ESPASMO (s DE LA PORCION MUSCULOSA DE IA URETRA. TRABAJO PRESENTADO COJIO PRUEBA PARA EL EXlÉEN PROFESIONAL POR J AMBROSIO SANCHEZ, MEXICO.—1874. Imprenta de Ignacio Cumplido, Rebeldes num. 2. il SI t D. FRANCISCO MONTES M OCA, FRATERNAL AFECTO. A LOS SEÑOLES Dr. D. Gabio Barreda y D. Gabriel lancera, V GRATITUD Y AMISTAD. A LOS SEÑORES D. SAMUEL L. MORALES, D, FRANCISCO ITURBIDE Y D. MIGUEL ESPARZA, VERDADERO CARIÑO. A. MI JURADO. No es la constancia en la observación clínica la cuali- dad característica del estudiante; no son tampoco los cua- tro años de estudios profesionales suficientes para formar un buen médico ni teórico, ni mucho menos práctico. Que- rer presentar, pues, como una cosa útil á la humanidad y la ciencia, tan solo el fruto de nuestros propios conoci- mientos, cuando apenas vamos á penetrar en el santuario del profesorado, seria una vanidad que tocaria al ridículo. Esta creencia me ha decidido á presentar como prueba en mi exámen profesional, este trabajo, en el que no ten- go mas mérito, que haber ordenado las ideas vertidas por los Sres. Dolbeau y Montes de Oca en sus lecciones clí- nicas. Pudiera haber presentado un punto teórico, en el cual campearan ideas mas ó menos sensatas, ya propias ó usur- 6 padas á autores desconocidos, haciéndolas parecer como mias, pero en el primer caso, poca utilidad hubieran ofre- cido mis ensayos; y en el segundo, siempre me habría quedado la pena de haber engañado. Así, yo estoy contento de mi elección. Mi satisfacción será mayor, si la sensata opinión de mi jurado está de acuerdo con la mia. ESPASMO DE LA PORTO MUSCULOSA DE LA URETRA. Definición.—El espasmo de la porción musculosa de la uretra, es una afección caracterizada por una contrac- ción de las fibras musculares de esta región. Etiología.—Comunmente se atribuye á la blenorragia el origen de esta enfermedad; pero si la estadística de los enfermos estudiados hasta hoy nos merece crédito, debe- mos confesar que no tiene influencia alguna. En efecto, de cuatro enfermos que Dolbeau cita en su clínica, solo uno ha estado afectado dos meses antes de blenorragia; y de los siete enfermos que he visto en compañía del Sr. Montes de Oca, únicamente dos han tenido esta afección y aun en esos la blenorragia había desaparecido mucho tiempo antes de que se presentara el espasmo. 8 Por otra parte, los hechos están de acuerdo con lo que la teoría nos hiciera prever. Con dificultad nos hubiéramos explicado, en caso de coincidencia de la contracción espasmodica con la blenor- ragia, el porqué de la supuesta causalidad. El sitio de la inflamación, que como saben todos, es en la extremidad de la uretra, la integridad del resto del ca- nal, salvo el caso raro de su propagación á los testículos ó á la próstata, la poca relación entre los nervios sensi- bles del lugar inflamado con los nervios motores de la porción contraida, nos harían vacilar mucho antes de ad- mitir la blenorragia como causa cierta de la afección que describo. Verdad es que si le negamos esta causa no le hallamos ninguna otra; mas esto no debe sorprender, porque casi todas las enfermedades se encuentran en el mismo caso. Por lo que hace á las demas condiciones, como edad, sexo, profesión, etc., poco es lo que tendré que decir. Parece que en la edad adulta [30 á 40 años] es en la que se presenta con mas frecuencia. De los once casos obser- vados hasta hoy, nueve han sido en individuos de la edad citada, uno en un jóven de veinticuatro años y otro de sesenta y tres. El sexo masculino es el mas predispuesto,, porque so- lo una mujer figura en la estadística de Dolbeau y nin- guna en nuestras observaciones. , Las profesiones no se ha tenido el cuidado de estudiar su influencia. Anatomía patológica.—La descripción de las altera- ciones anátomo-patológieas de esta enfermedad, ha sido hecha por Mr. Dolbeau, al cual tomo todos los detalles, 9 puesto que ni el Sr. Montes de Oca, ni yo hemos tenido oportuna ocasión de hacer la autopsia de ninguno de nuestros enfermos. Dolbeau ha tenido la desgracia de perder á dos indi- viduos atacados de la lesión de que me ocupo, y ha po- dido apreciar el sinnúmero de desórdenes que ocasiona el espasmo de la porción musculosa en todos los órganos génito-urinarios. El sitio primitivo de la lesión no presenta mas altera- ción notable que la hipertrofia de las fibras, lo que de- pende seguramente del ejercicio anormal que ha estado efectuando. El resto de la uretra tampoco presenta notables modi- ficaciones, salvo la parte situada entre la porción muscu- losa y el cuello de la vejiga, la cual se encuentra dilata- da y algunas veces escoriada. Esto se comprende fácil- mente, si se reflexiona que la orina permanece mucho tiempo comprimida por dos fuerzas contrarias, lo que dá lugar, primero, á que dilate la mucosa uretral que es la que presenta menos resistencia; y segundo, á escoriarla por sus propiedades irritantes. La vegiga, ademas de la hipertrofia que ofrecen las fibras del cuello, presenta el engrosamiento de sus co- lumnas y las mayores dimensiones en su capacidad; lo que es fácilmente explicable por la permanencia del lí- quido en la vejiga y los esfuerzos que esta hace para ex- pulsarlo. En una de las autopsias que hizo el Dr. Dolbeau, ha- lló signos de inflamación crónica de la vejiga, así como también escoriaciones en los uréteres y focos purulentos en los riñones. Tales lesiones son debidas indudablemente á la reten- 10 cion de la orina y á la descomposición que este líquido sufre en los órganos destinados á secretarla y contenerla. Síntomas.—No presentando esta? enfermedad en to- das épocas el mismo cuadro de síntomas, debemos divi- dirla para el estudio de ellos, en tres períodos. 1er período.—El enfermo, ya después de una comida abundante, de una fatiga de cualquier género, de la con- tención de la orina durante algún tiempo, ó bien sin que ninguna de estas causas intervenga, se siente apremia- do por la gana de mear, y al ir á obsequiar esta necesidad se siente imposibilitado de hacerlo. Tras de algunos es- fuerzos, dolorosos las mas veces, la orina comienza á sa- lir gota á gota al principio, para establecerse en seguida un chorro delgado cuyo espesor va aumentando hasta ser el normal en el individuo. Esta dificultad está acompa- ñada de un dolor que los enfermos relacionan á la región prostática en su parte anterior; pero que por el cateterismo se descubre ser la porción musculosa el sitio verdadero. El dolor desaparece después que se ha acabado de ex- pulsar la orina, y el individuo queda aparentemente en un completo estado de salud. Por desgracia esta ilusión no dura mucho tiempo, pues al cabo de tres ó cuatro horas al principio, de una ó dos cuando la enfermedad está mas avanzada, y aun con mas frecuencia, el enfermo siente de nuevo la necesidad de orinar, y al hacerlo vuelve á experimentar las mismas dificultades arriba dichas. Esta molestia se va renovando con mas y mas frecuen- cia, hasta que llega una época variable según los indivi- duos, pero que no pasa de dos á tres años, en la que la 11 orina sale gota á gota y continuamente. Este hecho per- tenece ya aí segundo período de la enfermedad. Antes de pasar á describir este segundo período, diré lo que el cateterismo dá á conocer en esta enfermedad. Introducida una sonda común, ó mejor una candelilla oli- var de Bell, se la vé deslizar sin obstáculo y sin causar sufrimiento alguno, hasta la porción musculosa de la ure- tra, en donde se presenta una resistencia considerable. Distrayendo al enfermo con preguntas variadas y que ocupen su atención, ejerciendo por otra parte presiones moderadas, se consigue después de unos diez ó quince minutos franquear aquel obstáculo, mas allá del cual la sonda ó bugía penetra con extrema facilidad basta el in- terior de la vejiga. Si después que la sonda ha penetrado se la quiere ex- traer, se nota que se encuentra como oprimida en el mis- mo lugar del obstáculo, y cuando la sonda es de una sus- tancia blanda, la impresión de la parte contraida per- siste. La sonda puede permanecer mucho tiempo en la ure- tra sin causar gran molestia. Del mismo modo puede ser extraida, siempre que esto se haga con las mismas pre- cauciones que al introducirla. 2? período.—La continuidad en la micción, la salida de la orina gota á gota y produciendo dolores insoporta- bles en el cuello de la vejiga, caracterizan este segundo período; pero ademas de estos fenómenos, existen otros, tales como un dolor de naturaleza reumatismal, que se siente profundamente hácia la región del bajo vientre y cuyo sitio es, á no dudarlo, la vejiga. Este dolor se ex- 12 plica tanto por la inflamación de sn mucosa, como por el ejercicio muscular á que ha estado sujeta tanto tiempo. * La orina, en este período, contiene ya mucho moco y algunas veces pus, por consecuencia del catarro <5 la cis- titis que ha desarrollado la descomposición del líquido urinoso. Los riñones no dan aún en este caso señales de pade- cimiento. La introducción de la sonda es muy difícil, tanto por los dolores que causa, cuanto por la resistencia que ofre- cen las fibras de la región ya algo hipertrofiada. En cuanto á los fenómenos generales que en el primer período faltan completamente, se presentan aquí acom- pañando las afecciones de la vejiga. Así en caso de cis- titis, hay calentura, dolor en el bajo vientre, orina mu- cosa ó purulenta, etc., etc. Ademas, la moral del enfermo es completamente per- dida, la micción continua lo desespera; el dolor que le causa la introducción de la sonda es un verdadero tor- mento; y en esta situación, si el médico carece de la pa- ciencia necesaria para convencerlo de la utilidad del ca- teterismo; si lo abandona á sus propias fuerzas, la enfer- medad llega súbitamente á su tercer período, en el cual la muerte del enfermo és irremisible. 3? período.— La gravedad de él consiste en la supura- ción de los riñones. En efecto, la retención de la orina en la vejiga desarrolla allí una inflamación, que persis- tiendo se propaga á los uréteres y de allí á los riñones. No es raro que esta misma retención dé origen á cál- culos vesicales y renales, y por lo mismo á los graves ac- cidentes que los acompañan. 13 Pero sea cual fuere el principio ú origen de la supu- ración renal, es un hecho constante en el tercer período de la enfermedad. No me detendré en describir sus síntomas demasiado conocidos; básteme decir, que los enfermos mueren ago- biados por todos los desórdenes á que dan lugar la infec- ción pútrida y la absorción urinosa. Marcha y terminación.—Esta enfermedad abandona- da á sí misma sigue, como se vé en la sintomatología, una marcha lentamente fatal hasta su terminación funesta: pero el médico posee, por suerte, medios para combatirla. Así por los recursos de que hablamos en el tratamien- to, se consigue ver disminuir, con lentitud es cierto, los síntomas uno á uno hasta volver el individuo á su estado normal; de modo que, podemos decir contrariamente á la opinión de Dolbeau y basados en nuestra observación, que la enfermedad se determina por la curación, siempre sin embargo que los riñones no se hayan supuraclp. Diagnóstico.—Es muy difícil. La frecuencia de los estrechamientos de la uretra, de los infartos prostéticos y de alteraciones del cuello de la vejiga, así como la fal- ta de una descripción perfecta de esta enfermedad, hace que esta sea desconocida. Sin embargo, la facilidad con que penetran las sondas, cuyo calibre se aumenta rápida y progresivamente, ex- cluirá la idea de un estrechamiento. Estos necesitan mucho tiempo para ceder y solo á fuerza de constancia y asiduidad se logra verlos desaparecer por la dilatación progresiva. Los infartos prostáticos, se acompañan de síntomas 14 tan característicos por parte de la próstata, que solo por una lijereza se pudiera confundir una enfermedad con otra. En cuanto á las alteraciones del cuello de la vejiga, so- lo el espasmo ó la parálisis de sus fibras podrían confun- dirse con la enfermedad en cuestión; pero se distinguirá fácilmente del primero, en que la sonda no encuentra allí absolutamente dificultad para penetrar en la vejiga. Es- to no sucedería si el cuello fuera el sitio de una contrac- ción espasmódica, pues esta aumentaría por la presencia de la sonda. Por lo que hace á la parálisis, la concien- cia que tiene el individuo de la expulsión de su orina y la impulsión del chorro, excluye completamente la idea de una parálisis. Pero lo que confirma de un modo absoluto el diagnós- tico es el cateterismo. La facilidad con que penetran sondas de calibres exagerados en vista de la resistencia que se experimenta al principio; la constricción y aun la depresión que deja en las sondas blandas la contracción de las fibras de la porción musculosa; la falta de antece- dentes para explicar un estrechamiento de cualquier na- turaleza ó un infarto prostático, son datos suficientes pa- ra diagnosticar esta enfermedad. Pronóstico.—La descripción de la afección hace com- prender su gravedad. Sin embargo, repito aquí lo que he dicho al describir la marcha y las terminaciones de es- ta enfermedad. Si el médico es bastante afortunado pa- ra encontrar el mal en su primero ó segundo período, puede augurar un resultado feliz siempre que tenga la su- ficiente paciencia para usar los medios terapéuticos; pero si es llamado cuando el espasmo está en su tercer perío- 15 do, bien hará en no comprometer su ciencia esforzándo- se en combatir un mal cuyo único remedio será la muerte. Tratamiento.—Si me sujetara únicamente á los con- sejos de Dolbeau, el solo medio que tendría resultados felices seria la sección de las fibras musculares de la ure- tra. Todos los demas medios no serian eficaces y ape- nas lograrían proporcionar lijeros alivios á los enfermos. Seguramente Dolbeau ha exagerado la rebeldía de es* ta enfermedad. El Sr. Montes de Oca y yo hemos te- nido mejor éxito con los medios que voy á enumerar; y si bien en algunos enfermos han fracasado, ha sido mas bien por la falta de constancia para sujetarse al tratamien- to, que por la ineficacia de la terapéutica. El uso diario de la sonda, dejándola en el canal cuan- do menos una media hora y á lo mas una hora y media, es el recurso mas heróico para combatir esta enfermedad en su primero y segundo período. Se puede añadir y con ventaja la belladona ál interior en píldoras, y tópica- mente untando la sonda ó candelilla con una pomada car- gada fuertemente de atropina. El catarro vesical que acompaña á esta afección en su segundo período, se combate por los medios señalados por todos los autores; añadiré únicamente á esa série de medicamentos, las duchas frias en el bajo vientre, que co- mo se verá en la observación primera que refiero, pro- dujeron muy buen efecto. La enfermedad en su tercer período es casi imposible de dominar; las fibras por sus contracciones repetidas han sufrido ya una verdadera hipertrofia, de modo que allí existe mas bien una lesión de nutrición que una afección nerviosa. 16 No es este ciertamente el mayor obstáculo, pues que sabemos que los estrechamientos orgánicos son curables tanto por la dilatación progresiva como en último caso por la uretrotomía; pero los desórdenes de que son sitio los órganos génito-urinarios en este período avanzado de la enfermedad, constituyen un escollo imposible de salvar. De lo expuesto podemos deducir, que el medio que propone Dolbeau como único capaz de curar el espasmo de la porción musculosa, es en los dos primeros periodos de la enfermedad, bastante exagerado, porque se cuen- ta con recursos menos expuestos y dolorosos para los enfermos; y en el tercer período, inútil por su insuficien- cia para dominarla. No concluiré este párrafo sin recomendar á las perso- nas que me leyeren la constancia en el tratamiento. Se- ria un error gravemente trascendental abandonar un en- fermo, porque en uno ó dos meses no experimentara ali- vio notable. Una vez diagnosticada la enfermedad y faltando los accidentes que nos hicieran suponer una supuración de los riñones, es necesario insistir en el empleo de la son- da en los términos que aconsejo, con la seguridad de que triunfará uno de tan terrible afección. OBSERVACIONES Primera. Martin Torres, de 47 anos de edad, está bien consti- tuido y su temperamento es sanguíneo. El 27 de Febre- ro de 1873 entró á ocupar el número 9 de la sala de Clínica del Hospital Militar, en donde fui encargado de su curación por órden del Sr. Director. Por tal motivo hice el interrogatorio al enfermo, el cual solo se quejó de un mal de orina (expresión suya), que consistia en mear cada rato chorlitos pequeños y muy delgados, dejando después de cada chorrito un ardor fuerte en una parte del caño que según sus indicaciones correspondía á la porción prostática del canal uretral. Referia su padecimiento á una blenorragia que había te- nido durante nueve meses, pero que le habia cesado tres meses antes de su enfermedad presente. 18 En fé de estos síntomas y datos sospeché, con ligere- za, como se verá después, que teníamos allí un estrecha- miento de la uretra, cuya naturaleza y sitio no estaba bien claro. Excluí de mis suposiciones el relajamiento del esfínter de la vejiga, porque realmente no había allí una incontinencia de orina, el enfermo tenia la concien- cia del acto, el chorro salía aunque muy delgado con fuer- za, y no gota á gota y babeando, y por último, el ardor que venia después de la expulsión del líquido formaban un cuadro de síntomas muy distinto del que pertenece á la incontinencia, por parálisis, de las fibras del cuello. El espasmo del cuello ó del cuerpo de la vejiga se adaptaba un poco mas á estos síntomas; pero faltaba el pujo vesical, consecuencia de la excitación producida en las fibras del cuerpo ó del cuello, por la mas corta cantidad de orina. Ademas, no había los dolores propios A las contracciones de un órgano en el estado de vacuidad; el ardor único que se notaba se relacionaba, como hemos dicho, á la región prostática y no al bajo vientre, como debería ser en el caso de espasmo vesical. Para confir- marme mas en mi diagnóstico, sondeé al enfermo con una sonda del número 8; esta penetró con facilidad todo el canal, mas al llegar á la porción musculosa se detuvo an- te un obstáculo que mis maniobras no pudieron vencer, por lo que entregué la sonda al Sr. Director, quien des- pués de un corto tiempo y distrayendo al enfermo con preguntas diversas, logró pasar la sonda de aquel punto mas allá del cual, aquella deslizó con facilidad hasta la vejiga. A pesar de que el enfermo decía acababa de ori- nar, salió gran cantidad del líquido, lo que me confirmó en la creencia de que no se trataba de un espasmo del cuerpo de la vejiga, porque en estas enfermedades el ór- 19 gano por su grande excitabilidad, no puede contener la menor cautinad de orina sin expulsarla. Del mismo mo- do, como el cuello no habia ofrecido resistencia á la son- da, tampoco debia creerse en una enfermedad de él. Una circunstancia me hizo notar el Sr. Director. La sonda permanecía en el canal, sin necesidad de tenerla, porque no solo no tendía a salirse como generalmente su- cede, sino que al contrario hallaba uno resistencia á sa- carla, como si estuviera apretada por un resorte. No sabiendo apreciar estos fenómenos, persistí en mi diagnóstico, por lo que ordené que se le dejara la sonda durante hora y media proponiéndome, por este medio, ha- cer la dilatación lenta y gradual del estrechamiento que suponía. El Sr. Montes de Oca aprobó mi determinación, pero no con el objeto que yo me proponía. A su juicio no existia allí ningún estrechamiento, sino únicamente un espasmo de la porción musculosa de la uretra. He aquí las razones en que se fundaba. La diminu- ción del calibre uretral, puede depender de un aumento de volumen de los órganos anexos, principalmente de la próstata, de una hipertrófia de las paredes mismas del canal, de la retracción del tejido cicatricial que hubiera reemplazado á la mucosa uretral ulcerada en algún pun- to, ó del espasmo. La idea del infarto inflamatorio no debia admitirse, por no existir absolutamente signo de inflamación. Contra el hinchamiento de la próstata crónica militaban dos poderosas razones. D El enfermo nunca habia es- tado afectado de ella. Y El obstáculo no estaba, en aquella región. No se trataba tampoco de un estrechamien- to debido á lesión orgánica de las paredes hipertrofiadas, 20 porque una reducción de diámetro tal como la que tema- mos en el enfermo, indicaba una alteración bastante avan- zada, y sobre todo suficientemente resistente, para no haber cedido con la facilidad que cedió al paso de una sonda de calibre cuádruple al del chorro de orina que es- pulsaba el enfermo. Ademas, en todo estrechamiento la salida de la sonda no presenta dificultad, porque una vez forzado el obstáculo el instrumento se ha formado allí una via en relación con su diámetro, que ninguna Circunstancia haría disminuir. En el caso presente suce- día lo contrario, la extracción de la sonda ofrecía tanta ó mas dificultad que su introducción, y aún se la sentía re- tenida como por un resorte circular y esto en un punto que correspondía á la porción musculosa de la uretra. Por exclusión no quedaba en pié sino la suposición del espasmo de la porción musculosa del canal. Ahora, ¿se explicaban de este modo los síntomas que presentaba el enfermo? Evidentemente sí. La contracción espasmó- dica podía ser llevada hasta el grado de no dejar pasar sino un chorro de líquido muy delgado, sin que por esto, una vez cesado el espasmo ya espontáneamente, ó ya por sustracción artificial al influjo nervioso ó vencido por una potencia superior á la fuerza contráctil, no pu- diera dilatarse para dejar pasar un cuerpo de un calibre tres ó cuatro veces mayor. La salida de la orina á cor- tos intervalos se comprendía porque seguramente se ha- llaba establecida una lucha entre la actividad contráctil de la vejiga para expulsar la orina y el espasmo anor- mal para contenerla; de la superioridad ó inferioridad de aquello resultaría la expulsión ó contención de la orina. Ahora bien, cuando la vejiga contiene líquido, este le presta un apoyo que aumenta la fuerza de las contrac- 21 ciones y es expelido de la cavidad; pero á medida que sale, disminuye también la fuerza contráctil, hasta que llega un momento en que es inferior á la contracción es- pasmódica y entónces el licor vesical se detiene; mas es- curriendo este continuamente por los uréteres, en pocos momentos se colocaba la vejiga en las circunstancias an- tedichas y todo volvia á pasar como al principio. El órgano, pues, no llega á encontrarse vacio y esto explica por qué á pesar de que el enfermo decía acababa de mear, sacamos gran cantidad de orina. Establecido el diagnóstico, el tratamiento era el que yo habia indicado con objeto de que la presencia de la sonda fuera relajando las libras gradualmente á la manera que un resorte se debilita por tracciones continuas. Podían unirse los estupefacientes y antiespasmódicos, pero en un enfermo que el Sr. Montes de Oca observó y en otros dos enfermos, cuya historia refiere Dolbeau, estos medios no habían producido ningún efecto. La marcha de la enfermedad confirmó lo que se habia previsto de la utilidad de la sonda, cuyo calibre se au- mentó rápidamente hasta llegar al diámetro normal del caño, sin que esta práctica tuviera otra mala consecuen- cia, que el producir un catarro vesical curado fácilmente por las cápsulas de trementina y las duchas perineales y al bajo vientre. Tras de una permanencia de dos meses, el enfermo ha salido aparentemente curado, pues la expulsión de la ori- na se hacia como en su estado normal. Segunda observación. El Sr. D. A.... M de 63 años de edad, de 22 constitución regular, se encontraba en las mismas condi- ciones que el enfermo de la observación anterior. Hacia un año que su enfermedad había comenzado, y aunque lo habiau tratado médicos de una reputación dis- tinguida, la enfermedad seguía su marcha, salvo algunos ligeros alivios que habia experimentado en diferentes épocas. El Sr. Montes de Oca fué llamado cuando la afección estaba en la plenitud del segundo período. No lo arre- dró el estado alarmante en que veia al enfermo y des- pués de establecido su diagnóstico con seguridad, institu- yó el tratamiento siguiente. Primer dia. Cápsulas de sándalo 4 al interior para combatir el catarro vesical. ínyecciohes de calomel á la vejiga, como desinfectante. Introducción de una sonda del número 8 untada con una pomada fuertemente opia- da. Permanencia durante una hora de dicha sonda. Ali- mentos sencillos. Segundo dia. El mismo tratamiento del dia anterior. Tercer dia. Modificación únicamente en el calibre de la sonda, cuyo número fué el 10. El enfermo la siguió soportando una hora. Cuarto dia. Lo mismo que el anterior. Quinto dia. Se aumentó el calibre de Ja sonda al nú- mero 12. De este dia en adelante hasta cumplidos dos meses, el enfermo siguió tratándose del mismo modo, salvo el sus- pender las cápsulas y las inyecciones cuando cesó el ca- tarro vesical. También el cateterismo fué hecho, á me- dida que la curación avanzaba, con uno ó dos dias de in- tervalo. 23 El individuo está en perfecto estado de salud hace cuatro meses. Tercera observación. El C. Teniente C V entró al hospital mi- litar el dia 8 de Octubre afectado de los síntomas que pertenecen al segundo período de la enfermedad. Hacia 8 meses que había tenido una blenorragia, la cual le du- ró Ó meses. Quince ó veinte dias después de haber de- saparecido la afección uretral, sintió los síntomas propios del espasmo de la porción musculosa de la uretra en su primer período. Mes y medio hacia que sufría aquellas molestias sin dejar su servicio, hasta que mirando no ce- dían á algunos remedios vulgares que le aconsejaron, se decidió á entrar al hospital. Consultado el Director del Establecimiento, diagnosticó, después de un concienzudo exámen, la enfermedad arriba dicha y en consecuencia ordenó un tratamiento semejante al que he descrito an- tes, y con el cual consiguió en un período de dos meses restablecer completamente al enfermo. Podía citar las otras cuatro observaciones del Sr. Mon- tes de Oca, así como las de Mr. Dolbeau; pero no pre- sentando gran diferencia con las antes citadas, me ha pa- recido mejor suprimirlas. fie^.