AL PUBLICO PERUANO, g EL FROTOMEBICO JENERAL DE LA REPÚBLICA, EN CONTESTACIÓN A LA DIATRIBA Del D. JD. Jlrchibaldo Smith, IMPRESA EN LOS NÚMEROS 38 Y 39, DEL PERIÓDICO TITULADO EL REJENERADOR. VoAáes - 3©'5¿";Ma w¿t .....".r*>>- *-t- • ■ \ - •* -A \ ' Respetable Publico: Ko dudo de que os habrá es- candalizado la Diatriba publicada contra mí por D. Archi- baldo Smith, y deque deseáis saber el motivo. Os lo diré brevemente. En años pasados vino á esta Ciudad un en- fermo de lea con grande palpitación en el vientre; y rece- lando tener aneurisma, citó para consulta de doce á trece profesores,y entre ellos al doctor Smith, y al doctor Kiston. Éstos opinaron por la realidad del aneurisma, y yo en con- tra, apoyando mi dictamen con pruebas concluyentes. Ce- dió á estas el mayor número, y se dieron por sentidos los opuestos, principalmente D. Archibaldo. Eligióme el en- fermo para que lo curase, y en pocos dias estuvo sano. Regresó á lea, y ha vuelto á Lima sin novedad. Poste- riormente fué D. Archibaldo uno de los médicos consul- tores para la gravísima disenteria, que puso en el mayor peligro al Señor D. Juan de Dios Cañedo, Plenipotencia- rio de Méjico. Yo propuse que se sangrase, y D. Archi- ■ve.*- 2 baldo no solo contradijo mi voto, sino que también dijo á varias personas, y entre ellas á D. José Joaquín Mora, que el enfermo moria sin remedio. Contra su opinión ordené que se sangrase, y en una semana quedó bueno. Por últi- mo, habrá dos meses poco mas ó menos, que D. Archibaldo con otro profesor medicinaron al Presbítero D. Manuel So- riano, capellán de las Nazarenas. A los siete días de fie- bre aguda, se privó enteramente de sentido, por lo cual le pusieron vejigatorios en las piernas y cabeza, y a las plan- tas de los pies botellas de agua tan caliente, que le tosta- ron los tegumentos hasta las carnes. Sin embargo no dio él paciente señal alguna de sentimiento después de tres dias, y como á moribundo lo abandonó D. Archibaldo. En la mañana siguiente I). Pedro Barrera que vive en la misma casa del señor Soriano, encontró á D. Archibal- do, y preguntándole por el enfermo, le contestó de este modo: que........! no ha muerto ? Vivo está , le res- pondió el señor Barrera. Pues hoy muere sin remedio, le dijo D. Archibaldo. Llamóme entonces la familia del enfermo, aunque esperaban por momentos que espirase. Mandé que se sangrase del pié esa misma noche, y antes de la madrugada volvió en sí diciendo estas palabras: esta es resurrección como la de Lázaro. Continué la curación, y á los cuatro dias sanó el desahuciado agonizante. Inquieto D. Archibaldo por tan públicas y claras hu- millaciones, creyó que con el pretexto de impugnar mi Memoria sobre la disenteria, satisfaría impunemente su vanidad. M,s no pudiendo por sí mismo, imploró el auxi- lio de sus socios mal avenidos con el Auto que impedía el pernicioso abuso del Calomelano, y abortaron de consuno la mordaz Diatriba, fruto propio de su orgullo y su igno- rancia. Luego que tuve noticia de que se habia publicado en los números 38 y 39 del periódico titulado El Regenerador, resolví no contestarla, y ni aun quise leerla, creyendo que semejantes producciones solo merecen !a compasión ó el desprecio. Pero haciéndome entender algunos ami- gos respetables, que mi silencio desdo-ría ^al tribuna! que presido, y á la profesión de medicina peruana injus- tamente ofendida y degradada en su Jef;, he leído los im- Íiresos, y voy á patentizar la mala fé del doctor Smith en a nota que dirijio al Señor Consui Británico, en los he- chos y autoies que cita, impugnando mi Memoria, y tam- bién su crasa ign >ranfua en las doctrinas que vierte. Habiéndome desengañado de que ni las instruccio- nes , ni los funestos rebultados del calomelano adminis- trado en la disenteria, reprimían el abuso que hacian de este remedio algunos facultativos ignorantes y tercos; y no debiendo en conciencia desentenderme de los tristes cla- mores y gemidos con que varias personas lamentaban la desgracia de sus esposos, y otras las de sus hijos ó bien- hechores, que habi<.n sido victimas del calomelano en la disenteria, de cuya verdad estaba yo aun mas evidenciado que los mismos dolientes; reuní el protomedicato, para re- solver lo conveniente. Opinaron los dos médicos conjue- ces D. Juan Gastañeta, y I). Francisco Fuentes, que se prohibiese el calomelano en la disentena, por innecesario en unos casos, y muy nocivo en otros; y yo me conformé con su voto, creyéndome autorizado para hacerlo, por la ley 9, tit. 8, hb. 10, de la Novísima Recopilación, que dice asi: Declaro por privativa y única la jurisdicción del Pro- tomedicato, en tolo lo respectivo a los delitos y excesos que por razón de oficio cometieren los médicos, cirujanos, boti- carios .... v que de las sentencias y determinaciones, que en estas causas diere el Protomedicato con parecer de su Ase- sor, no pueda interponerse apelación ni recurso, sino para ante el tribunal era. Mas en otra sesión d-jo el doctor Fuentes, que le parecía mejor, el que la prohibición no fuese absoluta, sino condicional. Parecióme bien su dic- tamen, y le propuse que sin su voto y el de D. Juan Gas- tañeta , no administrase ningún profesor el calomelano en la disenteria. Escusaróhse, no permitiendo su delicadeza que los distinguiese y prefiriese á los demás. Dijeles en- tonces, asistiremos los tres que componemos el tribunal. Accedieron al punto, y el doctor Fuentes redacto el auto en los términos que habíamos acordado. Tratóse en se- 4 guida, sobre si la prohibición seria estensiva á los médicos de los Hospitales; y dije al doctor Fuentes: usted es médi- co de San Andrés, y D. Francisco Faustos de la Caridad: ambos merecen mi confianza, y no deben ser comprendi- dos en el auto. Yo ignoraba que los ingleses se curaban en San An- drés bajo la dirección del doctor Smith, y no me lo men- cionó ninguno de los conjueces; pues á saberlo, lo hubiera privilegiado á favor de sus paisanos, por la razón que es- puse al Gobierno, de que la salud de los ingleses, por no ser ciudadanos del Perú, no está á cargo del protomedi- cato, como lo está la de los peruanos; y no debiendo mezclarse en la elección del médico á quien se confie su curación, tampoco en el método que éste adopte para me- dicinarlos. Yaque por esta ignorancia no se excepcionó á D. Archi- baldo, con respecto á sus paisanos, era muy natural, que viendo diariamente en S. Andrés al doctor Fuentes miem- bro del tribun íl, le hiciese presente la contrata que tenia hecha, y la perplexidad en que se hallaba sobre el obede- cimiento del decreto: entonces el doctor Fuentes le ha- bría participado la excepción á favor de los médicos hos- pitalarios; y yo le habria dicho lo mismo, si me hubiese consultado. Mas el doctor Smith no quiso perder esta ocasión; y por vengarse de un agnvio imaginario, que le sugirió su amor propio, sofocó enteramente los senti- mientos de urbanidad y armonía con sus comprofesores, y de consideración y respeto al tribunal; y cautivo de esa vil pasión, remitió por escrito su queja al Señor Cónsul Bri- tánico, para que éste la elevase al Supremo Gobierno, cu- yos fundamentos voy á confutar. Tres cargos contiene contra mí la nota de D. Archi- baldo. El primero la confianza que tienen los ingleses en su método curativo, á lo que he satisfecho plenamente: el segundo el gravamen á los enfermos por la asistencia del protomedicato en los casos indicados; y el tercero los tres- cientos disentéricos que supone muertos por mí en los me- ses que por orden del gobierno, tuve a. mi cargo el primer 5 departamento del Hospital militar. Es visto por lo que antecede, que si yo resolví ser uno de los consultores para administrar el calomelano, fue por haberse resistido á concurrir solos los doctores Gastañeta y Fuentes; lo que hace palpable mi desprendimiento. Y sepa D. Archi- baldo, que si acaso en su pais reciben honorario los médi- cos, cuando son llamados á consulta en los hospitales, no hay tal costumbre en Lima, porque esos enfermos siempre se reputan pobres, aunque no lo sean; y el protomedi- cato no habría admitido ningún honorario, si hubiese sido llamado á consulta para los enfermos ingleses del hospital, aunque estos no sean mendigantes. Y por lo que respec- ta á los disentéricos peruanos que no son de escasa fortuna, y se curan en sus casas, siendo loable costumbre en todas las naciones civilizadas, citar á consulta el médico de ca- becera á otros profesores en las enfermedades peligrosas, ó cuando es oscura la necesidad de un remedio, á ninguno desagradaría, que entre los consultores se numerasen tres médicos de la mejor opinión en la ciudad; al mismo tiempo que los pobres reportarían la ventaja de que los asistiesen caritativamente, y evitasen los daños que podían causarles algunos profesores poco instruidos y esperimentados. Es una calumnia asegurar, que murieron trescientos disentéricos curados por mí en el hospital militar; pues entre muchos centenares que curé, solo fallecieron dos; asi como también es falso decir, que hice ese servicio oeho meses, no habiendo cumplido cuatro. Aseguré esto mis- mo en la Universidad, cuando presidí el Acto de Licen- ciado al doctor Eyzaguirre, y por testigo de la verdad, nombré al doctor Heredia, á quien constaba lo que dije, por ser el primer enfermero que me acompañaba en la visita, y que tenia á su cuidado dicho primer departa- mento. Seria necesario, que yo tuviese la impudencia de un maligno calumniante, para que afirmase delan- te de concurso tan respetable un hecho falso, estando presente quien me habría desacreditado con sus amigos. Mas sucedió todo lo contrario; pues en dos ocasiones me ha dicho el doctor Reynoso, que el doctor Heredia le na« 6 bia asegurado mi acierto en la curación de los disentéricos, y que de ellos solo habían fallecido dos, porque fueron muy avanzados. Asi es que adquirí mucho crédito y estima- ción en el hospital: y corno ante» de que yo fuese, morían muchos disentéricos, se pasaban algunos de otro departa- mento al mió, pidiendo que yo los medicinase: y creció tanto mi opinión, que aun me suplicaron varias veces hi- ciese algunas operaciones graves de cirujia, como el trepa- no á uno que tenia hundido sobre el cerebro la mayor par- te del hueso parietal izquierdo; la abertura de una aposte- ma interior en el hígado &;los cuales sanaron perfectamen- te. De todo lo dicho son sabedores, á mas del doctor He- redia, D. José Dámaso Herrera, que era también enfer- mero, el administrador D. Manuel Paredes, los practican- tes D. José Julián Bravo, &. La carta de D. Joaquín Jineréz, solo prueba lijereza en quien la escribió; pues dicho señor solo fue al hospital poco tiempo antes de que yo concluyese mi comisión; y aun entonces jamas asistió á la visita, porque continuó de administrador D. Manuel Paredes. Asi es que suponien- do equivocadamente que yo estuve en el hospital ocho meses, no habiendo servido cuatro, la razón de muertos fué anterior á mi asistencia. Y á la verdad fueron tantos, que según supe, huvo junta presidida por el coronel Cas- tro, Jefe del Estado Mayor, para examinar la causa de tanta mortandad, de lo que resultó el que se me confiase el primer departamento del hospital. Por último dice el doctor Smith en su nota, que asi en Lima, corno en los valles cálidos del interior del Perú\ es eficaz remedio el calomelano en la disenteria. Qué....? presume el doctor Smith, conocer mejor las enfermedades del pais» que los Buenos, Aguirres, Morenos, Unanues y Tafures, qué blasfemaron el uso del calomelano en la di- senteria? Y sobre todo, desmienten su eficacia los muchos que mueren en Arequipa de esta enfermedad, adonde los ingleses no cesan de administrar el calomelano; y la des- mienten también cuantos mueren en Lima, y los que yo he saltado sin ese remedio, como haré ver mas adelante. 7 En la nota del Señor Cónsul Británico al Señor Mi- nistro, hay tres objeciones contra mí. Primera, presunción de codicia: segunda, que es arbitrario mi método curativo: tercera, que los ingleses solo me conocen por la notoriedad de la difamación ruidosa y calumniosa que he procurado difundir contra el carácter nacional de los ingleses, y con- tra los conocimientos de los profesores de su pais. A la primera he sutisfecho anteriormente. Desvaneceré la se- gunda. El método que llama arbitrario el Señor Cónsul, es el de todas las naciones cultas de Europa, y lo que mas debe admirarle, el del mismo Londres. Por eso he citado en mi Memoria á los mas célebres autores, asegurando, que no hay ni uno en el largo espacio de noventa años de su administración en el Asia, exceptuando á los ingleses, que recomiende el calomelano en la disen- teria. Oprimido D. Archibaldo con el peso de esta prueba, busca patronos que florecieron dos siglos hace, esto es, á Lázaro Rivero francés, y á Sydenham ingles; pero aun en estas citas habla de mala fé, porque esos médicos dicen todo lo contrario de lo que supone el doctor Smith; como después se verá. Preguntándole en dias pasados al doc- tor Dounglas, si los franceses daban el calomelano en la di- senteria, me contestó, ni yo lo he usado, ni ningún médico francés. Y lo mas estraño es, que el doctor Fuentes me ha dicho varias veees, haberle asegurado el doctor Smith, que en Londres no se administra el calomelano en esta enfermedad, y que se cura como en Lima, conforme al método de Sydenham. El Señor Cónsul, y todo el público puede leer en mi Memoria, la opinión de los Socios que componen la Academia de Medicina de Londres, contra el calomelano, entre los que se numera el señor Halford, médico de S. M. Británica. Luego mi prohibición del calomelano en la disenteria, no es arbitraria, sino confor- me al juicio y practica del mundo civilizado. Antes de contestar al último cargo, llamo la atención imparcial dtl Señor Cónsul, y de todos cuantos leyeren este rasgo, sintiendo mucho que dicho ¿íeñor haya dado 8 ascenso á una imputación tan falsa como injuriosa. Yo amo á todos los hombres, y auna mis mayores enemigos; y amo y respeto á la nación Británica, porque está en armonía con el gobierno Peruano. ¿Y en qué se funda ese errado concepto de que difamo y calumnio el carácter nacional de los ingleses, y los conocimientos de sus médicos? Yo no hallo otro, que el haber llamado empíricos á ciertos médi- cos ingleses que cito en la pag. 11 de mi Memoria, porque dan el calomelano en alta dosis á todo disentérico, y aun álos que se hallan en el mas alto grado de inflamación in- testinal; y dicho método es ciertamente empírico. Criti- car la opinión de algunos profesores, no es aborrecerlos, ni difamar el pais en que nacieron. En todos los pueblos eultos se censuran las doctrinas y opiniones particula- res, como el mas eficaz medio para el adelantamiento de las ciencias: y asi es que nadie se ha persuadido á que por haber yo impugnado en otro tiempo el panquimagogo de Le-Roy, difame y calumnie á la nación francesa, y á sus ilustres profesores. Como el Señor Cónsul no es médico, no habrá leido las obras de Mr. Browssais, el mas célebre profesor de Paris. Transcribiré algunas palabras que se leen en su Examen sobre la medicina actual de Inglaterra. Casi to- dos los médicos del Colegio de Londres curan con un mé- todo irracional; y si algunos se apartan de esta práctica, lo hacen de una manera tan empírica, que no se pueden aprovechar los demás.... Los ingleses no han hecho to- davía ningún progreso sobre las enfermedades de los paí- ses calientes. Sus específicos en la fiebre amarilla, son los calomelanos, la goma guía, y los demás purgantes fuertes. Compare el Señor Cónsul este juicio de Broussais con el que yo hago de los médicos ingleses. El dice que son em- píricos los de esa nación; y yo hago un justo discernimiento de ellos, en la pagina 15 de mi Memoria, llamando sabios á los que componen la Sociedad de medicina. ¿Y por ven- tura se conoce pueblo alguno en el mundo, donde solo haya buenos médicos, y ninguno malo? El mismo Señor Barón D. Henrique Halford asegura, como se lee en la misma 9 Memoria, pagina 13, que á su juicio no hay medicamento del cual se abuse mas que del calomelano. Luego según el concepto de dicho Señor y de toda la sociedad, en In- glaterra hay malos médicos como en todas partes. Daré otra prueba que desvanezca enteramente las negras som- bras con que el Señor Cónsul intenta oscurecer mi repu- tación. En meses pasados se presentaron á examen los DD. ingleses Young y Maklin, proporcionándome la mejor oca- sión de oprimirlos, y aun de reprobarlos, si yo aborreciera á los ingleses, ó si por codicia no quisiese partir con ellos los emolumentos de la profesión. ¿Y cual fué mi conduc- ta para con ellos? Trátelos con la mayor lenidad en el examen, apuntándoles las respuestas á las pocas preguntas que se les hicieron, cuando no atinaban con ellas; aprobé á los dos, no obstante de que habiéndosele preguntado al uno la curación de cierta enfermedad, contestó que no la sabia, porque no la habia visto; y sobre todo dispensé á uno y á otro la prueba mas fuerte, á saber, la exposición latina de un capítulo de Galeno, señalado veinticuatro ho- ras antes del examen: dispensa que no se ha hecho jamás á ningún médico ni cirujano latino, y que no se hará en lo sucesivo; pues no es justo que se exija prueba mas riguro- sa á los naturales que á los estranjeros. Y aseguro que si el Señor D. D. Miguel Tafur mi antecesor, hubiese exijido del Dr. Smith que se reexaminase antes de permitirle curar, como lo previenen las leyes, se habría visto muy perplejo para desempeñar la lección latina en el referido tiempo. Y si es capaz de desmentirme, haga la exposición en el colegio el dia que eligiese. Para concluir esta satisfacción, diré que el doctor Young me presentó con sus diplomas, una disertación la- tina sobre la anatomía y fisiologiadel ojo, impresa en Edim- burgo a su nombre, la cual según me espuso, trabajó para su Grado en esa Universidad: y hablando sobre esto un día con el doctor Smith, me dijo: esa disertación no es hecha por Young, sino por un médico viejo retirado, que se man- tiene con el estipendio que le dan los graduandos, para 2 10 que les dicte la disertación que les corresponde: á lo que yo añado, ser esto lo que llaman en Lima, soplar la lección. Dejo al claro discernimiento' del Señor Cónsul, quo decida cual de los dos difama á los médicos ingleses, si yo, ó el doctor Smith. Vuelve á hablar el tal doctor, y en su primera nota á lo que contesté al Supremo Gobierno, vierte espresiones so- lo propias de un hombre soez, ó de una verdulera. Es de estrenar que las profiera ex abundantia cordis, quien ha na- cido en un pais civilizado. En su segunda nota dice, que los serranos no tienen temperamento delicado; que los indios de la puna rivalizan con los animales inferiores en fortaleza; y que el tono da fibra que poseen los habitantes de los valles templados del 'Perú, tiene relación con la construcción fisica de los ingle- ses.: Muy equivocado está en esto el doctor Smith." Los indígenas son robustos en el estado de salud; toleran el frío de las punas; caminan á pie muchas leguas con pesos enor- mes &.; pero luego que enferman, son los mas débiles de cuantas razas moran en el Perú. Tienen grande disposi- ción á las diarreas y disenterias, á la tisis pulmonal, y á las erisipelas. Asi es que en ellos la mas leve herida, úlcera ó contusión, se complica con erisipelas de pésimo carácter, y con diarreas, de las que muchos perecen: y á mas de eso se ha notado siempre que toda preparación mercurial los pone en peligro, aunque se les administre en las enferme- dades venéreas. Observaciones muy repetidas sobre esto, obligaron al doctor Bueno, que curó muchos millares de indígenas en el largo tiempo que fué médico de Santa Ana, á que pidiese junta de médicos y cirujanos para decidir si se sostituiria al mercurio en el gálico de los indígenas, otro remedio que no fuese el mercurio. Yo opiné que se les administrase en corta dosis por unturas, y jamás interior- mente, cuyo dictamen se aprobó.. ..Qué tal relación físi- ca con los ingleses! Sobre la tercera nota y su contesta- ción al Señor Cónsul, ya he dicho lo suficiente. Por ulti- mo, el Dr. Smith se propone criticar mi Memoria. Exa- minemos los fundamentos de su crítica. En el primer parágrafo dice unas generalidades que nada prueban, y que pueden aplicarse a cualquier reme- dio, aunque sea á un vaso de agua fría; pues dado oportu- namente en muchos casos, tiene el poder de allerar la con- dición de la acción en los mas mínimos conductos del siste- ma de circulación. En el segundo parágrafo asegura que el calomelano tiene la peculiaridad de ser sedativo, sise administra en grande dosis, por ejemplo, para un adulto un escrúpulo. Yo exijo del doctor Smith, que me cite siquiera un au- tor célebre de cualquiera nación europea, que no sea la Inglaterra, en apoyo de esa teoría imaginaria, que ha precipitad) á muchos al sepulcro. Y si no cita ninguno, como no puede, yo tengo razón para afirmar que los in- gleses no han podido injerir su teoría en la culta Alemania, ni en la estudiosísima Francia, &.; y que por consiguiente los ojos de tantos sabios en las naciones dichas, no se han abierto aun bastante, como tampoco los mios, para ver es- tos hechos como realmente existen, y que son tan pedantes corno yo, pues en Paris los llaman empíricos. Prosigue diciendo que en ningún pais se estudian las ciencias con msis emulación, ni en ninguna parte se honra ó se premia mejor el mérito profesional ó literario. A esto que con- testen los franceses y los individuos de las demás cortes europeas. Yo lo único que debo decir, refiriéndome al doctor Young, es que en Inglaterra pagan los alumnos de medicina á los catedráticos porque los enseñen; y que en Francia los maestros son rentados por el tesoro nacional, sin que los cursantes contribuyan ninguna cuota. El Se- ñor Smith sabrá si esto es verdad; y si no lo fuese, delate al doctor Young para que no difame á su nación, que siendo la fuente del poder, es precisamente la del saber, aunque es- to no se verificaba en los tiempos de antaño, cuando un po- bre ateniense sabia mas que millones de persas poderosos. Llama después cita desatinada la que hago de los sa- bios que componen la Sociedad Médico-Botánica de Lon- dres. ¿Y por qué es desatinada? Porque es contra la opinión del doctor Smith y de los empíricos de la India. J2 Conviene trascribirla, aunque está en mi Memoria. Dice asi: Los efectos perniciosos de las preparaciones mercuria- les sobre la salud en general y las fuerzas vitales, son de- masiado conocidos, y han sido generalmente muy esperi- mentados, para necesitar otras observaciones de mi parte.... Hablo con la autoridad de uno de los primeros médicos de este pais, (el Señor Barón D. Henrique Halford, médico del Rey), cuando aseguro, que á su juicio no hay medica- mento del cual se abuse mus que del calomelano. Luego estos señores están ciegos, pues no aprecian los efectos ma- ravillosos del calomelano en la disenteria, en las fiebres y en las flegmasías en general; y si yo soy pedante como dice este crítico, lo serán ellos también. Puede ser que a esos caballeros les aclaren la vista los folletos luminosos del doc- tor Smith. Lo mas estraño y que comprueba la mala fé de D. Archibaldo, es decir, que contra este cuerpo tan sabio é ilustre lanzo el anatema de intolerancia. Avergüéncese D Archibaldo al saber que todos reprueban su dolo y de- testable malicia. Si la opinión y palabras de esos señores, son contra el calomelano, ¿como he de lanzar anatema con- tra ellos? IíO he lanzado contra los empíricos, conforme al sentir de toda la Sociedad Médico-Botánica. En prue- ba de esto, digo en la página 13 de mi Memoria lo siguien- te: Después de esta ingenua conf sion de losr sabios mé- dicos de Londres, no sé en qué puedan apoyarse los que usasen en lo sucesivo el calomelano en la disenteria. No hallando el doctor Smith fuera de su nación nin- gún autor respetable en todo un siglo que apruebe el calo- melano en la disenteria, ocurre á los antiguos, y para com- plicarlos en su pecado, les levanta un testimonio. Dice que Lázaro Riverio recomienda el calomelano en la disenteria ocasionada por simpatía con el estómago ó hígado... .Fal- so, falsísimo, pues cuando Riverio menciona al estómago y al hígado como causa ocasional de la disenteria, no reco- mienda el mercurio, sino por el contrario, los astringentes y roborantes, como el cocimiento de hojas de encina, tier- ra sellada, menbrillo, arrayan, almáciga, y rosas secas, ó 1 -13 una cataplasma, usada según dice, por Solenandro, com- puesta de astrigentes mas fuertes (l). Ya que el doctor Smith ha implorado el patrocinio de un médico anti- guo francés, á quien hace mas de un siglo desprecian sus paisanos, que use también en la disenteria la mul- titud de remedios perjudiciales y ridículos entre los cuales se numeran hasta los polvos de cráneo huma- no, que administraba ese polifarmaco escritor. Es cierto que en la disenteria muy antigua, y en la que á su juicio están ulcerados los instestin»s, usaba noel calomelano, sino las unturas al vientre de mercurio crudo con ungüento ro- sado. (2) Pero ¿qué conexión tiene esa disenteria añeja y ulcerosa con la aguda y reciente de que tratamos? Ya en mi Memoria hablando de la disenteria crónica, he dicho que celebres autores y el Diccionario de las ciencias mé- dicas, sin hacerse cargo de las varias especies de disenteria inveterada, recomiendan en ella multitud de remedios de virtud contradictoria. En la obstrucción del hígado hacia uso Riverio del mercurio dulce, y mucho mas del fierro, viotriolo , alumbre &a. Pero habiendo una discrepancia inmensa entre un hígado indolente y endurecido como si fuera de palo, cuya obstrucción exije el uso de medicinas calientes y estimulantes; y entre otro inflamado y doloroso que indica los emolientes y atemperantes, cual se observa en la disenteria complicada con inflamación del hígado; el método conveniente en el primer caso, hade ser nocivo en el segundo. Veamos ahora la cita de Sydenham. En ella el doctor Smith, ó quien le tradujo el texto, ha procedido tan de mala fé, que es muy sensible el que interesándose tanto en esta disputa el bien de la humani- dad, se prefiera el dolo á una verdad tan manifiesta. Se- pan todos que al grande Sydenham se le ha levantado un testimonio mayor que á Lázaro Riverio. Aquel observa- dor de la naturaleza, en el capitulo de disenteria, solo se vale de la sangría, de un suave purgante, y del láudano, sin que jamas usase el calomelano, ni ninguna preparación mercurial. Mas en el capitulo que él titula De nova fe- bris ingressu, trata de una calentura epidémica que ob- 14 servó Con los síntomas de peripnenmonia, delirio, sopor y convulsiones, á la cual combatía con sangrías, purgantes suaves, refrigerantes y'laudano. Mas dicha fiebre solia producir la disenteria con agudísimos dolores de vientre, tenesmo y otros síntomas peligrosos; y entonces reprueba Sydenham hasta los purgantes suaves, de que se sirve en la disenteria común, reputándolos mortales, y solo reco- mienda él láudano, con cuyo remedio sanaban los enfermos; Dice también que cuándo á éstos les parecía que los dolo- res eran ílátulentos, usaban medicinas calientes y aromá- ticas interior y exteriormente, pOr cuya imprudente apli- cación se suprimían' las evacuaciones, sobrevenían vómi- tos continuos, y la disenteria se conmutaba en el cólico miserere, llamado pasión iliaca. En tan calamitoso estado, no halló mas recurso, que prevenir la inflamación con la sangría, y restablecer las evacuaciones suprimidas. Pero como vomitasen los pacientes cuanto tomaban por la boca, y fuese estrema la constipación ó estreñimiento del vien- tre, estimulaba mucho el ano inyectando humo de tabaco, y dando por la boca pildoras purgantes muy activas, en cuya composición entraba el mercurio dulce (3). Y tan distante estuvo de creer que el tabaco fuese sedativo, y el mercurio dulce suave purgante, como asegura el doctor Smith, que del primero dice ser el mas poderoso estimu- lante; y del segundo un drástico ó purgante fuertísimo (4). Suplico á los médicos que lean todo este Capitulo, para que vuelvan por el honor de Sydenham, ya que un paisano suyo le calumnia, siendo uno de los médicos ingleses, que mas honra á su nación. Conviene decir algo mas sobre el tabaco y el calomelano, que según opina el doctor Smith, no son irritantes sino sedativos: y para impugnar tamaño disparate, consultemos el juicio de todos los autores, fun- dado en la razón y la esperiencia. Acerca del tabaco habla Carminati de este modo en su Materia Médica: El humo del tabaco por su estímulo acre, cuando se introduce por lavativa, no solo irrita y estimula fuertemente los intestinos gruesos, sino también los delgados fya. (5) El Diccionario de las ciencias médi- 15. cas se esplica de esta manera: El tabaco produciendo sa- cudimientos é irritaciones frecuentes y repetidas, tiene Iqs, inconvenientes que se subsiguen á esta, suerte de. accio- nes . ...El tabaco es del número de los vegetalespeligiq- sos por su muy grande actividad, ypor.su acción en cierta manera corrosiva, cuando, obra sobre los tejidos, por 1& cual debe usarse rarísima vez, y con mucha precaución. Es un veneno dado enalta dosis, y solo.debe administrarse, en pequeña, para algunos enfermos graves y casi deses- perados, ó en los casos de insensibilidad casi absoluta de las partes. ...El tabaco por su prodigiosa actividad, es uno de los estimulantes mas enérgicos de que se puede usar, por lo cual conviene en la parálisis, la hemiplegia, la apo- plejía, coma y letargo 6fa. Barbier es del mismo sentir, y asegura, que el tabaco irrita el estómago, causa nauseas, vómitos, ansiedad, retortijones y hinchazón de vientre, de* posiciones serosas, y aun sanguinolentas (G). Pinera dice lo siguiente: El humo del tabaco insinuado a los intestinos, en fuerza de su sal estimulante, y del aceite empirenmá- tico dilata los intestinos, los ensancha, punza y exita fuer- tes contracciones (7). Pero el doctor Smith dirá que para él nada valen los escritores Italianos, Franceses y Espa- ñoles. Hablen pues los ingleses. Asi se espresa Cullen; El tabaco ha orijinado efectos muy violentos, y también se ha hecho un veneno mortal: reúne con sus cualidades nar- cóticas una potencia muy estimulante, quizá para todo el sistema, pero con especialidad para el estómago y los in- testinos, de modo que fácilmente se vuelve vomitivo y pur- gante aun dado en dosis muy pequeñas. (8) Y Jacabo Gregory médico de Edimburgo, también coloca el tabaco entre las plantas acres y estimulantes. (9) Consultemos ahora á célebres autores sobre la virtud y modo de obrar del calomelano ó mercurio dulce. Car- minan habla de este modo: Como el calomelano irrita fá- cilmente, y estimula con fuerza las túnicas del estómago y de los intestinos, excita grandes dolores en dichas par- tes. ... Porque el calomalano mueve el vientre, causa re- tortijones y tenesmo, inflama los órganos salivales, daña 16 al estómago, y debilita mucho las fuerzas de todo el cuer- po, los mas sabios se abstienen de su uso interno en la cu- ración del gálico. (10) Más el doctor Smith quiere persua- dirnos con la autoridad de algunos médicos ingleses, que el calomelano dado en alta dosis irritando las encias relaja los intestinos, y desvía su irritación. Lo contrario hemos ob- servado en varios enfermos, en quienes el calomelano dado en alta dosis, aumentó la inflamación intestinal hasta ter- minar con la muerte, al mismo tiempo que salivaban mu- cho los pacientes, como lo haré ver después por algunos tristes ejemplos. Dice D. Archibaldo, que los autores mas eminentes del día, corroboran con su testimonio la virtud del calome- lano de ser sedativo dado en grande dosis, por ejemplo pa- ra un adulto un escrúpulo; y purgante en cantidad de uno á cinco granos. Mas ya he dicho, y lo repito, que cite autores célebres de otras naciones que hayan adoptado es- ta teoria; y si no los encuentra en su biblioteca, no estra- ñe tanto el que yo prefiera la opinión de los sabios alemanes, italianos y franceses, á la de algunos ingleses que se ejerci- taron en la India. ¿Y qué dirá D. Archibaldo, si aseguro que Annesley, su autor favorito, es de contrario sentir? Fundóme en esto. Annesley administraba el calomelano por escrúpulos muchas veces aldia en el cólera morbus, para evacuar las materias glutinosas que obstruían los in- testinos, según se advertía en los cadáveres: y continuaba el calomelano en esa dosis, hasta que se manifestaban en las evacuaciones dichos materiales. Luego según este sa- bio ingles, el calomelano en alta dosis, no es sadativo, sino purgante. Solo puede decir D. Archibaldo, en contra de esta doctrina, que él y sus compañeros del Asia poseen el secreto de enseñar al calomelano la obediencia á sus man- datos, para qne en la dosis de un escrúpulo purgue si es esa la intención de su maestro, y que en la misma cantidad calme y estriña, si asi se le ordenase. ¡Que no hayan pe- netrado las demás naciones este arte maravilloso de hacer tan obsecuente al calomelano! Según veo les será desco- nocido para siempre este misterio. Mas no solo en Europa, sino también en América se ha reprobado por muchos la doctrina de promover la saliva- ción con grande dosis de mercurio según la idea de relajar los órganos abdominales. De este número es Rusth, aun- que tan afecto al calomelano: el sabio Pascalis que de- mostró perfectamente sus peligros en una carta á los redac- tores del Repuesto medicinal; y Claudio Gauthier médico de Cartagena, quien sostuvo que era inútil y peligroso ex- citar la salivación. No obstante dice el Dr. Smith, que durante la violenta erupción del colera morbo en Francia, Broussais emplea- ba la nieve y agua helada con buen éxito, y que en Edim- burgo ningún remedio era tan sedativo como el calomela- no. ¿Por qué no dice que se usó la nieve primero en Alemania que en Francia, y en Lima mucho antes que en Europa, como lo ha leído en mi Memoria sobre las enfer- medades que afligieron á esta ciudad, cuando fué sitiada por el ejército Libertador? Y como ya es incontestable que el colera morbus epidémico es lo mismo que el espo- darico, sin mas diferencia que la mayor intensidad en el primero; es claro que si nos hubiera visitado el cólera, no habríamos trepidado tanto en su curación, como los médi- cos de Europa. Pero como Broussais detesta el calomelano. pretende el Dr. Smith justificar á sus paisanos, atribuyendo á este las mismas virtudes que al hielo. De modo que según su opinión, puede llamarse el calomelano nieve mercurial, y sustituirse al hielo en el estío. Con tal descubrimiento aumentarán los ingleses su comercio, á nuestras fresqueras les faltará esa pequeña utilidad, y oiremos pregonar por las calles á los heladeros, ¡nieve mercurial! Mas según varios autores, el calomelano ó hielo mercurial no ha producido los favorables efectos que supone el doctor Smith. Everst, médico en Rusia, escribe al cirujano del Rey de Prusia el método de que se ha valido felizmente en el colera, sin el calomelano y el opio que usan los ingleses. En una Memoria leída en la Academia Real de medi- cina de Paris, el mes de Julio del año de 1831, se lee 3 18 lo siguiente: En la epidemia del continente Asiático apenas hay un médico que no pi ocíame altamente las ventajosas propiedades del calomelano; y no obstante sabe- mos cuan grande ha sido la mortalidad en esa parte del globo... .ya en Rusia se conoce claramente la insuficencia del calomelano, se le da en menor dosis, y algunos médicos le han proscripto enteramente. A lo dicho añado, que el gobierno español comisionó á un médico para que en Má- laga esperimentase los efectos del mere urio en la fiebre amarilla; y según la declaración del Dr. Castilla, ninguno se salvó. Continúa D. Archibaldo; y no pudiendo impugnar las razones en que me fundo, para llamar excrementicia á la primera especie de disenteria, se vale de un sareasmo, efugio con el que contesta la gentualla ignorante y grosera cuando se siente oprimida con el peso de la verdad. Se- pa el crítico, que Godofredo Rademacher llama esterco- rosos los materiales detenidos en el colon, con cuya es- pulsion termina felizmente la disenteria de esa especie: y si yo la nombro excrementicia, es porque la voz esterco- rosa compete solo á la excreción de los animales, como la de excremento á los hombres. Me amenaza con que será impugnada mi Memoria en Londres. Enhorabuena. No temo la crítica de ningún es- trangero. Si la impugnación fuese ridicula y grosera, como la del doctor Smith, la daré al desprecio. Mas si me hon- rase algún sabio, haciendo sobre ella reflecciones juiciosas, y con la urbanidad que caracteriza á los literatos, le con- testaré en los mismos términos. Después de haber hecho I). Archibaldo los mayores elogios del calomelano en todas las enfermedades, y espe- cialmente en la disenteria, se retracta diciendo, que hay casos en que no conviene, y yo le digo, que si acaso es verdad que no se le murió ningún disentérico en el hospi* tal, lo que dicen algunos ser falso, tuvo la extraordinaria ventura de que en todos sus disentéricos estuviese indica- do el calomelano, y que en ninguno fueren las deposiciones sanguíneas como el agua en que se ha lavado carne. Esto es lo mismo que decir, en el hospital solo hubo enfermos de disenteria benigna. Yo, gracias á Dios, he salvado sin el mercurio, disentéricos, que segun el doctor Smith, son incurables. Dice también, que yo nunca hice prueba de su espe- cifico ----Válgame Dios! En nada ha de hablar verdad es- te doctor. En su poder tiene las thésis latinas que escribí gara el Grado del doctor Eyziguirre; y en ellas digo, que ▼arias veces experimenté el calomelano en disenterias be- nignas, el que no produjo buen efecto: y que habiendo oca- sionado la muerte á algunos enfermos que lo tomaron por muí lato da otros médicos, resolví no usarlo en ningún di- sentérico. A esto me obliga la doctrina de Santo Tomas apoyada por todos los moralistas católicos, de que peca mortalmente el médico, que prefiere remedios peligrosos á los seguros. Y no muriendo en mis manos ningún di- sentérico que me llama desde el principio, sin darle el ca- lomelano, seria un criminal, si lo administrase; y mucho mas contra la opinión de todos los médicos europeos, que no son ingleses. Como al doctor Smith le hace cosquillas la ingenua confesión de la Sociedad médica de Londres contra el ca- lomelano, inculca sobre ella, omitiendo maliciosamente algunas palabras interesantes. Se las transcribiré otra vez , y en letra mayúscula, para que las entenda mejor. »LOS EFECTOS PERNICIOSOS DE LAS PREPARA- CIONES MERCURIALES SOBRE LA SALUD EN GE- »NERAL, Y SÓBRELAS FUERZAS VITALES,SON DE- "MASIADO CONOCIDOS, Y HAN SIDO GENERAL- » MENTE MUY ESPERIMENTADOS , PARA NECESI- TAR OTRAS OBSERVACIONES DE MI PARTE--- "HABLO CON LA AUTORIDAD DE UNO DE LOS PRI- »MEROS MÉDICOS DE ESTÜ PAIS, CUANDO ASEGU- »RO, QUE A SU JUICIO NO HAY MEDICAMENTO DEL "CUAL SE ABUSE MAS QUE DEL CALOMELANO." Luego segun el juicio de esos sabios, abusan mas los mé- dicos ingleses del calomelano que de los demás remedios. La Sociedad remitió este Discurso al doctor Unanue, miem- bro de ella: y no fue seguramente por otro fin, sino para que en todas partes se supiese la decisión de la Academia. 20 Dice D. Archibaldo, que mientras no se descubra un especifico vegetal, debe continuarse con el calomelano. Jamas se descubrirá especifico contra enfermeílades que tienen especies distintas, y que las mas veces se complican, como l:i disenteria; y ésta se curará siempre, sin especifico directo, como se ha curado hasta ahora, sin el uso del ca- lomelano. Con otra mala fé supone que en mi Memoria condeno las lavativas, porque de n ngm remedio sr abusa mas que de ellas, para sacar el empacho. No he dicho tal cosa, si- no lo siguiente: "concibiendo los pacientes que el empacho "es siempre causa de la disenteria, no llaman al médico sin "que primero por algunos dias procuren sacar el empacho "con lavativas Reynoso, y habiéndome dicho que el enfermo es- taba mejor, aconséjele que suspendiese el calomelano para que no se inflamase. Mas él despreció mi dictamen, di- ciendome que el calorneluno era especifico en toda disen- teria. Supe después que había aumentado la dosis del re- medio hasta un escrúpulo, o dos, como aconseja el doctor Smith; y recelando un excito funesto, dije al Sr. D.D. Car- los Pedemonte y al R. P. I). Juan Torres, amigos del en- ferm >, que perecía, si cuUmu-iba to nando el calomelano; y persuadilos á que se hiciese una consulta. Hizóse en efec- to, á la que yo no asistí; y la pluralidad se decidió por el remedio que tom iba. Continuólo, y en el misno dia en que lo reputaron fuera de peligro, espiró gangrenado. 22 A D. Francisco Faustos no lo supongo adicto al calo- melano, asi porque en una ocasión m;¡ refirió la desgracia- da muerte de una joven, á quien le fluyó tanta copia de sa- liva con el calomelano administrado por otro facultativo en una disenteria, que habia muerto sofocada; como también porque el doctor Ríos enfermero de la Caridad, me ha dicho que pasan meses sin que Faustos recete calomelano en dicho hospital. Solo tengo certeza de un enfermo, á quien el doctor Fuentes administro el calomelano; á saber el SeñorJfoüdjL-:.. zan Sub-Prefecto de Pasco. No mejorándose este señor '^después de un mes mas ó menos de curación, me llamó pa- ra que me encargase de ella; y yo me resistí sin que pre- cediese una junta, á la que dcbia concurrir el mismo doc- tor Fuentes. Accedió el paciente; y en la relación que hi- zo dicho médico, dijo que le habia administrado por algu- nos dias el calomelano, y qu<-> ya lo hibia suspendido. En esta ingenua esposicion, acreditó el doctor Fuentes su ilus- tración y probidad; pues otros continúan con el calomelano hasta que agoiiza el paciente, y en las consultas callan cri- minalmente hiberle administrado ese remedio, cuando no ha producido buen efecto. Concluida la consulta, quedó el enfermo á mi cuidado, y lo saivé hallándose en gravísi- mo peligro. D. Manuel Tordoya, muy recomendable por su apli- cación y rectitud, es regular que haya sentido mucho haber convenido en que continuase con el calomelano hasta su muerte el hijo de D. N. Allende, cuya desgracia motivó es- ta fastidiosa disputa. Del Dr. Heredia solo diré lo siguiente: estuvo curando con otro médico á D. Casimiro Guillen, enfermo de disen- teria; y habiéndose este agravado, quiso su hermano el se- ñor coronel, que me asociase en consulta á los que lo me- dicinaban. Propusieron el calomelan", en lo que no con- vine, porque la disenteria era inflamatoria. Mi voto fué la sangría, y el réjimen relajante. A los cuatro dias esta- ba el enfermo casi bueno, sin fiebre, y con muy pocas eva- cuaciones puramente biliosas, sin ningún dolor. Parecién- dome inútil la consulta, me despedí encargando á los mé- dicos, que no diesen calomelano al enfermo, y que conti- nuasen el régimen piescripto hasta su perfecto resta- blecimiento. Mas fue despreciado mi consejo ; y pocos días después de mi retiro, vino el señor coronel á mi casa, lamentando el tristísimo estado en que se hallaba su her- mano, por haberle dado el calomelano. Visité al enfermo, el cual estaba con mucha fiebre, vientre elevado, y agudísi- mos doiores. Reprendí á los médicos por su imprudente capricho; ordené que se sangrase al paciente hasta cuarta vez; que se le bañase en cocimiento emoliente á mañana y noche, repitiéndole lavativas y emplastros emolientes, y que por último se le aplicase un vejigatorio. Con estos auxilios se aliviaba, sin que faltasen del todo la fiebre y un dolor profundo en la región umbilical. Mas continuando este tratamiento por mas de un mes, arrojó finalmente un trozo de membrana, separada sin duda del punto que había dislacerado el calomelano, con cuya expulsión sanó inme- diatamente el que ya parecía moribundo. No dudo de que se habrán salvado algunos enfermos á quienes estos ú otros profesores dieron calomelano; mas estoy convencido por una larga experiencia, de que habrían sanado, y en mas corto tiempo, sin ese remedio; pues en los que escapan habiéndolo tomado, se prolonga la disen- teria largo tiempo. Asi se observó en el señor D. Federi- co, que vivió en casa del señor Brown. El calomelano or- denado por Kiston^le excitó vehementísima fiebre y eva- cuacionesTTe^mgre sincera, que lo pusieron por largo tiem- po en gravísimo peligro. Si se compara el número de estos y el de otros casos adversos, como el del Dr. D. Manuel Seguin, á quien el calomelano le excitó fuerte inflamación intestinal, hipo y gangrena,funesta; y el de un coadjutor de San Pedro que pereció por el calomelano que le administró cierto mé- dico, en una disenteria la mas benigna que jamás he vis- to; con los afortu lados que cito en mi Memoria, y con los que he sanado después, el señor General Vargas, Co- mandante Boza, el Coronel D. Gregorio Guillen, Doña Maria Saldivar, una hermana del citado D. Manuel 5>o- 24. nano, una niñita de D. Juan Francisco Mur en casa del Señor López Aldana, el marido de una criada de Doña Manuela Jalavera y otros varios del pueblo, los cua- les estuvieron en el mayor peligro; conocerá toda persona imparcial, que el calomelano es innecesario y peligroso en la disenteria. Y para confirmar esta verdad con mas nume- rosos hechos, y dar al mismo tiempo solemne testimonio de mi gratitud á esta noble y heroica ciudad, que tanto me distingue y favorece; ofrezco curar sin ínteres ninguno á todo disentérico pobre, exijiendo solamente queme llamen al principio de la enfermedad, sin tomar antes ninguna me- dicina; pues faltando esta condición, no puedo garantizar su restablecimiento. Antes de concluir D. Archibaldo su disparatada critica, dice, que ignoro los principios químicos, porque en la re- lación que hago déla composición del calomelano, refiero lo que me dijo el boticario, sobre lo mal preparado que sue- le venir de Europa, y el daño que puede causar. Yo de- bía en esa ocasión masque en ninguna, hablar de un modo claro y sencillo, para que todos rtie entendiesen, y por eso escribí solimán, y no deutocloruro de mercurio, eme es uno de los nombres favoritos que le h»n dado los químicos mo- dernos. Por la misma razón pudiera yo censurarle que se valga del nombre viejísimo é insignificante calomelano, y no del flamante novísimo, protohydr odor ato de mercurio, ó de otro retumbante entre los treinta y cuatro que han dado los químicos al mercurio dulce. Me parece que este doctor en lo sucesivo, olvidará esos nombres pomposos, y usará solamente el sencillo, vv ve mercurial, por que expresa cla- ramente la virtud anti-spasmodica y sedativa que le su- pone. Y si nadie, según mi critico, puede ser buen médi- co practico, ignorando cuantas nomenclaturas se vayan in- ventando, será preciso convenir en que desde Hipócrates hasta ahora pocos años, han sido malos médicos, cuantos han ejercitado esta profesión, y han sobresalido en ella. Dice también que mando sangrar en la inflamación de los vasos capilares y de las membranas mucosas, contra los fundados argumentos de los médicos fisiólogos. Ojalá Broussais no hubiese omitido la sangría general en el pri- mer caso, y Pmel en el segundo; pues por ambas doc- trinas han perecido muchos. No es nuevo preferir á la arícete las sangrías locales, mediante las sanguijuelas" ó las ventosas escarificadas, como creen los que ni han leí- do, ni entienden mas libros que los recientes publicados en lengua vulgar. Cérea dé trescientos años ha que el entu- siasta Paracélso, enviado del cicló, ségutt decía, para re- formar la medicina, proscribió la sangria, desacreditándola tanto, que los médicos sostituyéron á ella las sanguijuelas y ventosas,usadas muchos siglos antes en algunos casos (11). Murió Paracélso, y se volvió á sangrar. Lo mismo ha suce- dido al presente; pues aunque á las veces son preferibles las sanguijuelas" ó ventosas, tro tapien la falta de la sangria general en las inflamaciones dichas, errando la irritación se ha propagado a todo el sistema sanguíneo, como lo espusé en mi Memoria. R'ferifé sobré esto dos casos muy recientes. Al ar- riero Alvaréz, disentérido, á mas de las unturas mercuria- les, se le aplicaron veinticuatro sanguijuelas, y espiró en uña semana. El doctor Fuentes padeció poco hace, una disenteria benigna, con fiebre, y fuerte tenesmo. Sus médicos Faustos y Reynoáo lé pusieron sanguijuelas, y típ se mejoró, sin embargo de que se bañaba en coci- miento emoliente, dos veces al día. Visítele amistosa- mente, y le dije que si no se sangraba, se prolongaría mucho tiempo su enfermedad. Desechóse mi dictamen por los profesores dichos, y volvieron á ponerle sangui- juelas. Mas después de muchos dias fué indispensable para que no inuriese, sangrarle cuatro ó cinco veces, y padeció cinco meses. Cuando la eficacia de un remedio es- tá demostrada por los mejores médicos en todos los países, y én todas las edades, nada importan los raciocinios en contra, aunque se conciban apoyados en la anatomía y fi- siología; asi como los efectos saludables de la quina, confir- maron su virtud febrifuga, aunque su misma eficacia fuese opuesta al sistema filológico y patológico adoptado por los médicos» Por eso aun en Francia, se reprueba en el día el abuso 4 26 de las sanguijuelas y la omisión de la sangria en muchas enfermedades. Pudiera D. Archibaldo preguntarle á Mr. Annesley por que sangraba en el cólera morbus, siendo su asiento la membrana mucosa intestinal, como lo demostra- ban las disecciones hechas por él mismo, por el Dr. Cristie y otros; y por que produjo la sangria tan buenos efectos, que segun refiere Milwood, de ochenta enfermos sangra- dos oportunamente, solo perecieron dos; al mismo tiempo quededoce murieron ocho en los cuales se omitió la sangria. A mas de lo dicho, es muy de notar que el doctor Smith afectando ser adicto á los médicos fisiólogos en el abuso de las sanguijuelas, disienta de ellos recomendando el calome- lano en la disenteria y en las fiebres, cuyo método reputan bárbaro asi Broussais, como todos sus sectarios. Antes de concluir su crítica, en la que este doctor no habla una palabra de verdad, supone por la carta del co- mandante Boza, que este señor estaba en soleras, y que lo sangré siete veces. Fué desahuciado por los médicos que le curaban con calomelano, mas no estaba en soleras, y solo le ordené dos sangrías. Siete se le dieron al señor Gene- ral Vargas; y aunque esta practica desagrade al doctor Smith, con ella sanaron dichos enfermos. Sobre la iden- tidad de la disenteria aguda y de la crónica, anatematize á Sydenham, á Grimaud, al Diccionario de las Ciencias mé- dicas, á Broussais, y á todos sus discípulos, porque son del mismo sentir que yo. Concluye su crítica diciendo, que asi como la Casca- rilla cura la terciana, y el Mercurio el mal venéreo, asi el calomelano cura la disenteria en el Perú, y 6. los peruanos, con no menor seguridad que en la India y á los ingleses. Esto debe ser sin duda por la quimérica analogía entre los ingleses y los peruanos. Lástima es que no la tengan con los franceses, alemanes, italianos, y con las demás naciones donde está proscripto el calonpelano en la curación de esta enfermedad, para que estuviese tan acreditado en todo el mundo, como lo están la quina para las tercianas, y el mer- curio para el gálico. Intenta probar tamaño disparate con un rasgo, que des- ÍÍ7 dici endo sumamente del estilo en que está escrito el folleto, da á conocer claramente, que ó se copió de algún libro, ó lo redactó un escritorcillo ignorante y fanfarrón. ¡Que ver- güenza para el doctor Smith, presentarse á los ojos del pú- blico, como el pobre fatuo que entra á un grande concurso con el vestido sucio, roto y remendado con pedazos de pa- ño flamante ó dé rica tela! Pensó lucir, y al verle, ninguno puede contener las carcajadas. Rhum teneatis amici? ¡Y este es el profesor que presumió en su delirio, reformar ki medicina peruana? Le hemos oido en varias consultas, y sa- bemos su pobreza. Tal vez quiso burlarse de D. Archi- baldo, quien surció á su folleto ese centón descabellado. Si llega a manos de los sabios ingleses, sentirán mucho que la primera producción de un médico paisano en Lima, sea tan despreciable, recelando tal vez que por ella pese- mos el mérito de todos sus profesores. Mas no será asi. Nos hemos instruido desde jóvenes, en las doctrinas de las inmortales obras que han dado á luz célebres médicos de esa ilustre nación. Los nombres de Sydenham, Mortoo, Huxan, Freind, Mead, Werlhof y de cuantos caminen por la senda que trasaron esos prácticos insignes, se repe- tirán con respeto por todos los siglos venideros; y harán las delicias de cuantos quieran á su imitación, consultar y en- tender el idioma de la naturaleza en el lecho del dolor. Exa- minemos el centón ingerido fuera de propósito, con el que concluye el admirable folleto. Su autor mas físico que médico, comparalas leyes de la fisiología con las de la materia inerte, como si las de esta fueran las mismas que las de la organizada y viva. Y aun cuando se supongan idénticas en lo general, varían notable- mente las leyes del cuerpo animado, no solo en cada pue- blo, sino en cada individuo, asi por el influjo físico, como por el moral. Comparar al astrónomo con el médico, es un desatino: aquel calcula con acierto el movimiento y po- sición de los planetas que giran invariablemente por sus respectivas órbitas, siendo su centro el astro de la luz: y el médico sin mas guia que signos muchas veces oscuros y equívocos.ysin poder penetrar siempre en el santuario de la 28 naturaleza, suele no atinar ni con el órgano afecto, ni con la alteración que sufre; y por lo tanto, ni con el remedio con- veniente. Y ya que se citan los aforismos de Hipócrates sin entenderlos, pondré á la vista el 19 de la Sección 2 a en comprobación «le lo dicho. No son ciertos sino falaces los signos de la salud, órfi la muerte en las enfermedades agudas. Y si al escritor hubiera leido siquiera á Sydenham, sabría qu i este gran práctico se engañó mas de una vez, cre- yendo que las enfermedades de una estación eran las mis- mas que las de la anter.or Y si esto sucedió en una ciu- dad, ¿qué no sucederá en naciones diversas y lejanas? Pero dice el remendón, que todo médico á cualquier clima que se transporte, comprehendera esta diferencia con una sola mirada. Q i« error! ¿Han trepidado mucho los mas sabios npodióos en su pais natal, y cualquier médiquito curará con acierto.en el ageno? Oiga lo que dice Baglivio, de quien ministro al critico uno de sus compinches, las pa- Itbbms que cita en su folleto, sin mas designio, que el de insultarme groseramente. No conviene el mismo método dietético y terapéutico á todas las regiones, porque debe variar en cada una. De diferente modo se han de cu- rar las enfermedades da los Italianos, que viven en un clima ardiente can sobriedad;- y de otra manera tos France- ses, las Expañoles, los Ingleses, ios Alemanes, y cada na- ción ssgun la temperie del aire y el régimen d* vida. (12) Y Cornelio Celso dijo lo mismo niurhns siglos antes que Baglivio. La consecuencia que se deduce de erta doctrina «ficoatjefitable es, que todo módico estianjero para el pais d«Mi- duco.....Huic uuiem remedio symptomate haud cessa>:te, o<:;nino necessc et ut calhartaticum paulo fortius a< dra-sticoteron in usum veniat. ■ ydrnham De novae febris in- gressu. (4) Del texto citado se deduce esta verdad, y la mente 31 del autor; pues de la lavativa con el humo del tabaco, dice que es de todas la mas poderosa y eficaz: enema efficacissi- mum quod potentius operatur. Y cuando el vientre no se movía con ella, recetaba pildoras con mercurio dulce, las que en su concepto eran algo mas activas que el humo de tabaco por lavativa; y por eso coloca este purgante entre loe que se llaman drásticos; esto es los mas fuertes de todos. (5) Fumus tobad intestina ingressus, acri quo pollet stimulo, non crassa tantum lacessere traditur, verum etiam tenuia quoquc intestina, propágala irritatione, afficere. Carminad tom. 3 pag. 387- (6) Barbier tom. 2. pag. 398. (7) Pinera en sus notas á la Materia médica de Cullen tom. 3. pag. 345. (8) Cu. lien Materia médica tom. 3 pag. 337 traducido al castellano. (9) Gregory Conspectusmedicin. theoreticaepag 416. (10) Cuín calomelanus alvum moveat, plerumque non sine torminibus, et tenesmo, quam fucile salivae organa aggrediatur, ita ut vel diarrhoeam, vel salivae fluxum crebro invitet, ac tum stoma- chum infestet, morbosam irritabilitatem augeat, at vires totius corporis plerumque irifirmet, remedium est mercurius dulcís, quod intus ad syphilidis curationem perjiciendam a sapientio- ribus nunquam praescribitur, nisi a singulari rerum natura requiratur. Carminat. Mater. Medie, tom. 3 pag. 116. Lo mismo en sustancia dicen cuantos desde Astruc han es- crito sobre los efectos del mercurio dulce administrado in- teriormente; y ya lo conocerá el Dr. Smith, por la reciente y precipitada muerte de D. José Maria García, á quien recetó calomelano para curarle el gálico. Ojala por este desgracia. do suceso conozca este doctor la notable diferencia que hay entre los ingleses y los peruanos, para que curando áéstos,sea muy circunspecto asi en la elección, como en la dosis de los remedios. (11) Circa tempus chymicorum fábula hominum ánimos falsis terroribus implerunt, et quasi fascinatione qua- dam tenuerunt, duce Paracélso praest'giatore vaessanissimo; et contra sanguinis missionem ita debachati sunt, ut media qui- ralione et judicio valermt, non aussi sint, etiam in máximo vitae periculo venam secare. Qui lamen ne aegrotis prorsus deesse viderentur, non destiterunt vel hirudines adrnovere, vel cucurbitulariun ope humorum copiam minuete. Freind. De purgant. pag. 2. (12) Bagliv. lib. 1. cap. 14. Lima 1835—Imprenta de J. Afasias. •J.V. B.C^: <¿s ( ■,r.'.■■'. .1 . J \::V Ir)