NUEVA DOCTRINA SO-RUE i3tí m ii i jj liiii, POR EI. PROFESOR ; # dfc- taras— NUEVA DOCTRINA SOBRE EL CÓLERA, LOS FENOMENOS DEL COLERA ASIÁTICO, -ESTUDI ADOS- A LA L'JS SE LA 11BE7A TEMÍA DEL PRIHCIPIO VITAL, QUE EL PROFESOR í||^s¡boro escribió y publicó en. 1846, bajo el título de: ALA ELECTRICIDAD APLICADA A LA ESPLICACION DE LOS FENÓMENOS DE LA VIDA. ” mm. so. mmm© atodir. Qusere et invenies. 9IEXICO. Imprenta de J. M. LARA, calle de la Palma núm. 4. 1851. A MI AMIGO EL SEÑOR ||§)ntj !^¡§)equeñas granulaciones blanque- cinas, irregulares, duras, cartilaginosas, del diámetro de un grano de mostaza al de una lenteja, y que examinadas al microscopio, parecian tener la estructura del libro cartílago. Esta observación, que con la de Brussaiss que acaba de verse hace sospechar que en los sugetos atacados del cólera, había un estado que predisponía y preparaba esta clase de ■concreciones, tal como sucede, por ejemplo, en los artríticos; la consignamos aquí, y re- clamamos sobre ella la atención del lector, porque mas adelante nos servirá para estable- cer uno de ¡os puntos de nuestra teoría sobre el cólera. El hígado no ha presentado cosa mas especial que una gran can- tidad de sangre negra en sus vasos. La vesícula está siempre hin- chada por una bilis muy parecida al alquitrán derretido; una vez so lamente estaba casi vacia (liabia habido deyecciones biliosas). Ja- mas hallo lluson color rojo en la membrana interna de la vexícula. El bazo, antes bien pequeño que grueso, no ofrece cosa alguna notable, y de todos los órganos parece ser el menos anegado de sangre. El páncreas parece ser en el estado normal. Los riñones están ordinariamente inyectados de sangre negra, mas colorados que de costumbre: una sola vez, después de quince obser- vaciones, se notó que un mamelón era mas grueso, mas blando y muy morado; los ureteres, cuando la secreción urinaria está suspen- dida, contienen un poco de moco de color amarillo, muy espeso: las mas de las veces se ha hallado la vejiga contraida y unida al pubis, sin señal de inflamación si no es un color morado y variable: tres veces se ha hallado estendida por la orina. Esto sucedió en las per- sonas muertas en un estado de estupor durante la gastro-enteritis in- tensa que sucede al cólera, cuando no ha sido contenida en su mar- cha y que la diarrea ha cesado. El plexo solar parece que, según lluson, no es el sitio de lesiones notables. El tejido celular menos húmedo, no está, sin embargo, siempre seco. Los músculos, en la mayoría de casos, están de un color violeta oscuro, y siempre muy firmes. Tales son los principales datos anatómico-patológicos que hemos tomado de las observaciones sobre lesiones cadavéricas encontradas en cuarenta autopsias de coléricos, hechas en el hospital de Val-de- Grace por el repetido cirujano lluson, hijo, en el año de 1832, á presencia del Dr. Brussaiss, y cuya historia hemos consignado aquí en su mayor parte literalmente. Sin discrepar de un modo esencial de lo observado por estos pro- fesores, algunos otros, por sus propias observaciones, han establecido algunas pequeñas diferencias. La mas notable, según lo que se re- fiere en un ensayo sobre las doctrinas módicas relativas al cólera, y el cual corre impreso en el repertorio medico estranjero, redactado por D. José de Lletor Castro Verde, es la de haberse observado en algunos la pericarditis. También discrepan los autores, conforme liemos visto en el mismo ensayo, en cuanto á la intensidad de las le- siones, pues que á este proposito se dice allí mismo: “Las aberturas de los cadáveres no lian presentado un resultado fijo é invariable, pues se lian hallado lesiones diversas en el cerebro, la medula espinal y el corazón. Las del estomago é intestinos lian sido mas'constantes, pero lian variado mucho en su intensidad. Así es que, algunas veces las membranas mucosas estaban pálidas, y otras presentaban inyecciones venosas, ó un color algo sonrosado: fi- nalmente, en muchos casos han ofrecido rastros muy lijeros de infla- mación, reblandecimientos, rubicundez considerable y manchas gan- grenosas.0 Y mas adelante se dice también: “'En los casos en que ha sido la muerte pronta no se ha encontrado por lo común ninguna lesión.0 JPlJ Recogiendo lo mas notable que presenta la necroscopia de los co- léricos, tenemos que llamar la atención sobre los siguientes puntos. 1. ° La especie de atrofia que sufre el pulmón, los puntos infla- matorios que suele presentar, y su primer grado de hepaticacion (va- cuidad de aire é infarto de sangre). 2. ° La ridigidez de los músculos, y su color violado, que en gran parte disminuye la importancia que pudiera prestársele al que de la misma clase suele encontrarse en los intestinos. 3. ° La resistencia de los cadáveres de los coléricos á la putre- facción, mayor, comparativamente, á la que oponen los de otras en- fermedades. 4. ° El barniz albuminoso que presenta el tubo intestinal, y (pie revela que la superficie de éste posee en el colera, la facultad de coa- gular violentamente la albúmina de los escretos coléricos. 5. ° Las concreciones terrosas que á veces se observan en los ganglios mesentéricos, y las que, formando un fibro-cartíiago, se han notado también en la aracnoides espinal. 6. ° La falta absoluta de lesiones en los casos violentos, que disminuye mucho la importancia de las alteraciones anatómicas que en los otros casos se encuentran; porque precisa á buscar en los des- órdenes del principio vital la causa morbífica. 7. ° El cambio de naturaleza física de los humores secretados por las pleuras y el peritoneo. 8. c Los movimientos galvaniformes de los cadáveres. ARTICULO V. Química patológica de la sangre, y de varios líquidos producidos por las secreciones mor» bíficas de los órganos en los coléricos. Sangre.—Comienza á aparecer bastante espesa desde los prelu- dios del mal; pero en el segundo y tercer periodo lo es ya tanto, que la sangría arterial ó venosa queda por lo común sin resultado algu- no. Cuando se logra estraer alguna porción, se le observan los ca- racteres que vamos á relatar, .conformes con las observaciones de Brandin, L’Heritier, y otros autores citados por éstos. El primero dice: que en el periodo álgido es negra, espesa, se coagula mal y pronto, y la parte serosa es proporcionalmente muy corta: que es mas líquida al principio del mal, pero bastante negra, y que la costra nunca se forma bien: que abandonada á sí misma nunca se separa en suero y en cuajaron, sino que por lo contrario, se trasforma en una sustancia carmesí oscuro á manera de gelatina; y en fin, que tiene apenas la mitad de la serosidad que se observa en la de otros enfermos, y mucho menos todavía en las venas y arte- rias de las estremidades inferiores donde casi es nada la que se en- cuentra. Por lo que es la parte colorante, dice también, que el tor- nasol no tiene acción sobre ella. I/IIeritier escribió enteramente lo mismo respecto del espesamiento de la sangre. Los glóbulos, según Czermack, autor citado por Brandin, no pre- sentan de notable si no es una mayor espansion que en el estado normal, diferenciándose así notablemente de la sangre que se ofrece en el tifo, en la escarlatina, y en otras calenturas malignas. Her- mán dice que desaparecen poco después de la muerte. En cuanto á la ausencia o diminución de álcali, según I/Heritier, ha sido comprobada por Stevens, que la ve como la causa de la en- fermedad, y por Muller, Thomson, O’Shaugnesv, y Reg-Clery, que también la confirma, agregando; que á pesar de esta circunstancia, la sangre opone una reacción accidental. Hermán dice que la san- gre contiene un ácido, el acético; pero en vano han pretendido hallar- lo multitud de químicos hábiles qué quisieron rectificar esta aser- ción. Ademas, en la sangre, según varios químicos, se encuentran cantidades muy apreciables de urea. Orina.—Es mas aguada que en el estado normal, y presenta siem- pre una diminución notable en la cantidad de urca, la cual, según Brandin, acaba por desaparecer, lo mismo que el ácido libre. Liquido constituyente de las evacuaciones y vómitos.—Ya se dijo que durante la enfermedad, presentan un aspecto muy semejan- te al cocimiento de arroz: el mismo tienen á la abertura del cadáver: solamente que es mas claro en el estomago, y que en los intestinos, á proporción que se desciende á los gruesos, es mas líquido y oscu- ro; creyéndose por algunos, que este último carácter puede deberse á la presencia de algunos glóbulos de sangre. Todos los autores convienen en la presencia de una materia densa que nada en el líquido, que se concreta fácilmente, y que se cree ser la misma que barniza al tubo digestivo. Bespecto á lo químico, reproducimos aquí lo que de la obra del. Dr. Partes inserta Tardieu en la suya. “Este líquido es de un color azulado tirando sobre el gris: mien- tras mas prolongada ha sido la enfermedad, mas oscuro se presenta el tinte; circunstancia que se podría atribuir al paso de algunos gló- bulos sanguíneos; su consistencia es mas o menos débil en ciertas partes; Tas que ofrecen lo mas, son diseminadas aquí y allí en forma de coágulo, y son adheridas muy fuertemente á la mucosa. La se- rosidad estraida del intestino se espesaba al calor; esto, sin embargo, es la escepcion; porque, en la mayor parte de las esperiencias, este líquido, como el de las liezes, no ha sido coagulable. La reacción ha sido muchas veces alcalina, y el nitrato de plata ha dado un pre- cipitado [1]. Los coágulos de que se ha hablado, tratados por la potasa cáustica o el carbonato de sosa, han manifestado mucha solu- bilidad.” Y Tardieu continúa: “Estas esperiencias están de acuer- do con la mayor parte de las numerosas análisis á las cuales ha sido sometida la materia contenida en el intestino de los coléricos. M. Parkes, en efecto, como Christie, Lecanu, Lassaigne, ha encontrado que este líquido ofrecia una composición análoga á la del suero de la sangre....” “En fin, M. Burguieres, en las investigaciones en- viadas de Smyrna á la academia de las ciencias, ha encontrado en el estomago una reacción alcalina, circunstancia del todo opuesta á lo que se observa en las otras enfermedades y en el estado de salud.” (1) Hermán la ha encontrado acida. En lo que va espuesto en este artículo encontramos de notable, para nuestra mira de formar una teoría arreglada y fundada por nuestro sistema médico, lo siguiente. 1. ° La especie de mezcla íntima, ó si se quiere principio de combinación, de la poca cantidad de agua que contiene la sangre, con sus partes sólidas. 2. ° El aumento de álcali en la materia de las evacuaciones. 3. ° La falta ó diminución considerable del mismo en la sangre. 4. c La inversión del carácter de la materia del estómago, no- tada por el Dr. Burguieres, que debiendo ser ácida, como lo es siem- pre en el estado de salud, sea por el contrario alcalina. 5. ° La espansion de los glóbulos sanguíneos. CAPITULO III. PRELIMINARES NECESARIOS PARA EL ESTABLECIMIENTO DK UNA TEORIA RACIONAL DEL COLERA. AUTICULO I. Examen médico-filosófico de los fenómenos patológicos mas notables del cólera, y su pa ralelo con los de otras enfermedades. Si no tuviésemos á nuestros principios generales de medicina co- rno suficientes para conducir bien al espíritu á la invención de una teoría del colera, y si para este fin no hubiésemos podido disponer de otros datos que los que suministran los sistemas y los juicios, inas ó menos erróneos, que oscurecen á una que otra idea luminosa que se haya emitido sobre la naturaleza del mal, habríamos recurri- do a su comparación con otras enfermedades, para sacar de ella bien probadas analogías que, apreciadas con juicio é imparcialidad, no pu- dieran menos que traer muy útiles aclaraciones, y aun preciosos des- cubrimientos. Y pues lo oscuro y desconocido de la enfermedad de que se trata, compromete hasta cierto punto á los médicos ¡i oponer- le medicamentos, que no cuentan en su abono sino sucesos las mas veces mal averiguados y peor apreciados, habríamos al menos procu- rado que nuestro empirismo se condujese por mejores guias que el capricho y las fabulosas narraciones de suceso de los mil específi- cos que el charlatanismo inventa á cada paso, y que el especulador vende á peso de oro. Mas esas guias no pueden ser otras que las analogías de que he- mos hablado hace poco, y que descubriera el paralelo entre el cólera y las otras enfermedades que mas ó menos afectan la generalidad de la constitución orgánica. Aunque, como hemos dicho, no tenga- mos necesidad absoluta de ocurrir á ese medio, pues, debemos repe- tirlo, estamos seguros de que nuestro sistema médico, suministrará por sí solo la teoría, no solo no lo desdeñamos, sino que lo pondre- mos en acción, porque tal método de investigar nos proporcionará multitud de pruebas perentorias de nuestra exactitud en la manera de juzgar y discurrir sobre la enfermedad, objeto de este opúsculo. Al lanzarnos á esa especie de análisis, hemos comenzado por bus- car los puntos de contacto del cólera con el tifo, ya que esta enfer- medad ha sido vista, por algunos, como tipo de la otra. Por mas que meditamos no llegamos á ver entre ambas los puntos de seme- j anza que autorizaran á confundirlas. El tifo es una enfermedad en- teramente miasmática, y no está probado que lo sea el cólera [1]: la [1] M. Montan, corresponsal de la academia de Trieste, en una relación sobre el cóle- ra que lia reinado en ese mismo lugar, concluye opinando; que el nial de que trata es con- tagioso, y se vuelve epidémico tan luego como ataca á un gran número de individuos. Sentimos demasiado que esta noticia, que es tomada de la Gaceta Médica de Taris, no hayamos podido haberla del escrito mismo del autor, para así saber en qué funda su aser- to. Muy convincentes podrán ser las razones, y muy irrecusables tas hechos en que se apoye; pero no nos ocurre de qué modo pueda conciliar su"opinion con esos saltos que da la epidemia salvando leguas, poblaciones, suburbios, y aun manzanas intermedias de otras epidemiadas, ni cómo pueda decir por qué no son tas mas espuestos los médicos, tas asistentes de tas enfermos, los sepultureros, y otros que, por sus profesiones ó ejercicios, respiran continuamente el aire de las localidades que contienen mas enfermos ó muertos por el cólera. Por otra parte, si para que éste se vuelva epidémico se requiere como con- dición precisa, que sean atacados muchos individuos, no. debería cesar sino con la muerte de toda la especie, pues que es bien claro, que cada dia transcurrido durante el periodo de crecimiento, vendría á robustecer esa condición, haciéndola mas eficaz que al principio, cuando, sin duda, era menor el número de epidemiados. Por este argumento, que nos pa- rece incontestable, se ve cuán débil aparece la doctrina del Sr. Montan. constitución epidémica no es la misma: el tifo pretiere d las capita- les, y el cólera invade indistintamente a todas las comarcas, sean ó no populosas, sin respetar, ni á las gentes que se aíslan de todo co- mercio, ni á las que esperan libertarse por el uso de fumigaciones desinfectantes, eficaces en otras epidemias; lo cual viene manifestan- do que no es á un miasma a lo que se debe la propagación. Ahora, por lo que respecta á los síntomas, no es menos notoria la deseme- janza. Ninguno de los característicos del cólera, como el entorpe- cimiento de la circulación, la diarrea, la náusea, supresión de orina, la cianosis, el espesamiento de la sangre y el enfriamiento se encuen- tran en el tifo; así como en aquel tampoco se hallan la tifomania, el redoble de las fuerzas circulatorias, las petequias, la sordera, el calo- frío en la invasión, el meteorismo, el olor particular en los enfermos, la tendencia á la putrefacción, la marcha constante y casi siempre re- gular de los periodos, etc., etc.: de manera, que causa una verdadera admiración que haya llegado la preocupación de algunos espíritus al grado de querer encontrar similitud en enfermedades tan diferentes en su esencia y en sus signos. Sin embargo, para no faltar ni en un ápi- ce á la justicia, diremos; que hemos hallado un solo punto de contacto, y es la desalcalización de la sangre que, según I/Heritier, se nota tam- bién en el tifo: pero un solo punto no podría nunca fundar una ana- logia de tal naturaleza que autorizara á ver en cada una de las dos enfermedades una simple modificación de la otra, y que sirviese de apoyo á un método curativo, mucho menos cuando la desalación se observa en el cólera desde el principio del mal, y en el tifo solamen- te desde el segundo periodo; y cuando, por otra parte, la diminución de sales en la sangre de latifoicos, es bien probable que sea una ilu- cion debida á la exuberancia de la agua que se nota también en la misma sangre, y que es el resultado de la escasez de las secreciones, y no real, como sin duda lo es en el cólera. Por tanto, mas bien que una enfermedad idéntica á ésta en su esencia, es el tifo un estado patológico del todo contrario. Quizá la analogía que se había creído ver, dependió de que el tifo es la terminación del cólera, y que éste, ¡cosa notable! bajo la forma de esporádico, suele serlo de aquel: pe- ro si se profundiza bien la cuestión, esto es precisamente la prueba perentoria de lo que hemos asegurado; porque, es sabido de todos los prácticos, que para restablecerse el equilibrio, cuya pérdida en el or- ganismo constituye la enfermedad, los síntomas graves sg juzgan por sus contrarios; la constipación por la laxitud, la plétora por las he- morragias, las neuroses por la fiebre, el embarazo gástrico por las evacuaciones, etc.; y se sabe también, rpie de la misma suerte hacen la curación los agentes medicinales. Con designio no liemos querido poner en paralelo las alteraciones anatómicas, porque, desde los bellos trabajos del Dr. Andral, ya es bien sabido que no siempre revelan la verdadera causa interna de las enfermedades, principalmente de las hiperemias que, como lo ha de- mostrado perfectamente, pueden presentarse por diversos estados morbíficos del organismo. Pero no es decir esto, que las que se en- cuentran en los cadáveres délos coléricos, sean idénticas á las de los tifoicos; de lo cual estamos ciertos se convencerá el lector, al mas li- jero examen que practique. El Dr. Brussais lia sostenido que el cólera es de naturaleza infla- matoria, y que no es otra cosa que la gastro-enteritis: sin embargo, por mucho ingenio que haya puesto en su tarea de demostrar esta opinión, no ha podido esplicar satisfactoriamente las curaciones ob- tenidas por diversos medicamentos los mas irritantes, y tampoco la ausencia de muchos de Igs síntomas de la gastro-enteritis, y la pre- sencia de otros que nunca le han pertenecido. Ademas, el mismo Dr. Brussais ha sostenido que el tifo es también la gastro-enteritis; y esto es una nueva dificultad para creer á este medico en su otra aserción; porque ya queda demostrado que no hay semejanza entre estas dos enfermedades, y por consiguiente, es clarísimo que la gas- tro-enteritis solo pudiera hallarse en una de ellas. Pero ahora pre- guntamos: ¿Si al patriarca de la medicina fisiológica, como él llama á su sistema, se le hubiera exigido que, como es de justicia, restrin- giese su aserción á alguna de las mismas dos enfermedades, se hu- biera decidido á hacerlo por el cólera? Sin duda que no; porque si la fiebre dejase de ser para el Dr. Brussais la gastro-enteritis, da- lia en tierra con todo su sistema. Es, pues, forzoso convenir en que, si las lesiones gastrointestinales pueden, considerándose anató- micamente, despertar la sospecha de una gastro-enteritis, patológica- mente se separan de su tipo, a lo menos lo bastante para no servir de guia al médico, en la investigación do un tratamiento racional. ¿Qué diremos respecto de las enfermedades del pulmón? Lúa simple ojeada basta para conocer que tampoco Itay semejanza entre ellas y el cólera, como no la hay entre éste y cualquiera otra que ataque esclusivamente una entraña ó un aparato; porque es aquel tan eminentemente esencial, como el escorbuto y otras, que invaden gran parte ó la totalidad de la constitución física del cuerpo. Sin embargo, en los padecimientos crónicos del aparato pulmonar, y a proporción que son mas antiguos, es decir, cuando ya causan desór- denes constitucionales,- se comienzan a presentar muchos de los sín- tomas coléricos, ó mas bien espresado, de la colerina, aunque bajo la misma forma crónica de la enfermedad que los. causa. Repetidas ac- ciones y reacciones de los sistemas nervioso y circulatorio, diarrea serosa, sudores, dolores contusivos en los miembros, y en suma, los demas síntomas de la colerina, aunque muchos se presenten única- mente como delineados. La sangre, cuya densidad es cierto que dis- minuye en las enfermedades crónicas del pulmón, en los casos de hepatizacion de esta entraña, principalmente si no hay tubérculos, contiene menor cantidad de agua que en el estado normal. Agre- gando á todo esto, que en el primer periodo del cólera hay en la res- piración desórdenes que indican que el aparato que la ejecuta fué de los primeros que sufrieron el ataque del mal: que se hace muy sus- ceptible desde que comienza á marcarse la constitución epidémica: y por ultimo, que la autopsia enseña en la mayor parte de los casos, que es en verdad el sitio de padecimientos, se verá, en primer lugar; que en ciertos casos sus lesiones suelen producir en el organismo un estado patológico que presenta algfínos grados de analogía con el cólera; y en segundo, que es importantísimo para el estudio de éste, atender cuidadosamente á los trastornos de la respiración. El escorbuto, por razón del aspecto físico y de la composición quí- mica de la sangre, no merece entrar en paralelo; y solamente se pue- de decir, como del tifo, que es una enfermedad enteramente contra- ria al cólera. No obstante, para ser exactos debemos agregar, que también se encuentra un hecho que puede argüir similitud, y es el estado escorbútico en que suelen ponerse los convalecientes; pero, ¿es- te hecho prueba en efecto semejanza? Nos parece que no. Por lo mismo que los síntomas del escorbuto solo se presentan cuando ha terminado el cólera, debe entenderse que vienen á representar el cambio del estado que sufre el organismo, y. no su continuación. De estos análisis comparativos, por no haberse recogido aun nin- gún resultado positivo que pudiera fundar la terapéutica del cólera, debimos pasar á los de otras enfermedades que también comprome- tiesen gran parte de la constitución física del cuerpo. Entre todas las de esta clase, la gota debió interesarnos primero, porque, como el cólera, ataca á los músculos, produciendo terribles dolores. He aquí lo que resulta de la comparación de ambas. Respecto de las causas, se nota desde luego, que unas mismas in- fluyen en el desarrollo de la una ó de la otra enfermedad. Los ter- renos que mantienen una constante evaporación, la humedad de la a .mósfera y sus bruscos cambios del calor al frió y de la sequedad á la humedad, son precisamente causas comunes. Lo son igualmente la indigestión, las bebidas espirituosas, el enfriamiento, mayormente si es seguido de la supresión de una traspiración abundante. La adolescencia y la vejez predisponen á la economía para sufrir cual- quiera de las enfermedades que vamos comparando, lo mismo que las horas de la madrugada, por el estado que en ellas guarda la at- mósfera. LTn acceso de gota es, por lo común, precedido de males- tar, irascibilidad, sed, digestiones tardías y molestas, con evacuaciones pastosas ó líquidas; y tales fenómenos patológicos son también muy á menudo los precursores del cólera en los casos en que ataca sin cau- sa ocasional bien conocida, y solo por la influencia atmosférica. Los mismos accesos de gota comprometen casi siempre las vias digesti- vas, produciendo á veces la náusea, en cuyo caso el pulso se depri- me y baja la temperatuta de la piel; fenómeno que se observa prin- cipalmente en la que cubre las articulaciones ó músculos atacados; y que dura hasta la llegada del periodo llamado inflamatorio ó de fluxión (1). Antes de la crisis, las orinas son raras y acuosas; en la fl] Los desórdenes simpáticos del tubo digestivo, si es que en el caso deben llamarse simpáticos, se presentan muy notables en la elefaneiasis de los árabes ó angioleueitis. Los primeros accesos, sobre todo, que preceden ála hinchazón del miembro atacado, determi- nan dolores abdominales, náuseas, vómitos, calofríos, seguidos después de mas ó menos tiempo, de fiebre y de sudores abundantes y viscosos, tales como se presentan las mas ve- ces en el cólera.—Hemos juzgado esta nota como conducente al objeto que nos ocupa, porque, si bien es cierto que la angioleueitis ha figurado siempre como enfermedad distin- ta de la gota, tampoco cabe duda de que en el modo de los accesos, en el aflujo de sales calcáreas al miembro afectado, cu la intensidad y periodismo de los dolores, se encuentra crisis, por el contrario, abandan y se cargan de urea y de sales; en el cólera faltan antes de la reacción y en el principio de la invasión son acuosas, abundando después del movimiento reaccionario en urea, como las de los gotosos. La sangre se desalcaliza en la gota, es es- pesa, ñbrinosa y contiene urea, lo mismo que se nota en el cólera, aunque en menor grado que en esta ultima enfermedad. Todas las secreciones acidas, sudor, orina y jugo gástrico, aumentan en las crisis de la gota, así como antes eran escasas; lo mismo en el cóle- ra desde que es ya completa la reacción. Para acabar de fundar la analogía que pretendemos dar á cono- cer, debemos aquí recordar la que ofrecen con las concreciones ar- tríticas, las cartilaginosas de la aracnoides, de que ya hicimos men- ción en la nota de la página 26, y con las terrosas observadas por Brussais en los ganglios mesentóricos: porque en verdad, ¿no se de- be, según estos datos anatómicos, afirmar que esas producciones pro- vienen de ataques parciales de gota, llevados á esas membranas? Tal afirmación, en vez de parecemos absurda, la juzgamos confor- me con la ciencia, con tal que, para juzgarla, se tenga bien presen- te el mecanismo de formación de esos depósitos salinos en las arti- culaciones, debidos á la gota, y meditando para ello la teoría de L’Thure en su tratado respectivo. El anterior paralelo, cuyos datos puede el lector rectificar á la ca- becera de los enfermos ó en los libros, casi disipa toda duda sobre la analogía que tienen las dos enfermedades que en el hemos pues- to. Es verdad que en la gota faltan la cianosis, las deposiciones blancas, y sobre todo, la estraordinaria gravedad del cólera; pero si se atiende á que en los tiempos ordinarios no influye la constitución atmosférica que en los de epidemia, á lo menos de un modo durade- ro y tan activamente que pueda elevar la gravedad de los síntomas á la altura á que llega en aquella terrible enfermedad; si se conside- ra, ademas, que en la gota el ataque no lo sufren, como en el colé- tan grande analogía entre las dos, que no deben admitirse otras diferencias que el sitio del mal y su intensidad mayor en el cólera, quizá por las influencias del clima en que se ob- serva endémicamente. Pero el modismo e3 muy análogo; y en los resultados, principal, mente en los que tienen relación con la química patológica, es preciso confesar que se,en- cuentran muy sorprendentes similitudes. ra, todos los sistemas, sino que el desorden general se manifiesta por un corto número de órganos; y si se recuerda, en fin, que lo que se llama gota retropulsa, produce en el sistema seroso y mucoso desórdenes bastante profundos, y que en muchos casos matan al in- dividuo con la misma violencia que el cólera, se verá entonces, que las diferencias no son tan grandes, numerosas y esenciales como pu- dieran aparecer á primera vista, y que las que se notan consisten mas bien en la suma de órganos atacados cu el cólera y en el ca - rácter epidémico de que se reviste. Tampoco se pierda de vista la circunstancia de que las enfermedades artríticas son precursoras, coincidentes ó posteriores á la epidemia. La misma analogía que hemos pretendido establecer, ya fue antes de nosotros terminantemente reconocida por L’Thurc; y creemos que quedará mas fundada cuando al exponer nuestra teoría general, demos- tremos que los álcalis aconsejados por ese médico para la curación de la gota, son también los agentes terapéuticos que mas racional- mente deben oponerse contra el colera, ya sea al interior bajo la for- ma de sal, y ya al exterior para ser absorbidos por la piel, y produ- cir los fenómenos físicos que á su tiempo señalaremos. Después de la gota la peritonitis puerperal franca, es decir, sin complicación de flebitis uterina, viene también, aunque en grado menor, á presentar notable similitud con el colera. La frialdad de la piel en la mayoría de los casos, la descomposición de las faccio- nes, el enflaquecí miento rápido, la concentración del pulso, la náu- sea y las deyecciones que en los casos muy graves son por lo común serosas, y tienen lugar en la invasión y aun en los demas periodos; los dolores con tusivos y profundos, y aun á veces verdaderos calam- bres de las nalgas, abdomen y extremidades inferiores; y por ultimo, el tinte pálido, sucio y sombreado de la cara, junto con los sudores abundantes y fríos que también se notan, son otros tantos puntos de analogía respecto de los síntomas. Por lo que bace á las causas, la supresión de las secreciones ácidas, motivo frecuente de la peritoni- tis, se sabe que suele serlo del colera: los afectos tristes intensos, producen ambas enfermedades. Por último, se sabe que en el co- lera, si bien no aparece el peritoneo inflamado, se encuentra sí seco, ó untado de un fluido viscoso, cuyos estados no dejan duda de que hubo un trastorno en las funciones secretorias de esa membrana. ¿Deberemos invocar como otro punto de analogía entre las enfer- medades que vamos comparando, la semejanza de la materia de las evacuaciones coléricas, con el líquido que elabora el peritoneo en ciertas ascitis, y aun en las peritonitis agudas? La seguridad en que estábamos de que se nos liabia de oponer en contestación, que las dos vías secretorias que se lian mencionado (intestinos y peritoneo) son muy diferentes, nos hicieron vacilar al principio: pero, profun- dizando mas en nuestra idea, venimos á convencernos de que nada lograría este argumento. Si es verdad que en las viruelas, en la es- carlatina, en casi todas las enfermedades eruptivas, y en la misma gota, las lesiones de las membranas serosas, que suelen compli- carlas, las refieren, y con razón, los médicos, á un mismo trabajo pa- tológico, dando entonces á los empiemas y á otras colecciones de líquidos el nombre de metástasis; ¿por qué no se ha de admitir se- mejanza entre lesiones de órganos, aunque diferentes, que dan por resultado común igual secreción morbífica? Si esta presenta albú- mina precipitada, la sangre en los dos casos, es de suponerse que se encontraba en circunstancias parecidas; y por tanto, debe conceder- se, por esta parte también, la analogía que hemos creído encontrar. Se tiene, pues, en lo que va escrito de este artículo el paralelo en- tre el cólera y las únicas enfermedades con quienes pudiera compa- rarse con esperanzas de algún suceso. Sin insistir ya sobre esta mate- ria, terminaremos el presente artículo por las conclusiones siguientes: Primera. El cólera no es de naturaleza febril. Segunda. En el estado agudo no tiene semejanza con el escor- buto. Tercera. Tampoco la tiene con las enfermedades inflamatorias del aparato pulmonar en el estado de agudez; pero es importante pa- ra el estudio del cólera hacerlo muy especial del estado del pulmón. Cuarta. Presenta grande analogía con la gota. Quinta. La presenta igualmente con la peritonitis. Sesta. El paralelo entre el cólera y las enfermedades que se men- cionan en el presente artículo, llama la atención sobre este fenóme- no notable que no nos sorprende, porque según haremos ver en otro lugar, está de acuerdo con nuestro modo de ver en medicina. Es el siguiente: que siempre que faltan sales alcalinas á la sangre, esia- ten desórdenes considerables en los sistemas membranosos, y agudos dolores en los músculos (1). (Sétima. Que por estas y otras varias consideraciones en que he- mos entrado en este artículo, la desalcalizacion de la sangre es en el cólera el fenómeno que debe fijar mas la atención del médico que quiera fundarle una teoría, ó caminar en el tratamiento con guías menos empíricos que los que lia tenido hasta aquí. ARTICULO II. Sobre el mecanismo con que se verifica ea el cólera la desalcalizacion de la sangre, consi- derado el fenómeno principalmente con respecto á las causas internas que puedan producirlo. Muchos de los autores que han notado la desalcalizacion de la sangre, lian creído, y esta es la opinión que reina actualmente, que ese fenómeno se debe á la substracción que hace de las sales el tubo digestivo, con el material de los vómitos y de las deyecciones. Pero esta teoría está distante de convencernos á pesar de la acepta- ción de que disfruta. He aquí nuestras razones. Si se fija un poco la atención en las causas de las enfermedades que, como se lia visto en el artículo anterior, tienen con el cólera al- guna analogía, y en las cuales se nota también, ó se sospecha la au- (1) Con los datos químico-patológicos que presenta L’Tliure al tratar de la sangre, de los gotosos, y con los que suministran los químicos que lian analizado la sangre de los coléricos, es bastante para que el fenómeno de que hablamos se tenga como preciso en estas dos clases de enfermos; pero nuestros lectores no lo considerarán de la misma mane- ra en otras enfermedades que también cuentan entre sus síntomas dolores vagos; porque aun no se poseen analogías de la sangre de los enfermos que las padecen; y faltan por consiguiente esas pruebas perentorias. Sin embargo, la circunstancia de que toda supre- sión de la transpiración cutánea produce dolores musculares, ya idiopáticos, ó bien ha- ciendo parte de los síntomas uc alguna enfermedad de los sistemas membranosos, pue- de suplir á la carencia de análisis que lamentamos, pues que en el caso debemos discurrir de esta suerte.—Si el humor de la transpiración, que es ácido, deja de separarse de la sangre, dehe ésta contener menos álcali libre porque el ácido se combinará necesariamen- te con él, formando sales que sin duda tendrán menor acción que el mismo álcali, sobre los elementos orgánicos de la saugre, principalmente en el acto importante de sostener la normal fluidez de este líquido. sencia de las sales alcalinas en la sangre, se verá que se reducen á la supresión de la traspiración, á la de la secreción de la leche, ó á la diminución de ácido lírico en la orina- Pues bien; no existiendo constantemente en tales enfermedades, ni los vómitos ni las deyec- ciones abundantes y frecuentes á que se atribuye la neutralización de la sangre de los coléricos, debe presumirse que en ellos se produ- ce el fenómeno, por el solo motivo de la supresión de las secrecio- nes acidas; concibiéndose perfectamente, primero: que los humo- res que debieran espulsarse por éstas, por ser ácidos, habrán de recargar á la sangre en principios de esta naturaleza, que satura- ran á los alcalinos; y segundo: que por estar en corriente las se- creciones de esta última especie, debia perder la sangre mas álcali del que de costumbre pierde en el orden normal. Y pues iguales causas á las ya mencionadas producen á menudo el cólera, debe es- plicarse por ellas, conforme con el raciocinio que acabamos de usar, la desalcalizacion; y en consecuencia debe admitirse, que ésta es en gran parte, independiente de las evacuaciones y vómitos, ó lo que es igual, que aunque estas nuevas causas contribuirán también á aumen- tarla, puede muy bien existir antes de ellas. Por otra parte, la exactitud en nuestro modo de ver en esta mate- ria, viene á ser patente por el hecho de haberse encontrado algunas veces, según refiere E. Hermán, que las deposiciones y los vómitos eran ácidos, supuesto que su reacción fué á la manera de éstos: fal- tó entonces el supuesto, y quedó por consiguiente el fenómeno sin poderse esplicar en el sentido en que lo han hecho los autores. Ademas; ya hicimos valer, al hablar de las enfermedades precur- soras, que entre ellas, la gripa y las demás afecciones catarrales son de las mas constantes. Y bien, por el aumento que por ellas deben te- ner ciertas secreciones, privarán á la sangre de sus principios alcali- nos ó se los disminuirán notablemente (1). Hemos llamado la aten- ción sobre este asunto, porque, si bien sea cierto que en un mismo individuo no se siga indefectiblemente el cólera á algunas de esas [1] No hallamos mejor medio de comprobar este aserto, que el de recordar la com- paración química del moco. He aquí lo que sobre este punto dice L’IIeritier cu su Quí- mica patológica: “El moco presenta mucha diferencia en los diversos puntos del cuerpo; así es que se le encuentra ácido en la boca, alcalino en la nariz, el recto y la uretra; pero estudiado de enfermedades precursoras, es, sin embargo, bien común, que así su- ceda; y porque ademas, ellas demuestran, por el solo hecho de ser frecuentes durante la constitución epidémica, que ésta, en todos los individuos, pone en actividad á las funciones de las mucosas, y que, por consiguiente, deberá en todos también verificarse la diminución de los álcalis, mas o menos, según la predisposición individual. Pa- rece, pues, que la atmósfera, por el mecanismo que liemos estableci- do, se encarga de prepararle al cólera epidémico en el individuo, una constitución particular favorable á su desarrollo: y he aquí por qué los viejos de piel árida y seca, los que son de una constitución muy débil y tienen sus mucosas muy irritables, los que llevan una vida sedentaria, los estenuados por pérdidas seminales (el séinen es alca- lino), los bebedores y otros que tienen en actividad sus secretores alcalinos, á la vez que en reposo ó en menos actividad, sus secreto- res ácidos, están mas espuestos que otros á padecer el cólera. Los hechos, repetimos, conducen ó creer que la neutralidad de la sangre es anterior á los vómitos y evacuaciones; v, diremos todavía, á la in- vasión del mal. ARTICULO III. Investigación sobre el origen mas probable del aumento de partes sólidas déla sangre de los coléricos. Cuando en el periodo de invasión se sangra a un colérico, si bien es cierto que la sangre no corre ya tan fácilmente como en el estado normal, ó en otras enfermedades, sale macho mas libremente que al principio del segundo periodo, y en este mas aun que en el terce- ro, en que las mas veces, por su misma espesura, no puede fran- quear ya la abertura de la vena. Esto prueba, casi sin necesidad del raciocinio, que el espesamiento de la sangre se verifica durante y una manera general, se le encuentran los caracteres siguientes: es blanco, viscoso, traspa- rente, inodoro é íusipido; está penetrado de agua cargada de las materias salinas que se encuentran en la sangre. Es insoluble en el agua y en el alcohol, no se coagula al calor y se deseca en una masa traslucida, quebradiza, que puesta en contacto con la agua la ab« sorbe y s? bincha. Sa disuelve en los álcalis de donde los áeidos lo precipitan.” por el mismo trabajo patológico. ¿Que lo produce, pues, tan vio- lentamente? ¿De donde le viene tan pronto á la sangre casi el du- plo de la fibrina que habitualmente tiene? Pudiera creerse que el suero, cediendo su albúmina y pasando es- ta, poruña acción químico-patológica, al estado de fibrina, era quien producía ese cambio: pero ¿esto es posible? Seguramente no; por- que la cantidad de albúmina que contiene ese líquido no puede equi- valer al sobrecargo de fibrina; y porque, ademas, el que contiene la sangre de los coléricos no carece de albúmina como debería aconte- cer si la hubiese cedido. Ahora, si se admitiera la esplicacioti que vamos combatiendo, quedaría siempre en pié esta otra cuestión: ¿quién daba la albúmina de que también se halla recargada la ma- sa de la sangre? También podrá decirse, que ambos elementos orgánicos, no pare- ce que hayan aumentado por otro motivo que por el de la pérdida del suero, verificada por las mucosas como por una especie de cola- dera, v que, por lo mismo, no hay aumento real de partes sólidas, si- no que es solo aparente por la pérdida de agua. Pero la poca fuer- za de este argumento se destruirá preguntando: ¿por qué en el dia- betis, perdiéndose tan grande cantidad de agua no se nota ese espe- samiento de la sangre, y sí se ve aun en ciertos casos de cólera en que ha sido corto el numero de deposiciones y de vómitos? Y tam- bién, ¿de dónde les viene á estos excretes la cantidad de albúmina pu- ra cpie mas ó menos presentan? Y, por último, de dónde adquie- ren los intestinos ese barniz albuminoso que se les observa? Sin duda de la sangre; y por consiguiente debemos decir, en virtud de estos hechos, que si la sangre pierde agua no es menos cierto que también pierde elementos sólidos; y de aquí se deduce necesariamen- te, que el desequilibrio entre éstos y aquella, ó no debía de haberlo, ó por lo menos, no podría ser tan manifiesto. ¿De dónde resulta? ¿Quién da el material sólido? Desde luego afirmamos que los mús- culos; y la manera cómo esto sucede la haremos ver al desarrollar la teoría general. ARTICULO IV. Cuestión importante sobre cuál sea la causa inmediata del aumento prodigioso que en el cólera sufre la exhalación por Ia3 mucosas y la piel. La pérdida que sufre el peso del cuerpo, con motivo de las depo- siciones intestinales, de los vómitos y de la traspiración cutánea: ó mas claro, la formación del material de estas secreciones ¿depen- de en el cólera de una acción física de la atmósfera sobre los líqui- dos, ó de la acción también física de las moléculas de éstos entre sí; ó bien es efecto de una acción química, simultánea y recíproca de las' moléculas elementales de los mismos líquidos? He aquí una de las cuestiones mas importantes, y quizá sea la primera que deba re- solverse, á efecto de fundar una teoría racional v justísima de la en- fermedad de que se trata. ¿Pero será posible? ¿La ciencia está ya en estado de poder auxiliar al médico para salir bien en este empe- ño? No vacilaremos en afirmarlo. Las ciencias dilatan sus progre- sos porque no se sabe interrogar bien á liecbos y circunstancias que tal vez por muchos años se lian juzgado de muy escasas consecuen- cias, ó, lo que es peor, que se han despreciado sin examen alguno; pero pregúnteseles de una manera filosófica, no se desprecie nada en su estudio, y pocas veces se dejará de ver que ellas poseen la clave importante de algún misterio tenido hasta entonces por incompren- sible. En el cólera esperamos encontrar de esto una prueba palma- ria sobre las muchas que ya cuentan todas las ciencias de observa- ción. Se ha dicho todos los dias por los médicos que se han ocupado del cólera, que las evacuaciones de los coléricos no tienen olor féti- do, y nadie ha averiguado la causa. Los enfermos están mas fríos que los cadáveres, se ha dicho también (y es un hecho bien averi- guado); pero nadie ha discurrido profundamente sobre fenómeno tan singular. Los cadáveres de los coléricos resisten mas á la putrefac- ción; y sin embargo de que durante la enfermedad se observaron nu- merosas estancaciones de sangre en los órganos, y algunos otros fe- nómenos que, á primera vista, pudieron recordar un principio de tra- bajo gangrenoso en la constitución entera; puramente se ha consig- nado el hecho, pero sin ningún comentario. Se ha observado, en fin, que el desgrasamiento es súbito, casi instantáneo, y nadie se ha tomado siquiera el trabajo de preguntarse ¿á dónde va esta grasa? ¿en qué va á convertirse?.... Pero esos cuatro fenómenos, bien pro- bados, bien observados, pero atendidos tan superficialmente, creemos que pueden dar, en gran parte, los datos para la resolución del inte- resante problema que hemos propuesto. Ensayemos patentizarlo. En cualquiera parte de la química viviente, donde se ve una com- posición ó descomposición química, la fisiología y la química ense- ñan que debe haber, y que hay en efecto, desprendimiento de gases, supuesto que, fuera de la máquina, en tales condiciones se observa cosa igual en todos los cuerpos orgánicos, y de aquí su fetidez cuan- do están en putrefacción. Ahora bien; teniendo presente esta ver- dad el espíritu, ¿qué deberá juzgar de la falta de fetidez en las eva- cuaciones? Ninguna otra cosa sino que los tejidos que dieron sus elementos orgánicos para el material de las deposiciones, no los per- dieron en virtud de una descomposición química, sino únicamente en virtud de haberse disminuido en sus moléculas la fuerza de coe- cion ó de agregación; es decir, esa misma fuerza que reúne á una partícula de agua ó de mercurio, con otra de la misma naturaleza, y no la de afinidad propiamente dicha, que une al oxígeno con el hi- drógeno ó á un ácido con una base. La flaxidez del vientre de los coléricos, se aviene perfectamente con nuestra opinión de que falta la descomposición química; porque ese fenómeno se debe esencialmente á la ausencia de gases en el ca- nardigestivo, la cual es tan constante, que espeler algunos es, en el cólera, visto por todos, como un síntoma muy lisonjero. A esto debe también agregarse, el hecho bien comprobado por Da- vy, de que los coléricos vuelven en la espiración, dos terceras partes menos del gas ácido-carbónico que en el estado normal se recoge en el aire espirado. En efecto; ademas de probar este mismo hecho que la combustión es casi nula, demuestra que la desaparición ó la notable diminución de la grasa no es efecto de su descomposición química, pues si lo fuera, su principal elemento, el carbono, debe- ría aparecer, ó en la respiración, ó formando un nuevo producto; es decir, la bilis: pero como nada de esto se nota, el observador está autorizado para interpretar el hecho referido, pronunciando, que la causa de las secreciones mórbidas en el cólera, es una especie de di- 7 solución mecánica, falta de atracción de las moléculas de los sólidos orgánicos para las de los líquidos que se contieiien en los parenqui- mas; ó si se quiere, y es en nuestro concepto, como mas adelante se verá, muy probable, una acción insólita de la atmósfera, superior á la que ejercen los mismos tejidos. E1 raciocinio que acabamos de esponer, vuelve evidente que no debe haber cosa mas natural que el otro de los hechos á que liemos prestado tanta importancia; es decir, la frialdad de los enfermos, su- perior á la de los cadáveres; porque siendo las composiciones y des- composiciones químicas de la economía, fuentes de las mas principa- les del calor animal, suspendiéndose, debe bajar la temperatura del cuerpo á grado inferior de la que tiene la de los cadáveres, pues que éstos ya son el sitio de descomposiciones muertas, si se puede hablar así, debidas á la acción de la atmósfera, ineficaz antes de la muerte, motivo á la resistencia vital que oponía la organización. La resistencia que á la putrefacción oponen los mismos cadáveres de los coléricos, acaba de confirmar la falta de descomposiciones quí- micas que liemos asegurado haber en la economía durante eml al; porque, ¿quién duda que los cadáveres de enfermos de otros males han tenido, desde antes de serlo completamente, un primer grado de putrefacción? ¿Quién negará que todos los agonizantes hieden? Pa- rece, pues, incuestionable, que la acción que acumula en la superfi- cie intestinal y en la sangre, las grandes cantidades de materiales al- buminosos y fibrinosos, es puramente física, y muy diversa de la que tiene lugar en las fiebres, por ejemplo, y en otras enfermedades que de un modo visible activan á la química viviente. ARTICULO V. Cueítion relativa al mecanismo de los calambres. Establecido el anterior preliminar, creemos oportuno procurar re- solver esta otra cuestión: “¿Los calambres dependen de la contrac- ción de las fibras musculares, 6 del súbito y material acortamiento de ellas, por sustracción de un número mas o menos grande de los glóbulos que las forman? ” Cuestión curiosa, que hubiéramos que- ruto resolver por el microscopio, comparando, con su auxilio, la fibra muscular de un colérico, con la de un cadáver de individuo cpie no hubiese padecido el cólera; y decimos que hubiéramos querido resol* ver, porque, si bien, con nuestro microscopio, en cuatro ocasiones he* naos creído observar algunas diferencias en la colocación de los glo- bales, es decir, en las distancias que habitualmente guardan, ni te- marnos toda la confianza en la potencia del instrumento, ni los liazes de fibras fueron tomados, para la esperiencia, muy poco tiempo des- pués de la muerte; ni, eu fin, creemos que cuatro observaciones nos fueran suficientes para fundar á su resultado un rango de verdad fi- fi rn averiguada; y así es que, en esta vez, como en otras, vamos á fiar la resolución al raciocinio. Va hicimos notar que los músculos en los coléricos permanecen blandos, aun en medio de los mas fuertes calambres. Mas esto no sucedería si la contracción de las fibras se verificara allí, en virtud del zig-zag que en esa condición se les observa; porque, á la contrac- ción en esa forma, se sigue indefectiblemente el apelotonamiento del músculo que, repetimos, no tiene lugar en los coléricos. Ademas, hemos notado que el enflaquecimiento del músculo está en razón directa de la frecuencia de los calambres. ¿A qué se pu- liera atribuir esto, que es tan contrario al axioma médico de ubisti- mulus ibi afluxus? Si ios calambres dependiesen de un mecanismo parecido al en que se ejerce la contracción fisiológica de la fibra mus- cular, la rigidez del músculo, y aun su inflamación, como en el reu- matismo, debían de ser indefectibles. \To es, pues, una verdadera contracción, sino mas bien una sustracción de fibrina, tal como la habíamos sospechado, y cual demostraremos mas estensámente, co- mo ya prometimos, á la vez que desarrollemos la teoría general de la enfermedad asunto de este opúsculo: y por ahora solo añadire- mos, que los calambres de los coléricos, en su manera de atacar, son perfectamente comparables á los que se observan en los miembros afectados de arteritis, con principio de obliteración en la arteria, y ó los que se padecen también en los miembros varicosos. Estos dos últimos hechos, y el carácter venoso que toma toda la masa de san- gre de los coléricos, viene á fundar este otro hecho: que el éxtasis de la sangre en las venas de algún calibre, y el poco aflujo de la ar- terial, produce constantemente los calambres. Pero él viene tam- bien á apoyar nuestra sospecha, sobre que la sustracción de los gló- bulos sea la causa esencial de esta clase de dolores, supuesto que la acción absorbente de las venas capilares, á falta de la sangre, pues por su espesura, no puede llegarles, tendrá que emplearse en otros líquidos, y aun en las moléculas de los sólidos. ARTICULO VI. Papel que hace el pulmón en el cólera. "¿Qué papel juega el pulmón en el cólera?” La gripa y otra? enfermedades catarrales que preceden, casi siempre, á la epidemia, ó que suelen reinar con ella, prueban que la constitución atmosférica que da origen al cólera, tiene una acción muy directa sobre el apa- rato pulmonar. Este es un hecho que debe tenerse muy presente para discurrir con algún acierto en la cuestión de que actualmente nos ocupamos- A él deben agregarse todas las alteraciones cadavé- ricas del mismo aparato, mencionadas ya en el lugar correspondien- te; y si se añade aun la dispnea que acompaña siempre al mal, se contará ya con un numero suficiente de pruebas de que el pulmón es una de las visceras cuya afección interesa mucho conocer, para la buena esplicacion de multitud de fenómenos, y eso, aun sin contar con la insuficiencia que en el cólera se le nota á la misma viscera, pa- ra ejecutar la arterializacion de la sangre. Pero queda este punto por averiguar. “¿De qué manera padece?” Cuestión bastante escabrosa; pero que se podrá resolver, con solo va- lorar bien los síntomas y lesiones de la entraña, así en las enferme- dades precursoras, como en el mismo cólera. Prestamos mucha importancia al estudio de las primeras, porque entendemos que la naturaleza del mal puede investigarse mejor ob- servando con mas cuidado la entrada y la salida de la epidemia, es decir, la colerina y las otras enfermedades que causa la constitución colerífera; que no al mismo cólera en todo su desarrollo; porque en este caso el ataque á la organización es ya tan profundo y general, que el médico no puede entender, ni menos interpretar con acierto, ese grito por el que cada órgano revela, conforme á su manera de ser, los padecimientos que le afligen. La simultaneidad con que se presentan los de los muchos órganos que sufren, no puede menos de producir confusión, y de multiplicar las dificultades del diagnóstico. Persuadidos de la verdad que antecede, desde que ya no fue du- doso que el cólera invadiría el corazón de la república, observamos, con mas aplicación que de ordinario, todas las bronquitis agudas que, desde esa época, liemos tenido que tratar. Al principio, nada notarnos que nos precisara á tenerlas como distintas de las que ha- bíamos visto antes; pero, á proporción que se aproximaba el azote, y que se iban dibujando en la atmósfera algunos de los rasgos carac- terísticos de la constitución epidémica, marcados por los autores co- mo mas constantes, notamos que se separaban del tipo regular: la irritación catarral invadía hasta las últimas ramificaciones de los bronquios; coincidía con una pleuritis mas ó menos intensa, y mas ó menos aguda y fija (1); el moco que se arrojaba por los esputos era muy abundante y, con mucha frecuencia, pintado de un rojo more- no, á veces tan oscuro, que le daba la apariencia melanica; presen- taba copos albuminosos, y en la vasija sufría una separación en dos porciones mas ó menos bien marcadas: la una, formada de un musí- lago poco espeso que sobrenadaba, y la otra, mucho mas consistente, adhería con tenacidad al fondo de la vasija: la fiebre era poco nota- ble, ó no existia, y a veces mas bien se observaba cierta tendencia al enfriamiento; la cara carecía de esa coloración que no deja de ser frecuente al principio de las enfermedades pulmonares. Varias ob- servaciones de este género tenemos en apuntes; pero de ellas, tres son verdaderamente curiosas; porque, sin embargo de la intensidad de los síntomas, los enfermos no presentaban en ninguna estension del pecho los signos acústicos de la pulmonía, y el estertor sub-cre- [1] Decimos mas ó menos fija, porque notamos, en varios casos, que del día á la no- che desaparecían de un punto para presentarse en el opuesto y volver á aparecer al dia siguiente en el primitivo, ó en otro diverso de los dos. Esta ambulancia en esa clase de enfermedades, la observamos principalmente en Enero de 850; y la misma fue observada en Francia [Véase la Gaceta médica de Par¡9 en los números correspondientes al 21 y 23 de Mayo], en el primer trimestre del año de 50, en algunas bronquitis que acompañaban á las fiebres exantemáticas. La coincidencia de estas observaciones con las nuestras, y el poco tiempo que ha transcurrido desde la epidemia á la época en que se hicieron, ¿no son suficientes para despertar la sospecha de que la constitución colerífera del aire, al apare- cer y al declinar, imprimen á las enfermedades del pulmón esc carácter de iuconstancia que les impide fijarse en un punto? pitante que era el único que solia notarse desaparecia por intervalos completamente; circunstancias que parecian indicar que la sangre de los esputos existia allí mas bien como resultado de un trabajo hemor- rágico pasivo, que no como consecuencia de otro inflamatorio; lo cual también se viene confirmando por el hecho de que en ninguno de esos tres casos, se presentó la costra inflamatoria de la sangre es- traida por la sangría. De los tres enfermos mencionados, el uno, al concluirse el primer septenario, presentó petequias en varios puntos de la piel, vino coin- cidiendo la tifomanía, y ya no fue dudoso que el mal había degene- rado en tifo. Su historia se halla consignada en mi tratado sobre esta enfermedad, que fue publicado en el año de 50. Otro de los sugetos (del sexo femenino) curó por el contra-estimulismo; y su bronquitis, complicada de inflamación de la pleura, fue consecutiva á una peritonitis puerperal que habia padecido una semana antes; y el sugeto de la tercera observación pasó al sesto dia de su mal á cu- rarse en el hospital de Jesús, donde murió. La historia de estos ca- sos queda, por tanto, incompleta, respecto á las alteraciones de teji- do que hayan sufrido el parenquima y mucosa del pulmón; pero lo dicho basta para sospechar con mucho fundamento: primero; que hubo un aflujo sanguíneo muy diferente del que se observa en la in- flamación: segundo; que la sangre que congestionaba el pulmón su- frió una verdadera alteración: tercero; que el moco se cargaba de al- búmina pura y elemental, supuesto que la contenia y que se separa- ba en la vasija al modo de la de la clara de huevo, precipitándose, ademas, en copos: cuarto; que el pulmón, por tanto, tiene una facul- tad mayor que de ordinario, para atraer por su mucosa ese elemento orgánico de la sangre: quinto; que los últimos vasos de la mucosa pulmonar, sufren una dilatación capaz de permitir el paso de los glóbulos sanguíneos; y por último, que estos glóbulos ya vienen allí alterados, supuesto que no presentan el color brillante que es carac- terístico de la sangre que se exhala por esa vía, á consecuencia de un trabajo morbíñeo activo. A lo espuesto debemos todavia añadir, que desde que se marcó bien la constitución epidémica, no volvimos a observar ninguna pul- monía franca y con todos sus síntomas. Conque tenemos, según estas observaciones, que desde que reina la influencia colérica, el pulmón se vuelve menos á propósito para inflamarse, á la vez que su mucosa, y probablemente también el pa- renquima, se hacen mas susceptibles de congestionarse pasiva ó he- morrágicamente. Mas todas estas deducciones están, en mucha par- te, de acuerdo con lo que revela la anatomía patológica en los suge- tos que han sucumbido al cólera; y que en realidad se reduce al en- gurgitamiento de la viscera por una sangre espesa, igual á la que se encuentra en casi todos los puntos del organismo, faltando todas las otras alteraciones que causan la pulmonía y la bronquitis. Después del lijero examen que hemos hecho de las afecciones del pulmón en el cólera, y de las enfermedades de esta entraña, precur- soras de la epidemia, y del que resulta que éstas no tienen el carác- ter activo, réstanos iniciar esta cuestión: “Para que el cólera inva- da á un individuo, ¿se necesita que preliminarmente se encuentre el pulmón enfermo?” Por ahora solo podremos responder: que todas las consideraciones en que hemos entrado en este artículo, nos auto- rizan a pensar que en el cólera, el pulmón es uno de los órganos que resienten primero el ataque atmosférico. Mas adelante tendremos ocasión de volver á tocar este punto. ARTICULO VII. Sobre cuál sea la verdadera importancia del sistema nervioso en la producción y mecanis- mo de los fenómenos patológicos del cólera. ¿Qué papel desempeña el sistema nervioso en la producción del cólera? ¿Abre la marcha; ó simplemente, por los síntomas relativos á la sensibilidad, revela el sufrimiento de los órganos y su queja, por los trastornos físicos del cuerpo? Para resolver estas cuestiones, discurramos preliminarmente un poco sobre la cólerofobia (terror por la epidemia), ó alarma del sistema nervioso contra la acción at- mosférica. Un individuo que se vuelve presa de este terror, es muy raro que salga libre de la epidemia. Y bien; ¿qué es el terror? Un esmero exagerado del cerebro en cuidar de la existencia; pero como la vo- luntad, de un modo enérgico, solo puede influir en la vida de rela- ción, he aquí que esa voluntad activa, eficaz y siempre constante, aumentará la vida de que liemos hablado. Pero la de nutrición se resiente entonces de la falta de estímulo cerebral que deberá resul- tar, sin duda, de que los nervios de este origen, por encontrarse en continua actividad, estén robando constantemente el fluido nervioso á los ganglionarios, quienes, en consecuencia, se trastornarán en su conductibilidad, y no emitirán las corrientes que mandan de costum- bre á los órganos, ni en cuanto á su número, ni en cuanto á la suma del fluido de que se forman. Entonces, los movimientos rítmicos debilitados tienden á cesar, ó se hacen cada vez mas débiles y des- órdenadamente: los líquidos de los diversos órganos, irán cediendo á las leyes físicas generales y tenderán á evaporarse, ó á coagularse, ó á ambas cosas á la vez; y de aquí esas secreciones morbíficas sin inflamación, y aun sin irritación; esa diminución del calor animal, esa debilidad ó frecuencia nerviosa del pulso, y los otros accidentes que en los colerófobos indican que serán indefectiblemente atacados. El terror, probablemente, por el mismo mecanismo que acabamos de describir, ó por el que se quiera, ¿no es cierto que produce fenóme- nos muy parecidos á muchos de la invasión del cólera? Los esfine- teres se aflojan; aparece la gana de escretar; se enfria la piel y se po- ne anémica; el rostro se vuelve lívido y las facciones se descomponen: si no verdaderos calambres, en semejante estado del ánimo se sufren sensaciones dolorosas en los músculos. Todos estos son hechos de- mostrados, y que prueban bien que la concentración de la vida sen- sitiva en el cerebro puede producir, y produce de facto, fenóme- nos que son otros tantos síntomas del cólera. Sin embargo; no creemos que el sistema nervioso intervenga por sí solo en la enfer- medad; porque, si así fuera, serian atacados de preferencia los ner- viosos, las mugeres y los niños, y ya se ha visto que esto no sucede; y mas bien, respecto de estos últimos sugetos, conforme á la espe- riencia, se puede creer lo contrario (1): pero sí creemos que el buen estado fisiológico del sistema ganglionario es la única garantía con [1] Esceptuamos los tres años primeros de la vida. que pueda contar el individuo contra la acción insalubre del ambien- te; pues apenas se debilita el sistema y ya se vuelve eficaz esta ac- ción. La actividad de la vida nutritiva, así como la energía de los nervios, son tan preservadoras del cólera, que no pocas veces han si- do también curativas. Esto ha sucedido cuando una causa moral viene á levantarlas, principalmente á la última de esas cualidades. En efecto, la ciencia cuenta algunos casos en que una alegría inten- sa, ó un fuerte acceso de ira, lia desviado favorablemente la marcha de la enfermedad; y entre los coléricos que antes de ser atacados han tenido vivos presentimientos de salvar, ó que han gozado de cierta sensación de felicidad, inesplicable porque no tenian á qué atribuir- la, ni uno solo ha sucumbido, si, por otra parte, han sido racional y prudentemente curados. No ha faltado tampoco quien haya debido su curación á una energía moral estraordinaria, y á una voluntad fir- me de sanar, viviendo solo por la razón de que no han querido mo- rir (1). Creemos, pues, en virtud de lo espuesto, que el sistema nervioso juega un grande é interesante papel en el cólera; pero, es necesario repetirlo, no es esclusivo en el desarrollo del mal, sino mas bien se limita a ser el agente propagador de los desórdenes que inicia el am- biente, si éste fue la causa; ó el sistema sanguíneo, en los casos en que el mal ha seguido á causas predisponentes que hubieren obrado por algún tiempo y dado lugar á la desalcalizacion de la sangre. Algunas objeciones que pueden hacerse á esta conclusión, quedan resueltas en gran parte, por los preliminares teóricos que compren- den los anteriores artículos; y á las que puedan todavía conservar al- guna fuerza, procuraremos destruírsela al desenvolver las ideas que constituirán la teoría general sobre el mecanismo del desarrollo de la enfermedad de que tratamos. (1) El autor del Judio errante parece que conoció esto muy bien, cuando hizo con- sistir en mucha parte la curación de Rodin, atacado del cólera, en la voluntad firme que este personaje de la novela enunciada tuvo de vivir, para el objeto de dar feliz término al asunto que noche y dia preocupaba su pensamiento y su imaginación. ARTICULO VIII. Trata de lo que en esta ciudad observó el autor en la última epidemia, respecto de las causas, invasión, terminación y terapéutica del cólera.— Predisposiciones individuales.—Causas mas eficaces.—Métodos curativos y medicamentos que con pretensiones de específicos fueron aplicados.—Su- cesos comparados de estos mismos medicamentos y de los métodos. Al trabajar en esta parte del presente capítulo, hemos tenido el disgusto de hacerlo sin mas datos que los que debemos á las pocas observaciones hechas en nuestra pequeña práctica particular. Ni la ciencia, ni los médicos mexicanos deben á la administración de la época, no digamos una de esas grandes y eruditas memorias sobre la enfermedad, presentadas en varios paises por los médicos encarga- dos por sus gobiernos respectivos de observarla, y las cuales han venido marcando en los anales de la ciencia, los esfuerzos de las so- ciedades para librar ó preservar á la humanidad del terrible enemi- go que casi la diezma; pero ni aun le fuimos deudor de una estadís- tica, que en este punto facilitara en parte los esfuerzos del médico que quisiera, en lo particular, hacer un obsequio á sus semejantes en algún trabajo científico en esta difícil materia. El ministro de relaciones es cierto que formuló, en una circular dirigida á los profe- sores de física y de química de los diversos colegios de esta capital en que se enseñan estas ciencias, cierto numero de trabajos que ha- bían de emprenderse: pero tal documento produjo resultados muy mezquinos, porque, por desgracia, se omitieron en él los puntos mas esenciales; y también, porque al redactarlo S. E. parece que con- sultó á una economía mal entendida, y aun vergonzosa si se atien- de á la ninguna que se ha tenido en multitud de ramos, de proyec- tos y de negocios que han consumido al erario. Digámoslo de una vez, se olvidó de indemnizar á los profesores cuyos conocimientos invocaba. Esa economía no era la mas á propósito para obtener grandes re- sultados en una materia en que los comisionados de observarla, para desempeñar bien su encargo, tenían que repetir esperimen- tos, practicar nuevos, rectificar los de los autores, llenar los gran- 55 lies huecos que son consiguientes á la imperfección, ó mejor dicho, á la nula estadística del paisj cubrir en lo posible los otros vacios mas difíciles aun, consiguientes al atraso en que se halla la geogra- fía y geología del terreno de la república, registrar documentos rela- tivos á la anterior epidemia, y, en fin, recabar noticias tan difíciles de obtener de las autoridades, como es de complicado nuestro siste- ma político. Echa de verse á primera vista, que una comisión se- mejante debió componerse de facultativos en diversos ramos, ser co- legiada, espensada por el gobierno, é indemnizada suficientemente para que pudiera dedicar todo su tiempo y atención. Un hombre solo necesitaba ser de tan vastos conocimientos, que quizá el país no lo encuentra todavia entre sus médicos. A falta de los documentos apreciables con que, en el caso de una mayor previsión del gobierno, se hubieran enriquecido los anales de la medicina, y facilitádose nuestro particular esfuerzo, nos habría- mos conformado ya con que los profesores encargados de hospitales y de lazaretos, así como los de gran clientela, hubieran publicado sus observaciones y los sucesos de su práctica; pero esto también nos faltó completamente, aunque debemos esceptuar al señor Hidal- go Carpió, que, en alguna parte, cumplió con este deber. Habiendo, pues, carecido de todas esas fuentes de conocimientos prácticos, por lo respectivo á la epidemia en la república, no hay que esperar de nosotros un trabajo completo ni con la exactitud que se requiere y que hoy, por costumbre, exigen los médicos que solo ad- miten lo que resulta de hechos numerosos y bien probados, repelien- do, aun con desden, todo raciocinio, por lógico que sea, si no tiene todas las bases de física evidencia. Pero supuesto que no ha estado en nuestra mano contentarlos, suplan con sus observaciones y no- ticias particulares todo lo que en documentos falte á esta parte de nuestro opúsculo: y si, como no es difícil, nuestras observaciones no se encuentran de acuerdo con las suyas, y se hubiere, por tanto, da- do la casualidad de que nos hubiesen tocado los casos mas raros, á la vez que á los mismos médicos los muy comunes y ordinarios, reú- nan sus datos y publíquenlos para que disipen lo mas pronto posi- ble el error que podamos propagar con este escrito: pudiendo, por otra parte, estar seguros, de que por bien de la ciencia y de la hu- manidad quedaremos satisfechos de esa noble conduccta, y recono- ceremos solemnemente, siendo bien comprobados, los hechos que pongan á los que poseemos fuera de estado de poder fundar teorías, reglas generales 6 puntos de doctrina. Téngase, por lo mismo, es- ta parte, como enteramente á discusión. Predisposiciones individuales.—No hemos reconocido otras mas bien marcadas que las que desenvuelven los paternas del ánimo, principalmente el que hemos denominado colerofobia. Sin embar- go, hemos creído que después de ellas deben numerarse las si- guientes. 1.1:3 Por razón del sexo. El masculino. 2. 03 Por la edad. La primera infancia, la vejez y la adoles- cencia. 3.1:3 Por la raza. En la capital, los mestizos é indígenas los creemos en primer lugar; las demas castas en segundo; los criollos de raza europea en tercero; y los menos dispuestos fueron, sin duda, los europeos nativos, lo cual está de acuerdo con lo observado en la India oriental. ¿El color en la piel será una de las mas grandes predisposiciones? Si el carbono tiene alguna parte activa en la pro- ducción y fenómenos del cólera; ó mas claro, si su mayor presencia en la piel favorece el ataque atmosférico, el análisis del dermis de color moreno precisaría á responder afirmativamente, pues que se sa- be que la piel de esa clase contiene el carburo de hidrógeno. Pero debemos confesar, que no abrigamos sobre esto mas que una sospe- cha vaga; porque, aunque en nuestra pequeña estadística de los en- fermos que nos tocó asistir, se encontraban ellos conforme á la cla- sificación ú orden arriba dicho, no estando en el censo clasificada la población por las razas, seria difícil, ó mas bien imposible, averiguar si el predominio de enfermos de cierta raza, estaba proporcionalmen- te de acuerdo con el predominio de ella en la población. Como quie- ra que sea, hemos querido insinuar la sospecha, porque en otros paí- ses, como por ejemplo, los Estados-Unidos y las Antillas, se puede confirmar ó disipar con exactitud, habiendo allí, como hay en efecto, los datos necesarios. 4.53 Por el temperamento. El sanguíneo bilioso parece que es el que mas ha predispuesto; después de éste, aparece el nervioso con alguna idiosincrasias del aparato digestivo; siguen los atléticos, v los menos dispuestos fueron los linfáticos en buena salud. 5. Por ciertos estados patológicos. Los propensos á padecer ciertas alteraciones de la bilis,, ya sea en lo relativo á su cantidad ó bien á su cualidad, los hemos reconocido mas predispuestos; siguen después los nerviosos que padecieron ó padecían neuralgias gástri- cas; mas su predisposición parece que se limitaba á ser mas suscep- tibles á las causas. Pero entre todos los mas dispuestos, como ya insinuamos en otro lugar, se contaban sin duda los que habian pade- cido afecciones artríticas y reumatismales; aunque hemos creido ob- servar que por una estraña compensación, los ataques no llegaban á toda su fuerza, y que la reacción se verificaba mas fácilmente que en otros individuos. La clorosis, la diátesis escorbútica, la estenuacion por largos padecimientos de cualquiera genero que hubieren sido, la tisis, la sífilis, la mercurizacion, salvo circunstancias muy escep- cionales, como por ejemplo, la acción de una causa muy poderosa, parece cpie preservan; aunque, por otra especie de compensación, predisponen á las diarreas serosas y feculentas, ty á la disenteria, que son, principalmente las dos primeras, tan comunes en tiempo de có- lera. Las grávidas han sufrido rancho en la pasada epidemia, poco ó nada las paridas, y menos aun las que poco antes de la epidemia habian sufrido la peritonitis. En pocas recaídas se ha observado un nuevo y completo desarrollo del cólera, si éste había sido en la primera vez bien caracterizado: en esta circunstancia, la disenteria ó la diarrea biliosa han constituido el segundo ataque. Por lo contra- rio, si el primero no ha pasado de diarrea, ó colerina, ó disenteria, el segundo ha sido el cólera verdadero. 6.73 Por las profesiones y la posición social. Nos faltan datos respecto al primer punto para poder con alguna seguridad deducir una conclusión. Así es que, fuera de los siguientes ejercicios pro- fesionales, sobre los cuales sí podemos opinar con mas certidumbre, seremos en los demás muy reservados. Todos los oficios que precisan á los que los tienen, a esponerse al desabrigo, ó á recibir la humedad del suelo ó de la atmósfera, ó la lluvia, ó á sumergir en el agua las estremidades, principalmente las inferiores, han predispuesto notablemente á la enfermedad y aun han sido causas determinantes de ella. Se cuentan en seguida como predis- ponentes todas las profesiones literarias, esceptuando la medicina, que en México, como en otros países, apareció mas bien como preserva- dora. El clero, principalmente en la clase de curas y vicarios de par- roquia, estamos informados que tuvo mucho que sufrir. Notables fueron los estragos que hizo la epidemia en los padres dieguinos. ¿Eué esto por un panteón, en nuestro concepto no muy bien cons- truido, que se encuentra en el convento, ó fue porque éste es húmedo y rodeado de pantanos y acequias, situadas á una distancia corta? Los partidarios de la infección pronunciarían por la primera causa; pero nosotros, que no hemos visto á los habitantes del barrio de Santa María, donde se encuentra el cementerio de Santa Paula, que com- parativamente sufrieran mas que los de los otros, fallamos sin escrú- pulo, por la segunda. Las mugeres públicas en lo general, han libertado, y esto fué acorde con lo que se observó en Marsella en el año de 35. No recordamos haber asistido á ningún velero, tocinero ó carni- cero, lo que por lo menos, nos indica que no fueron de los mas mal- tratados. Muy pocas noticias tenemos respecto de la profesión de las armas, y según ellas podríamos decir que fué de las que mas sufrió. Sin embargo; habiendo un cuerpo de sanidad militar, al cual le es muy fácil, ó mejor dicho, debe saberlo, sería muy plausible que no dejase al publico médico en duda sobre punto tan interesante. En las otras profesiones y oficios no hemos creído hallar ni pro- bada predisposición, ni por el contrario, que fuesen en alguna ma- nera preservativas. Pero es de desear que los médicos de la capital que, bajo de este aspecto, hayan tenido la curiosidad de llevar una especie de estadística de sus enfermos, la publiquen para iluminar con ella importantes cuestiones. La deseamos para registrarla prin- cipalmente respecto de los oficios de herrero, plomero, platero, pin- tor, y todos los demas que espongan á la impresión de las emanacio- nes metálicas. Tocante á la posición social, fué indudable que aquí, como en to- do el mundo, la clase infeliz pagó el mayor contingente á la epide- mia; la que, casi en la mitad de su periodo, perdonó completamente á los ricos y demas personas acomodadas. Pero aquí se presenta una cuestión curiosa y útil. ¿Las condiciones que preservaron a los ricos en el primer tiempo, por qué no fueron eficaces después? En el fenómeno no vemos sino un comprobante de lo que en otra parte liemos sentado, y es; que el buen estado del sistema nervioso es la me- jor garantía contra el cólera. Al principio de la epidemia pocos te- man que llorar la pérdida de un deudo o de un amigo: preparada ca- da familia con sus medicamentos, sus métodos preservativos, sus es- pecíficos de aquellos que se venden por infalibles, y animados por la seguridad del amor propio, tan grande en las gentes acomodadas que juzgan que aun la muerte lia de respetar su fortuna, todos res- piran cierta confianza. Paitábales, pues, por una parte, pasiones de- presivas de otro género que la cóierofobia, y ésta se hallaba sofocada por cálculos erróneos; y por otra, faltábales también la estenuaeion por la dieta que, mas ó menos, todos se imponían: su sistema ner- vioso tenia casi todo su vigor, Mas adelante, uno que otro desen- gaño sobre su inviolabilidad, vino á crecer la cóierofobia; y esto, y la dieta, y los preservativos medicinales aumentados y multiplicados en proporción del miedo, acababan de abatir al sistema nervioso, no siendo ya, por consiguiente, bastantes el abrigo y el método para pre- servarse del peligro. Pero de todos modos, aun en su periodo acia- go, los ricos tuvieron menos que sufrir. Es notable que todos los que se encontraron agitados ó con algu- na acción en la marea política hayan librado. iNi gefes de bando, ni mandarines en altos puestos, ni aun revolucionarios de segundo orden, han sido atacados. Solo lian hecho cscepcion los represen- tantes; pero es corta, y los que la forman, parece que estaban pre- dispuestos por temperamento. En la observación que comprende este párrafo pensamos que se encuentra otra prueba mas de que la energía del sistema nervioso es el mejor preservativo de la epidemia. 7. Por razón de las aguas. Sin asegurarlo, y por consiguien- te á reserva de reformar nuestro juicio, si á ello nos precisaren nue- vos datos, diremos: que los que hicieron uso de agua gorda, y aun de la delgada, sin filtrar, sufrieron mas que los que cuidaron de que ese agente importante estuviera en perfecta limpieza. A esto poco, en espera de mayor numero de noticias, tenemos que limitarnos. 8. 08 Por razón de los vientos. Las casas situadas al norte y ventiladas por este rumbo, han sido las mas epidemiadas: ocuparon el segundo lugar las que miran al Este, y el tercero las que reciben los vientos del Oeste: las menos maltratadas fueron, sin duda, las que los reciben del Sur. Esto coincide con lo que en otros países han observado varios médicos. Hemos creído notar recrudecencias y exacerbaciones todos los dias que soplaba el viento del Nordeste; y si esta observación es entera- mente exacta, coincide igualmente con lo acontecido en otros pun- tos. La inluencia fatal de los vientos del Este en las epidemias es todavía inesplicable; pero aparece tan constante, que la ha notado la generalidad de los autores que se han ocupado de describir alguna de ellas. 9. 1:3 Por razón de los lugares. Los que han habitado departa- mentos estrechos, sucios ó mal ventilados, y principalmente oscuros, han estado, sin contradicción, muy predispuestos á contraer el cóle- ra epidémico. El acumulamiento de personas no parece haber teni- do mayor influencia, puesto que estamos informados de que las pri- siones y los otros establecimientos que contienen gran número de in- dividuos, no han sido proporcionalmente mas atacados que el resto de la población; pudiéndose mas bien, en todo rigor, asegurar lo con- trario. En los monasterios, por ejemplo, lian sido muy raros los ca- sos de cólera; y todo esto arguye que el recargo de gas ácido carbó- nico en el aire, no produce la epidemia del cólera, ni la favorece co- mo á las otras, y principalmente al tifo. La oscuridad y la hume- dad parecen haber sido las condiciones mas fatales que pudiera te- ner una habitación. La proximida 1 de algunos pantanos y muladares que han sido el sitio de antigua fermentación de destrozos vejetales, han ejercido muy mala influencia, y pueden haber sido la causa de que por tanto tiempo se estacionara el cólera en los suburbios de la capital, sin in- vadir al centro. Las manzanas, cuyas calles están bien empedradas y bien cubier- tos sus caños, tuvieron menos estragos que las que se hallaban en condiciones contrarias; y los sufrieron de muclia consideración los que con otras, forman calles estrechas y que no proporcionan pronto y libre curso á las corrientes de aire. Los pisos bajos han tenido que sufrir mas que los altos. ¿Habrá sido por la situación local, ó por la miseria de los moradores? Es probable que por ambos motivos. Los lugares rodeados de charcos ó lagunas, con tal que las aguas de éstos fueran dulces ó recientemente estancadas, ó que sufrieran alguna renovación por comientes de otras que surgieran en medio de ellas, no hemos visto que hayan estado fnas dispuestos que otros á alojar la epidemia; y antes bien, si en esta materia un solo hecho pu- diese servir para fundar una regla general, el de haberse Lerma (po- blación del Estado de México) libertado en las dos epidemias, no obstante que se encuentra rodeada de una estensa laguna, pero en las condiciones enunciadas, podría autorizar en alguna manera á pre- sumir á estas mismas condiciones como de una virtud presentado- ra. Las indagaciones que se hicieran en las poblaciones cercanas al lago de México, o situadas en él, pudieran aclarar bien este punto, comparándose los estragos en las uníis cotí los de las otras, y anotán- dose las condiciones topográficas, y principalmente la naturaleza de las aguas que las rodean. Causas.—Se ha visto en México que todas las designadas por los autores produjeron la invasión de la enfermedad; pero las que tuvie- ron una acción casi indefectible fueron las siguientes: baños, hume- dad de la atmosfera, sobre una piel desnuda o lijeramente cubierta, la lluvia y el frió de la noche y de la madrugada, operando por al- gún tiempo, máxime si el cuerpo estaba caliente o en sudor. Esto es por lo respectivo á los agentes esteriores. Por lo que toca á los internos, debemos decir: que ha sido perjudicial toda clase de ali- mentos de dificil digestión, principalmente frutas y verduras, y tam- bién las semillas feculentas que contienen poco gluten, como gar- banzo, alverjon, frijol etc. La agua en abundancia también ha sido muy perjudicial, principalmente si se tomaba al tiempo de la di- gestión. Los ácidos vejetales también han sido nocivos, princi- palmente en los niños yen los sugetos nerviosos; pero, en obse- quio de la verdad debemos decir, que esta opinión no podemos apo- yarla sino en muy corto numero de observaciones. Sin embargo, éstas están bien comprobadas; y no podemos menos de mencionar la que nos ofreció una niña de dos años, que jugando con un limón que mordió y chupó su jugo, en el mismo instante fué atacada de un cólera tan violento, que la hizo sucumbir antes de tres horas. Dos meses después de salida la epidemia, otra niña de tres años de edad, nos presentó también otro caso de cólera originado por otra fruta acida. La leche la tuvimos como dañosa; pero esto solo en los que ñute- ■ nian costumbre de tomarla, en los nerviosos y en los propensos á padecer acidezes. Los purgantes y los eméticos produjeron muy á menudo el cólera, aun administrados contra aquellas enfermedades (pie mas exigían su uso. El coito, pero únicamente en los hombres, fue perjudicial, princi- palmente si se tenia en la época de la digestión. A la vez que esto escribimos, tenemos el sentimiento de haber perdido á un amigo á resultas del cólera que contrajo por esa causa. Ni un solo caso hemos tenido que pudiera argüir en pro de la opinión de que existe un virus colérico. Carecemos igualmente de los varios que son necesarios para demostrar la infección colérica. Medicamentos.—Revisados nuestros apuntes sobre este particu- lar, hemos recogido los siguientes resultados. El vomitorio simple, es decir, agua tibia y cosquilleo en la farin- ge, para promover las contracciones del estómago y la acción de los músculos que intervienen en el vómito, administrado en el momento ó muy poco después de la invasión, constantemente hacia abortar el mal, si era causado por el solo abuso de alimentos indigestibles. En los casos en que por el mismo vomitorio se logró un efecto incompleto, notóse, sin embargo, que el enfermo quedaba muy bien dispuesto para el buen efecto de los digestivos, principalmente de los carbonates de sosa ó de potasa administrados á menudo en cor- tas dosis y prudencialmente. No se puede disimular que en las circunstancias en que se hubie- ra usado, con probabilidad de buen éxito, el vomitorio sencillo que va mencionado, el aceite de olivas ha producido muy buenos efectos cuando el vómito, y después, favoreciendo la secreción de la bilis. Pero esta confesión que hacemos, por la verdad y la franqueza, no importa la de que, como se ha pretendido al usarse de ese medica- mento con tanta profusión, sea un verdadero específico; pues esta • mos tan lejos de creerlo que por el conttario, fundados en la espe- riencia, afirmamos que fué perjudicial siempre que se administró pa- sada la oportunidad de su uso, es decir, cuando ya el estómago es- taba desocupado. La ipecacuana fué muy favorable, estando algo indicada la reac- ción y si había ya síntomas de embarazo gástrico bilioso, pues que venciéndose éste por su medio, se completaba la acción medicadora de la naturaleza y se prevenia el tifo. Fuera de aquellas circunstan- cias, acababa por agobiar al enfermo agotándole las fuerzas por las repetidas contracciones del estomago y las angustias que acompañad al vomito d que le son consiguientes. Focos enfermos se han curado por los purgantes drástricos; pero es cierto que sanaron algunos que pudieron haberse tenido por incu- rables. El calomel, ó mercurio dulce, ha sido mas feliz, curando á un nu- mero respetable de enfermos. A juzgar por la salivación y las ap- tas que sobrevinieron á todos los enfermos del llamado Dr. Marks, no era otro que el calomel el pretendido específico que anunciaba, y que dio, con algunos sucesos que no aprovecho en su mayoría, por no haber proporcionado las dosis del medicamento ni sabido asistir á los enfermos en los resultados de la mcrcurizacion. Algunos farma- céuticos fidedignos aseguran haber analizado el polvo de Marks, con- firmándose la sospecha enunciada. A nosotros nos ha parecido bas- tante la acción del medicamento sobre las glándulas salivares, por cuyo motivo no nos hemos empeñado en hacer un análisis. Como medios auxiliares los auti-espasmddicos fueron útilísimos, regularizando las funciones de innervacion; pero sin un emético, o el calomel, u otro agente que obrara directamente sobre la sangre o so- bre el plexo solar, o sin que un esfuerzo de la naturaleza hubiese su- plido la acción de esos medicamentos, obtuvieron poquísimas cura- ciones. Lo que acabamos de decir de los anti-espasmodicos, tenemos que repetirlo respecto del opio; teniendo ademas que notar, como ya en otra parte insinuamos, que su propiedad narcótica disminuye en los coléricos, por lo menos á un tercio de la energía que tiene de ordi- nario. Este hecho, bastante curioso y digno de estudiarse, lo espli- can algunos de mis compañeros, diciendo; que consiste en la falta de absorción del estomago é intestinos; y, ademas, en que el medi- camento es, por lo común, espelido violentamente. Pero nuestra observación se estiende no solo á los casos de cólera bien caracteri- zado y en avanzado periodo, sino también á colerinas lijeros en que aconteció lo mismo; y en tales casos, es claro que no puede admi- tirse la supradicha esplicacion, Nuestro plan curativo, que ha consistido esencialmente en llevar álcalis á la sangre, ya fuese aplicándolos al interior, ó bien al este- rior diluidos en agua y aplicándolos en chorros, baños, friegas & fo- mentaciones, nos ha surtido muy buenos efectos contra todo el cua- dro de síntomas de la enfermedad, con tal que en las superficies hu- biera alguna circulación de sangre aunque fuese lenta: pero contra el síntoma que en todos los periodos y circunstancias, obtuvimos un suceso constante, fue el calambre; de manera que, aun los enfermos que sucumbieron, ó no los resintieron mucho tiempo, ó los padecie- ron de un modo muy tolerable. Tocante al mismo método de que vamos hablando, tenemos que hacer notar, ademas de lo dicho, que la acción de las sales alcalinas contra el espesamiento de la sangre fue tan clara, cuanto puede in- dicarlo este hecho: “que la enfermedad se juzgó en muchos casos, por epistasis, por menstruos anticipados, o por un flujo hemorroidal mas b menos abundante.” Cuando no liabia un principio interno de reacción, lo que menos vimos surtir contra la algidez, fue la aplicación del calor; pero en contraste, otros casos mas o menos desesperados, nos han dado oca- sión de ver que la piel recobró su calor, por las lociones frías á la cara y abdomen, secundadas por un baño de sábana también frió, á la manera en que se ha aplicado en México, según el sistema liidro- pático. Las colerinas lijeras curadas como diarreas ordinarias, por lo co- mún se transformaban en cólera verdadero, máxime si en virtud de las causas y conforme á los síntomas, no se les oponía el tratamien- to que estas mismas circunstancias hubieran indicado en el caso de cólera ya bien desenvuelto. Sin embargo, en los sugetos animosos, robustos, y de un sistema sanguíneo bien marcado, bastaron el té, la menta, alguna bebida lijeramente opiada, y la abstinencia. En el mismo caso, y aun en el verdadero cólera, hemos visto muy buenos efectos de las embrocaciones de alcohol fuerte á todo el abdomen, principalmente cuando los enfermos eran afligidos por esa espe- cie de gastralgia que ellos designaban con las voces de “agujero ó / )) vacio. Entre los medios revulsivos ó perturbadores, á ninguno liemos' visto operar mejor que á un largo sinapismo á la espina. El baño vinapisado propuesto por Tardieu, lo vimos obrar muy fatalmente, porque agotaba la acción de los centros, y fatigaba mucho á los pa- cientes; y cuando por casualidad procuraba la reacción, muy pocas veces era dueño el médico de gobernarla para conducirla al término deseado. El método antiflojístico apenas fue usado en la presente epidemia, V siempre con fatales sucesos. La nieve usada con moderación no ha perjudicado: de un mo- do contrario, agravaba el mal; por lo común los médicos la usamos mas bien por una especie de compasión á los enfermos, por su ar- diente sed, que no por confianza en la virtud curativa que algunos autores le han acordado. Muy frecuentes fueron las recaídas; pero repetimos, que ni una vez sola vimos que presentara el mismo tipo del ataque primero. A PENDI CE A ESTE ARTICULO, QUE CONTIENE OTRAS VARIAS NOTAS. El cólera, en México, comenzó por ser esporádico: entonces nun- ca atacaba sin causa manifiesta y siempre relativa al tubo digestivo ó á la piel: los síntomas, aunque existiesen todos, no eran bien mar- cados, dibujándose apenas los característicos del cólera asiático; la terminación en la mayoría, y puede decirse, en la generalidad de los casos, era por la salud que se recobraba por los medios á que ordi- nariamente ceden las diarreas otoñales y de la primavera, tan comu- nes en México. lie aquí por qué muchos dias se dudó que la ciu- dad fuese invadida. De la misma suerte terminó la epidemia; solamente que los sínto- mas se marcaban mejor, v que al mismo tiempo se vio reinar una di- senteria epidémica que las mas veces cedia á la ipecacuana, ya fue- se administrada como vomitivo, ó que se buscase su acción sobre la sangre, quizá á la manera de los contraestimulantes, en cuyo caso se asociaba por muchos al opio, simplemente, ó según la fórmula de Dovver. Las convalescencias fueron demasiado penosas y lentas; la suscep- tibilidad del tubo digestivo ha sido tan estrema en ese periodo, que muchas veces, por los mas lijeros estravíos vinieron accidentes con- siderables. El enflaquecimiento ha persistido en todos, por algunos dias, quedando los máscalos casi en una verdadera atróíia: se nota- ban todos los síntomas de la anemia, y aun las enfermedades que so- brevenían tenían los caracteres que son consiguientes á ella, y ce- dían a los tónicos, y principalmente al fierro metálico administrado con la prudencia que demandaba el estado de las vias digestivas- CAPITULO IV. TEORIA DEL COLERA. PRINCIPIOS MEDICOS DEL AUTOR, CUYO CONOCIMIENTO ES INDIS- PENSABLE PARA LA EXACTA INTELIGENCIA DE ESTE CAPITULO. En nuestra Teoría del principio vital hemos fundado bastante los principios que siguen. Primero. El agente imponderable que en la máquina animal, bajo la vaga denominación de fluido nerveo, preside y ejecuta los ac- tos de la química viviente, es la electricidad. Segundo. Su principal fuente es el fierro de la sangre. Tercero. Los glóbulos ferruginosos de este líquido, y el suero, son elementos y el conductor de que se forma la pila galvánica que, en el sistema sanguíneo, nos presenta la naturaleza. Cuarto. Como el fierro en su estado de pureza natural, no puede desarrollar sino electricidad de una especie, había necesidad en los glóbulos de la sangre, de polarizarse para desarrollar las dos electri- cidades á la manera de una cópula eléctrica. Y bien, esto se cum- ple en el pulmón en el acto de arterializarse la sangre; pues que la parte oxidada debe comportarse, así como enseña la fisica, de un mo- do diferente que la otra. Quinto. Por el principio anterior, las composiciones y descom- posiciones de la química viviente, tanto nutritivas como secreto- rias, únicamente podrían tener lugar en las últimas ramificaciones capilares; porque solo allí pueden los glóbulos tomar la colocación indispensable para operar eléctricamente, ó lo que es igual, para for- n ar la batería. Pues bien; eso es precisamente lo que sucede, y de- bemos hacer valer como un buen argumento á nuestro favor, el acuerdo que guarda el hecho con la teoría. Sesto. Desarrollada la electricidad en el sistema circulatorio, dos grandes fenómenos tienen lugar en consecuencia, y son: 1. ° : una parte del fluido determina composiciones y descomposiciones (nutri- ción y secreción); 2. ° : otra, que se puede llamar exuberante, es recogida por los nervios y conducida á varios centros (cerebro, cere- belo, médulas oblongada y espinal, y ganglios); y va destinada á los grandes usos á que estos órganos están dedicados por la naturaleza? y que pueden reducirse al grande acto conocido por los médicos con el nombre de innervacion. Debiéndonos ocupar mas adelante del me- canismo de esta función, así como de la nutrición y secreción, nada añadiremos por ahora, con relación á estas funciones. Sétimo. Hay evidentemente en la máquina otras fuentes eléctri- cas; y ellas son, la hetereogeneidad de los cuerpos y las reacciones químicas; pero esta electricidad no es, sin duda, la que debe llamarse principio vital; primeramente, porque es secundaria á la otra que, bien calculada y medida por la naturaleza, puede y debe llamarse regula- dora; y en segundo lugar, porque ella, sin el sistema nervioso que la recoge también, seria mas bien un elemento desorganizador, según lo prueba que siempre que las descomposiciones químicas de la má- quina se activan, la normalidad de su ser se compromete anatómica y fisiológicamente hablando, y no por otra cosa que por el calórico (electricidad neutra) que de ellas resulta v que amenaza quemar y poner en fermento á todos los humores. Octavo. Supuesto que hay electricidad en la máquina, y fierro en la sangre, debían resultar algunos fenómenos de electro-magnetis- mo: se dan, en efecto, y muy importantes; mas no hablamos de ellos específicamente, porque mas adelante tendremos que volver á este punto. La simple lectura de estos principios basta para conocer que, si co- mo lo creemos, están ya conquistados, la revolución que han verificado en la fisiología es de tal naturaleza, que todo el edificio tendrá que levantarse de nuevo, para entregarlo enteramente á la física y á la química á quienes naturalmente pertenece. Y como toda revolución en ose ramo de la medicina, es trascendental á los demas, es menes- ter que fijemos, para cada uno, los principios que naturalmente se deducen de los que acabamos de establecer. Patología general.—Primero. De que el Huido nérveo sea la electricidad desarrollada por la pila galvánica que forma el sistema sanguíneo y los nervios (que son como los alambres de los polos de la batería) se infiere: que para el mantenimiento de la salud son im- portantes dos cosas: primera, el equilibrio que la naturaleza lia esta- blecido entre las dos electricidades; para todo el cuerpo, si se trata de las grandes funciones; y para cada drgano en particular, si se quieren considerar solamente las que á cada uno les san propias. Se- gunda, el desarrollo de la cantidad de electricidad, de- cada genero, que sea necesario para el ejercicio de las funciones. Segundo. La salud, pues, debe trastornarse por todos estos mo- tivos: 1. ° Por llegar á los árganos mayor cantidad de Suido positivo d negativo, que la que tengan de costumbre recibir,, y esto puede provenir de las causas que vamos á enumerar. Primera. La sangre puede desarrollar mas fluido positivo (pie negativo, o viceversa. Se- gunda. Los nervios podrán no tomar electricidad, por alteraciones en su organización, perceptibles ó imperceptibles, pues que ellas pue- den depender ó consistir en cambios químicos de los fluidos orgáni- cos que los constituyan, d que simplemente los impregnen. Terce- ra. Los nervios podrán tomar fluido para perderlo en seguida por una especie de robo que los árganos circunvecinos o inmediatos ve- rifiquen, volviéndose anormalmente conductores de la electricidad: dándose entonces varios fenómenos patológicos (convulsiones, hiper- trofias, transformaciones de tejido, excrecencias, liiperdiacrisis, in- versión de las secreciones, y otras varias lesiones que fácilmente pue- de el médico químico adivinar). Cuarta. Los nervios pueden to- mar mayor cantidad que de costumbre. Quinta. Los nervios, por trastornos de composición química y de estructura, pueden invertir sus funciones, tomando electricidad positiva los que recibían negati- va, y viceversa. Sesta. Como los nervios tienen diversa conducti- bilidad, pues unos son conductores completos, y otros nada mas se- miconductores, puede suceder que, también por alteraciones quími- cas ú orgánicas que sufran, los conductores degeneren á semicon- ductores, y éstos se eleven á conductores; resultando del primer ca- so trastornos en la sensibilidad y en los movimientos voluntarios, y en el segundo, desordenes en los movimientos rítmicos y peristálti- cos, y en las funciones nutritivas. En los centros nerviosos sucede- rán trastornos muy parecidos respecto á su facultad de cargarse de fluido: pero es escusado señalarlos, porque después de lo dicho, se adivinan fácilmente. Sétima. No hay necesidad de probar que la electricidad atmosférica, por sus diversos cambios, puede trastornar toda la innervacion por intermedio de los pulmones y de la piel, qui- tando, o modificando en la economía, el fluido nervioso (electrici- dad) que necesitan los órganos, o bien recargándolos de ella. Tercero. La sangre puede causar el desequilibrio, la falta o re- cargo, por varias causas que es importante conocer. Ellas son: 1. . Desequilibrio en los elementos orgánicos de que se compone; y esto se comprende fácilmente. ¿Hay, por ejemplo, poca fibrina? Se aba- tirá el numero de glóbulos y disminuirá en consecuencia el poder de la pila galvánica que ellos forman. ¿Hay poco fierro? Sucederá también esto ultimo. ¿El suero carece de sales, ó no tiene la canti- dad que de ordinario? Pues faltará entonces, en el aparato, el con- ductor y escitante de la electricidad, y ademas el agente que, impreg- nando á los tejidos de los órganos, los dispone á recibirla físicamen- te, ó mejor dicho, á atraerla. ¿Abunda en urea, en ácido úrico, ó contiene algún otro ácido? Sucederá entonces que se modificará la polaridad de los glóbulos por las acciones químicas que en ellos se ope- ren. 2. Lesiones del aparato respiratorio, de aquellas que pueden entorpecer la hematosis; porque, en tal caso, habrá desequilibrio eléc- trico en los glóbulos de la sangre, y el aparato galvánico irá dejan- do de obrar hasta el estremo de que se estinga su acción, y con ella la vida. 3.58 La plétora arterial y la venosa á su vez; y esto se entiende tanto mas fácilmente, cuanto que ya está demostrado por esperimentos repetidos, que la sangre venosa tiene distinta electrici- dad que la arterial. 4. Algunos estados morbíficos de los líquidos de la sangre, y de los glóbulos, que impiden que éstos atraigan bien al oxígeno del aire respirable, por no estar electrizados de la manera que deben; y esto proviene muy probablemente, de la presencia de un ácido en la sangre, ó de alguna grasa, ó de la falta de álcali; todo lo cual lo hace comprender fácilmente una poca de meditación, te- niendü presentes las leyes de la electricidad. Kn la teoría tendre- mos ocasión de estendernos sobre estos puntos. Terapéutica.—Es claro que, según nuestro sistema, la terapéu- tica general se reduce á tres palabras. Dar á la economía electrici- dad cuando le falte: disminuírsela cuando le sobre, y equilibrarla cuando los dos fluidos no se hallen en la proporción ó en la modifi- cación en que deben hallarse según lo requieren las funciones de los órganos. Materia medica.—(¿uien haya entendido bien mi sistema, sa- brá por sí mismo crearse este ramo, y quedará admirado de venir á caer demasiado naturalmente, en los agentes medicinales que en mu- chas enfermedades ha sancionado ya una larga esperiencia. Aquí vuelve, como en otras muchas partes, á estar la teoría enteramente de acuerdo con los hechos. Por el motivo espresado, nos limitaremos, pues, á dar estas reglas generales. Primera: todo cuanto pueda obrar en el individuo, ya sea esterior, ó ya interiormente, tiene su electricidad propia. Por tanto se comportará según ella en la economía; y podrá, por consi- guiente, ó dar, ó quitar á los cuerpos orgánicos, ó equilibrar la que estos contengan. Segunda: todo cuerpo soluble y todo líquido que se ponga en contacto con la economía, tiene sobre ella una acción química ó física que podrá producir los mismos efectos que en la re- gla anterior se han espresado. En virtud de estas reglas, ya se nos disimulará que no entremos en mas pormenores: porque, ¿quien dudaría que ellos habían de cons- tituir un tratado de electricidad orgánica, y otro de química de igual naturaleza? Mas esos detalles no harán falta á quien estudiando física y químicamente los sólidos y líquidos de un órgano enfermo, sepa, por ese estudio, el estado que allí debe guardar el fluido eléc- trico; y respecto de las enfermedades que afectan lo general de la constitución, tampoco harán falta á quien estudie bien en su enfer- mo la respiración, la sangre, y la probable conductibilidad de los nervios que en el caso guarden. Para todo este giro del discurso v del juicio del médico, exhibimos un pobre modelo en la siguiente teoría, entre tanto que dificultades pecuniarias que es difícil remo- ver, y tiempo de que no podemos disponer hoy, nos impiden orde- nar un tratado de materia médica que completara el atrevido edificio que hemos levantado. Quizá antes de dos años habremos podido cumplir con este deber que reconocemos y cuyo desempeño acep- tamos. TEORIA DEL COLERA. Se habrá ya notado que al discurrir sobre las cuestiones que figu- ran en el capítulo anterior, hemos cuidado escrupulosamente de no mezclar en las esplicaciones ni uno solo de los principios médicos que acabamos de relatar para inteligencia de quien leyere este opús- culo: nos hemos servido únicamente de raciocinios bien lógicos so- bre hechos y verdades médicas que para todos deben ya ser irrecusa- bles. Obramos de este modo, porque hemos querido alejar toda prevención, favorable ó adversa, respecto de nuestro sistema, y pre- cisar á los hombres del arte á que concedan lo que justa y racional- mente no pudieran negar, y á que reconozcan después, en sus mis- mas concesiones, los cimientos que han de servirnos á establecer una teoría del colera, bajo la clave de nuestros principios fisiológicos. Tal es lo que hemos hecho hasta ahora: pero cumplido, como lo es, nuestro empeño, llegó ya la vez de presentar la teoría. Hemos visto, por todo lo que precede, principalmente en la parte descriptiva, que en el cólera dos son los sistemas esencial y primiti- vamente afectados; el sanguíneo, únicamente con relación á la san- gre y á sus funciones; y el nervioso, por lo respectivo á la innerva- cion. Hemos visto también, que el desorden de la sangre está liga- do á cierto trabajo de descomposición de los órganos, que hemos probado ser física y no química. Haber precisado estos dos grandes fenómenos, casi es haber dado la teoría del cólera; pero ella aun contendría mil huecos, si no se fijara con exactitud cuál de esos mis- mos fenómenos abre la escena, es decir; si es la descomposición que acabamos de enunciar, ó si ésta es el resultado de la lesión de los sistemas arriba mencionados. Aclarar este punto de donde deberá partir la luz que ilumine todos los misterios, es lo que nos corres- ponde ensayar en este capítulo; y felices nosotros si, en tal empeño, nuestro modo de discurrir es de tal suerte, que por él merezcamos siquiera se perdone nuestra audacia* Mas atras liemos dicho que el aumento de las partes sólidas de lu sangre de. los coléricos, era lo mas probable que tuviese su fuente en los músculos. Ahora ya es tiempo de que lo afirmemos perentoria- mente, estableciendo; que el primer ataque de la constitución atmos- férica lo sufren esos órganos por intermedio de la parte nerviosa de la piel. Para probar este aserto, tenemos preliminármente que re- petir aquí nuestra teoría de la contracción muscular consignada en el opúsculo sobre el'principio vital, que ya hemos citado en otra parte, y cuya lectura recomendamos como indispensable, para la mejor in- teligencia del presente capítulo. Decimos así: “Observada con el microscopio una fibra muscular, se ve que es un tubo membranoso que contiene multitud de glóbulos colocados unos en pos de otros, los cuales se ha creído, con razón, que fuesen los mismos de la sangre, y cuya opinión admito como la mas cierta en este punto. Pues bien, mi doctrina, acorde con la análisis quí- mica, enseña; que cada glóbulo es ferruginoso; vías leyes del electro- magnetismo enseñan también, que una pieza de fierro que recibe una descarga eléctrica se magnetiza. La misma doctrina marca la ma- nera en que los glóbulos ferruginosos pueden recibir las descargas por las que se vuelven magnéticos. Acordado todo esto, se com- prenderá que el glóbulo, al salir del vaso capilar, ya va facultado pa- ra atraer á otro semejante, éste á otro, y así sucesivamente. Tal es la formación de la fibra que, en resumen, no es mas que el cumpli- miento de un fenómeno magnético. Por el conocimiento de las mis- mas leyes del electro-magnetismo, se convendrá en que, á la vez que los glóbulos reciban una corriente eléctrica, sufrirá cada uno de ellos una declinación (1), en virtud de la que sucederá el acortamiento de la fibra, que se comprenderá fácilmente y de un modo perfecto, re- cordando que los glóbulos de la sangre que yo supongo ser los mis- mos de la fibra muscular, son lenticulares; porque es claro, que cuan- do, por su declinación, se toquen por su menor diámetro, ó por me- jor decir, su espesor, será indefectible el acortamiento de la fibra, el cual deberá valuarse como igual á la suma de las diferencias que ha- ya, en un número dado de glóbulos, entre el diámetro y el espesor de ellos. He aquí por qué se observa que la fibra efectúe su con- tracción, haciendo una especie de zig-zag.” (1) Tal vez debimos, para mas propiedad, haber usado de la palabra inclinación. Alas adelante, en apoyo de la misma teoría, dijimos también: “Ademas, existe un hecho que no debe pasarse en silencio, porque es un escelente comprobante de mi teoria: él es, la poca coecion que se le observa á la fibra muscular después de la muerte, puesta en contraste con la tenacidad de que goza en la vida; porque este fe- nómeno que ha llamado tanto la atención de ios observadores, por no haber advertido cosa igual en los otros tejidos, se esplica perfecta- mente por la propiedad de que goza el oxígeno al combinarse con un cuerpo ferruginoso imantado, de hacerle perder su atracción; por- que los glóbulos musculares, abandonados después de la muerte á las solas afinidades químicas, son atacados por el oxígeno del aire, y pierden, por consiguiente, la facultad de atraer. Esto debe verse también como el verdadero motivo de que ya no rengan los múscu- los á la influencia del galvanismo, cuando ha transcurrido algún tiempo de sucedida la muerte; porque, perdiendo los glóbulos su atracción, no deben ya declinar por la influencia de una corriente eléctrica.” Según debe inferirse del hecho de haber citado la anterior teoría de la contracción muscular, al ponernos á dar las pruebas del aserto que hemos consignado y vamos demostrando, es claro que hemos de apelar al hecho incuestionable de que el imán, durante la epidemia de cólera, pierde completamente, ó por lo menos disminuye de un modo notable su facultad atrayente; porque este hecho, es tan de acuerdo con nuestra teoría fisiológica de la contracción muscular, que no puede pensarse en ella sin acordarse de él. En efecto; ¿pier- den los glóbulos musculares su atracción, como la pierde, durante la epidemia, todo cuerpo ferruginoso imantado? Pues desde luego se desprenderán muchos de ellos é irán pasando al torrente de la circu- lación. Ahora, ¿la pierden los sanguíneos? Pues ya no pasarán á nutrir á los músculos, sino que quedarán en la sangre, y unos y otros la espesarán. Pero se preguntará, con el objeto de conmover esta doctrina; “ ¿por qué no todos los individuos son atacados del cóle- ra, no obstante que los músculos de todos son compuestos de esos glóbulos ferruginosos, que, conforme á la anterior teoría, deben obe- decer á la influencia atmosférica? ” Vamos á responder. Hemos dicho que la garantía principal que contra el cólera pueden tener los individuos, es el buen estado del sistema nervioso. A la verdad; entre tanto ejerza sus funciones de una manera normal, las corrientes nerviosas, es decir, el fluido eléctrico conducido por los nervios, está sosteniendo el estado electro-magnético de los glóbulos sanguíneos y musculares, compensando así, en gran parte, la in- fluencia fatal de la atmósfera (1); y he aquí por qué la actividad del sistema nervioso relativa á la sangre v á los músculos, sucumbe en unos individuos cuando alguna causa viene á debilitar la innerva- cion, y son desde luego atacados; y en otros se sobrepone á la acción del ambiente, neutralizando sus efectos, ó permitiendo á lo mas li- jeros desórdenes como se ven en la colerina. Sin embargo; se tie- ne todavia derecho para hacernos otra pregunta. “¿En qué consiste esa actitud favorable del sistema nervioso? ” Y tal pregunta es, á la verdad, tanto mas oportuna, cuanto que la autopsia no revela en los coléricos ningún desorden profundo en ese sistema, principal- mente en el ganglionario. Respondamos también á ella. De tres maneras pueden los nervios ser ineptos para la innerva- cion: ó por incapacidad del fluido nervioso, ó por no tener de donde tomar la cantidad que de éste necesita para cumplir aquella función; ó en fin, porque el fluido eléctrico, ó llámese nervioso, no sea de la naturaleza, ó no esté en la modificación que se requiera para que llegado á los órganos influya normalmente en ellos. Examinemos en cuál de estas maneras, el sistema dicho, deja de desempeñar por el cólera sus funciones. Si cada filete, según el polo del glóbulo sanguíneo de donde tome su electricidad, condujese la que le corresponde, esto es, la positi- va unos, y otros la negativa según por nuestro sistema se ha esta- blecido que debe suceder en el orden normal, las composiciones y descomposiciones químicas en el cuerpo, ó lo que es lo mismo, la normalidad en la secreción, seria el fenómeno que en consecuencia debiera observarse, supuesto que el mecanismo de conducir el siste- ma nervioso [que vamos suponiendo] no es otro que el mismo de (1) Decimos en gran parte, porque, aunque sea verdad que uo todos padecen el cóle- ra, es también cierto que en tiempo de la epidemia todos sufren indisposiciones que, bien analizadas, se encuentra que no son sino una especie de pródromos del mal. una pila voltaica que, en acción, es sabido que sobre la mayoría de los cuerpos, causa las descomposiciones, o la recomposición si obra sobre los elementos de ellos. Pero liemos demostrado en uno de los artículos preliminares á esta teoría, que las composiciones y des- composiciones de la química viviente, si no cesan en los enfermos durante todo el tiempo del desarrollo del mal, disminuyen sí, de una manera notable, hasta el grado de deberse dudar de su existencia, y por lo mismo no es de admitirse que subsista la manera de llegar la electricidad á los díganos, que hemos creído ser tan indispensable para el buen ejercicio de las funciones del sistema nervioso en ge- neral, y mas aun para el ganglinario. La incapacidad material, o diremos orgánica, de los nervios, es inconcuso que no es la causa de los desordenes que se notan en la innervacion; porque si lo fuera, aparecerían esos órganos modifi- cados en su estructura y naturaleza física, ó en su composición, y ninguna de estas dos cosas se ha observado, si no es en casos tan escepcionales que no pueden servir para una regla general: luego no quedan sino estas dos opiniones que poderse admitir: d que los ner- vios no conducen las electricidades positiva y negativa, en la combi- nación ó en la manera en que deban correr para los usos de la quí- mica viviente, o que no conducen ninguna. No podemos admitir esta ultima, porque para profesarla seria necesario haber visto que la vida en los coléricos, cesaba de un golpe en los primeros momen- tos de la invasión, como desaparece en las grandes conmociones de los centros nerviosos, en los cuales cesa súbitamente la circulación del fluido nervioso. No queda, pues, otra, que poderse profesar ra- cionalmente, sino la de que el desequilibrio en las corrientes del flui- do nerveo, o eléctrico, es la causa de la enfermedad. ¿Como suce- de este desequilibrio? Vamos a manifestarlo. El que se nota en la electricidad atmosférica, durante la epide- mia, bien probado ya por muchos de los físicos que se han ocupado de esta clase de investigaciones, podría, por sí solo, servir de prueba casi plena de nuestra hipótesis, elevándola al rango de verdad de- mostrada, puesto que debe concederse que el animal, lo mismo que otros cuerpos de la naturaleza, debe participar de él. Pero prescin- dimos de este fuerte apoyo por no tener que enredarnos en el labe- rinto de objeciones mas ó menos impertinentes, y mas ó menos in- conexas, que los que no quieren ver en medicina mas que misterios, oponen con el fin de que ese fenómeno atmosférico no se admita co- mo causa del cólera; y así es, que dejando al lector en la libertad de valuar el hecho en. el justo precio que le aconseje su recto y sano juicio, nos limitaremos á patentizar que el mismo desequilibrio pue- de tener, y tiene de tacto, lugar en el cuerpo, de un modo casi inde- pendiente del de la atmósfera, y solo por los cambios físicos y quí- micos de la sangre. Esto servirá á la vez para esplicar por qué se dan casos de cólera esporádico y sin la influencia atmosférica. Mas para cumplir con nuestro propósito, nos es preciso entrar primero en algunas consideraciones sobre el verdadero valor que, en los fe- nómenos del mal, deba darse á los desórdenes físicos y químicos que se notan en aquel líquido- Las enfermedades precursoras y coincidentes, por los motivos que suficientemente se han hecho valer en varios parajes de esta obra, nos precisan, previo el principio de espesamiento de la sangre que ya hemos demostrado provenir del desorden del electro-magnetismo de los glóbulos sanguíneos y musculares causado por la acción de la atmósfera colerífera; nos precisan, decimos, á tener como primero, entre esos trastornos, á la desalcalizacion de la sangre; comprendién- dose bien que esas enfermedades, por el simple hecho de existir á la par del cólera, ó precederlo, indican muy claramente que desde que la atmósfera es colerífera, los órganos secretores de humores alcali- nos, sitio frecuente de ellas, entran en grande actividad y roban á la sangre principios de esa naturaleza. Sentimos demasiado que en este siglo positivo, en que los médicos casi desprecian al raciocinio sin dar crédito á nada que no salga palpable, terminantemente de- mostrado del gabinete del físico, del laboratorio del químico, ó de la plancha del anatómico, no podamos presentar relativamente á un número dado de personas, análisis químicas de su sangre practica- das antes del desarrollo de la epidemia, para probar con ellas que to- dos los sugetos de donde habia provenido sangre neutra, padecieron del cólera, y dejar así prácticamente demostrado nuestro aserto sin precisar á ciertos cerebros á molestarse con otro trabajo diferente del de aprender. Pero hay algunas cosas imposibles por su misma natu- valeza, y las análisis de la sangre, con la segunda mira que debian llevar, eran de esas cosas tan naturalmente imposibles, como lo hu- biera sido adivinar qué sugetos habían de ser atacados de la epide- mia, y' así tomar de ellos sangre para el esperimento; ó si no esto, haber analizado la sangre de millares de personas, tantas, cuantas hubiera sido menester para contar con cierto numero que de entre ellas fuesen invadidas del mal, a fin de recoger de las análisis anticipadas un numero de resultados comparativos capaz de resolver el problema. Y pues que, por un gran mímero de dificultades co- mo las mencionadas, faltan hoy y probablemente seguirán faltando por mucho tiempo esas pruebas perentorias, esos hechos materiales que buscan los positivistas, sin quedar por lo mismo al investigador, en muchas partes de la ciencia, otro recurso que el raciocinio, ape- lemos otra vez á él y pasemos á consignar el nuestro sobre el punto que vamos tratando; haciéndolo en la forma siguiente. 1. c La atmosfera enferma á los secretores alcalinos: luego au- menta la actividad de ellos. 2- c Todas las secreciones se hacen a espensas de la sangre: bre- go la atmosfera epidémica, que activa las secreciones alcalinas, roba álcalis á la sangre. Debe pues verse la desalcalizacion déla sangre como el estado ha- bitual que este líquido debe tener, en los sugetos predispuestos, du- rante la constitución epidémica. Los desórdenes que sufre el mis- mo líquido, así como los demas de la economía, que componen el cuadro de síntomas de la enfermedad, se enlazan muy bien con ese estado, según vamos á verlo. ¿Falta álcali ú la sangre? Y bien, veamos lo que en el caso debe acontecer en ella. Según la mayoría de los que en estos últimos años se han dedicado á la química humoral, el papel de los carbona- tes alcalinos es en la sangre el de mantener la fluidez y favorecer la arteria lizacion, como ya se ha demostrado por esperimentos conclu- yentes. ¿Quién, pues, estrañará la coagulación de la de los coléri- cos, ni los profundos trastornos que sufre la hematosis? En vez de sorprender tales fenómenos, aparecen, sin duda, corno efectos preci- sos, necesarios; y según esto tenemos ya que admitir que el incre- mento de la espesura de la sangre, ya iniciada por la acción atmos- férica, es el desorden que debe considerarse como mas esencial, aun- que bien analizado no sea mas que una consecuencia necesaria del otro, es decir, de la desalcalizacion. Sin embargo, en el mecanismo de los demas síntomas, representa el espesamiento un papel tan im- portante como la desalcalizacion, y debe, por tanto, ocupar en las esplicaciones un lugar bien distinguido. Pero sea como fuere, de- bemos repetir que con designio tenemos quehacer abstracción de él, visto como resultado de la acción atmosférica; reservándonos para mas adelante usar de toda la importancia que de esta suerte, debe tener en la teoría. Consignados aquí esos dos grandes desordenes, la desalcalizacion y el espesamiento, á los cuales llamaremos primitivos, espliquemos por ellos los otros fenómenos de la enfermedad y apliquémoslos, para el desarrollo de la teoría, de la manera que debemos hacerlo confor- me á nuestras creencias en medicina. Al demostrar en nuestro opúsculo sobre el principio de la vida* que los glóbulos sanguíneos hacen el oficio de una cópula eléctrica, concedemos al suero de la sangre, precisamente por sus sales alcali- nas, el oficio de conductor á la vez que de excitador de la electrici- dad de los mismos glóbulos. Según este principio, ¿qué debe su- ceder cuando esas sales falten en la sangre? 1. ° Que los glóbulos no desarrollen su electricidad- 2. ° Que no puedan conducirla en el caso de que pudieran des- arrollarla. 3. ° Que el sistema nervioso no se cargue de la que necesita para la i enervación. 4. ° Que por esta falta, ó por lo menos debilidad de las cor- rientes nerviosas, se aniquilen ó entorpezcan los movimientos rítmi- cos de ciertos órganos, por ejemplo, el corazón; faltando por ello la hematosis, y entorpeciéndose ó faltando también la circulación de la sangre. 5. ° Que por estos motivos acabados de mencionar, no sea ya posible el desarrollo del fluido eléctrico en la sangre, de la manera que debe efectuarse para el ejercicio de las funciones nutritivas, se- cretoras}' de innervacion; es decir, que no se desarrollarán los fluidos positivo y el negativo en la justa proporción que señaló la naturale- za para el orden normal de estas funciones. Esto se concibe fácil- mente supuesto que la oxigenación de la sangre, ó lo que es lo mis- mo, su arterializacion, es el acto por el cual una cantidad del fierro de la sangre se pone en estado eléctrico contrario al del resto. El desarrollo único que se debe admitir en el caso es, pues, únicamen- te el de aquel fluido que pueda resultar del contacto de los cuerpos heterogéneos que se hallan en movimiento en la economía: pero él no podía ser bastante para el gasto que tiene que hacer el sistema nervioso; y se comprende bien, por otra parte, que su existencia ha de ser muy caprichosa y casi ninguna su mútua proporción, porque la naturaleza del fluido ha de depender de las cantidades y cualidad de los cuerpos moleculares, cuyo contacto lo desarrollen. 6. ° Que por esta causa cesen todos los fenómenos regulares de composición y descomposición en la química viviente, así como los de física médica que se deben á la fuerza de agregación, y que, para efectuarse, exigen la influencia de las dos electricidades combinadas, si se trata del electro-magnetismo; ú obrando separadamente, si es la simple afinidad la que debe considerarse. Todos los fenómenos contenidos en los seis párrafos anteriores, y que atribuimos á la falta de álcali en la sangre, vienen á ser en com- pendio los mismos que se notan en el cólera: pero á fin de darle ma- yor estension y claridad ó la teoría, es preciso que entremos en algu- nas consideraciones fisiológicas sobre la nutrición y secreción. Los fisiologistas de todos los tiempos han estado de acuerdo, en lo relativo á esas dos funciones, sobre este punto de vital importan- cia, y es: que las moléculas orgánicas de los tejidos están dotadas, durante la vida, de una especie de instinto de elección que las pre- cisa á atraer del líquido nutricio las semejantes, y á repeler las que gastadas por la vida se vuelven estrañas á la organización. En los tiempos del mayor atraso de la física y de la química médicas, y aun bien avanzado este siglo, tal esplicacion no dejaba nada que desear á la mayoría de los médicos, pues aunque no importe otra cosa que la descripción del fenómeno, se tenia á éste como de mas peso y au- toridad, porque ya aparecía anexo á la acción misteriosa de alguno de esos seres fantásticos que los fisiologistas metafisicos criaban pa- ra salir airosos en los apuros en que los genios exactos los ponían con ciertas preguntas, ó con objeciones incontestables: pero hoy,, que esos entes ocultos y misteriosos, casi semi-espirituales, van cor, riendo, cada día mas, la suerte de los duendes y encantadores rus significar otra cosa en la ciencia que la es presión metafórica de las- dificultades que se encontraban para alcanzar la revelación de cier- tos arcanos, ya no pueden fascinar al espíritu y, menos pueden las esplicaciones que de ellos dimanen, servir, como antes, de una res- petable barrera que impida á la inteligencia la prosecución de sus trabajos, por juzgarse ya como innecesarios después del descubri- miento de la entidad fisiológica.; ó por considerarse como impoten- tes. Así fué que L’Thurc, por ejemplo, lanzándose como debe ha- cerlo todo fisiologista que no pueda prescindir de la física y de la química vivientes, aventuró una esplicacion de las funciones de nu- trición y secreción que no podemos menos de adoptar. [ Véase su Tratado de la gota ó] Ha dicho que los tejidos atraen moléculas de electricidad contra- ria á la de las suyas, y repelen á las que la tienen semejante; y que de esta propiedad resulta constantemente, que los órganos negativos secretan moléculas ácidas, nutriéndose de las alcalinas, y que los ór- ganos positivos cumplen las dos funciones de un modo enteramente contrario: cuyos asertos viene apoyándolos el autor en hechos irre- cusables, en esperimentos directos, y en los resultados del examen que hizo de los trabajos de Orcoli, Prevost y Dumas, Wollaston, y principalmente de los que de M. Donné están consignados en una memoria titulada “Investigaciones sobre algunas de las propiedades químicas de las secreciones, y sobre las corrientes eléctricas que exis- ten en los cuerpos organizados;” de la cual inserta lo que vamos á- copiar aquí, por creerlo demasiado importante á nuestro objeto. “La envoltura esterior del cuerpo, la piel, secreta por toda su su- perficie un humor ácido. Sin embargo, el sudor, en lugar de ser como dicen los tratados de fisiología mas ácido bajo las axilas y al- rededor de las partes genitales, es, al contrario, alcalino en estos puntos así como en los dedos de los pies/’ “El tubo digestivo, desde la boca hasta el ano, secreta un humor alcalino si no es en el estómago, donde el jugo gástrico es frecuen- temente ácido. Así la saliva y el moco del exófago, hasta el car- dias, son alcalinos en el estado normal, y no se vuelven ácidos sino por consecuencia de ciertos estados morbíficos. Desde el piloro has- ta el fin del canal intestinal, el moco suministrado por la misma membrana mucosa es alcalino/’ “Las membranas serosas y las men- branas sinoviales todas secretan un humor alcalino, en el estado nor- mal; esta secreción se vuelve algunas veces acida en ciertas enfer- medades.” “La membrana acida externa, y la membrana alcalina interna del cuerpo humano, representan los dos polos de una pila cuyos efectos eléctricos son apreciables al galvanómetro. Así, poniendo uno de los dos conductores de este instrumento en contacto con la membrana mucosa de la boca y el otro con la piel, la aguja magnética se des- via en quince, veinte, y aun treinta grados, según la sensibilidad del instrumento, y su dirección indica que la membrana mucosa (alcali- na) toma la electricidad negativa, y la membrana cutánea (ácida) la electricidad positiva.” “Independiente de estas dos grandes superficies que ofrecen es- tados químicos opuestos, existen en la economía otros órganos que se les puede llamar á los unos ácidos, y alcalinos á los otros, y que dan lugar al mismo resultado. Entre el estómago, por ejemplo, v el hígado de todos los animales, se encuentran corrientes eléctricas estremamente enérgicas.” “Los humores ácidos de la economía pueden volverse alcalinos y los alcalinos volverse ácidos en las enfermedades.” “La acidez es el resultado de la inflamación propiamente dicha, y este efecto puede producirse por simpatía en un órgano lejano del punto inflamado. Así la saliva se vuelve ácida en la inflamación del estómago, ó en la gastritis.” “El ácido que se desenvuelve en el trabajo inflamatorio parece ser lo mas comunmente ácido hidroclórico. Es la presencia de este áci- do la que determina la coagulación de la parte albuminosa de la lin- fa, ó de la serosidad que abunda en los puntos inflamados, y es á es- ta coagulación ála que son debidas las falsas membranas en las cavi- dades serosas, las manchas albugineas del ojo, la linfa coagulable de las heridas, los espesamientos de ciertos órganos y otros muchos pro- ductos mórbidos que resultan de una inflamación, en los que no se encuentra por el análisis mas que albúmina mas ó menos concreta.” “El pus mismo, este ultimo resultado del trabajo inflamatorio, es producido por la acción del ácido sobre la linfa albuminosa, es una especie de combinación de ácido y de albúmina. Si no siempre se encuentra ácido libre en los líquidos derramados en la superficie de ¡os órganos atacados de inflamación, si el pus no siempre enrojece el papel azul de tornasol, es porque la mayor parte de los humores de la economía, siendo fuertemente alcalinos, conteniendo potasa y so- sa en muy gran cantidad, las propiedades del ácido son ofuscadas por estos álcalis hasta que estos mismos sean enteramente neutrali- zados.” “.Los cambios en la naturaleza química de las secreciones reha- cen sobre los diversos sistemas de la economía, determinando modi- ficaciones en las corrientes eléctricas que existen entre los diversos órganos de la economía.” \ Después de citar L’Thurc estos pasajes de la obra de Donné, y otras varias opiniones de autores, análogas en muchos puntos, y que omitimos referir por considerarlas para nuestro objeto como de me- nor ínteres que los párrafos insertos que acaban de leerse; al empe- ñarse en resolver la cuestión de cuál sea la verdadera electricidad de ciertos órganos, se espresa de este modo. “En el capítulo precedente hemos examinado la opinión de dife- rentes autores sobre la naturaleza del Huido eléctrico que preside á las dos grandes clases de secreciones. Debemos hacer notar que to- dos ellos tienen un pensamiento común avanzado desde luego por Wollaston y sobre el cual ya hemos pronunciado. Estos autores atribuyen las secreciones acidas al estado positivo de los órganos se- cretores y las secreciones alcalinas al estado negativo; ellos se han fundado en que en la descomposición de las disoluciones alcalinas por la pila, los ácidos se vuelven al polo positivo y los álcalis al ne- gativo; pero no se puede invocar esta analogía, porque si la potencia electro-motora de la pila atrae, por ejemplo, el oxígeno y los ácidos hacia el polo positivo, ella los retiene allí poderosamente en tanto que fuerzas particulares no vengan allí á desprenderlos; si este po- lo, en efecto, está armado de un conductor capaz de combinarse con el oxígeno y los ácidos, la combinación se hace inmediatamente; en el caso contrario, cuando la combinación no puede tener lugar, el oxí- geno, á la verdad, burbuga á burbuga se separa del conductor que lo habia atraído al principio; pero este desprendimiento es un fenóme- no debido á la pesantez; él depende únicamente de la forma gaseosa del oxígeno, forma que le da una fuerza ascensional superior á la potencia de atracción del polo positivo; los ácidos, si ellos no están en las mismas circunstancias quedan invariablemente alrededor de polo que ios atrajo. Un fenómeno análogo se presenta en el polo negativo donde el hidrógeno se desprende también por la influencia de su forma gaseosa, pero donde los álcalis quedan con fuerza; este hecho prueba que no se puede admitir la opinión de Wollaston aun- que de ella hayan participado todos los sabios que se han ocupado dé- la misma cuestión. Si, cu efecto, el hígado fuera negativo, y si él lo- fuese lo bastante para separar de la sangre los elementos de la bilis, los atraería Inicia sí; la fuerza que los hubiera separado de la sángre- los retendría en el tejido del órgano para combinarlos á su propia- sustancia; á la análisis se encontraría que el hígado es compuesto- de elementos electro-positivos; contendría álcalis, sustancias hidro- genadas y carbonadas, en una palabra, principios análogos á los de la bilis; pero sucede todo lo contrario. Si los riñones- y la piel fue- sen animados por la electricidad positiva, podrían separar de la san- gre sustancias ácidas; pero estas sustancias quedarían allí tijas y no se desprenderían ciertamente en el producto de las secreciones.” “Si los órganos secretores deben su potencia á la acción de la electricidad, y yo creo que la cuestión es ahora fuera de toda duda, es menester de toda necesidad, que los secretores ácidos estén dota- dos de la electricidad negativa, y que los secretores alcalinos estén al contrarío animados por la electricidad positiva como es fácil con- cebirlo. La sangre que es llevada á los órganos para las necesida- des de su existencia, penetrando por los vasos capilares, embebe fá- cilmente los tejidos al través de los cuales están estos vasos enhue- cados, y yo empleo con designio esta espresion, porque me lia pare- cido, examinando con el microscopio la circulación en las partes trasparentes de los animales de sangre roja, que los vasos capilares del ultimo orden carecen de paredes y son verdaderamente enhue- cados en la sustancia de los órganos que ellos riegan. Si existe una membrana propia en estos vasos, es menester á lo menos que sea es- eesivamente delgada, pues que muy fuertes graduaciones no pueden hacerla percibir; esta disposición anatómica favorece singularmente la imbibición del parenquima de los tejidos que se encuentran en- cerrados en la red de los vasos sanguíneos. Una vez embebido, si- este parenquima está dotado de la electricidad negativa, atraerá Ini- cia él; se combinará necesariamente con los elementos positivos del liquido de que esta embebido; el liará su propia sustancia y se podrá volver á hallar sus elementos en el análisis química; el repulsará al contrario los elementos negativos cuya mayor parte se colará en los vasos excretores para formar el producto de la secreción. Lo he di- cho, y lo repito, este fenómeno es indispensable; es menester de to- da necesidad que él tenga lugar, ó bien que los principios de la físi- ca cesen de existir, y que la electricidad sea regida por nuevas leyes, has partes positivas que se combinan á los tejidos son los elemen- tos de la nutrición del órgano; el álcali que se encuentra allí se une muy probablemente con los elementos orgánicos gastados (usees) por la vida, se neutraliza, es atraído por el acto de la secreción, y en parte también por la absorción venosa y linfática/’ “Fenómenos opuestos deben seguirse á la imbibición en las secre- ciones alcalinas. Aquí es la electricidad positiva la que debe estar en juego; ella atrae así los elementos negativos de la sangre que viene á regar el tejido; estos elementos sirven á la nutrición y á la con- servación del órgano; las partes positivas del líquido nutricio son al mismo tiempo repulsadas y constituyen la materia de la secreción.” Los párrafos insertos imponen suficientemente del estado que guarda la importante cuestión de electricidad animal que en ellos se discute. El fluido que pueda poseer cada órgano parece estar ya bien determinado por L’Thurc, supuesto que los raciocinios y prue- bas de que se ha servido son de naturaleza de producir la convic- ción. De todo ello resulta; que para el exacto ejercicio de las fun- ciones de nutrición y secreción, es indispensable que la sangre sea siempre normal, ya en su composición, para suministrar los materia- les nutricios, y ya en su densidad para que pueda llegar á ponerse en contacto con todos los tejidos y cumplirse en ellos los actos de física viviente y de química que quedan detallados. Ese vacío que la fisiología antigua dejaba en la esplicacion de las funciones de nutrición y secreción, parece estar del todo cubierto por los trabajos del citado autor, apoyados en los de los otros médi- cos que él mismo menciona y que le sirvieron de base ó de punto de partida para los suyos. Sin embargo, parece, y el lector tal vez lo estará ya notando, que resta una duda que aunque en nada enferma á la teoría establecida por ese médico, no por eso deja de ser impor- tante examinarla, para el completo estudio de la nutrición y secre- eiones. ¿Qué causa produce el estado eléctrico de cada órgano ó de cada tejido? Tal es la duda á que aludimos, y á cuya resolución vamos á aplicar nuestro sistema fisiológico. Parece incuestionable, conforme con los actuales conocimientos, que la red d trama de todos los parenquimas de los órganos, es com- puesta de los últimos vasos capilares sanguíneos y linfáticos, y de las ultimas ramificaciones de los nervios (1). Nada se opone formalmente á esta opinión; y por el contrario, ciertos hechos de física y de química médicas, y sobre todo, el raciocinio, la corro- boran demasiado. En efecto, los nervios en todo tejido son indis- pensables para el establecimiento de la sensibilidad orgánica ó nu- tritiva, y los vasos lo son también para conducir el material ya sea de la nutrición y ya de las secreciones. Deben, pues, ser esos sistemas los primeros elementos de organización de los parenquimas, y por lo que toca á la adición de las moléculas que después vienen allí á aprisionarse, ya queda bien esplicado por todo lo que á este propósi- to va espuesto en el presente capítulo. Pero profundizando un poco mas esta materia, se puede asegurar con algunos anatómicos, Baile, por ejemplo; que la red primitiva la forma solo el sistema nervioso (2). Con fijar la atención en la ma- nera de desarrollarse el cuerpo humano desde que está en estado de embrión hasta el término de la vida fetal, y desde éste hasta el des- (1) Como quiera que se dan algunos tejidos donde no son visibles los filetes nerviosos qne entren en su estructura, debemos prevenir el argumento que de esto pudiera resultar. Decimos, pues, que en materia de nutrición, debe llamarse fibra nerviosa á todas las qne por la acción nutritiva tengan la facultad de aprisionar algunas moléculas orgánicas. Aunque en los cartílagos, los libro-cartílagos y los ligamentos no se encuentren ramos nerviosos de donde pudieran partir fibras de esa clase, lo que pasa en los otros tejidos precisa á admitirlas por rigorosa analogía, puesto que no puede encontrarse una razón fundada en la conveniencia y que csplicara una eseepcion tan esterna y repugnante á las leyes que en los otros tejidos ha prescrito la naturaleza á las funciones deque vamos tra- tando. Si los instrumentos de óptica fueran para esto bastante poderosos, es muy pro- bable que lo que aparece hoy como eseepcion á esas leyes, no fuese otra cosa que la tenui- dad de las fibras nerviosas y quizá su menor número relativamente á los demas tejidos* (2) Habiendo sostenido nosotros en el opúsculo sobre principio vital, la prioridad de desarrollo del sistema sanguíneo respecto al del nervioso, pudiera creerse á primera vista,, que aquí incidimos en contradicción: es, pues, forzoso que nos espliquemos. Ante todo debe tenerse presente, que en este punto de fisiología, opinamos que la for- mación del sistema nervioso comienza de los filetes á los centros, y no al contrario. En arrollo completo, es decir, la pubertad, ya aparece bien racional nuestro aserto, o mejor dicho, la adopción que hacemos del de Baile; porque en el embrión, y poco mas adelante, el centro raquidiano es de los primeros órganos que aparecen mas bien desarrollados, y ya se ve, según esto, que ese gran centro nervioso con sus dependen- cias en ramos y ramificaciones es en volumen lo que mas debe pre- dominar en los primeros dias de la existencia. Por otra parte, el sistema nervioso, predominante en solidez al vascular, es en 1a. mis- ma época mas susceptible que éste de ramificarse de una manera mas sutil. Sentado todo esto, que en buena lógica no se puede dejar de ad- mitir, por el mismo hecho queda establecido que todas las partes del cuerpo están provistas de una red, o llamémosle núcleo orgánico, eminentemente conductor del principio nervioso o electricidad. La fa- cultad de conducir á este fluido, de que esa red se halla dotada, se ha- ce fuente abundante de otros fenómenos indispensables para que se fije en los órganos el estado eléctrico que deben tener en lo sucesivo para el desempeño de su nutrición y sus secreciones: cuyo punto es cabalmente el principal de la cuestión que pretendemos resolver. En nuestro sistema fisiológico hemos dejado establecido que cada glóbulo de sangre, por modificaciones de su fierro sucedidas en el acto de la respiración, se convierte, según allí mismo hemos de- mostrado, en una cópula eléctrica, de lo que resulta que la sangre es el origen de la electricidad que por conducto de los nervios se re- partirá á los órganos para proveerlos de la fuerza nutritiva que cada uno deba tener según que les vaya la positiva ó la negativa. En la resolución de cuestiones tan complicadas como la que nos ocupa, no se puede avanzar sino á pasos pequeños y difíciles. Por fin hemos llegado hasta poner á los órganos en estado de tomar una elec- tricidad cualquiera: pero ¿cómo sucederá que unos tomen siempre la esta hipótesis sí podemos creer, sin contradicción alguna, que existen los nervios antes que los vasos, porque no precisa á creer que existan los centros nerviosos primero que lo» circulatorios. En una palabra, en este lugar nos ocupamos esclusivamente de la trama de los órganos, haciendo abstracción completa de los órganos mismos en todo su comple- mento de organización, para cuyo estado subsisten nuestras opiniones tales como se ha- llan en el citado opúsculo. positiva, y otros la negativa? Tal es la pregunta que nos resta por contestar. • Creemos que los estados arterial y venoso de la sangre son los que deciden del estado permanente eléctrico de los núcleos ó redes or- gánicas. Como esta aserción requiera pruebas de dos clases, unas genera- les, que demuestren que antes de marcarse en el embrión los siste- mas sanguíneo y linfático, la electricidad de él era la misma por to- das partes; y otras particulares que manifiesten que el mayor aflujo de sangre arterial, con respecto á~la venosa, d viceversa, decide del estado electro-positivo, o del negativo de los órganos, para proce- der con método pasamos á exhibir las de la primera clase. La escasez, de datos sobre la vida y desenvolvimiento del embrión en sus primeros dias, mucho mas bajo el punto de vista que en este lugar debemos contemplar esos objetos, nos pone en la imposibili- dad de dar pruebas numerosas y directas de la identidad de natura- leza del estado eléctrico del embrión en todas sus partes; y confesa- mos desde luego, que en este punto, mas que á demostrar completa- mente, aspiramos á justificar nuestra sospecha para que, con algu- na razón, pueda quedar consignada en este escrito, por si, con el tiempo, algunos observadores la creyesen digna de atenderse, y en consecuencia pensaren verificarla por esperimentos, ó por otros me- dios eficaces que pudieran ocurrirles. Esperando ser mas felices en las pruebas que del segundo orden de los arriba indicados hemos prometido dar, aguardamos de ellas el grado de convicción que que- remos en nuestros lectores, para que, sin fastidio, y mas bien con algún interes, puedan proseguir en la lectura de esta teoría. A falta absoluta de esperimentos sobre electricidad del embrión, y á falta también de conocimientos sobre sus funciones y sobre la estructura de sus órganos rudimentarios, datos todos imposibles de obtener por la pobreza actual de la física en instrumentos bastante finos y poderosos para el objeto, tenemos aquí, como en otros luga- res de esta obra, que ocurrir esclusivamente al raciocinio, único me- dio del hombre para franquear ciertos límites que, en las ciencias fí- sicas, ha trazado la naturaleza en perjuicio de la evidencia y de la exactitud. Por lo mismo en este lugar deseamos que nuestros lee- tores se muestren mas lógicos que físicos, ya que, por las razones di- chas, no pueden exigir ni esperar de nosotros, en esta materia, la fria y solemne argumentación de los hechos bien probados y cons- tantes; sino tan solo aquella que podamos formar de lo poco que en la misma materia se tiene conocido, y, mas aun, de lo que á ella se pueda referir. Las pruebas que vamos á presentar podrán ser ab- surdas pero esto no podrá en la actualidad probarse completamente; y por otra parte, ellas tienen derecho de reclamar la atención del médico, aunque no sea por otro motivo que por el de referirse á una ciencia en que el observador á cada paso se ve detenido por la cor tedad de sus medios físicos y por el pequeño alcance de sus sen- tidos. Entrando por fin en materia, decimos: que ya bien establecido por los trabajos y razonamientos de los autores que hemos citado, que la diversidad de composición química de los órganos, y la dife- rencia respectiva en sus secreciones, se debe, ya al estado positivo, ya al negativo de la electricidad de cada uno, va á ser bien claro, que si el embrión en los primeros dias aparece, como de facto suce- de, con una composición química bien uniforme por todas sus par- tes, y que si, ademas, el mismo embrión, nada repele de material nutricio, sino que todo lo apropia á su sustancia, según lo prueba el que crece en una proporción asombrosa, á lo menos comparativa- mente á su manera de desarrollar en las épocas posteriores, cuando ya su organización va apareciendo mas vital y complicada; no se pue- de dejar de admitir lo que hemos sospechado, esto es, que su estado eléctrico es el mismo por todas partes. Las diferencias de tejido no se perciben sino hasta que la red vas- cular, dejándose penetrar por los glóbulos de la sangre de la madre, que el embrión recibe por la región umbilical, se procura un centro de circulación, y que el consumo de los principios nutritivos de la misma sangre arterial de la madre, va morcando en los vasos en que se verifica, al sistema venoso. Cuando este y el arterial, después de algunos meses de la vida del feto, se Van haciendo de mas en mas marcados, los principios químicos de este se ven multiplicar á proporción que se vuelven bien claros y distintos los tejidos que van componiendo la organización individual; y no es sino hasta que esos sistemas se hallan bien divididos, limitados y caracterizados, cuando comienzan á observarse las secreciones; lo cual equivale á decir, que entonces la red primitiva, ese canevas de la organización, no posee ya como antes, solo la fuerza atractiva, es decir, las dos electricida- des que atraen á los cuerpos que la tienen contraria, y que obrando y combinándose conforme á sus leyes, componen unas veces y des- componen otras, según que se trate de la nutrición ó de la secreción. La proporción en que va disminuyendo la rapidez con que crecia el feto en los primeros tiempos de la vida, casi directa á la en que se desarrolla el sistema sanguíneo, viene, aunque de un modo indi- recto, apoyando en gran parte nuestra idea, porque á medida que se equilibran los sistemas arterial y venoso, se ve que disminuye la fuerza de crecimiento del animal: de manera que, cuando por la edad va haciéndose predominante el venoso, ese crecimiento no so- lo disminuye, sino que cesa, y aun llega una época, la vejez, en que el cuerpo en vez de ganar pierde de su volumen. Si á estas pruebas indirectas de que el embrión en los primeros tiempos de su ser no posee mas que una especie de electricidad, y que la que manifiestan después los diversos órganos la adquieren de la sangre; si á estas pruebas, decimos, se agrega que la arterial y ve- nosa tienen electricidad diferente (1), creemos que no debe quedar la (1) Vamos á copiar lo que á cate proposito ha dicho L’Heritier: “La sangre da al lectrómetro indicios de ¡electricidad; la conserva, según Bellingieri, durante veinticuatro horas después de salida de los vasos. La sangre arterial parece electrizada positivamente y la venosa negativamente; aun cuando esta diferencia no pudiera ser demostrada, no por eso deberiamos dejar de admitirla como indudable, pues que siempre dos cuerpos de la misma sustancia pero de coecion diferente, manifiestan una electricidad contraria cuando se ponen en contacto.” Aunque debemos admitir esta ley de electricidad, la diferencia que se nota entre la san- gre arterial y la venosa, con respecto á su fluido, creemos deberla esplicar de esta manera. Es una ley de electricidad, que uu metal oxidado puesto en contacto con otra pieza del mismo, pero en su natural estado, sea positiva con respecto de éste. Pues bien; el fierro de los glóbulos de la sangre arterial, oxidado por el acto de la respiración, debe ser positivo con respecto al de la venosa, que se encuentra ya privado de oxígeno. Se ve, pues, cuán en rigoroso acuerdo está nuestro sistema médico con las leyes de la electricidad. Estos hechos, en verdad, hablan muy alto á su favor, probando que no merece el silencio pro- fundo y despreciativo que sistemáticamente ha guardado sobre el la mas grande parte de los médicos nuestros compatriotas, entre los cuales no faltan algunos que aun hayan re- pugnado su lectura, en consideración á la oscuridad del autor. menor duda de que á la sangre deben primitivamente los órganos el estado eléctrico que les es propio, no menos que necesario para el desempeño de sus respectivas funciones nutritivas y secretorias. Supuestos los anteriores principios, la fuerza del desarrollo del fe- to, mayor en su edad que en cualquiera otra de la vida, se puede ya esplicar de un modo físico: los órganos del embrión (1), pobres en venas, según enseña la anatomía, y ricos proporcionalmente en ar- terias, son por lo mismo regados de mayor cantidad de sangre arte- rial que de venosa, y carga de su electricidad á la red nerviosa del parenquima; es decir, que éste se electriza positivamente. Mas la química enseña que un cuerpo electrizado de esta manera, tiene mas fuertes afinidades químicas que los que lo están negativamente: lue- go la red nerviosa debe causar mayores composiciones orgánicas, y por consiguiente debe proporcionar mayor nutrición, así como de facto se ve que sucede. En la vejez debe acontecer lo contrario: entonces los nervios reticulares toman la mayor parte de su electri- cidad de la sangre venosa que es negativa, y por consiguiente la composición no debe verificarse tan activamente, ó por lo menos, no podrá compensar al desperdicio que causa la descomposición que sur- te á la economía del material para las secreciones; siendo este tam- bién, aunque de un modo inverso, el motivo porque éstas son casi nulas en los primeros meses de la vida del feto. Si los huesos y car- tílagos siguen en la vejez nutriéndose aun con mas actividad que en otras épocas, esto, sin embargo, no puede servir de argumento; ya porque en esos órganos no predomina el elemento venoso, y ya tam- bién, porque el endurecimiento de ellos debido al predominio de sus sales calcáreas sobre la gelatina, debe tenerse mas bien como resul- tado de una agregación molecular por juxta posición y á la manera en que se verifica en los fósiles; que no de una acción orgánica nu- tritiva. Los órganos que están menos espuestos á padecer por la edad al- teraciones de textura y de consistencia, tales como el tubo digestivo, los riñones y otros, son precisamente aquellos en que se encuentran en número igual las arterias y las venas; allí las electricidades están (]) La palabra embrión la entendemos y usamos, como la entienden y usan los auto- res que ha» escrito sobre obstectricia. compensadas, y por consiguiente su acción se neutraliza lo bastante para no deberse temer que por esceso de alguno de los fluidos, pu- diera efectuarse desmedidamente la composición d bien la descom- posición en el parenquima. Por el contrario, aquellos en que predo- mina la una ó la otra de las divisiones del sistema sanguíneo, son el sitio frecuente de diversas lesiones de nutrición. El corazón, órga- no bien provisto de sangre arterial enteramente nueva, y de venosa menos gastada, está continuamente espuesto á la hipertrofia propia- mente dicha, y á un sobrecrecimiento de nutrición muy parecido al de los huesos, y de aquí las osificaciones y los endurecimientos car- tilaginosos tan frecuentes en la vejez: el hígado, eminentemente ve- noso, está, mas que á la hipertrofia, sujeto a la crasitud y reblan- decimiento, que son lesiones contrarias á aquella. Asimismo la piel, que en los viejos se encuentra tan surcada de venas múltiples y vo- luminosas, es, en ellos, uno de los órganos que mas se marchita y que vive mas remisamente. Pero hay mas; los órganos que como la piel secretan humores áci- dos, son los mas venosos, así como al contrario, las glándulas, que, según enseña la anatomía, todas, escepto el hígado, reciben mas ar- terias que venas, secretan humores alcalinos, todo lo mismo que se- gún la teoría debía verificarse, pues que, según ella misma, necesita- ban los primeros de la electricidad negativa de la sangre venosa, pa- ra el desempeño de las funciones; y los segundos, de la electricidad positiva de la arterial. Y no se oponga á esto que las mamilas se- cretan humor ácido, porque si se ha de admitir con la generalidad de los anatómicos, que la membrana que tapiza ó forma los conductos excretores de las glándulas no son sino continuación de la piel ó de las mucosas, el argumento, en vez de probar contra nuestra teoría, hace á favor de ella, supuesto que los vasos secretores de las mami- las deben cargarse del fluido eléctrico que por continuidad reciben de la piel: por otra parte; las mamilas en su superficie, y mas aun, la piel que las cubre, están muy surcadas de venas. El hígado, que por ser muy provisto de venas, debiera, conforme á nuestra doctrina, suministrar humores ácidos, los da, sin embar- go, de otra naturaleza; pero esto, sin duda, no es por otro motivo, sino porque en virtud de lo que relativamente á los vasos secretores de las glándulas ha sido observado por los anatómicos, como va hi- cimos valer en el párrafo anterior, los conductos del hígado son la continuación de la mucosa intestinal, cuya secreción es alcalina: de manera que, en la viscera de que se trata, viene á cumplirse un fe- nómeno de secreción que, por lo respectivo á su causa, es del todo inverso al que tiene lugar en las mamilas. La acidez del licor secretado por los riñones, podrá presentárse- nos como un argumento tan poderoso como los que acabamos de contestar; pero la anatomía, aunque por distinto modo, nos dará la respuesta. La orina, aunque por su reacción es ácida, es cierto por otra parte, que contiene sustancias que tienen por base un álcali; y si la estructura del riñon se presta á probar que son dos distintas se- creciones las que en él se verifican, se nos deberá conceder el triun- fo en esta contienda. Pues bien, veamos lo que dice Baile cuando describe el parenquima del riñon. “Parenquima. . Es compuesto de dos sustancias: una esterna lla- mada cortical; otra interna llamada tubulosa. La primera, de un co- lor amarillo leonado, moren uzea o rojiza, forma alrededor de la se- gunda una capa de una o de dos líneas de espesor, que envía hacia dentro prolongaciones en forma de tabiques, en los haces de la sus- tancia tubulosa. La sustancia cortical parece formada por muy pequeñas granulaciones que componen las estremidades capilares de las arterias y de las venas. La sustancia tubulosa de un rojo páli- do, densa y resistente representa haces cónicos en numero de doce ó diez y ocho envueltos por la sustancia cortical, escepto hacia su ci- ma. La base de estos conos es arredondada, vuelta hácia la perife- ria y unida á la sustancia cortical; su cima,, dirigida hácia la pelvis, tiene la forma de un mamelón, lo cual hizo dar al conjunto de estos mamelones el nombre de sustaucia mamelonada. Cada uno es for- mado por un gran número de pequeños canales convergentes muy aproximados los unos á los otros, continuos con los vasos de la sus- tancia cortical, abiertos hácia su cima al interior de los cálices por orificios muy apretados.” “Los cálices (infundíbula) son pequeños conductos membranosos en número de seis ó doce, de un diámetro variable, abrazando de un lado la circunferencia de los mamelones, abiertos del otro en la pelvis.” Después de esta lectura, ¿habrá quién pueda repugnar razonable- mente la hipótesis de que cada uno de esos peruchos riñones, que forma la sustancia tubulosa, tiene secreción diferente, y que el ca- rácter físico y químico de la orina no viene á marcarse sino cuando en la pelvis del riñon se reúnen los diversos líquidos? Las altera- ciones que la orina sufre, por solo el tiempo y el contacto del aire, vienen á apoyarla también, supuesto que en estas circunstancias se forman combinaciones químicas (el ácido úrico, por ejemplo), que tal vez, según opiniones respetables, no existia desde el riñon.—Cree- mos, por tanto, haber contestado la objeción, y haber quedado espe- ditos para proseguir nuestro razonamiento sobre el punto principal que íbamos demostrando. Y así decimos: Por último, y por si las pruebas que hemos acumulado no se ten- gan por suficientes para producir la convicción respecto á la grande influencia de la sangre venosa y de la arterial para el estado eléctri- co de los parenquimas, agregaremos: que los cambios que en ciertos estados patológicos sufren las secreciones, volviéndose acidas las que eran alcalinas, y viceversa, vienen á dar una fuerza mayor á nuestros argumentos, porque tales cambios no dependen sino de que la sangre, por las mismas enfermedades, varía también de estado en los órganos. Así, por ejemplo, cuando el jugo gástrico pierde su acidez bajo la in- fluencia de una gastritis, hay la coincidencia del hecho de haber aflui- do á la mucosa mas sangre arterial, como sucede las mas veces en el principio de una congestión. Pero este fenómeno es siempre poco du- rable, y así, de tacto, se observa en la práctica; porque si la conges- tión dura hasta pasar á la cronicidad, la sangre entonces, por su es- tancación ó difícil círculo, se vuelve fuertemente venosa y, como lo requiere la teoría, no solo recobra su acidez el humor gástrico, sino que la aumenta, así como se observa en las gastritis crónicas de al- guna antigüedad. Fácil seria citar innumerables hechos de este gé- nero: pero los mencionados, y los razonamientos de que nos hemos servido para anexarlos tan íntimamente con nuestros principios mé- dicos, que ni éstos pudieran subsistir sin aquellos, ni los hechos ser esplicados satisfactoriamente sin la intervención de los mismos prin- cipios; entendemos que habrán colocado al lector en posición de su- plir fácilmente cuanto aquí omitimos en obsequio de la brevedad á que nos vemos obligados. La anterior digresión, larguísima en verdad, pero indispensable pa- ra la exacta y fácil inteligencia de la teoría del colera, pone á la imaginación en estado de poder abarcar, calcular, y apreciar bien to- dos los desordenes que deberá sufrir la electricidad del organismo, con motivo de la desalcalizacion de la sangre; y los demas que en consecuencia de ellos deberán presentar las funciones de la economía. Los parenquimas electrizados positivamente, no encontrando en la sangre sales alcalinas, o moléculas órgano-alcalinas, ejercerán su ac- ción sobre otros elementos menos negativos que estas, y cuando no se encuentren en la sangre, como puede suceder en mil circunstan- cias, ó que la fuerza de los mismos parenquimas no sea bastante po- derosa sobre ellos, entonces la ejercerán sobre las moléculas de los tejidos que cedan con mas facilidad, y que estén mas inmediatos; es decir, que la emplearán mas fácilmente sobre su mismo tejido celu- lar que es, como se sabe, tan abundante en elementos de esa natura- leza; siendo esto el verdadero motivo de la rápida y sorprendente pérdida de la grasa, que tiene lugar en los coléricos. Este mecanis- mo de la cousumeion del tejido celular, y cuyas pruebas, por razo- nes qne fácilmente ocurren, no hay que pensar que puedan fundarse en el aumento de la grasa que contiene la sangre, encuentra, sin embargo, algún apoyo en varias observaciones que nos son propias, y que hacen sospechar con vehemencia que ese cuerpo pasa en sus- tancia, á la sangre; por lo menos á la del sistema capilar sanguíneo venoso, y al linfático de los órganos donde tiene lugar el desgrasa- miento. Esas observaciones se reducen á los casos que ya en otra parte mencionamos, y en los cuales vimos materia grasienta en las deposiciones, que no podía atribuirse á su ingestión, pues los enfer- mos se hallaban á una dieta severa [1]. Algunos otros elementos, ó digamos mejor, materias orgánicas, pueden sufrir ataque igual que la grasa y demas cuerpos constitu- yentes del tejido celular, por parte de las redes parenquímicas. Por el, los capilares venosos y linfáticos se encuentran de un golpe ve- [1] El hecho de haber pasado ó la orina parte de los líquidos inyectados en las ve- nas, dio lugar á la hipótesis de que existen vasos capilares venosos que en vez de encon- trarse y continuarse con los arteriales se dirigen á las superficies en donde se abren li- bremente, y ella esplica muy bien el fenómeno que hemos observado; por lo cual séanos permitido adoptarla también en provecho de la teoría que vamos desarrollando. cargados de materiales estraños u la sangre normal, y sin preparación alguna digestiva, ú otra que los vuelva aptos para las funciones de este líquido: ellos escitarán los vasos, y por la reacción de éstos ten- drán que dirigirse desde luego á los exhalantes y secretorios: de aquí las evacuaciones. Algunos pasarán al torrente circulatorio; pero allí producirán también trastornos de diversa naturaleza en la elec- tricidad de los glóbulos, va robándoles* su electricidad, ya entorpe- ciendo ó disminuyéndoles su tensión, ó agotándoselas á algunos de ellos: cuyos fenómenos pueden producirse por causa física ó quími- ca. Sucederán del primer modo por la interposición de moléculas aislantes, entre los glóbulos sanguíneos; por ejemplo: la albúmina en el estado en que se encuentra en la sangre de los coléricos [1], y que es diferente al que guarda normalmente. Tendrán lugar ce la segunda manera, mezclándose al suero sustancias como la coleste- rina, la oleina, sustancias terrosas, y oirás que ademas de disminuir [lj Los Sres. Mialhc y Pressat [Gaceta médica de París uúmero 44, 1 c de No- viembre del afio pasado] acaban de sostener cpic la albúmina existe cu la economía bajo tres estados bien distintos por sus propiedades físicas y químicas; y que esos estados son: Primero. La albúmina normalJisiolójica que constituye uno de los principales elemen- tos del líquido sanguíneo, idéntico á la albúmina de la clara de buevo, insoluble, que no atraviesa las membranas, y que se precipita por el calor y por el ácido nítrico, sin que un csceso de ácido pueda disolver el precipitado. Segundo. La albúmina amorjphe casáfor- me resultando de la primera modificación de los alimentos albuminosos bajo la influencia de los jugos gástricos; producto de transición destinado á ser convertido en albuminosis, ella es propia para atravesar las membranas, pero impropia para ser asimilada; ella preci- pita incompletamente por el calor y el ácido nítrico, el cual, puesto en esceso disuelve e 1 precipitado- A medida qne se modifícala albúmina amorpbe se aproxima á la albumino- sis de quien toma los caracteres y propiedades. Tercero. La albuminosis, último pro- ducto de la transformación de los alimentos albuminoides, por el acto de la digestión, so- luble, endosmótico, asimilable, traído por todos los aparatos de secreción y de composición orgánica, se encuentra en todos los humores animales, la sangre, la leche, la saliva, el su- dor, la orina, pero en cantidad apenas apreciable; es el que sumistra los principales ele- mentos de la nutrición: no precipita, ni por el calor, ni por el ácido nítrico, y solamente por los reactivos qne descubren á todas las sustancias animales. Sostienen igualmente que la albúmina amorphe y la albuminosis en el estado de enfer- medad, en vez de que su presencia indique un elemento reparador, manifiesta la descom- posición y consumcion de los líquidos y de los tejidos, porque entonces ella se cria á sus espensas. la conductibilidad del suero, y quizá también la de los iiletes ner- viosos de los vasos, sean capaces de entorpecer su acción química necesaria para los efectos de la pila galvánica que forman los capila- res sanguíneos, juntos con el líquido que contienen. Ademas, es- tos mismos trastornos de secreción y nutrición, que liemos relata- do, son auxiliados poderosamente por el desorden que á causa de la acción atmosférica, d de la misma desalcalizacion de la sangre, su- fre el estado magnético de los glóbulos, así sanguíneos como mus- culares; (pie nosotros, fundados en poderosas analogías, liemos atri- buido á la acción que sobre dichos glóbulos ejerza la electricidad combinada, es decir, la electricidad en equilibrio. Tan graves trastornos funcionales como son los que hemos dedu- cido de la falta de álcali en la sangre, y de la acción del ambiente en los casos fulminantes y casi espontáneos de cólera, hacen com- prender fácilmente que acarrearán la cesación de todo el mecanismo de la constitución orgánica, y esto, sucediéndose por su orden la serie de síntomas que forman el cuadro de la enfermedad, y que de uno en uno puede ir ligando la imaginación, con cada una de las consecuencias que hemos atribuido á la primera de esas dos grandes causas. En efecto, los músculos, que de todos los órganos son los que presentan de un modo mas marcado propiedades debidas ai i5n otra parto indican que la albuininoáis se debe muchas veces en el caso de enferme- dad, , d la hiflu en cia colérica. Hsta nota la hemos juzgado importante por tres motivos principales: primero; porque manifiesta que hay casos en que la albúmina, por su estado, no se puede tener como ele- mento fisiológico de la sangre; lo cual hace concebir que su interposición en este líquido, acarreará desordenes en la conductibilidad del suero, supuesto que la diferencia de orga- nización de la albúmina fisiológica respecto de la amorphe o de la albuminosis, autoriza á creer que no tienen igual eondutibilidad, y que por consiguiente, la presencia de la albú- mina en los dos últimos estados, modificará la conductibilidad de aquel líquido: segundo, porque viene apoyando nuestra idea de que la albúmina abundante de los escrotos de los coléricos, es sustraída de los tejidos en la misma forma que eu ellos tiene; y tercero; por- que de los trabajos de los médicos que acabamos de citar, se infiere que la albúmina de las evacuaciones existe bajo el estado de amorphe y albuminosis, y que, pues es cierto que vienen de la sangre, ellas son las que reunidas forman el recargo albuminoso de este lí- quido. Quizá por esto algunos médicos han creído haber observado á los glóbulos de la sangre colérica, una organización como rudimentaria; y que por eso también otros, han visto que no existian en la sangre de los cadáveres. electro-magnetismo [1], son también los que primero resienten !;t falta de la electricidad combinada, si así debe conjeturarse por la susceptibilidad y sufrimientos que tienen desde que comienza a rei- nar la constitución epidémica, y que se observan en todos los indi- viduos, pero principalmente en aquellos que lian de ser atacados del cólera. El enflaquecimiento rápido de esos órganos, no deja duda de que sufren un ataque profundo, que, por otra parte, demuestra bien la anatomía patológica por los hechos de aparecer engurgitados de sangre, y presentar una coloración enteramente anormal. Pero, ademas, ese mismo enflaquecimiento, que esplicamos por el des- prendimiento de los glóbulos á causa de la perdida de su electro- magnetismo, enseña, sin dejar arbitrio para repugnarlo; que la fibri- na que recarga a la sangre es la muscular; porque, así como ya en otro lugar hicimos valer, ¿de que otra parte sino de los músculos pu- diera venirle á ese líquido, con tanta violencia, y esto precisamente cuando es mas escasa la alimentación? La sospecha en esta última parte la corrobora también otro hecho de anatomía patológica, que por un olvido no consignarnos en el lugar correspondiente, y cuyo descubrimiento se debe á M. Begin, que lo apoya en varias observa- ciones: ól es la coloración de algunos huesos y de los dientes. Lo invocamos, porque supuesto el entorpecimiento y casi nulidad de la circulación, y que no es posible esplicar el fenómeno por una especie de inyección de los vasos capilares posibles de los huesos, pues es sabido que ningún anatómico ha logrado colorarlos por inyección artificial, es menester admitir que el color de que se trata, sola es de- bido ú la imbibición de la materia colorante de la fibrina muscular, y de la sanguínea, por el principio de desorganización de los glóbulos. Todo, pues, conduce á, creer que ese elemento, proviniendo de los músculos, es, con la albúmina del tejido celular, el que espesa á la sangre hasta el grado de ser imposible la circulación. Una vez sucedido esto, no hay ya que detenerse en buscar la cau- sa de los grandes desórdenes de esta función y de la liematosis: ellos se esplican por sí mismos, y bien considerados, con respecto á su principio, se ve que solo pudiera remediarlos una grande energía de [1! Es muy trivial el hecho de que una aguja de acero hundida en las carnes duran- te algún tiempo, ha solido dar señales de magnetismo. los órganos respiratorios comunicada por la del sistema nervioso. Esplicados ya uno a uno por la hipótesis del desequilibrio eléctri co aplicada según nuestros principios fisiológicos, todos los ferióme, nos del cólera en los casos en que reconozca por principal origen una predisposición individual hasta cierto punto independiente de la influencia atmosférica, no nos resta otra cosa que ser bien esplícitos respecto a cuál de los dos fluidos es, por su esceso, el que constitu- ye el desequilibrio en la atmósfera, y por consiguiente en la eco- nomía. Se estrañará quizá, que hayamos dejado para el fin este funda- mento tan interesante de la teoría; mas no fue sin designio, pues quisimos producir grado por grado la convicción en nuestros lecto- res, por la misma naturalidad con que de la esplicacion de un fenó- meno ha ido deduciéndose la de todos. Así el que leyere, como ya insinuamos en otra parte, se verá precisado á admitir este ultimo é importante punto de la doctrina, y eso tal vez sin necesidad de ma- yor exámen, supuesto que ya deberá estar de acuerdo en las demás esplicaciones. Muy convencidos de la poca importancia que debe prestarse en el estado actual á los esperimentos practicados en averiguación del pun- to de que vamos á tratar, porque ni son muy numerosos, ni sus ba- ses lian sido quizá las convenientes, tenemos aquí necesidad de una hipótesis, que siendo susceptible de elevarse al rango de verdad de- mostrada, no conserve el carácter de tal hipótesis mas tiempo que el necesario para ir conduciendo al espíritu á la precisa concesión de una consecuencia.- La de que nos vamos á servir nos parece que es de este genero. Vamos á suponer que el fluido negativo es el que se encuentra es- códente en la atmósfera. ¿Por que suponemos que sea el y no el opuesto? líe aquí nuestras razones. Primera. Los esperimentos de los físicos han enseñado que en los tiempos serenos, el fluido positivo es el que predomina en el am- biente, y que en los demas es el negativo: luego en la constitución celerífera en que los cambios atmosféricos se notan con tanta fre- cuencia, el negativo debe predominar. Segunda. Las esperiencias sobre el barómetro durante la epide- mia, han enseñado también que, en esc tiempo, la densidad atmosfé- rica ha sido mayor que de ordinario. En este caso es inconcuso que las capas superiores de la atmosfera se encuentran, mas que de cos- tumbre, aproximadas á la superficie de la tierra: la causa de este fe- nómeno que descubre el barómetro, se ha esplicado por una especie de acción mecánica de la electricidad, opinión que, sin embargo de que no disputaremos sobre su justicia, la admitiremos por juzgarnos con buen derecho para profesarla, no existiendo aun otra mejor á que atenerse. Pero sea como fuere, es inconcuso que la tensión eléctrica de la atmósfera, aumentará por el descenso de las capas su- periores del aire que naturalmente han de conducir su electricidad, recargando de ella á las inferiores; y no es menos cierto también, que por todos estos fenómenos, vendrá á faltar la condición bajo la cual manifiesta la atmósfera su electricidad positiva, es decir, la se- renidad del tiempo. Debe inferirse, pues, que en la época del cóle- ra, el fluido negativo es el predominante. Tercera. Se ha reconocido á la evaporación como la fuente prin- cipal de la electricidad atmosférica. Los esperimentos sobre el par- ticular han demostrado, primero: que la que dimana de un líquido puro (agua destilada, ácido acético, sulfúrico y nítrico concentrados) no desarrolla electricidad; y segundo: que el vapor de agua que se exhala de una disolución alcalina, es cargado de una electricidad ne- gativa. 1 bien; sentado esto, establezcamos otra serie de principios para que después podamos servirnos de ciertas coincidencias que á su vez haremos notar. La historia de la epidemia pone fuera de toda duda, que ésta tie- ne trazado naturalmente su derrotero, por las riberas de los rios, y los lugares húmedos y pantanosos. Coincide, pues, de un modo constante la evaporación con la aparición del cólera: y pues que don- de hay evaporación hay mayor cantidad de fluido eléctrico, es, según eso, no menos constante que ese esceso es uno de los caracteres de la constitución epidémica, como ya en otra parte de este opúsculo hemos manifestado. Mas la física, como ya dijimos también, ense- ña; que el vapor de agua provenido de una disolución alcalina ó de algún líquido compuesto, va cargado de electricidad negativa: lue- go es patente que ésta debe predominar, siendo cierto, como lo es, que la agua de las riberas de los rios y la de antiguas lagunas y pan- tanos, lo mismo que la que impregne á los terrenos de aluvión, con- tiene disueltas sustancias alcalinas u otras, que han de colocarla en la condición necesaria para desarrollar, evaporándose, el fluido ne- gativo. La agua de mar es inconcuso que de todas es la que tiene de un modo mas marcado esta facultad; y por lo mismo, séanos permitido invocar, en apoyo de nuestras ideas, los innumerables puntos de con- tacto que el mal de mar tiene con el cólera, principalmente en cuan- to á las secreciones gastro-intestinales. Diversas opiniones se ha- bian tenido respecto de esa enfermedad; y fué, sin duda, la mas do- minante la de que era debida á los movimientos de los vehículos: pero recientemente hay observaciones [Gaceta médica de París] que vienen demostrando que puede padecerse en tierra por solo esponcr- ■se al aire de las playas las personas que son susceptibles de marear- ■se;**y, en este caso, es inconcuso que la causa es atmosférica; siendo muy presumible que no sea otra que la acción del fluido negativo. Parece, pues, demostrado, que nuestra hipótesis casi toca á la ver- dad, y que, por tanto, se puede con razón hacer uso de ella, para ra- ciocinar sobre los fenómenos del mal. Pero si la circunstancia de que la teoría de la electricidad animal ó principio vital, no podría esplicar los fenómenos si el Huido negativo no fuese el predomi- nante: si esa circunstancia, repetimos, se hace bien notable por el fácil acomodamiento de los fenómenos con la teoría, la que hemos emitido aumentara sin duda de valor. A la verdad, y ya es tiempo de detallar el mecanismo del cólera por causa esclusivamente at- mosférica, si no fuera el fluido positivo el que se hallase en esceso, ni un solo paso hubiéramos podido dar con acierto. Era* menester que la electricidad negativa del aire formase á la piel una atmósfera, para que, en virtud de la ley por la cual fluidos eléctricos de una misma naturaleza han de repelerse, la misma electricidad de ese órgano fuese repelida por la atmosférica y se cargaran de ella los nervios formando por conducto de estos órganos, corrientes de fluido que partieran de la periferia al centro; fenómeno que en la piel se repetirá tantas veces cuantas pueda la red parenquímica de esa membrana cargarse de la electricidad que le es propia y que recibe de la sangre: cesará desde que la piel, cayendo en una especie de as- fixia, por los desórdenes generales que en consecuencia ya estará su- friendo la economía, deje de recibir de la sangre electricidad libre. Cargados así los nervios de electricidad negativa, la proyectarán á los órganos positivos, y allí conmoverá, conforme á sus leyes físi- cas, á la electricidad positiva libre de los parenquirnas, que acabará por desaparecer formando con la otra fluido neutro, que á su vez también desaparecerá, como es fácil concebirlo: de aquí la algidez. Desde entonces el estado de los parenquirnas puede invertirse ó neu- tralizarse, y queda roto por consiguiente el mecanismo de las fun- ciones de la economía. Todo el fluido neutro que es indispensable pa- ra el estado propio de las moléculas de los sólidos y de los líquidos, deberá ser descompuesto, y las moléculas, por consiguiente, obrarán sin obstáculo, conforme á las leyes de la electricidad que en el caso deben regir; y de aquí resultará, como es fácil concebirlo, el des- prendimiento de muchas de ellas; esto es, esa especie de fundimiento ó de disolución del cuerpo, que llegaría á ser completa si la vida fue- se capaz de resistir mucho tiempo pérdidas tan considerables. Co- mo sea un solo fluido el que predomine, los actos de composición y descomposición química, es natural que sean insignificantes ó nulos, y he allí por qué faltan las secreciones biliosa y urinaria, y por qué las deposiciones y vómitos tienen el aspecto emulsivo; es decir, que en ellas no hay mas que mezclas y casi nada de combinaciones, mo- tivo porque son también inodoras. Tambien era necesario que el fluido negativo fuera el escedente pa- ra que obrando en todos los órganos, pero principalmente en el pul- món, robara á la sangre arterial su fluido positivo, por la atracción y por la combinación que son de ley en tales circunstancias; y en virtud de esto le diese tan rápidamente el carácter venoso que siem- pre adquiere por el cólera. Esplicados estos fenómenos, de que aun no nos habíamos ocupado muy detalladamente, ya podemos decir que ni uno solo de los prin- cipales dejó de serlo por nuestro sistema- Ademas, el lector tiene ya todos los datos para amplificar á su placer todos aquellos puntos de la doctrina en que le pareciere que hemos andado muy lacónicos, y podrá hacerlo siempre según nuestro espíritu, con tal que no lo preocupen las entidades fisiológicas y el ciego empirismo que resulta de su aplicación á la ciencia. Aun la predisposición individual que. es uno de los puntos mas difíciles, podrá, por nuestra teoría, com- prenderla y esplicarla muy fácilmente. Si, por ejemplo, tiene pre- sente que son muy raros los sugetos en quienes los árboles venoso y arterial estén perfectamente equilibrados, pues que la edad, las en- fermedades, el sexo, el temperamento, el clima, la alimentación y otras mil causas pueden hacer que uno de los dos predomine, sabrá de luego á luego que unos serán electro-positivos y otros electro-ne- gativos, según el predominante [1]: y si reflexionando sobre este dato recuerda que es ley de la electricidad que el fluido negativo re- pela al de igual género, porque fluidos iguales se repelen y diferen- tes se atraen; sabrá igualmente, que un sugeto electro-negativo ten- drá en su economía mayor fuerza repelente que entre en acción en contra del fluido negativo de la atmosfera; y que, por el contrario, un individuo electro-positivo la tendrá atractiva por el fluido atmos- férico, de lo que resultará que el que se encuentre en esta condición será mucho mas fácilmente atacado, á la vez que el otro lo será con dificultad. Todos los médicos, principalmente los que han asistido á la epidemia en sus dos épocas, han tenido ocasión de observar que familias enteras han sucumbido, y que otras, por el contrario, han salido ilesas en las dos ocasiones: lo cual viene apoyando la idea de que hay una condición en la constitución individual, que antes de nosotros no podía determinarse. Entre las familias que liemos conocido con el apreciable privilegio de ser respetadas de la epidemia, debemos citar la de los Sres. Gon- zález Arratia, de Toluca, por varias circunstancias que son verdade- ramente dignas de atención. En primer lugar, cuenta en sus diver- sas ramas mas de sesenta individuos, y todos han libertado en las dos epidemias; y en segundo lugar, en todos hay una’grande semejanza por su temperamento, por su idiosincracias y enfermedades de fami- lia, pues entre ellos hemos encontrado varios herpéticos y hemorroi- dicos: su temperamento es el sanguíneo venoso, y su idiosincracias hepática. Ademas, no todos han pasado la epidemia en una misma población, ni con el mismo género de vida; y en las casas de algunos ha habido coléricos estraños a ellos absolutamente por la sangre. [1] ¿Será esta disposición de los fluidos, la causa de las antipatías y simpatías; de la fuerza irresistible que impele á uu sexo hacia al otro, y de otros varios fenómenos de mag- netismo animal? El punto á que hemos llegado en fisiología,- nos autoriza para presu- mirlo. Hemos terminado, por fin, la esposicion de nuestra teoría. Sin embargo; queda una cuestión importante, y es la siguiente. ¿Cuál es el agente que escita en el globo y de un modo periódico, á la elec- tricidad negativa?... Desgraciadamente esta cuestión, en el estado actual de los conocimientos físicos, no le es posible al hombre resol- verla; porque esa causa, ó se encuentra en las entrañas de la tierra, es decir, en el núcleo de nuestro planeta, ó debe referirse a influen- cias siderales; y para fijar alguno de estos estreñios, ni hay ya talen- to en el hombre, ni es posible la invención de instrumentos tan po- deros que sirvieran á escrutar unos misterios que probablemente se reserva la Divinidad: porque son, digamos así, como las ruedas pri- meras, movidas por una fuerza superior á todo cálculo de la in- teligencia humana, y cuyo conocimiento elevaría á ésta casi al nivel de la de Dios, lo cual es imposible. Si es el sol el astro que, por ciertos accidentes, influye en la producción del cólera; si es alguno de nuestros planetas, ó algún sistema planetario que, por una espe- cie de reflexión obre en el nuestro, Dios lo sabe; y el hombre hace y consigue bastante, con descubrir la causa inmediata apreciable á sus medios, discurrir sobre ella.y alcanzar un remedio, ó un preservativo. CAPITULO V. METODO PRESERVATIVO. Los cuidados higiénicos dirigidos á preservar del mal, pertenecen unos á los gobiernos, y otros á los individuos. De ambas clases nos ocuparemos separadamente. ARTICULO I. Higiene pública. Supuesto que la evaporación, en ciertas condiciones que ya hici- mos valer, tiene, conforme á la esperiencia y al raciocinio, un funes- to influjo en el desarrollo de la enfermedad, será uno de los prime- ros deberes de la autoridad política encargada de atender al impor- tanfce ramo de salubridad publica, el de procurar, por cuantos me- dios estén á su alcance, la desecación de los pantanos, el libre curso de las aguas, a fin de que, siendo mas limpias, su evaporación desarrolle menos electricidad; cuidar del buen estado de los em- pedrados, pues que forman una especie de terreno primitivo artifi- cial; cubrir para el mismo efecto, con arena y piedra, los fangos v charcos antiguos; prohibir que se humedezcan las calles y habitacio- nes; mandar que se cubran los pozos con tapas que los cierren casi herméticamente; y, por último, evitar el acopio de majadas y otras inmundicias vejetales que, por muy común abuso, se reservan en los mesones y en los corrales y cuadras de las casas. La vaga venus debe prohibirla severamente. Debe alejar todo motivo de terror, ya ocultando el número de muertos y el de enfermos, prohibiendo los dobles, todo aparato en la administración de sacramentos, aun el que se pone de ordinario. Na- da diremos positivamente de las rogaciones públicas; pero sabido, como lo es, que alimentan pasiones tristes que conmueven, o ener- van el sistema nervioso, el gobierno eclesiástico meditará el modo de combinar el cumplimiento de los deberos cristianos en tales circuns- tancias, con los principios de la higiene. Por lo respectivo á alimentos, debe prohibir la venta de los cono- cidamente indigestibles; pero con especialidad frutas y verduras. Por el contrario las carnes, principalmente la de res, debe procurar que estén al alcance aun del mas indigente. Como el abrigo sea una condición preservativa tan necesaria en tiempo de la epidemia, deberá la autoridad hacer de manera que no pueda faltarle al infeliz. Pues que la humedad de la atmosfera, el frió de la noche y la llu- via, son enteramente nocivas, seria muy conveniente que los guardas y los militares hiciesen su servicio resguardados de la intemperie por una capa impermeable. Proponemos, ademas, por el mismo mo- tivo, que á toda clase de obreros empleados o jornaleros, cuyo tra- bajo comience y concluya con el dia, o por la noche; sin rebajarles nada de su sueldo, salario o jornal, se les dispense de media hora de trabajo rebajada de la hora primera de éste y de la última: de ma- nera que, por tal medio, puedan salir de sus oasas mas tarde y reti- rarse mas temprano. Las diversiones publicas deben prohibirse por la noche, y por las tardes en los tiempos de lluvia. Ya se han indicado los grandes males que resultan de no atacar al colera desde sus primeros síntomas. En Londres ks reconoció de tal modo el cuerpo médico, que por su consejo decretó la autori-. dad visitas domiciliarias, hechas dos veces al din, por facultativos, á fin de que los enfermos nuevos tuviesen prontos socorros, y de que se observaran las reglas de higiene promulgadas oportunamente. Tal medio, no obstante la molestia y crecidos gastos que origina, nos parece útilísimo, y por tanto lo proponemos. Pero todo esto, si bien es evidente que será muy eficaz para dis- minuir los estragos, entendemos que no es bastante para neutralizar la influencia atmosférica por lo relativo al esceso de su electricidad negativa. La colocación de para-rayos tal vez será el medio que se busca; pero ¿deberán prepararse como los comunes? ¿O los para- granizos menos costosos y de mas fácil aplicación, podrán producir los mismos efectos? Los físicos, de que por fortuna ya no carece el pais, podrán, mejor que nosotros, resolver este punto, y aun propo- ner un medio mejor: á ellos, pues, abandonamos esta materia tan importante. ARTICULO 11. Cuidados relativos ¡í los individuosi Para cumplir con la higiene de las habitaciones, deberán sus mo- radores hacer en pequeño todo lo que en grande haga la autoridad en la población, y siguiendo exactamente las reglas que prescriba, con tal de que fueren arregladas á los principios consignados en el artículo anterior; y solo añadiremos: que han de cuidar demasiado de que las piezas, principalmente los dormitorios, se ventilen suficien- temente; permanezcan secos, iluminados por los rayos del sol, si fue- re posible, y con una temperatura templada é igual á toda hora. Por lo demas, deben procurar que sus alimentos sean de fácil di- gestión, prefiriendo las carnes tiernas, la de res sobre todo, y las fé- culas; cuidando de que las semillas sean de buena calidad y coci- miento. Las yerbas y las frutas, principalmente las acidas, deben proscribirlas del todo. Los huevos y la leche únicamente deben to- marlos las personas que estén acostumbradas. Los alcdlicos deben prohibirse también; pero los que los usen consuetudinariamente, pue- den continuarlos con moderación. El vino rojo no solo puede usar- se en la comida, sino que será muy conveniente, pues que parece que es una urgente necesidad estimular un poco el estómago, para obtener, en tiempo de la epidemia, una pronta y fácil digestión; mas es escusado decir, que hacen escepcion de esta regla los que pade- cieren gastritis crónicas con síntomas que revelen actividad de esta afección. El té, por el mismo principio, debe usarse, principalmen- te, cuando el individuo se note en cierto estado de abatimiento físi- co, ó que alguna ocupación lo hubiere precisado á esponerse al am- biente húmedo. Toda indigestión, por leve que sea, debe atacarse en su principio. Si no consistiere mas que en un retardo, el abrigo, y alguna pocion- eita aromática (té, manzanilla ó menta) pueden ser suficientes: si hubiere eructos ácidos, se le añadirá una corta cantidad de magne- sia y unos cuantos granos de carbonato de sosa; mas si hubiere sen- sación dolorosa de plenitud en el estómago, ó dolor verdadero, no ce- diendo pronto con estos medios, se procurará el vómito por un vo- mitorio sencillo (cosquilleo á la faringe y alguna cantidad de agua para facilitar la espulsion del material). Los que habitualmente pa- dezcan indigestiones ó dispexia, deben esperar algún tiempo mas que los otros para recurrir á este medio. Debe evitarse tomar mucho líquido en la comida. Debe asimismo evitarse la ingestión de bebidas frías, estando el cuerpo caliente ó en sudor. Por lo que respecta á la influencia atmosférica, principalmente por lo relativo á su electricidad, podrá eludirse por los medios siguien- tes, todos eficacísimos para llegar á tal fin. El aislamiento del cuer- po; una lijerísima lubrificación de la piel con una poca de grasa, en la que, según arte, se haya incorporado una vigésima parte de pez; camisas de lana, y mejor de seda bien ajustadas al cuerpo; vestido de paño bien tupido; un capotillo impermeable ios dias húmedos ó llu- viosos; evitar la lluvia, abstenerse del baño, y no entrar en sudor co- pioso por ejercicios violentos, d por una alta temperatura, creemos que son medios muy eficaces para aquel mismo objeto. Como quiera que el buen estado del sistema nervioso sea la mejor garantía contra el mal, debe evitarse todo lo que lo perturbe. Nada de terror, nada de ira, nada de pasiones depresivas y nada de traba- jos forzados de la inteligencia, si se quiere tener gran probabilidad de no ser atacado. liemos sentado que por la acción del conjunto de las circunstan- cias que forman la constitución epidémica, es casi seguro que la san- gre tendrá menos álcali que de ordinario; y hemos sentado también, que la desalcalizacion puede producir las mas veces el colera, por el mecanismo que queda detallado en la teoría. Es, pues, según esto, del todo indispensable, evitar la perdida de álcali: por tanto, debe evitarse toda pérdida de humores alcalinos (moco intestinal, nasal, exofágico, lágrimas, sudor abundante de los pies, y semen). Este último humor debe economizarse tanto mas, cuanto que no puede secretarse sin cierta conmoción del sistema nervioso. Por otra par- te, debe cuidarse de la libertad de las secreciones acidas, princi- palmente de la leche, de la traspiración y de la orina: y para re- parar la pérdida alcalina que ya pudiera haber sufrido la sangre, té- mese de vez en cuando una pastillita muy pequeña [cinco granos] de carbonato de sosa, pero nunca á la hora de la digestión. Tal es el método preservativo que creemos deberá seguirse des- de que aparece la constitución epidémica, hasta un mes, por lo me- nos, después de haber pasado la epidemia. CAPÍTULO VI. TRATAMIENTO TERAPEUTICO. Se concibe muy fácilmente, que sea cual fuero el sistema médico bajo que se considere la enfermedad en cuestión, debe ser distinto el tratamiento en cada periodo. Pero antes de entrar en esta materia, debemos advertir que, ante todas cosas, el médico, diariamente deberá examinar y precisar el estado de la electricidad atmosférica, bien sea por esperimentos di- rectos, si le fuere posible, ó deduciéndolo de los datos que le sumi- nistre el aspecto físico de la atmosfera, es decir, su temperatura, su agitación, su calma, los meteoros que se presentaren y la evaporación de la tierra, fijando principalmente la atención, á la vez de procurar este dato, sobre la naturaleza del terreno y Ja composición química de las aguas que lo impregnen o que formen depósitos en él. A la cabecera del enfermo el mismo médico, antes de prescribir ningún medicamento, tiene que llenar otros dos deberes también muy importantes, y son: primero, observar las condiciones de salu- bridad é insalubridad que presente la habitación; y segundo, deter- minar el grado de intensidad del paterna de ánimo, que siempre se apodera de los enfermos en el acto de verse invadidos. Con todos estos datos que le darán á conocer, por lo menos aproxi- mativamente, el desorden en que se encuentre la electricidad ani- mal, y lo que puede esperarse de los órganos de reacción (sistema nervioso) ya podrá prescribir y formar su plan curativo: y es, pues, ya tiempo, de que nos ocupemos de él. No obstante la teoría que liemos desarrollado, y que, en cierto modo, da al lector el derecho de esperar de nosotros una terapéutica y una materia médica estraordinarias, va á ver, que ni máquinas eléc- tricas, ni el imán, ni otros recursos análogos, figuran en nuestro tra- tamiento, sino que por el contrario, nuestros medios son sencillísi- mos, tomados de la materia médica ordinaria y aplicados ya por mu- chos médicos, sin otra diferencia sino la de que éstos se han guiado en su aplicación, únicamente por el empirismo, y que nosotros los usamos por indicaciones muy rigorosas sacadas de los síntomas y di- rigidas por una teoría que está fundada en la fisiología, en los he- chos y en las leyes de física y de química vivientes conocidas hasta hoy. Sin embargo; no es rigorosamente cierto que no usemos en la curación del mal, de ningún instrumento para producir modificacio- nes en la electricidad animal, pues, al contrario, los usamos en gran número, aunque no se perciban á primera vista porque no se tiene costumbre de considerarlos como tales. En una palabra, esos ins- trumentos no son otros que los mismos agentes terapéuticos de que líos servimos. Si su indicación viene de una teoría sobre electrici- dad animal; si su acción se esplica por las leyes de este fluido; si, por otra parte, ella está en perfecto acuerdo con los principios que sirven de bases á la misma teoría; y si, por ultimo, los buenos efec- tos que de ellos esperamos teóricamente, son, lia mucho tiempo pre- sentados por la esperiencia en los casos prácticos que han hablado á su favor, no se puede dudar que, de facto, esos agentes son los ins- trumentos con que el médico físico y racional fisiologista, va á mo- dificar la electricidad de su colérico*. . Pero esto resaltará mejor, por lo que espresemos mas adelante, relativamente á cada uno de los agentes que propongamos. Bien fijado el conmemorativo, determinado el temperamento y reconocida la idiosincracias del enfermo, &c., el primer cuidado será hacerse de su moral, tranquilizándolo respecto á su situación é ins- pirándole la mayor confianza en el plan curativo que se le va á pres- cribir, y aun si es posible engañándolo en cuanto á la naturaleza verdadera del mal. Después, y á fin de repeler el fluido negativo que á la piel circun- da, se dará una friega seca general, con cuerpos que se electricen negativamente, la lana, sobre todos, por ser el mas manejable. Esta fricción escitará el desarrollo de la electricidad de la piel, que ya se ha dicho es negativa; el cuerpo perderá fluido de esta clase, lo que contribuirá al restablecimiento del equilibrio; y por lo que hace al aire atmosférico, siendo de ley, como ya espresamos en la teoría, que electricidades iguales se repelan, la piel cuya tensión se hará mayor, por la friega, que la del ambiente, repelerá á éste con el fluido que contenga. Así habrá formado el médico á su enfermo una especie de armadura protectora, cuyos buenos resultados se auxiliarán cu- briendo al paciente con un lienzo aislante que evite la reaparición del ataque. De esta manera, pues, esplicamos los buenos efectos que siempre se han recogido de las fricciones á la piel, en cuyo sentido las adop- tamos y proponemos como uno de los medios curativos mas raciona- les. Las alcélicas obran sin duda de la misma manera; pues que, según enseña la física, todo cuerpo compuesto, evaporándose, desar- rolla fluido negativo; no merecen, pues, abandonarse, si bien se debe dar la preferencia á las secas, porque carecen del inconveniente de producir el enfriamiento.—Ya bien abrigado el enfermo se procede- rá a atender mas directamente al sistema nervioso. Una infusión de menta y agua de flor de naranjo, con cuatro gotas de tintura te- baica y ocho 6 diez de éter sulfúrico, deberá administrarse en la ma- nera que se espresará mas adelante, y después de practicado lo que sigue: Cuando menos lo espere el enfermo, se le arrojará á la cara, con toda fuerza, un buche de agua bien fría. El efecto inmediato es una fuerte y prolongada inspiración que favoreciendo demasiado la oxi- genación de la sangre, escita á los centros circulatorios, y reanima, por ello, al sistema nervioso: después, la sorpresa, un movimiento involuntario de indignación á causa de cierta idea de ultraje que no puede dejar de producirse y que pone en revolución el orgullo, todo contribuye á escitar al cerebro y, con él, á todo el sistema nervioso. Cubriendo en el acto la cara, como deberá hacerse, se produce una fuerte evaporación que, desprendiendo electricidad negativa, secun- da muy bien la acción de las friegas. En seguida, y por espacio de media hora, se administrarán cada cinco minutos, dos cucharadas de la bebida de que se hablo arriba. Ahora, si la invasión fuere causada por una indigestión, o que hu- biere tenido lugar poco después de alguna comida, la primera indi- cación es vaciar el estomago, escitando el vomito por cosquilleo á la faringe; y solo en el caso de que se dificulte se usará la ipecacuana, un poco corregida por el opio, y procurando que no esté en el esto- mago sino el tiempo necesario para iniciar la náusea, es decir; que se insistirá en el cosquilleo tan luego como ésta se insinúe, o si tarda- re mucho tiempo. Desahogado el estomago, ademas de lo dicho arriba, se hará que el paciente olfatee, con todas las precauciones de- bidas, y muy de tarde en tarde, un poco de cloro, ó de amoniaco, con el fin de escitar alguna tos, por cuyo acto se activa la circula- ción, se aviva la vitalidad de la piel y de los pulmones, y por consi- guiente, afluye á estos árganos la electricidad neutra de que tanto carecen durante el ataque, á juzgar por el enfriamiento de la piel y del aire expirado. Si por las enfermedades precursoras que hubiere padecido el en- ferino, ó por la naturaleza de algunas crónicas que habitualmente sufra, ó por la diminución ó supresión intempestiva de una ó varias secreciones acidas, se presumiere con fundamento, que ya faltan sa les alcalinas á la sangre, se liarán á las axilas, ingles y región po- plítea, aplicaciones de esponjas empapadas en una solución de sub- carbonato de sosa (tres d rae mas para cada libra de agua)', y la mis- ma pocion mencionada arriba, se continuará, pero añadiéndole algu- nos granos de bi-carbonato de sosa. La dieta será absoluta. Si los síntomas disminuyeren notablemente, nada se alterará en el tratamiento; y antes bien, si la reacción fuere bastante marcada, se irán retirando paulatinamente los diversos agentes que se estuvieren empleando, para sustituirlos con los convenientes de que nos hare- mos cargo en el lugar que corresponda. Pero si los síntomas incrementaren, haciéndose bien manifiesto el tránsito al segundo periodo, es necesario emplear medios mas enér- gicos para apartar ó neutralizar el Huido eléctrico que obra sobre la piel; lo cual no podrá conseguirse de otra manera que escitando el fluido propio de este órgano, ó favoreciendo su formación, ó, en fin, procurando mas eficazmente el aislamiento. Es menester, desde luego, envolver al enfermo en una sábana mojada, ó, mas exactamente, bien humedecida con agua bastante fria, y abrigarlo en seguida lo mejor que se pueda. La agua disolverá las materias salinas que el sudor lleva habitualmente á la piel; se evaporará y desprenderá fluido negativo, el cual, según dijimos arri- ba acordes con lo que enseña la física, repelerá al del aire atmosféri- co también negativo. Por diversos autores se lian preconizado las fricciones á la piel con la nieve quebrada, y, de facto, hemos visto y obtenido con este medio algunas curaciones. Pero esos buenos su- cesos, llaman principalmente la atención, por la circunstancia de no estar bien acordes con la teoría que ha dado origen a su empleo, y reclaman por lo mismo una discusión. Se sabe, que creyéndose per- cibir una semejanza entre la algidez de la piel de los coléricos y la gangrena por congelación, se pensó, por analogía, en aplicar contra aquel síntoma, el tratamiento de esta enfermedad. Bajo de tal prin- cipio, los sucesos debían de ser mas numerosos por la nieve que por la agua fria; pero es precisamente lo contrario, según nuestra obser- vacion, y también según los resultados que por este último agente los hidropatistas obtuvieron en varias partes, y principalmente en Ver acruz. No es, pues, esta esplicacion del fenómeno, la que debe satisfacer, así como juzgamos que la nuestra se aviene con él per- fectamente; porque la evaporación de la nieve, siendo menor que la del agua bien fría depositada en los ppros de un cuerpo esponjoso cual lo es un lienzo, deberá originar menor desprendimiento de electricidad. Las lociones alcalinas deberán generalizarse, porque ya es tiempo de que comience de un moclo marcado el espesamiento de la sangre, y porque, ademas, humedeciendo la piel é impregnándola de álcali, en vez de órgano ácido (negativo) se verá convertido en alcalino (positivo) y cesará, por consiguiente, el fenómeno de la retropulsion del fluido negativo, que al principio se verificaba; de manera que so- lo podrá ya formarse fluido neutro que, como se concibe muy bien, favorecerá demasiado á la caloricidad. Por otra parte, debe suceder que el vapor de agua alcalina, según queda ya indicado en otro lu- gar de este capítulo, siendo como enseña la física, cargado de elec- tricidad negativa, repela á la de la atmósfera, separándola así de la superficie del cuerpo, y sin que éste tenga que temer nada de la del vapor; pues que este mismo la arrastrará consigo en virtud de su fuerza ascensional. Entre tanto, podrá en el cuerpo establecerse el equilibrio de los fluidos, y formarse el neutro que rodee á las molé- culas orgánicas, quienes, en virtud de esto, disimularán la electrici- dad que puedan aun poseer de un modo anormal. Entonces la eco- nomía, sin obedecer á otras corrientes que las que se formen por el ejercicio de la organización y de la vida, se verá á cubierto del flui- do esterior, si nuevas causas no vinieren á esponerla á otro ataque. Otra de las varias ventajas que se obtienen de las lociones alcali- nas, es, sin duda, la de que devuelven á la sangre su difluencia nor- mal [se entiende cuando ha sido absorbido el líquido]. A lo me- nos, así hemos debido inferirlo de los casos en que hemos visto so- brevenir, en la reacción, algún flujo sanguíneo; pues que todos ellos fueron tratados por nuestro plan curativo, que ha consistido principalmente en alcalizar la sangre; y que ademas, no hemos sabi- do que enfermos asistidos bajo otro sistema, hayan presentado este fenómeno que tampoco mencionan los autores. Al declinar el mal al tercer periodo, y aun antes, si los síntomas de los dos anteriores han sido muy intensos, y principalmente, si la cianosis se inicio muy temprano, no sabemos de otros agentes me- dicinales de quienes se pueda esperar todavia algún buen resultado, que el calomel y las fricciones mercuriales. La historia de la epi- demia refiere, con relación á ellos, muy brillantes efectos; siendo no- torios los que obtuvieron algunos empíricos que, habiendo anuncia- do que poseían una admirable panacea, no daban otra cosa á sus en- fermos, que el calomel en altas dosis, y algunas preparaciones anti- espasmodicas. En Europa se ha pretendido también, que se tiene un específico en las fricciones mercuriales. No deben, pues, des- preciarse estos medios en cuyo favor habla alguna vez la práctica, y cuya saludable acción se esplica perfectamente por nuestra teoría, se- gún vamos á manifestarlo. El mercurio, respecto del fierro de la sangre, y cuando éste no ha gozado el beneficio de la arterializacion, es negativo: dado esto debe suceder que los globulillos mercuriales que se formen, y circulen en los últimos vasos capilares juntos con los ferruginosos de la sangre, produzcan fluido neutro de que carecía la economía, agotado por la acción de la electricidad atmosférica &c.; y restablecerá, por lo mis- mo, aquel medicamento, el ejercicio de todas aquellas funciones en que, según nuestra teoría fisiológica, es necesario el equilibrio de la ..electricidad animal.—Ya en tensión eléctrica las moléculas sólidas de la sangre, ademas de las corrientes de fluido neutro, se establece- rán otras así del positivo como del negativo, pues que las moléculas mercuriales no hacen otro oficio que el mismo de las de la sangre, cuando ya están oxidadas. Desde entonces el ejercicio de la orga- nización y el mecanismo que constituye la vida recobran su nor- malidad, y de facto; con tal que no se haya debilitado profundamen- te la circulación, á la acción del mercurio se sigue, casi indefectible- mente, la elaboración y excreción de la bilis, de la orina y de otros humores cuya fabricación estaba suspensa. De la misma suerte que hemos esplicado la ación del mercurio contra el cólera, esplicariamos también la que tiene contra la perito- nitis puerperal, y eso, con tanta mas razón, cuanto que ya quedan manifestados todos los puntos de analogía que hay entre ambas en- fermedades. Agreguemos ahora, para demostrar que la acción del calomel es especial en el caso, y diferente de la del resto de los purgantes, el hecho bien conocido de que éstos no producen los buenos efectos que aquel; pues que si por casualidad se ha obtenido por ellos al- gún buen suceso, solo se ha observado en los casos en que, produci- da la enfermedad por una indigestión, los intestinos contenían algu- nas sustancias que habían escapado de un modo mas o menos com- pleto á la acción digestiva del estomago; pero en otras circunstan- cias, hemos visto agravarse bajo su influencia todos los síntomas de la enfermedad. Réstanos manifestar cómo la acción coadyuvante y benéfica de los anti-espasmódicos, se esplica también por nuestra teoría. Los vege- tales de esa clase se sabe que obran por un aceite esencial que con- tienen: sabido es también que esta sustancia es susceptible de difun- dirse prodigiosamente; de manera que los cuerpos porosos se impreg- nan de sus partículas, y el aire se perfuma en un grande espacio por solo una gota que en él se deje libre: por último, si no con eviden- cia, porque faltan esperimentos para demostrar sus propiedades eléc- tricas, se debe sí, creer por analogía, que como toda grasa, tiene la facultad de aislar á los cuerpos que cubra. Ahora, por lo que ha. ce á la economía en el estado patológico de que se trata, recorde- mos, que uno de los desórdenes principales lo liemos hecho consis- tir en que los nervios, no teniendo otro fluido que conducir sino el negativo, lo llevan á órganos que para cubrir sus necesidades debían recibir el positivo: luego si se diera un medicamento que impreg- nando á los nervios, de su sustancia, les rebajara su conductibilidad, los accidentes deberían disminuir, ó, por lo menos, modificarse su aparición. Pues bien, esto es lo que hace el aceite esencial, que reúne todas las condiciones; pues, como grasa, es aislante, y como difusible, mezcla á las moléculas del tejido nervioso las suyas pro- pias. Probablemente el almiscle, el castor, el ámbar y algunos acei- tes empireumáticos, así como también el alcohol y los éteres, obran de esa misma manera. Nuestra esplicacion está, por otra parte, muy de acuerdo con la fisiología de los accidentes nerviosos. Tomemos, por ejemplos, al dolor simplemente nervioso y á las convulsiones. ¿Qué sucede en estos fenómenos? Ninguna otra cosa que aumento en la conducti- bilidad de los nervios, los que, por ese estado, conducen de los cen- tros al órgano, mas fluido del que pueden recibir normalmente, ó viceversa, que del órgano conducen á los centros: de lo que, en el primer caso, resultan convulsiones, y en el segundo, dolores. De aquí proviene la consecuencia terapéutica de que los medicamentos que obren favorablemente en contra de estos accidentes, es decir los anti-espasmódicos, disminuyen la conductibilidad de los nervios. ¿Mas por qué los escitantes que se llaman fijos, no solo no curan los mismos accidentes sino que mas bien los agravan? Sin duda por- que no contienen un principio difusible que impregne á los nervios; y por esto es, que no hay un solo anti-espasmódico que no lo con- tenga. Por lo que respecta á otros medios terapéuticos de que muchos médicos se han servido para despertar la acción de los nervios, di- remos: que en los casos en que el método racional no haya surtido sus efectos, no deben despreciarse, aunque su acción, á causa de ignorarse todavia por cuáles leyes de la electricidad se regule, no pueda esplicarse con toda precisión. En este caso se encuentran los vexicantes, que son bien útiles en el cólera, cuando la reacción es incompleta, y que tiende á cada paso á perderse del todo. Sin embargo; si ignoramos la razón física, no es por eso menos cierto que tienen la facultad de atraer al punto sobre que obran, corrien- tes de fluido nervioso que van allí a determinar composiciones y descomposiciones químicas, ó á modificar el estado físico de aquella parte de la organización. Así es que, sin apartarnos esencialmente de la teoría, proponemos, para el caso indicado, la aplicación de un largo sinapismo sobre la región de la espina, dejándolo hasta que la vejigacion se insinué en varios puntos. Para combatir esa sensación penosísima del abdomen y de la cual se habló en otro lugar, nos hemos servido de un lienzo empapado en alcohol, capaz de cubrir á dicha parte: sus efectos han sido muy plausibles, y su acción se esplica de la misma manera que lo fué la de las friegas alcólicas. Tal vez se habrá estrafiado que separándonos de la generalidad de los autores despreciemos los medios de calefacción artificial. La conformidad de todos loa prácticos en este punto del tratamiento* es- tá lejos de provenir de los hechos* sino que se debe mas bien á una simple imitación de unos á otros, y á la necesidad que en el estado álgido, aparece de restituir á la piel su calor. Hemos tenido repe- tidas ocasiones de observar que tanto cuanto ha tenido de útil el abrigo prudente y moderado, han tenido de nocivo los demas medios caloríferos que muchos médicos acumulan al grado de convertir el lecho del enfermo en un verdadero potro de tormentos, y eso, sin conseguirse siquiera el fin principal, como ya hemos observado en otro capítulo, y tal vez aumentando los calambres. Tratamiento que debe seguirse en el periodo de reacción.—Termi - nando siempre el colera, en los casos felices, por una fiebre, el mé- dico para poder fundar una sana terapéutica, deberá diagnosticar perfectamente, el carácter de esa misma fiebre. Generalmente se piensa que es un tifo; pero aunque es lo mas constante, se ve solo en los casos en que el colera ha recorrido to- dos sus periodos. Notase, en efecto, que cuando ha terminado en el primero, los síntomas reaccionarios no degeneran hasta serlo de la fiebre, o si ésta se presenta es bajo la forma de la angioténica, ó de la biliosa: de manera, que puede establecerse como regla gene- ral, que el tifo solo sobreviene cuando la hematosis y la circulación sufrieron por el colera desordenes profundos.—Si se trata de la fie- bre inflamatoria, es lo mas prudente, en el primer dia, no hacer otra cosa que sujetar al enfermo á una dieta severa y ponerlo á simple ti- sana de arroz y cebada, endulzada con algún jarabe diaforético; y si hubiere dolores en el abdomen, aplicar una cataplasma emoliente lau- danizada; y medias lavativas emolientes, si al dolor se agregare sed ó algún meteorismo, o sequedad de la boca con rubicundez de la lengua. Mas adelante, las sanguijuelas al abdomen, si las fuerzas del sugeto y el estado del pulso lo permitieren, serán de mucha uti- lidad en el caso de incrementar los síntomas inflamatorios; y en el de constipación lo será un minorativo salino, disuelto en algún lí- quido emoliente. Si la fiebre fuere biliosa, entonces será preciso comenzar por un purgante oleoso; pero esto nnnca se haga en el caso de que las de- posiciones, aunque siendo biliosas, no hayan perdido el carácter sero- so, y menos, si contienen algunos copos albuminosos que indiquen que hay todavía, en el tubo intestinal, uno o varios puntos que se- greguen líquido colérico; pues en este caso, el calomel es lo que de- be administrarse en dosis purgante [seis ú ocho granos]; pero reco- gido su efecto, empleense los dulcificantes y los tópicos emolientes y narcóticos. Fuera de estas circunstancias, al purgante oleoso sí- ganse algunos acídulos, por ejemplo, el tamarindo; pero suspéndan- se tan luego como el pulso pierda su fuerza y su frecuencia. Respecto del tifo, he aquí el plan que deberá seguirse. En pri- mer lugar, cuídese mucho de que el enfermo esté en un aire puro: promuévase después la traspiración por medio del acetato de amo- niaco en agua de flores diaforéticas; dése una friega oleosa y admi- nístrese una lavativa laxante que se repetirá dos ó tres veces al dia Si hubiere síntomas de embarazo gástrico, comiéncese el tratamien. to por un purgante salino, que podrá repetirse según las circuns- tancias. Si hubiere gran sensibilidad en el vientre, ó que la transpiración fuere muy difícil, los baños á veintiséis grados de Reamur, serán muy útiles, secundando su efecto con el uso de cataplasmas emo- lientes. Como, por el cólera, quede una predisposición para las enfermedades escorbutiformes, y como, por otra parte, el tifo tenga tanta analogía con ellas, el nitrato de potasa está bien indicado en el caso de numerosas petequias, ó de equimosis en la piel; pero, debién- dose buscar solo su acción en la sangre, la dosis que se crea oportu- na dése repartida en fracciones muy pequeñas, para así evitar su ac- ción sobre la mucosa intestinal. Los síntomas adinámicos, en los tifos que provienen del cólera, son sin duda de mas cuidado que en los casos ordinarios: de aquí es que deben combatirse, con energía, por el uso de la quina roja, por algún nutrimento (caldo sustanciado) y por el fierro (¡adato un gra- no, y cuando mas dos, que podrá disolverse en la cantidad de caldo que debe tomar el enfermo en las veinticuatro horas) cuando hubiere palidez, y que la estenuacion haya sido considerable durante el có- lera Los síntomas ataxicos son también muy temibles, por el desorden que de antemano ha sufrido la innervacion; deben pues atacarse con violencia. ¿Pero de qué manera? El hecho de que los narcóticos, durante el cólera, obran menos que en otras circunstancias, prueba evidentemente que es muy enérgica entonces la potencia conductora de los nervios; consistiendo quizá en solo esto el desórden de la in- nervacion, considerado este acto con respecto á esos órganos; la in- dicación, pues, debe ser la de disminuir esa conductibilidad, por los anti-espasmódicos vegetales, en virtud de lo que ya espusimos en otro lugar; y por los narcóticos mas simples, es decir, el opio: pero esto á fuertes dosis, por la misma razón de que, por la constitución atmosférica, ha disminuido su actividad. Ademas de las buenas razones teóricas que nos asisten en el caso actual, podemos citar otras prácticas. El tratamiento que opone M. Boudin, contra la afección cerebro- espinal, según refiere M. Bailly, no consiste en otra cosa que en el ópio á muy fuertes dosis, pues que comienza aquel médico por dos ó tres decigramos del estracto gomoso, en una sola vez, y disueltos en un líquido gomoso; y M. Bailly lo ha aplicado de la misma ma- nera y con buenos sucesos contra el tifo cerebro-espinal. Un médico de esta ciudad, imitando á uno de Europa, aplicaba la nuez vómica y la stricnina, contra el cólera: en algunos casos que conocimos, obtuvo la reacción; pero los enfermos eran en ella muy comunmente atacados de fiebres atóxicas ó sea tifo cerebro-espinal. Pues en dos casos de estos que nos tocó asistir, el uso del opio, á alta dosis, nos fué bien favorable. Sin embargo, el narcotismo pue- de, por este medio, hacerse tan grave como la enfermedad que com- batió; y para evitar esta desgracia debe imitarse á M. Boudin, quien administra fuertes dosis de café, desde que se declara el accidente. Las hiperdiacrisis que tan comunmente sobrevienen al cólera, re- claman también de nuestra parte algunas palabras. Lijeros purgan- tes gaseosos; he aquí todo el tratamiento que siempre aplicamos con buen éxito. En cuanto á las enfermedades escorbutiformes, siempre las com- batimos con los medios ordinarios, y principalmente por el fierro. Insinuamos oportunamente, que las frecuentes recaidas de algu- nos enfermos, hacian sospechar que hay casos que simulan la forma intermitente. Son demasiado raros, pero existen, y no hay cosa que embarace mas á un médico. En la.última epidemia solo tuvimos uno que al fin hizo sucumbir al enfermo después de dos meses y me- dio, durante los cuales tuvo mas de diez accesiones de colera espo- rádico. Murió, como hemos dicho; pero confesamos que nunca nos vino la idea de recurrir á los anti-periódicos, y que dirigimos única- mente nuestra atención á combatir los ataques. Quiza de la otra manera hubiera salvado: aunque, fuese cual haya sido el resultado, nuestra conciencia se halla tranquila, por ser tal forma muy rara, y no hacerse mención de ella en la historia de la epidemia. Si des- pués se nos hubiera presentado otro igual, habríamos recurrido á la quina, con este doble objeto: ó que domiuara los accesos; ó que hi- ciera continua la marcha de la enfermedad, produciendo una gastro- enteritis bien marcada, para combatirla después como tal y de un modo conveniente. NOTA.—Circunstancias imprevistas hicieron que la impresión de esta obra no se concluyese en el año que espresa la carátula. Por esto se encuentran al- gunas citas que no hubiéramos podido hacer en el año anterior, puesto que su asunto no lo conocimos sino hasta el presente. INDICE US MATERIAS (MTEMDAS EN ESTA OBRA. Capitulo I.—Breve reseña de las investigaciones de los mé- dicos, practicadas con el fin de descubrir el verdadero ori- gen del cólera, y de averiguar las circunstancias atmosféri- cas, u otras, que pudieran influir en su rápida propagación por el mundo 1 Capitulo II.—Descripción del cólera.—Articulo I.—De la constitución epidémica y de las enfermedades precursoras. 11 Articulo II.—Causas del cólera epidémico 15 Articulo III.—Preludios, invasión, progresos y terminación. 17 Articulo IY.—Anatomía patológica 22 Articulo Y.—Química patológica de la sangre, y de varios líquidos producidos por las secreciones morbíficas de los ór- ganos en los coléricos 29 Capitulo III.—Preliminares necesarios para el establecimien- to de una teoría racional del cólera.—Articulo I.—Exá- men médico-filosófico de los fenómenos patológicos mas no- tables del colera, y su paralelo con los de otras enferme- dades. 31 Articulo II.—Sobre el mecanismo con que se verifica en el colera la desalcalizacion de la sangre, considerado el fenó- meno principalmente con respecto á las causas internas que puedan producirlo 40 Articulo III.—Investigación sobre el origen mas probable del aumento de partes sólidas de la sangre de los coléricos. 42 Articulo IY.—Cuestión importante sobre cuál sea la causa inmediata del aumento prodigioso que en el cólera sufre la exhalación por las mucosas y la piel 44 Articulo Y.—Cuestión relativa al mecanismo de los ca- lambres 46 Articulo YI.—Papel que hace el pulmón en el cólera 48 Articulo YII.—Sobre cuál sea la verdadera importancia del sistema nervioso en la producción y mecanismo de los fe- nómenos patológicos del cólera 51 Articulo VIII.—Trata de lo que en esta ciudad observó el autor en la última epidemia, respecto de las causas, inva- sión, terminación y terapéutica del cólera.—Predisposicio- nes individuales.—Causas mas eficaces.—Métodos curati- vos y medicamentos que con pretensiones á específicos fueron aplicados.—Sucesos comparados de estos mismos medicamentos y de los métodos 54 Apéndice á este artículo, que contiene otras varias notas 65 Capitulo IV.—Teoría del cólera.—Principios médicos del autor, cuyo conocimiento es indispensable para la exacta inteligencia de este capítulo 66 Teoría del cólera 71 Capitulo Y.—Método preservativo.—Articulo I. = Higiéne pública 103 Articulo II.—Cuidados relativos á los individuos 105 Articulo III.—Tratamiento terapéutico 107 ERRATAS. Págs- Líns. Se lee. Debe leerse. 5.a 7.a pueden puede 8.a 35 por para 14 33 Brussaiss Brussais 21 51 ; ademas , edemas. 28 18 hepaticacton hepatizacion 37 33 en el cólera en la gota 91 34 comparación composición 45 28 espiración expiración 54 4.a de específicos á específicos 67 16 heterogeneidad heterogeneidad 75 25 en los cuales por las cuales 77 37 nis sin 80 20 Orcoli Oreoli 92 23 haces hazes 95 15 oleína oleiua