud, y esa calma no la tolera, no la permite la situación desesperada de una ciudad que cuenta sus instantes de vida por el número de muertes que produce la terrible plaga. El segundo punto supone á la población víctima ya del cóle- ra y comprende la asistencia pública. El individuo y la comunidad deben interesarse vivamente en el perfecto establecimiento de ese importante auxilio, que en multitud de casos arrancará una víctima al padecimiento ó á la muerte, por los cuidados facultativos que se le faciliten, mién- tras que en otros hará sentir su benéfica influencia oponiendo infranqueable dique á la propagación del mal. Desde luego se impone por sí misma la necesidad que habría de improvisar hospitales de coléricos, perfectamente acondicio- nados, no sólo para contener á los numerosos enfermos que solicitaran auxilios, sino también para evitar la acumulación» que por sí sola es perjudicial. Además, el servicio en estos es- tablecimientos de beneficencia tendria que ser muy superior al de ahora; se necesitaría exagerado esmero en todos los cuidados que se impartieran á los enfermos, tanto por el honor é inmu- nidad del personal facultativo, cuanto porque haciéndose pal- pable la eficacia de la buena y oportuna asistencia, disminuiría el temor que este género de auxilios inspira ordinariamente á los 55 individuos de las clases menesterosas, y más difícil seria que burlaran las disposiciones y vigilancia de la policía sanitaria. Intencionalmente pasamos por alto los detalles del servicio nosocomial, en semejante ocasión, porque siempre quedará en manos de personas tan inteligentes y capaces como ahora, sin más que entonces tal vez sean sus esfuerzos secundados por el Gobierno; pero no pasaremos adelante sin detenernos un mo- mento en la desinfección que tan útil y ventajosa es en las enfer- medades miasmáticas. Tal vez estemos en lo justo y verdadero al decir que en París se pudo sofocar la epidemia de cólera, el año pasado, gracias á la increíble actividad y pasmoso ingenio con que se procedía para evitar la propagación y desinfectar los puntos que sin ello se habrían convertido en mortíferos focos de cólera asiático. Después se han hecho estudios más concienzudos, y en la ac- tualidad tenemos contra el bacillus-vírgula dos armas poderosas: el vapor de agua á 115° centg. y el ácido sulfuroso. En la primera parte de nuestro estudio apuntamos la resis- tencia vital que presenta el microbio para otras sustancias, y éstas son otros tantos desinfectantes que se podrían emplear en último caso; pero en atención, entre otras ventajas, al fácil ma- nejo y baratura, se han preferido los indicados. Desinfección.—Las diversas sustancias químicas que en gene- ral se han empleado para este objeto, se han tenido que dese- char por el mal olor que producen ó por su acción destructiva sobre los objetos. Zundel y Alfonso Koch, de acuerdo con la indicación de Pasteur, de que el único medio eficaz para la des- trucción de los infinitamente pequeños es la estufa ó el agua hirviente, se propusieron estudiar la influencia del vapor de agua sobre los microbios colerígenos, y á su laboriosidad debe- mos la posesión de este poderoso y fácil recurso. Sus primeros experimentos los hicieron en los caminos de fierro; para ello se valieron de una locomotiva que corría en una via paralela á aquella en que se hallaban los wagones sospe- chosos de nocuidad; un tubo de caoutchouc, adaptado por uno de sus extremos á la caja de vapor de esta locomotiva, y pro- visto en el otro de una guarnición de metal para la proyección del vapor, fueron los útiles de que se sirvieron para limpiar los wagones que llegaron de un punto invadido por la epidemia. Sin embargo, la perfección del resultado no fue más que apa- rente, puesto que analizando más de cerca el asunto, se pudo comprobar que el vapor no llegaba con un grado de tempera- tura suficiente para destruir los gérmenes. En efecto; el vapor al salir del tubo sufre una dilatación brusca, que hace decrecer notablemente su temperatura inicial, como se puede comprobar acercando la mano á un chorro lanzado con violencia; primero por el trabajo de expansibilidad empleado, que hace desapare- cer una cantidad equivalente de calor, y segundo, por el que cede al aire ambiente en el momento de ponerse en contacto con él, de suerte que cuando llega á la superficie del objeto que se desea desinfectar, ya se deposita al estado líquido con una temperatura inferior á 100° centg., que es la mínima á la cual se puede esperar la destrucción completa de los gérmenes in- fecciosos. Zundel tuvo entonces la idea de emplear agua tomada direc- tamente en la caldera, que á la presión de seis atmósferas tiene una temperatura de cerca de 160°, porque saliendo el agua en masa, poco influyen las causas de refrigeración que hemos se- ñalado, y conserva el suficiente calor para llegar á una tempe- ratura superior á 100°. Koch ha resuelto fácilmente el problema valiéndose del apa- rato de Ricourt-Lechatellier que tienen casi todos los modelos de locomotoras, á causa de la utilidad que presenta en el ser- vicio ordinario, pues no es otro que el freno de contra-vapor que maneja el maquinista, en momentos de peligro, para dete- ner instantáneamente el tren. Según Koch, la mezcla de agua caliente y de vapor es la que produce mejor resultado, y para adaptar el aparato Lechatel- lier al objeto que nos ocupa, se ha valido de un aparato muy simple que consiste especialmente en dos llaves; una que da el 56 57 agua de la caldera que debiera irse á los émbolos en virtud de la función del aparato, y la otra el vapor de agua: en el punto de comunicación de las dos hay un distribuidor que permite enviar en el tubo la mezcla de los dos flúidos en la proporción que se quiera. De esta manera se podrán sanear los trenes en la frontera del Norte, ó en el interior de la República si llegara á invadir- nos la epidemia de cólera que nos amenaza. Ahora, para la desinfección y saneamiento de las casas por es- te medio, acaso podrían servir las bombas de incendio adaptadas al objeto, según dejamos indicado para las locomotivas, ó bien cualquiera otra caldera en que se pueda tomar agua hirviente y vapor con la presión necesaria para elevarlos á la altura que se desee. El vapor de agua sobrecalentado á 115° destruye rápidamen- te el bacillus-vírgula, sin que haya necesidad de mezclarle agua hirviente. Para proceder á la desinfección por el ácido sulfuroso, se de- be principiar poj: hacer un cálculo aproximado de la capacidad del departamento (cubicage), para determinar la cantidad de azufre que deba quemarse, tomando por base la proporción de treinta gramos por metro cúbico; hecho esto, se regará el suelo con agua, y en pequeños braserillos con lumbre se colocarán las hojas de fierro, sin soldadura de ninguna especie, en que se deposite el azufre-flor extendido en capa uniforme; luego se cer- rarán las puertas, cubriendo perfectamente las hendeduras para que no se escape el gas. También se podrían emplear con ventaja los sifones de las aguas gaseosas, llenos de gas sulfuroso á una presión conside- rable. La maniobra se simplificaría entonces mucho, pues con un pequeño orificio practicado en una puerta, para dar paso á un tubo de caoutchouc que se sujetara por uno de sus extre- mos á la boca del sifón, bastaría para inyectar el flúido en el interior de cualquier departamento. También se puede emplear con ventaja el ácido sulfuroso ob- tenido por otro procedimiento bastante simple, y que consiste 58 en formar una masilla con azufre-flor y dextrina, con el grado conveniente de difluencia para poder impregnar con ella unas vendas, como las que se emplean en los aparatos dextrinados, y obtener por este medio verdaderas mechas azufradas, de fácil manejo para la desinfección. El ácido nitroso es también un desinfectante poderoso que se puede preparar fácilmente, valiéndose de varios recipientes, po- co profundos y de fondo extendido, en los que se deposita lima- dura de cobre, en capa no muy gruesa, para verter sobre ella ácido nítrico, teniendo cuidado de empezar la operación por los vasos que estén más léjos de la puerta. Antes de terminar este punto, queremos hacer especial men- ción del recurso puesto en juego por el Ayuntamiento de París, en 1884, para impedir la propagación del cólera por las deyec- ciones de los enfermos, ó por los lienzos y ropa impregnados con ellas. Desconfiando tal vez la Junta Sanitaria de que se siguie- ran al pié de la letra sus instrucciones, organizó un servicio especial para esas operaciones, que consistía primeramente en la desinfección del local ocupado por el enfermo, dando todo género de consejos prácticos, para evitar el contagio, á las per- sonas dedicadas á su asistencia y proveyéndolas de dos reci- pientes de hierro cerrados, á fin de que en uno depositaran las deyecciones coléricas y en el otro los lienzos que se mancharan con ellas; por la noche se sustituían por otros perfectamente limpios, miéntras aquellos eran conducidos á un lugar en que se practicaban, la desinfección de la ropa, y la destrucción por el fuego, de las deyecciones. El resultado fué completamente satisfactorio y probó una vez más que el vehículo del gérmen morboso es la deyección del enfermo. Para la asistencia facultativa de la clase pobre, que segura- mente ha de diezmar la epidemia, por causa de las malísimas condiciones de su vida, convendrá organizar el servicio médico 59 y farmacéutico de modo que la oportunidad en la intervención sea el eje al rededor del cual giren todos los actos de la Junta de Sanidad. La mayoría de los clínicos que han tenido larga práctica en el tratamiento de la afección, convienen en que si hay algún período en la marcha del cólera, en que puedan ser de alguna utilidad los recursos de la terapéutica, seguramente es el de invasión, ó el momento en que aparece la diarrea pre- monitora; en esto descansa la indicación que hicimos ántes, pero se podría invocar otra razón todavía de más valor. Esta seria referente á las medidas sanitarias que se tomaran para evitar la propagación, puesto que si se impusieran las que ántes hemos indicado, sólo podrían tener plena eficacia apode- rándose desde el principio de las deyecciones y lienzos conta- minados. Para las demas medidas de policía sanitaria, creemos que se- ria inútil entrar en el detalle de ellas, á causa de haberlas pu- blicado ya el Consejo Superior de Salubridad en la circular de 25 de Julio; como, por otra parte, estamos enteramente de acuer- do con ellas, excepto en algunos puntos en que nuestra humilde opinión es diversa, nos vamos á permitir trascribir lo que tenga relación con la asistencia pública facultativa, á fin de que si- quiera sea completo este pequeño estudio. “37. En los grandes centros de población, al ménos, se or- ganizarán con la anticipación debida un servicio de asistencia médica preventiva y las juntas de socorros que fuesen necesa- rias para prestar toda clase de auxilios á las familias indigentes. “38. El servicio de asistenciamédica preventiva, será forma- do por médicos y estudiantes de los últimos años de Medicina, quienes tendrán por objeto visitar diariamente á las familias de la última clase de la sociedad, que por su falta de ilustración y abandono en que viven no estén en aptitud de utilizar las pres- cripciones contenidas en la instrucción de profilaxia individual formulada por este Consejo. “39. Las Juntas de socorros tendrán las atribuciones princi- pales siguientes: “I. Colectar los fondos que para el socorro de los enfermos 60 pobres destinen el Gobierno general, los Gobiernos de los Es- tados y los Ayuntamientos, así como las cantidades que los particulares cedan con el mismo objeto. “II. Establecer igualas con algunas boticas para el abasteci- miento de medicinas á los enfermos pobres, y hacer la compra de las ropas, alimentos y medicinas que fueren necesarias, y distribuirlas equitativamente. “III. Establecer, de acuerdo con las Juntas de Sanidad loca- les, ó con los Ayuntamientos respectivos, los hospitales provi- sionales necesarios para el tratamiento de los coléricos. “40. Tan luego como se declare el cólera en alguna pobla- ción, comenzarán á funcionar las Juntas de Caridad, así como el servicio de asistencia médica preventiva, y se observarán las prevenciones siguientes: “I. Cada médico ó estudiante encargado del servicio de asis- tencia médica preventiva, pasará á lo ménos una vez al dia á las casas que le hayan sido asignadas, limitándose á visitar á las familias que por pobreza ó poca ilustración no puedan ocurrir á un médico, ni observar las instrucciones formuladas por el Consejo Superior de Salubridad. En esta visita interrogará á los miembros de la familia para averiguar si alguno tiene cualquier síntoma que indique el prin- cipio del cólera, en cuyo caso formulará la prescripción conve- niente para llenar las indicaciones, é instruirá á la familia de las precauciones que debe tomar para evitar el contagio.” En esta prescripción, tal como está consignada, se nota desde luego que el personal del servicio facultativo tendrá que des- plegar casi el mismo trabajo cuando una ó varias demarcacio- nes de la ciudad estén invadidas por la epidemia, que en el ca- so contrario, puesto que de todas maneras quedará obligado el médico á visitar diariamente las casas que se le hayan asignado; esto dará por resultado que miéntras que la enfermedad no en- tre en ellas su trabajo será infructuoso, ó bien si ya asiste algu- nos enfermos, acaso éstos necesiten del tiempo y atenciones que consagre á los que no lo estén; además, la presencia del médico en una casa, cuando no esté justificada plenamente, 61 siempre será un motivo de alarma para la familia que tenga que sujetarse á sus pesquisas. En obvio de todas estas diñcultades, nos atreveríamos á pro- poner que la visita facultativa sólo se haga á petición del intere- sado. Ahora bien, teniendo en cuenta la ignorancia y apatía de las gentes que necesiten esta clase de auxilios, y para que el llamamiento del médico sea oportuno, se podrán formular con claridad y precisión los síntomas iniciales de la enfermedad, en la cartilla instructiva que reparta el Consejo de Higiene, para que cuando éstos se presenten, inmediatamente se ocurra al médico. Tal vez se podría objetar que dejando este recurso á la es- pontaneidad de cada uno, se favorecería la increíble aberración de algunas gentes que procuran ocultar sus enfermos; pero ni esto se evita completamente por el otro camino, ni habría el menor inconveniente en solicitar el concurso de todas las gen- tes para tener noticia de los casos de cólera inmediatamente que se presentaran. La segunda prevención dictada por el Consejo Superior dice: “II. Todas las noches habrá en cada una de las Inspecciones de Policía ó en el lugar que se juzgue oportuno según las po- blaciones, una guardia de médicos dedicados exclusivamente al servicio nocturno, para que á cualquiera hora los vecinos pue- dan disponer de los socorros facultativos. “Estos empleados no podrán exigir retribución alguna de los enfermos pobres. “41 Las personas que ejerzan la Medicina, si se juzga conve- niente, ó los padres de familia, los directores de los colegios, los de las fábricas é industrias, los dueños ó encargados de los hoteles, mesones, casas de huéspedes, etc., estarán obligados á dar aviso á la autoridad, dentro de las primeras veinticuatro horas, de cualquier caso de cólera que observen ó que se pre- sente en su habitación ó en los establecimientos de su cargo.” Si en esta obligación no sólo quedaran comprendidas las per- sonas de cierta categoría, sino también cualquier vecino que tu- viera conocimiento del caso, seria más eficaz la medida, sobre 62 todo si las diversas comisarías entraran en comunicación con la red telefónica, cosa que simplificaría extraordinariamente el hecho, puesto que no habría casa de comercio en que no faci- litaran su alambre telefónico para dar este aviso ú otro cual- quiera que redundara en provecho de la generalidad. “42. Inmediatamente que la autoridad respectiva tenga noti- cia de algún caso de cólera, remitirá á la familia del enfermo un ejemplar de la cartilla de higiene individual formulada por este Consejo; y si el enfermo no estuviese asistido por un mé- dico, hará que lo visite alguno, ministrando además á la familia, cuando fuere pobre, los desinfectantes necesarios. “43. En las poblaciones donde se hayan podido organizar de- bidamente los servicios sanitarios, la autoridad, además de lo ántes dicho, hará que un médico visite la casa en el acto y re- suelva si el enfermo podrá asistirse de una manera conveniente en ella. “44. Cuando así fuere, se cuidará de que tan luego como el enfermo sane ó sucumba, se desinfecte la pieza donde haya es- tado, é igualmente los comunes y caños de la casa. “45. En el caso en que á juicio del médico fuere inconve- niente el tratamiento del enfermo en su propia habitación, se procurará por todos los medios posibles alcanzar de la familia que sea conducido para su asistencia á un hospital ó casa de salud. “46. Los comisarios de policía ó autoridades á quienes cor- responda darán diariamente al Consejo de Salubridad, á las Juntas Locales de Sanidad ó á los Ayuntamientos respectivos una noticia de los casos de la enfermedad epidémica de que tengan conocimiento, con indicación de las casas donde se ha- yan presentado y de las medidas practicadas. “47. Remitirán igualmente un parte de los enfermos pobres de que hubieren tenido conocimiento, á las Juntas de Socorros, para que éstas los auxilien con los alimentos, ropa y medicinas qne fuere posible. “48. Por ningún motivo se permitirá la asistencia de los en- fermos de cólera en las escuelas, hoteles, mesones y otros esta- blecimientos de aglomeración.” 63 Como se ve, todas estas medidas van encaminadas á facilitar la asistencia médica preventiva, pero sin que la asistencia á do- micilio tenga más duración que la indispensable para impartir al enfermo los primeros auxilios con la oportunidad debida mientras se determina si ha de pasar al hospital respectivo ó bien si ha de permanecer en su casa, en virtud de contar con todos los elementos necesarios para sufragar los gastos de su curación, y lo que se haya de invertir en el exacto cumplimien- to de las medidas sanitarias que el Consejo dicte. Intencionalmente hemos dejado de trascribir las prevenciones relativas á la inhumación, porque en este punto sí diferimos en- teramente de opinión con el Consejo de Higiene, prefiriendo la incineración de los cadáveres, por todas las razones que expon- dremos detenidamente cuando nos ocupemos del asunto. Ahora vamos á pasar al tercero y último grupo de preven- ciones que comprende la asistencia pública; pero como en gran parte se refieren á las nociones que debe poseer el individuo, en tiempo de epidemia, para precaverse de sus ataques hasta donde sea posible, procuraremos emplear ese material para la construcción de nuestro tercer capítulo de profilaxia. III INDIVIDUO. En esta parte de nuestro trabajo, acaso la más importante de la profilaxia, estudiaremos las condiciones del medio que más directamente rodea al individuo, es decir, la casa, y luego nos detendremos en éste, tanto para indicar las medidas preventivas á que deba sujetarse para evitar el contagio, como las que de- bería observar si por cualquiera circunstancia se viera en la im- prescindible necesidad de permanecer cerca de un colérico ó de un foco de infección. 64 La ventilación de la casa ha de ser tan amplia como sea po- sible, á fin de que la renovación del aire sea constante; pero evitando siempre las corrientes directas y los cambios bruscos de temperatura, sobre todo en las casas que tengan puertas ó ventanas en la dirección de los vientos dominantes. Natural- mente la ventilación será más activa en aquellos lugares en que por cualquier motivo se mezclen al aire productos que tiendan á viciarlo. El aseo en general de toda la casa tendrá que ser más escru- puloso que nunca, teniendo especial cuidado al hacer la lim- pieza de todos los útiles de uso diario en la alimentación, de emplear agua hervida, y de no secarlos sino con lienzos que previamente hayan sido sometidos á una temperatura elevada, sea en el agua hirviente ó en estufas apropiadas. Las letrinas y demas tubos de desecho que comuniquen con los caños de desahogo general, deben ser particularmente vigi- lados, á causa del peligro incesante de que por ellos se filtren los gérmenes de la enfermedad, burlando todas las demas pre- cauciones que se hayan observado. Para obviar estos inconvenientes hay que interrumpir la co- municación de los tubos con la atmósfera del departamento en que se encuentren, y este resultado creemos que se alcanzará fácilmente colocando, á un metro de distancia de la abertura de comunicación, un tubo doblemente acodado en que pueda que- dor depositada el agua y formar ella misma una especie de vál- vula que cierre herméticamente el conducto. Para el saneamiento de las letrinas, hay que plegarse á las condiciones de cada sistema. En la clase acomodada de la sociedad, el más esparcido es el sistema llamado inglés, de taza cónica, con obturador automá- tico ó no, pero siempre de metal, y en el que nunca es completa la incomunicación; en el conocido con el nombre de water-do- sed la oclusión es perfecta, pero es poco usado. Para el prime- ro, que es el defectuoso, bastará con adaptarle un tubo con la forma indicada ántes, ó cuando ménos mantener constantemen- te una capa de agua arriba de la válvula metálica, para Ínter- rumpir la comunicación más exactamente. Si á esto se agrega el aseo frecuente de la taza con agua caliente ó mezclada con cualquiera sustancia desinfectante, el resultado será todavía más satisfactorio. Las letrinas de fosa fija, que acaso sean las más usadas, tie- nen multitud de defectos que no es posible remediar sin alterar considerablemente su construcción; así es que nos hemos de conformar con lo poco que se pueda hacer para sanearlas. Lo único que se puede hacer para cerrar la comunicación con la fosa, es arreglar la caja que sirve de asiento de manera que todas sus junturas cierren perfectamente; las aberturas cir- culares pueden obstruirse, por lo menos mientras no se usen, por medio de un opérculo especial que consista en un cilindro de veinticinco centímetros cuando ménosde altura y de un diá- metro tal que se ajuste exactamente á la abertura que se desea tapar; una de las bases podrá ser formada por maya de alam- bre, á fin de que se pueda depositar en el interior del cilindro una cantidad suficiente de carbón triturado para tener una capa de diez ó quince centímetros de espesor. De esta manera, los gases no sólo no pasarán á la atmósfera del departamento en que esté la letrina, sino que serán absorbidos por el carbón, que posee esta propiedad en alto grado. La renovación de este cuerpo puede hacerse cada veinticuatro horas, teniendo cuidado de arrojar el que ya haya servido, hácia el fondo de la fosa. Para el imperfectísimo sistema de fosa móvil que se emplea en México, no queda otro recurso que depositar en el fondo al- guna sustancia desinfectante, y proveer cada letrina de una ta- padera que cierre herméticamente. También seria muy útil exigir estas precauciones en los car- ros complementarios del sistema, ya que nadie se fija en susti- tuir de alguna manera esos manantiales de gérmenes, que en gran parte han de contribuir á aumentar el elemento morboso en México. Mucho creemos que se conseguirá si se toman en cuenta estas medidas que aconsejamos para sanear esos focos tan in- salubres como necesarios que hay en todas las casas, y cuya 65 66 malísima construcción es debida á la criminal apatía de nues- tros Ayuntamientos, que nunca se preocupan de mejorar la higiene pública ni la privada en la pequeña parte en que pu- dieran ingerirse. Las demas condiciones que influyan más ó menos en el buen estado higiénico de la casa, se observarán con sumo rigor, si el individuo estima en algo su propia salud y la de los demas. De él nos falta ocuparnos especialmente para dar fin á este capítulo. Como regla general podemos decir que será muy conveniente mantener el equilibrio funcional en el organismo, sin sujetar- se á modificación de ninguna especie en su vida. Bien deter- minada y comprendida esta prescripción, será muy fácil cono- cer lo que haya de favorable y de perjudicial en cada acto del individuo. Sin embargo, procurarémos aunque sea ligeramente indicar las precauciones que se deban tener con los diversos aparatos de la economía para sostener el organismo en buen estado. El aparato respiratorio tiene como excitante fisiológico el aire atmosférico, y deberá funcionar libremente bajo su influencia cuando esté puro y con las condiciones de temperatura, hume- dad, etc., que requiere para no ser nocivo. De esta consideración teórica se originan los preceptos que apuntamos al hablar de la ventilación de la casa. De las varias é importantes funciones del aparato circulatorio, la que parece más ligada ó influenciada por el medio es la calo- rificación; porque si ninguna de las otras es independiente de él, no es ménos cierto que intervienen otras mil causas para la producción de cualquier fenómeno, de nutrición por ejemplo, y hacen que la relación sea ménos estrecha. Pero para el caso que consideramos, la relación es tan íntima, que á un cambio en el medio corresponde una modificación en el calor del orga- nismo, que no sea el de las visceras; así es que en el vestido y en el lecho deben concurrir todas aquellas circunstaccias que mantengan uniforme la temperatura de) cuerpo, aislándolo de los cambios exteriores. Todo exceso funcional tiene que repercutir necesariamente 67 en el sistema nervioso, de suerte que será provechoso evitarlo, para precaverse también del desorden inmediato que se produ- jera en el órgano directamente interesado. Las funciones del tubo digestivo son las que más se deben cuidar, por ser este aparato la via por donde se introduce el microbio. Así es que el menor trastorno funcional se convierte en una causa predisponente que á toda costa se debe evitar. Para conseguirlo hay que sujetarse á una alimentación mo- derada y provista de materiales nutritivos y de fácil asimilación; no ingerir cantidades considerables de líquidos, sobre todo al- cohólicos, ni frutas ó vegetales que generalmente requieren una digestión laboriosa. Estos últimos, si se toman crudos, pueden ser el vehículo de los gérmenes morbosos, en razón de estar impregnados de agua que muy bien pudiera estar contaminada. Por consiguiente, todas las sustancias que figuren en la alimentación, deberán so- meterse á una temperatura elevada, teniendo cuidado al prepa- rarlas de que sean divididas en trozos pequeños con el objeto de que el calor penetre bien toda su masa. El agua de uso ordinario se deberá hervir y aerear ántes de tomarla, ó bien destilada en filtros especiales que se han cons- truido últimamente, no para clarificar el agua como lo hacen todos los conocidos, sino para depurarla perfectamente priván- dola de todos los micro-organismos que contenga, por tenues que sean. En la Exposición de Higiene, en Londres, se han pre- sentado dos modelos, uno debido al inteligente colaborador de Pasteur, M. Chamberland, y el otro á M. Maignen, siendo tan satisfactorios los ensayos que se han hecho con ellos, que el agua ha quedado tan bien esterilizada como si por el fuego se hubieran destruido todos los gérmenes. Como el agua hervida tiene mal gusto, y cuando no está bien aereada es indigesta, seria muy conveniente proveerse de estos aparatos para el caso de una epidemia, ó independientemente de ella, para el uso diario en época normal. Ahora, veamos la conducta que deberá seguirse cuando el cólera invada una casa. 68 Desde el momento en que el cólera reine en una población, es conveniente no descuidar ningún trastorno digestivo por leve que sea, sobre todo si el síntoma diarrea aparece con cierta obstinación; porque, como dijimos ántes, este padecimiento co- loca al organismo en situación favorable á la invasión de la en- fermedad, ó bien puede ser la primera manifestación de ella la diarrea premonitora, y este es el período oportuno para in- tervenir con probabilidades de alcanzar el éxito. No está por demas advertir que en la duda, y miéntras se caracteriza la enfermedad, será prudente conducirse con esas deyecciones y con el enfermo, como si realmente se tratara de un caso de cólera confirmado. Así, en el departamento asignado al paciente se mantendrá una ventilación amplia, haciendo que se establezca una corriente de aire moderada, abriendo las puertas y ventanas; se forrará el colchón con papel barnizado impermeable, para que no se manche con las deyecciones, teniendo cuidado de quemarlo cuando se ensucie, sustituyéndolo por otro limpio. Esta clase de papel se puede reemplazar ventajosamente por tela de salud, pero vigilando siempre su limpieza, para colocar nueva tela en cuanto sea necesario, miéntras se asea y desin- fecta la usada hirviéndola en agua común. Los lienzos de la cama y la ropa blanca del enfermo se encer- rarán, sin salir de la recámara, en una caja que contenga cuatro ó cinco onzas de cloruro de cal seco, indicándole á la persona á quien se entregue, la necesidad que hay de hervir toda esa ropa, ántes de lavarla. La lana, la pluma, la cerda de los colchones, así como los géneros, se pueden desinfectar por el ácido sulfuroso, ó mejor todavía por el ácido nitroso, porque aquel tiene el inconvenien- te de atacar los colores. Pero la acción del fuego es la más se- gura, y siempre que se pueda deberá recurrirse á la incineración. Todos los objetos que sirvan al enfermo para sus alimentos ó para la administración de sus medicinas, quedarán apartados del servicio ordinario; se empleará el agua caliente para lavar- los, ó si es posible, después de limpios con agua simple, se les 69 pasará con cierta lentitud por la flama de una lámpara de al- cohol. Unicamente las personas dedicadas á la asistencia del enfer- mo deberán penetrar á su pieza, observando las prevenciones que siguen: Siempre que, por cualquier motivo, tengan que acercarse al enfermo, se sobrepondrán una bata de lienzo, despojándose de ella ántes de salir; tendrán especial cuidado de no llevarse las manos á la boca mientras estén en contacto con el enfermo ó con los objetos que le sirvan; una vez terminadas sus operacio- nes, se las lavarán con agua simple adicionada de una pequeña cantidad de bicloruro de mercurio; las manchas que acciden- talmente se produzcan en el pavimento, se lavarán con una solución de sulfato de cobre; el recipiente destinado á recibir las deyecciones del colérico ha de ser de arcilla ó de metal y provisto de una tapa que cierre exactamente; alguna sustancia desinfectante depositada en el fondo, servirá para destruir en parte los gérmenes infectantes, miéntras la acción del fuego ter- mine la obra. Por ningún motivo deberán arrojarse estas mate- rias en las letrinas, á riesgo de anular con este solo hecho todas las demas precauciones que se tomen y de causar perjuicios incalculables. Este consejo sólo será de alguna utilidad si el Ayuntamiento no establece el servicio sanitario en la forma que indicamos, pa- ra la destrucción de los gérmenes y saneamiento de la ropa. Para la desinfección del departamento por el vapor de agua á 115° ó 120°, sólo el Ayuntamiento podrá sufragar los gastos que tal operación requiere; pero una vez terminada la enfer- medad, deberá practicarse por medio del ácido sulfuroso. Por último, nos ocuparémos de la conducta que se deba se- guir con el cadáver, para salvar á los vivos de la infección que pudieran producir aquellos despojos, convertidos ahora en ma- nantial de gérmenes y mefitismo. Y para conseguirlo no queda otro medio más eficaz que la acción purificante del fuego, es decir, la destrucción de la materia orgánica por ese agente, que es lo que constituye la incineración de los cadáveres. 70 IV CREMACION. Para dar cima á nuestra difícil empresa, tenemos que seguir el organismo hasta su trasformacion completa en los elementos minerales, que durante la vida formaron parte del individuo: es necesario que asistamos á presenciar el cambio que la materia organizada tiene que sufrir, bajo la influencia de los agentes físi- cos, cuando el equilibrio vital ha desaparecido. La serie de fe- nómenos que se verifican en un cadáver en putrefacción nos detendrá un momento, porque de este análisis será de donde sacaremos la fuerza necesaria para combatir la inhumación, ó mejor todavía, para fundar debidamente la cremación de los muertos. Sabemos que al hacerlo vamos á tener que remover antiguas preocupaciones derivadas de la costumbre, y que nuestro in- tento tal vez será tachado de poco humanitario; pero si persis- timos en la idea, es porque, amparados por la ciencia, tendre- mos que hablar con la elocuencia que nos den sus incontrasta- bles leyes; de su rigor é inflexible realidad depende que cada cha la incineración de los cadáveres se vaya haciendo más y más necesaria. En los grandes centros de población, todo el mundo ha con- venido en lo perjudiciales que eran los cementerios en el inte- rior de las ciudades; nadie llegó á poner en duda que los muer- tos, por sus emanaciones deletéreas y miasmáticas, pudieran comprometer la salud de los vivos; todos aceptaron, sin la me- nor resistencia, la idea de alejarlos un poco en beneficio de la higiene y de la propia conservación. Todas estas consideraciones nos ahorran gran parte del tra- bajo que habríamos menester para demostrar los muchos in- convenientes que tiene la sepultación; pero no tanto que no tengamos que insistir todavía un poco en sus graves defectos. 71 Si por un instante nos trasladamos á la fosa en que yace un cadáver, después de algunos dias de inhumado, seremos testi- gos del repugnante aspecto que presentan los despojos de un individuo, desde que la putrefacción ha alcanzado su pleno des- arrollo: el cuerpo reblandecido, se hincha y forma una especie de masa fermentescible de color amarillo verdoso ó negro, remo- vido por líquidos y gases que exhalan en la atmósfera un olor infecto y acre, por los mil gérmenes que en medio de aquel pro- ducto de la muerte hallan los elementos de su vida, y que para manifestarse requiere, á veces, la destrucción ó el aniquilamien- to de nuestro organismo. Si fuera posible hacer asistir á la exhumación de un cadáver reciente, á todos aquellos que miran con horror la cremación, se alejarían aterrorizados de aquel cuadro que con espantosa realidad les revelara lo que pasa en el fondo de un sepulcro. La naturaleza, inflexible en sus leyes, no espera un solo ins- tante, y desde que se apaga la vida comienza su obra de tras- formacion sin respetar sentimientos de ninguna especie; y el ser que fue querido, que fue grande, que personificó la belleza, no es al poco tiempo más que un repugnante y peligroso foco de escoria y mefitismo. En efecto, si descendemos á detalles, veremos que de la des- composición de los tejidos grasosos resultan cuerpos que, com- binándose con los álcalis, como el amoniaco, la potasa, la sosa, la cal, se trasforman en una sustancia jabonosa especial, la adi- pocira,| que al fin no es más que materia terrosa impregnada de miasmas. Los líquidos que derivan de la fermentación pútrida, además de contener disueltas las diversas sales de los tejidos que han podido persistir en medio de aquella lucha de afinidades, están saturados de los gases que han disuelto, y tienen detritus orgá- nicos en gran proporción; ahora bien, en tales condiciones, los líquidos impregnan el terreno miéntras á favor de las aguas plu- viales son arrastrados hasta algún manantial próximo, ó sim- plemente hasta mezclarse con el agua subterránea. Este fenó- meno se produce con facilidad cuando la tierra de la fosa está 72 saturada, y cuando es algo porosa; porque así la filtración no es suficiente para privarla de todos los micro-organismos que lle- va en suspensión. Por otra parte, la presencia de gérmenes en el exterior de una fosa, es un fenómeno perfectamente conocido desde las curiosas investigaciones de Pasteur y Chamberland, para explicar la manera cómo se contagiaba el ganado, cuan- do pacia en algún lugar en que se habían inhumado animales muertos por el carbón. Los gases que se desprenden de la fermentación pútrida, son el hidrógeno fosforado, carburos de hidrógeno, ácido carbónico, ácido sulfhídrico, sulfhidrato de amoniaco, ázoe y amoniaco, que entran en combinación con los diferentes cuerpos que hallan en la tierra al atravesarla, hasta que llega un momento en que estando ésta saturada, los gases salen al exterior y se difunden en la atmósfera. Estos fluidos son nocivos, no sólo porque sus propiedades les hacen impropios para la respiración, sino por los micro-orga- nismos que arrastran de la fosa para derramarlos en el aire. En fin, si fuere necesario recurrir á nombres respetables en la ciencia, para fundar lo dicho sobre lo perjudiciales que son los cementerios para la salubridad pública, ahí están los de la Comisión encargada de dictaminar sobre este punto, cuando en 1876 se trataba en Paris de instituir la cremación. En ella figu- raban Baube, Boussingault, Bouchardat y Troost. Belgrand, director de aguas y atarjeas en la ciudad de Paris, ha expresado su opinión en el mismo sentido, atribuyendo á los cementerios la alteración del agua potable. En la cremación no hay ninguno de estos inconvenientes, porque la destrucción del cadáver por la acción de una tempe- ratura muy elevada, se obtiene fácilmente y sin que ningún pro- ducto nocivo se difunda en el aire. No es nuestro ánimo escribir un artículo de propaganda pa- ra crear adeptos al sistema que nos ocupa, y por eso no hemos de entrar á hacer una defensa acabada de la cremación de los muertos, procurando desvanecer todas las objeciones que se le han hecho, en nombre de la religión y el sentimiento, de la an- 73 tropología y la medicina legal, sino que nos hemos de concretar exclusivamente á indicar sus innegables ventajas sobre la inhu- mación, para el caso en que nos invadiera el cólera epidémico. Los defectos inherentes á la inhumación, que rápidamente señalamos, tendrán que acentuarse mucho más cuando la mor- talidad sea considerable, como ha de acontecer en una epidemia. Por manera que si en el procedimiento que se emplee para in- cinerar los cadáveres de coléricos, se logra que todas las cir- cunstancias en que se verifique sean favorables, no habrá que vacilar en la elección. Así pues, el procedimiento para la destrucción de las mate- rias orgánicas ha de ser tal, que la trasformacion sea completa, sin producir olor, humo ni gases deletéros; que garantice la in- tegridad del residuo sin mezcla de sustancias extrañas; que la manipulación sea expedita y económica, y por último, que no impida la celebración de las ceremonias religiosas. Teniendo en cuenta estos requisitos, se han emprendido ex- periencias en Bélgica, Italia, Alemania, Inglaterra, Suiza y Fran- cia, alcanzando resultados muy favorables, sobre todo en Milán y Dresde, que ya cuentan con multitud de adeptos y dos sun- tuosos templos crematorios. En el sistema italiano Polli—Glericetti, el horno satisface las exigencias de la arquitectura en construcciones de esa especie, porque está disimulado en el interior de un elegante túmulo, que oculta á la vista las trasformaciones que sufre el cadáver bajo la acción de 480 picos de gas. El profesor Gorini, en Lodi, ha descubierto una sustancia, cuya composición conserva en secreto, que obra instantánea- mente sobre los cadáveres á la manera de un disolvente. Se coloca el cuerpo sobre el líquido, é inmediatamente se inflama aquel produciendo una columna de gases trasparentes sin olor de ninguna especie. A pocos momentos, en el líquido no queda más que una pequeña porción de cenizas, que se pueden sepa- rar por filtración y desecamiento. Este mismo líquido puede ser- vir para la carbonización de varios cuerpos, por cuyo motivo se ha podido calcular el costo de la operación para cada indivi- 74 dúo, en 6 francos, y 20 minutos para incinerar un cadáver de adulto. En el horno imaginado por M. Siemens, todo es subterráneo, y los asistentes no ven más que la puerta por donde desaparece el cadáver. La cámara de combustión está formada por ladri- llos refractarios, que se calientan por una corriente de gas mez- clada de aire; una gran chimenea facilita el desprendimiento de los gases, y un mecanismo particular permite recoger el residuo de la cremación. Al cabo de 30 minutos, el cadáver se ha trasformado en unos cuantos gramos de polvo, que se pueden conservar en preciosa urna, ó mezclar con tierra vegetal para sembrar exquisitas flores que servirán para mantener siempre vivo el recuerdo de aquel ser. En Francia, M. Gadet ha estado haciendo experimentos con un horno de reverbero, ligeramente modificado, y en todos sus ensayos, á diversas temperaturas, ha logrado obtener magnífi- cos resultados. También se han ensayado los hornos de mufla con buen éxi- to, con la particularidad de convertir así un cadáver en materia prima para la industria, extrayendo por la destilación gases combustibles que se podrían repartir en las cañerías del alum- brado público, en tanto que en el residuo se recogería alquitrán, aceites empireumáticos y sales amoniacales; de suerte que, por este atrevido procedimiento, se trasformarian en fuente de ri- queza los despojos de la muerte. Semejante proyecto tendría que romper bruscamente con toda clase de creencias y senti- mientos, y más que todo, con el respeto y veneración que se tiene á los muertos. En la interesante tesis de Pietra-Santa se habla de multitud de modelos para hornos de incineración; pero con variantes más ó ménos eficaces, se puede decir que en todos se reducen á tres las partes fundamentales: el hogar, la cámara de combus- tión, y los tubos para el desprendimientos de los gases. Hay di- ferencia en el combustible que se emplea; en la alimentación de éste por el aire; en la manera de recoger las cenizas del ca- 75 dáver y asegurar su integridad y pureza; en que en unos los gases van directamente á la atmósfera, miéntras que en otros pasan ántes por el hogar donde sufren la acción del fuego; en fin, y esto sí es importante, en la rapidez y economía con que se hace la operación. Bien es cierto que para el punto de vista en que nos hemos colocado, con excepción del procedimiento Gorini, todos adole- cen del defecto de no servir más que para un sólo cadáver á la vez, y para la mortalidad que produce una epidemia de cólera, habría que multiplicar los hornos, ó que modificar alguno de manera que se pudieran incinerar en él uno ó varios individuos á un tiempo. Pero de todos modos, son tan considerables las ventajas que se obtienen para la higiene,- sin que haya obstáculos que se opongan al respeto y homenajes tributados á los muertos, que no vemos por qué la inhumación no ha de ser sustituida, cuan- do ménos en tiempo de epidemia, por la cremación metódica de los cadáveres. Aquí doy punto, señores jurados, á este laborioso estudio que tengo el honor de someter á su ilustrado criterio, no para que estimen la originalidad que en él pudiera haber, sino para que midan el empeño que he mostrado en el cumplimiento de mi cometido. Esta prueba deberá acreditar en parte mi suficiencia para ejercer el noble arte del médico, si la indulgencia sella su pro- ceder en el acto solemne que decida mi porvenir. Manuel de la Fuente.