EL ILUSTRE DOCTOR LOUIS. NOTICIA BIOGRAFICA. En todo tiempo se ha visto con respeto á los hombres eminentes que consagraron su vida al progreso de la ciencia: su memoria ha sido hon- rada por todas las naciones civilizadas, y con justicia han sido conside- rados con veneración aquellos que por sus proezas científicas resultaron ser grandes bienhechores de la humanidad.—¿Quién no mira en nues- tros días con admiración y con gratitud á los sabios que sujetaron el for- midable poder de la electricidad al servicio del hombre, permitiéndole así conversar á través del mundo;—á los que encadenaron la fogosa po- tencia del vapor para surcar los mares á despecho de las tempestades, y para conducir en la tierra firme con asombrosa velocidad la multitud de viajeros que hoy dia atraviesan enormes distancias sin sentirlo, sin interrumpir su sueño ni sacrificar ninguna de sus comodidades?—Me- tafóricamente dijo un gran monarca, que ya habían desaparecido los Pirineos, y literalmente hablando hoy decimos todos que para el viajero ya no existen ni los Alpes ni las montañas Rocallosas, pues el convoy que sale de San Petersburgo, muy pronto se encuentra al pié del Monte Cenicio, y volando por las entrañas de ese gigante, en pocas horas llega hasta Brindisi, al extremo Sud de la Italia; miéntras que el americano, que es avariento del tiempo, en seis dias se traslada de San Francisco de California á Nueva-York, burlándose de la alta cadena de los Andes, de los pavorosos desiertos del «Llano Estacado,» y de la inmensa dis- tancia que separa aquellos centros mercantiles. No ménos dignos de nuestra admiración y respeto fueron aquellos varones ilustres que, consagrando sus dias al alivio de nuestros males, se cubrieron de la más pura de las glorias, enseñándonos el modo de vencer las enfermedades y aun de evitarlas, de prolongar la corta vida del hombre, y en tantos casos, de librarlo de crudísimos dolores. ¡Cuán di- versa es esa gloria de la del ambicioso guerrero que para distinguirse sacrifica sin escrúpulo muchos millares de sus semejantes!—¿No debe- mos, pues, un tributo de eterna gratitud á los hombres que nos dieron 2 el ejemplo de una sublime virtud, trabajando sin cesar por el progreso de la ciencia médica, afrontando en silencio los peligros del contagio, las repugnantes tareas del hospital y del anfiteatro de anatomía, el sacrifi- cio de toda comodidad y aun de la propia salud por conseguir la ajena, y que, arrebatando á la naturaleza sus misterios á fuerza de estudio y de desvelos, lograron grandes adelantos en el dificílimo arte de curar? —Muy justamente han sido considerados esos héroes de la ciencia como semidioses, pues parece que en ellos ardia de veras una chispa de la Divinidad. Y porque el ejemplo de esos varones esforzados es propio para animar á los que siguen nuestra penosa carrera, y para mantener vivo y ardien- te en sus corazones el fuego sagrado, que es el único estímulo capaz de alentar al médico en medio de tantas dificultades y privaciones, yo he creído que en la época actual, en que dominan las aspiraciones mezqui- nas y bastardas, seria provechoso para la Facultad el recordar una de las figuras más nobles y elevadas que hayan presentado los anales de la ciencia en todo el siglo que corre: me refiero al insigne Dr. Louis, cuyo nombre será visto con veneración miéntras la humanidad no pierda la memoria de sus bienhechores. Pedro Garlos Alejandro Louis, nació el 14 de Abril de 1787 en la pe- queña villa de Ai, en la provincia de la Champaña. Huérfano de padre á los seis años de edad, y en medio de la borrascosa revolución france- sa, no fué sin dificultad que el jovenzuelo Louis pudo seguir los estudios de humanidades que luego fué á completar en París: mucho le debió para esos estudios preliminares á un anciano benedictino. Destinado á la carrera de la abogacía, dió algunos pocos pasos en ella el joven Louis; pero muy pronto la abandonó y se dedicó al estudio de la medicina, que principió el año de 1807 en la ciudad de Reims bajo los auspicios de un cirujano llamado Noel.—Al cabo de un año se diri- gió á París con recomendación para el Dr. Lerminier, quien lo desvió del «internado» de los hospitales, privándolo así de todas las ventajas que proporciona esa vía, no solo para los estudios, sino también respec- to de la protección que encuentra en Francia el módico que fué «interno.» En 1813, á los 27 años de edad, sostuvo Louis su tesis y recibió el grado de Doctor.—Apénas principiaba á ejercer su profesión en París, cuando murió el amigo que lo protegía, y desde luego decidió Louis ex- patriarse: quiso primero irá ejercer en Constantinopla, pero un inciden- te muy casual le hizo renunciar á este proyecto, y dirigirse á Rusia. Gomo gobernador que era de la provincia de Podolia, iba para Rusia 3 el Conde de Saint-Priest, y se detuvo en Ai para visitar á la familia Louis, de la cual era amigo. A la sazón estaba el joven doctor vacilando sobre el partido que debía adoptar, y el Conde le propuso llevárselo desde lue- go á Rusia, cuya propuesta fué aceptada en el acto.—En compañía del conde hubo de ir Louis á Odessa, y allí se radicó para ejercer su profe- sión: ni tardó nada en hacerse notar por su talento y bellas cualidades, sino que muy pronto adquirió una brillante clientela al mismo tiempo que el aprecio universal. Así es que su reputación fué creciendo de tal manera que, sin saberlo él mismo, fué nombrado médico de cámara del Emperador Alejandro por el ministro de la casa imperial, el Conde de Wolkonski. En medio de la próspera y honrosa posición que se había creado en Odessa, tomó de repente Louis la resolución de volver á París por un escrúpulo de conciencia que solo podrán apreciar debidamente los que tuvieron el privilegio de conocer íntimamente el noble carácter del Dr. Louis.—Hubo en Odessa en aquel año, 1820, una epidemia terrible de croup y de angina cuanosa, y al ver Louis la espantosa mortandad que causaba, y su impotencia para evitarla, le ocurrió que tal vez no estaría él enteramente al nivel de la ciencia en esa materia. Creyó, pues, que era su deber volver á Paris para imponerse de los progresos que sin duda se habían hecho en el tiempo de su ausencia. Apénas concibió esta idea cuando la puso en práctica. Volvió, pues, á Paris, y por espacio de seis meses se consagró exclusivamente á observar todo lo que se ha- cia en el «Hospital de Niños,» con lo cual quedó convencido que en na- da, ó casi nada habia variado la patología de la niñez. Ya que estaba en Paris, trató Louis de radicarse en aquella metrópo- li, arrastrado principalmente por el deseo de imponerse á fondo de la revolución que se operaba entonces en el mundo médico por la nueva doctrina llamada «fisiológica» de Broussais. Después de estudiar con esmero los escritos de Broussais, que no co- nocía todavía, temió Louis no haber comprendido bien una doctrina que no le parecia demostrada suficientemente; y como su lealtad científica era absoluta, por espacio de dos meses estuvo siguiendo con la mayor pun- tualidad las lecciones del que tenia por entonces encadenada la admira- ción entusiasta de aquella generación médica, de la juventud especial- mente. En medio de aquella especie de locura que habia excitado la palabra ardiente de Broussais y su fogosa crítica de la medicina antigua, reducien- do toda la patología á la irritación y á la inflamación, el recto y sano 4 criterio de Louis se mantuvo libre de la pasión que dominaba á la in- mensa mayoría de los médicos. Considerando que las ciencias de obser- vación solo se pueden fundar en hechos bien demostrados, y no en pu- ras teorías, Louis fué uno de los pocos que resistieron el delirio médico de aquella época, y en ese corto número encontró á uno de sus antiguos condiscípulos, que también estaba destinado á ser una de las glorias de la medicina francesa: me refiero al célebre Chomel. Conservando los dos la independencia de un juicio sano y reservado á pesar del entusiasmo febril que reinaba en favor del broussaismo, esta comunidad de ideas estrechó aun más la amistad que unió á aquellos dos hombres ilustres en todo el resto de su larga carrera. Considerando la medicina con su verdadero carácter de ciencia, hija de la observación, creía Louis que debia desterrarse de ese estudio todo espíritu de hipótesis, y no admitir como cierto y como parte de esa cien- cia, más que lo que fuera de veras evidente ó rigurosamente demostra do. No podía, pues, admitir la doctrina de Broussais, de un hombre que tenia la «manía pueril,» como decía Louis, de poner la hipótesis en lugar de los hechos, y que no tenia costumbre de probar lo que decia. Creía Louis, con sobrada razón, que era preciso salir de ese laberinto de afirmaciones, muchas veces estravagan tes, de esos raciocinios sin nin- guna base sólida, sobre hechos que no estaban demostrados, que desfi- guran una ciencia cuya mira es tan elevada, y la reducen á un tejido de hipótesis que la degradan. Para penetrarse de todo el mérito de esa oposición que declaró Louis á las falsas teorías de Broussais, es preciso recordar que en aquella épo- ca era casi absoluto el dominio de esas doctrinas, es decir, del delirio Broussaista. Tratando por su parte de arrancar la medicina de esa falsa ruta, Louis comparaba su estudio al de la química, cuya ciencia también estuvo oscurecida por mil errores, hasta que se adoptó el camino recto del análisis riguroso, de la escrupulosa exactitud en las experiencias, etc. Advirtiendo, pues, que tanto los antiguos como los modernos habían fal- tado á ese rigorismo de observación que es indispensable para evitar el error, fundando sus ideas sobre hechos ya mal observados, ya escogi- dos según la conveniencia del que los interpretaba, y muchas veces re- cogidos por novicios á quienes se encomendaba esa delicada tarea, Louis se empeñó en demostrar la necesidad de observar con escrupulosa exac- titud, interrogando en cada enfermo las funciones todas, el estado de todas sus entrañas, y después de la muerte estudiando minuciosamente el estado de todos los órganos, llevando por escrito una cuenta fiel y 5 circunstanciada de cuanto habia presentado al observador cada enfermo, y sin pretender sacar ninguna conclusión mientras no se tuviera presen- te una serie numerosa de hechos muy completos y muy bien observa- dos.—Este método riguroso que por sí mismo se recomienda, nadie lo habia puesto en práctica de veras, hasta que con su propio ejemplo vino Louis á demostrar su inmensa importancia. Con efecto, á los 34 años de edad, en la época de la vida en que to- dos los médicos procuran aprovechar sus conocimientos para lucrar por su profesión, Louis tomó la noble resolución de volver á estudiar con ese rigorismo de que hemos hablado.—Protegido en esa laudable em- presa por Chomel, quien puso á su disposición las salas de San Juan y San José, que él dirigía en el hospital déla Caridad, se encerró en aquel hospital de una manera absoluta el Dr. Louis, y por espacio de seis años consecutivos se dedicó á estudiar minuciosamente los enfermos que en- traron á aquella clínica: todos sin excepción fueron observados con el mismo rigorismo, llevando por escrito la historia circunstanciada de ca- da cual, y practicando la autopsia de los que morían con tal escrúpulo, que nunca duraba cada inspección ménos de dos horas. Así es, que en todos esos años de reclusión voluntaria, el universo entero estuvo redu- cido para Louis á las dos enfermerías mencionadas, al anfiteatro de ana- tomía, y al entresuelito del mismo hospital que era su morada. Para darle todo su mérito á ese rasgo extraordinario de aplicación y de cons- tancia, conviene recordar que en aquella época ningún profesor se toma- ba la molestia de recoger y escribir la historia de los enfermos, sino que esa importante tarea se confiaba á los alumnos, que, como novicios, no podían desempeñarla debidamente. La ciencia se fundaba en los con- ceptos de la imaginación, y no en los hechos rigurosamente estableci- dos; de manera, que la nueva senda adoptada por Louis, y la singular constancia con que la siguió, no solo causaron sorpresa y admiración por parte de algunos, sino aun lástima y crítica por parte de otros, y fué preciso que desplegara Louis toda la firmeza de su carácter, para sobre- ponerse á la murmuración que lo quería poner en ridículo; ni dió punto á esa laboriosa empresa hasta que hubiera acopiado más de dos mil his- torias, todas recogidas con el mismo escrúpulo de exactitud y sin nin- guna especie de elección, sino conforme ellas se fueron presentando, y limitándose á separar únicamente las enfermedades crónicas de las agu- das.—Para analizar luego ese arsenal de materiales científicos, consagró Louis otro año entero de su preciosa vida, y con el fin de evitar toda especie de distracción, se retiró á Bruselas, viviendo allí como un er- 6 mitaño hasta que hubo terminado ese árduo ó interesantísimo trabajo. Seria supérfluo enumerar las obras del Dr. Louis: ellas forman parte de toda biblioteca médica, y han sido el oráculo de todos los que han escrito sobre esas materias; pero un hecho capital muy digno de recor- darse es la importantísima reforma que produjo en el modo de cultivar la ciencia ese ejemplo extraordinario de rigurosa exactitud, de minu- ciosa y perseverante observación, llevando cuenta escrupulosa de todo con absoluta imparcialidad, y sin más objeto que el descubrimiento de la verdad. Ese «Método Numérico,» como se ha llamado desde enton- ces, es acaso el mayor servicio que hiciera Louis á la ciencia, ya que sus trascendencias son incalculables.—Pero como él exige una grande laboriosidad y una severa conciencia científica que no todos poseen, des- de su origen tuvo por detractores los genios superficiales y desaplicados, que en vez de consultar la única autoridad legítima, que es la de los he- chos bien establecidos, prefieren entregarse á los sueños de la imagina- ción, que es Ja senda del error.—Sin embargo, tal es el imperio de la verdad, que insensiblemente se fue entronizando en los trabajos cientí- ficos esa severidad de observación, y nadie que aspire á un resultado serio é importante, se permitiría en el dia apartarse de ese camino real que trazó Louis, y que fué tratado aun con burla en sus principios. De la aplicación de ese método riguroso á sus prolongados estudios nacieron los descubrimientos patológicos, que de por sí bastarían para in- mortalizar el nombre de Louis. De paso me permitiré recordar que por ese método numérico, y de una manera inesperada, vino él á averiguar que sobre 150 casos de tisis pulmonar, solo una vez dejaron los tubér- culos de principiar por el ápice del pulmón: á nadie se le oculta la im- portancia de este hecho para el diagnóstico de esa terrible enfermedad. Otro hecho no ménos interesante que brotó de esos estudios, es el de presentarse siempre los tubérculos en el pulmón cuando existen, en el adulto, en algún otro órgano.—Ni puedo ménos de recordar también la grande confusión que reinaba en la ciencia en materia de fiebres, hasta que vino Louis á demostrar la unidad de la fiebre tifoidea, contundida por diversos patologistas anteriores bajo títulos y conceptos diferentes. —Apénas regresesaba Louis de Bruselas á Paris, cuando dió á luz esa obra memorable sobre la fiebre tifoidea que llama el Dr. Woillez «una pirámide de granito» que desafia las variaciones del tiempo, porque está fundada en la verdad. Al concluir la impresión de esa preciosa obra, obtuvo Louis la distin- ción de ser nombrado por la Academia de Medicina para irá estudiar en 7 compañía de los Doctores Chervin y Trousseau la epidemia de liebre ama- rilla que estalló en Gibraltar en 1828.—No habiendo podido entenderse con Chervin, que ya había observado la enfermedad en América y tenia opiniones muy arraigadas sobre esa materia, mientras que Trousseau y Louis iban á desempeñar su misión libres de toda prevención, quiso Louis reservar sus trabajos de Gibraltar, y éstos vieron la luz pública por primera vez diez años después de haber sido escritos, y en país ex- tranjero: fueron publicados primero por el Dr. Shattuek en Boston en 1839 (en legua inglesa), y más tarde formaron parte del 2.° tomo de las Memorias de la Sociedad de Observación que se publicó en 1844. Miéntras que desempeñaba su misión en Gibraltar, el mismo Louis fué atacado por la epidemia de fiebre amarilla, pero tuvo la fortuna de sanar.—Al regresar á París fué nombrado Caballero de la Legión de Ho- nor, y en seguida médico del hospital de la Piedad; allí tuvimos nos- otros la dicha de conocerlo. Más tarde se presentó por primera y única vez á la oposición que se abría para una cátedra de clínica interna; pero la rectitud y la severidad de sus principios se amoldaban muy mal con esas luchas mentirosas, en las cuales triunfa casi siempre la intriga y no el verdadero mérito. Penetrado sin duda de esta triste verdad, jamás volvió Louis á presentarse á ninguna oposición: consagrado á sus debe- res como médico de hospital, los desempeñó por una larga serie de años con un celo y una puntualidad verdaderamente ejemplares. La grande reputación que había adquirido Broussais con el triunfo efí- mero de sus doctrinas, le permitió obtener sin dificultad una cátedra en la Escuela de París, miéntras que Louis habia intentado en vano llegar al magisterio oficial; pero el público médico fué más justo que los jura- dos de oposición. A la vez que el escaso auditorio de Broussais le hacia palpar á éste la decadencia de su reinado científico, las conferencias clí- nicas que estableció Louis en el hospital de la Piedad, cada dia eran se- guidas con mayor entusiasmo y constancia por una clase de estudiantes que debía llenar de satisfacción al maestro, pues se componía de alum- nos que abandonaban sus clínicas oficiales por ir á beber en la rica fuen- te de verdad que les ofrecían las lecciones de Louis, y también de mu- chos facultativos extranjeros que iban á perfeccionarse en aquella admi- rable enseñanza que solo pueden apreciar debidamente los que tuvieron la buena suerte de aprovecharla. Con efecto, los profundos conocimien- tos de Louis lucían en sus lecciones como luce la luz del sol en medio de la oscuridad. El ermitaño médico del hospital de la Caridad llegó muy pronto á ser aclamado como el primer patologista de su época, 8 recogiendo así lo que había sembrado. Su reputación no tardó en ser mundana, y sin más protección que la de su propio mérito, vino Louis á ser el oráculo de sus compañeros, el consultor predilecto de los primeros médicos de París, como también de los facultativos extranjeros que siem- pre abundan en aquella metrópoli de la ciencia; justa recompensa de esa abnegación heroica que había mostrado Louis en busca de la verdad! — Esos triunfos no tardaron en excitar los celos de Broussais, cuyas dia- tribas apasionadas contra Louis forman contraste con la defensa de éste, llena de dignidad y de circunspección. Seria supéríluo insistir en este punto que solo pertenece ya á la historia de la ciencia, pero no será ocio- so observar, que miéntras que los escritos de Broussais quedan en el dia olvidados en las bibliotecas, las obras de Louis son consultadas en la actualidad como lo fueron en el principio, porque la verdad es inva- riable ó imperecedera. Por la misma naturaleza de las cosas se encontró Louis considerado como Gefe de Escuela, y algunos de sus discípulos tuvieron la feliz idea de formar una sociedad con el objeto de perpetuar ese rigorismo en el estudio clínico que había iniciado su maestro. Tal fué el origen de la «So- ciedad Médica de Observación de Páris,» que se fundó en 1832, y que por muchos años fue presidida por el mismo Louis.—Yo tuve la honra de ser admitido como uno de sus socios desde el año de 1834, y de te- ner por colegas á los que entonces eran simples practicantes mayores, ó sea «internos,» y que después han alcanzado una grande y muy merecida reputación: me refiero á los Doctores Grisolle, Barlh, Valleix, etc., sin ol- vidar á otros tantos que posteriormente se han distinguido por sus obras, como los Doctores Rillet y Barthez, y el autor del «Diccionario de Diag- nóstico,» el muy distinguido Dr. Woillez. Hasta ahora solo hemos hablado del eminente sabio; pero si pasamos á considerar el hombre privado, nos faltarán palabras para elogiar el al- ma noble y elevada, el carácter recto y generoso del Dr. Louis.—Su fren- te alta y espaciosa anunciaba su grande inteligencia: su fisonomía gra- ve y casi austera, revelaba la rectitud de sus principios y de su conduc- ta: en una palabra, era en alto grado imponente ese tipo venerable que á todos inspiraba respeto, y que nadie podía olvidar después de verlo una sola vez.—¿Y por qué atraía los corazones ese hombre alto y de un aspecto tan serio?—Porque su propio corazón era de oro, para servirme de una frase vulgar: porque era magnánimo y generoso en grado super- lativo como lo demostrará el resto de mi narración, y muy particular- mente la conducta que tuvo conmigo. 9 En medio de una vida tan activa y atareada, siempre encontraba Louis tiempo para servir á los compañeros que lo necesitaban, trasladándose á veces á grandes distancias para asistirlos.—Siempre listo para hacer el bien, fueron muchos y muy notables los rasgos de generosidad que salieron de ese noble corazón, y que él procuraba ocultar con la delicade- za propia de la virtud.—Guando el distinguido Leuret fué atacado re- pentinamente de fenómenos cerebrales muy graves miéntras que se di- rigía á la Provenza, al instante que recibió Louis la noticia, tomó una silla de posta y fué hasta Vierson, para atender y llevar á París á su ami- go enfermo; éste había ja sido condecorado con la cruz de la Legión de Honor, tan bien merecida, por influjo del Dr. Louis. Otro amigo y antiguo discípulo que supo inspirar á su maestro un grande aprecio, no hubiera podido publicar la obra que tanto honra su memoria, á no ser por la espontánea y singular generosidad del Dr. Louis. —Llegando éste á saber que Valleix no podía dedicarse á la redacción, ni ménos dar á luz su «Guía del Médico Práctico,» por falta de recursos, en el acto le ofreció Louis adelantar todos los fondos que fueran necesarios, destruyendo todos los documentos que acreditaban la deuda, y obse- quiando por fin definitivamente al amigo con todo el importe, que no bajó de unos veinte mil francos! De la misma manera llegaron á ver la luz pública los trabajos que por espacio de diez años había seguido el malogrado Dr. Sestier.—Habién- dolos obtenido de la viuda, confió Louis esos materiales tan importan- tes al Dr. Méhu, quien los coordinó y completó, formando así la obra en dos tomos sobre electricidad, cuyo mérito es bien conocido. Con semejantes sentimientos, no podía dejar de ver Louis con sumo interés la Sociedad de beneficencia que fundó su amigo Orilla para los médicos desvalidos, y al morir le dejó un legado de mil y quinientos francos de renta. Seria largo y aun difícil referir todos los actos de beneficencia del ilustre Louis, pues muchos de ellos quedaron ocultos por su genial de- licadeza. Y solo porque me creo obligado á respetar doblemente esa de- licadeza después de la muerte, paso en silencio el magnánimo proceder que tuvo conmigo mi amado Maestro cuando me vió agobiado por la ad- versidad, mis bienes confiscados y vendidos, y desterrado yo con nume- rosa familia; pero no puedo ménos de declarar al mundo entero que en esa triste situación, fué para mí el Dr. Louis un segundo padre en toda la extensión de la palabra. también esa alma noble y generosa fué probada de la manera más 10 cruel y aflictiva, para que no faltara nada á ese admirable modelo de ciencia y de virtud.—A los 18 años de edad, y cuando terminaba sus estudios de humanidades con grande distinción, fué atacado el hijo úni- co de Louis por la tisis pulmonar, por esa terrible enfermedad que no perdona, y cuyo estudio había adelantado su padre de una manera tan notable. Era el joven Armando una perla preciosa, las delicias de toda la familia y la esperanza de sus venerables padres. En vano se trasla- dó la familia á Pau: en vano se agotaron todos los recursos del arte: la inexorable tisis llevó rápidamente su víctima al sepulcro, marchitando para siempre la felicidad de los padres!—Desde ese dia funesto en que vió frustradas sus más caras y legítimas aspiraciones, ya no vivió Louis más que para hacer el bien de cuantas maneras estuvieron á su alcan- ce. Repugnándole ya todo interés mundano, con harto trabajo consiguie- ron sus amigos que consintiera en seguir dando consultas á un corto número de sus antiguos clientes. Diariamente dejaba toda otra ocupa- ción á cierta hora para ir hasta el cementerio de «Mont Parnasse» á vi- sitar el sepulcro de su hijo: seria largo de referir todos los actos de ese tierno amor paterno que inspiró á Louis su profundo dolor.—Pero á la altura de esa inmensa desgracia estaba también la fortitud con que supo sufrirla el venerable Louis, mostrando constantemente una serenidad y una resignación verdaderamente ejemplares. De intento habíamos pasado en silencio hasta ahora lo relativo al ma- trimonio de Louis, porque su origen y todas sus circunstancias merecian una mención muy especial. Tratándose de elegir un facultativo que reuniera méritos y prendas muy singulares para confiarle la salud de una señorita de familia noble y muy distinguida, fué consultado sobre este punto Magendie, quien no vaciló en señalar á Louis como el más propio para el caso.—De esa ma- nera tan fortuita fué conducida á la modesta habitación de Louis en el hospital de la Caridad, una joven hija del marqués de Montferrier, y esa era el ángel que Dios habia destinado para ser la compañera y el con- suelo de tan insigne varón. Para elogiar el mérito de esa admirable se- ñora, toda ponderación seria corta. Modelo de gracia y de sublime vir- tud, uniendo la dulzura de su sexo á una alma tan elevada como la de su marido, fué de veras digna esposa del ilustre Dr. Louis. Haciendo el bien constantemente, y haciéndolo con una encantadora afabilidad, su envidiable misión ha sido la de consolar el infortunio de sus amigos, y de enjugar las lágrimas del desvalido.—También ella está ahora triste y afligida desde que se fué al Cielo su amado esposo; pero su propio lu- 11 gar está marcado allá arriba, y, miéntras llega la hora, ella sufre su viudedad con cristiana resignación: á su vez se llevará de este mundo la inestimable riqueza de sus buenas obras, y las bendiciones de cuan- tos la conocieron. En medio de su pacífico retiro, alcanzó Louis una edad muy madura: pasaba los inviernos en París, y los veranos en una casita de campo en el «Bois de Boulogne;» y aunque en los últimos tiempos no se ocu- para ya de cosas médicas, nunca dejaba de concurrir á la Academia de Medicina, ni tampoco cesaba de usar su influjo y sus propias diligencias para servir á sus amigos. Y hablo yo como testigo ocular por haber dis- frutado el privilegio de la intimidad en aquella respetable familia, y ha- ber sido uno de los amigos más favorecidos. Vino por fin una penosísima enfermedad á afligir esa venerable se- nectud, y después de crudos padecimientos que sufrió con su genial fir- meza y serenidad, sucumbió Louis á los 85 años y meses de su edad. Así terminó su vida ejemplar el insigne Dr. Louis: modelo per- fecto de rectitud en toda cosa, de fidelidad en el cumplimiento de sus deberes, de laboriosidad, de celo constante y generoso para sus ami- gos, y de una rigurosa moralidad en todos los actos de su larga carre- ra. Su nombre será trasmitido á la más remota posteridad con la aureo- la de purísima gloria que pertenece á los bienhechores de la humanidad! Algunos de los datos que contienen estos apuntes los he debido á la Memoria biográfica que publicó en París en 1873, mi buen amigo el Dr. Woillez, celebrando, como yo, el singular mérito de nuestro querido é inolvidable maestro. México, Julio 21 de 1875. c/e/ ¿Mío-.